El Magazín Cultural

Roberto Benigni: El dolor es la sombra de la felicidad

A pesar de no pertenecer al neorrealismo en el cine italiano, Roberto Benigni jamás desistió de hacer de la comedia dramática una nueva forma de dibujar la realidad que hay tras la tragedia.

Jorge Andrés Osorio Guillott
03 de agosto de 2017 - 06:39 p. m.
" Benigni logró hacer del cine italiano un nuevo camino para regresarle a su pueblo el poder de reír y entender la vida a partir de allí." / Archivo particular
" Benigni logró hacer del cine italiano un nuevo camino para regresarle a su pueblo el poder de reír y entender la vida a partir de allí." / Archivo particular

Director, guionista, productor y actor. Desde los sets, los escritorios y las sillas de director, Roberto Benigni logró consolidar el cine italiano entre la década de 1980 y los primeros años de la década del 2000. Libretos empapados de prosa, poesía y comedia. Sus letras, sus risas y su carisma lo convirtieron en un ícono del cine europeo tras demostrar que ante el dolor y el terror es posible mantener la lucidez para que un niño no se dé cuenta de que está en medio de una guerra  o, para enseñar poesía y mantener la esperanza que se ve aturdida tras los ataques que se vivían en la guerra de Bagdad.

Alejado en estilo pero cercano en grandeza, Benigni logró hacer parte de esa selecta lista de directores italianos que dejaron en alto el nombre de su país tras apostarle al séptimo arte como medio para la bienaventuranza y el goce de una sociedad que estaba encerrada en el fascismo y la espesura de un gobierno que no permitía la sátira y el humor como herramientas políticas y de comunicación. Del cine de la posguerra y del famoso movimiento neorrealista del cine en Italia nacen películas como Muerte en Venecia (1971), Los cuentos de Canterbury (1972), Ladrones de bicicletas (1948) o La Strada (1954), que pertenecen a aquellos directores que aún a blanco y negro lograron generar diversos contrastes en el cine y en la fragmentada historia de Italia tras las ruinas y los golpes que dejó la Segunda Guerra Mundial y el fascismo de Mussolini.  Directores coterráneos de Benigni,  como Federico Fellini, Vittorio de Sica, Pier Paolo Pasolini o Luchino Visconti son los artífices del levantamiento de una nación a partir de una apuesta por reflejar de manera sincera, directa o fiel aquella crudeza y aquella realidad que se vivió durante y después del holocausto Nazi en Europa, de manera que el arte allí plasmado sería un discurso comprometido con su entorno y comprometido con los nuevos retos de una sociedad que salía de la guerra y el dolor. Lo anterior se vería plasmado entonces en las películas mencionadas anteriormente.

Dos grandes referentes se destacan como influencia en la vida y obra del director italiano: el escritor y poeta florentino Dante Alighieri y el director y actor británico Charles Chaplin. Sobre el escritor de la Divina Comedia hay que decir que para Benigni fue indispensable haberse topado con esta gran obra de la literatura universal. No sólo realizó una gira por Europa para presentar uno de los cantos del texto, sino que también escribió un libro llamado Mi dante (2010) donde afirmaba que “cuando digo que la Divina Comedia es la cima de las literaturas, lo digo porque es un placer leerla, y quién sabe qué habremos hecho de extraordinario para merecernos un regalo tan hermoso”.

Por otra parte, en una entrevista para el portal Cosas, en el 2007 afirmó que una de sus mayores influencias para el humor y la tragedia sería Charles Chapin:  “Charlie Chaplin fue el primero en darnos el maravilloso sentimiento de llorar y reír al mismo tiempo, y en usar el cuerpo de esta manera graciosa. Y en mirarnos a los ojos diciéndonos que somos maravillosos, y que la pobreza es una riqueza maravillosa. Y al mismo tiempo ser cruel: no era alguien dulce y amable, sino muy cruel. Nos estaba mostrando nuestra alma y le debemos una cantidad increíble de alegría”.

Con ese mismo toque de drama, de humor y de alegría por encima de cualquier absurdo, Benigni logró hacer del cine italiano un nuevo camino para regresarle a su pueblo el poder de reír y entender la vida a partir de allí. En 1984, cuando compartió la dirección de Non ci resta che piangere (sólo nos queda llorar) con Massimo Troisi, dio inició a lo que sería su aporte al séptimo arte en Europa. Obras como El Monstruo (1994) y El tigre y la nieve (2005) también se destacan en su caminar. Quizá habría que hacer una mención especial en El tigre y la nieve, pues en la historia de aquel profesor y poeta que dicta clases a varios extranjeros en Bagdad, se plasma el amor de Attillio de Giovanni por Vittoria (Nicoletta Braschi), personaje del filme y  esposa en la vida real de Benigni. Allí hay una escena que refleja el significado de poesía para el director y es el momento en que él, como profesor, les dice a sus estudiantes que “para hacer poesía solo una cosa es necesaria: todo.”

Un personaje icónico, una muestra de humanidad que enseña que para ser feliz hay que padecer y sufrir, una muestra de que aún en las galas de mayor etiqueta y distinción es posible caminar entre las cabezas de la gente que está sentada y dirigirse al escenario con humor, regocijo y autenticidad. Así lo hizo en 1999 cuando recibió el primero de dos premios Oscar que obtuvo a Mejor Película Extranjera y a Mejor Actor por La vida es bella. Dos premios que más que merecidos son la muestra de que el arte embellece hasta las historias más fatídicas y oscuras de nuestra condición.

“Este es un momento de alegría y quiero besar a todo el mundo porque ustedes son los marcadores de la alegría. Aquel que bese la alegría mientras vuela, vive en un eterno amanecer”. Así lo dijo ante la multitud que aplaudía, siendo consciente de que lo realizado con La vida es bella era digno de ser recordado eternamente, pues solamente los espíritus sensibles y llenos de coraje son capaces de agarrar la historia de los campos de concentración y rescatar de la esclavitud y la muerte la historia de amor de una familia, pero en especial de un papá que nunca dejó de actuar para darle a su hijo la mayor lección de su vida: ‘volver a casa con 1000 puntos para morir de risa’.” 

Por Jorge Andrés Osorio Guillott

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