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Saramago: El viaje del elefante

Este lunes en librerías la reciente obra del Nobel,  del sello Alfaguara. Un relato que combina hechos históricos y fantasía sirve de marco para el recorrido de Salomón, un paquidermo que regala el rey Juan III de Portugal a su primo el príncipe Maximiliano. Con esta novela corta, Saramago escudriña la debilidad y la ambigüedad humana. Fragmento.

El Espectador
30 de noviembre de 2008 - 12:52 a. m.

Por más incongruente que le pueda parecer a quien no ande al tanto de la importancia de las alcobas, sean éstas sacramentadas, laicas o irregulares, en el buen funcionamiento de las administraciones públicas, el primer paso del extraordinario viaje de un elefante a austria que nos proponemos narrar fue dado en los reales aposentos de la corte portuguesa, más o menos a la hora de irse a la cama. Quede ya registrado que no es obra de la simple casualidad que hayan sido aquí utilizadas estas imprecisas palabras, más o menos.

De este modo, quedamos dispensados, con manifiesta elegancia, de entrar en pormenores de orden físico y fisiológico algo sórdidos, y casi siempre ridículos, que, puestos tal que así sobre el papel, ofenderían el catolicismo estricto de don juan, el tercero, rey de portugal y de los algarbes, y de doña catalina de austria, su esposa y futura abuela de aquel don sebastián que irá a pelear a alcácer-quivir y allí morirá en el primer envite, o en el segundo, aunque no falta quien afirme que feneció por enfermedad en la víspera de la batalla.

Con ceñuda expresión, he aquí lo que el rey comenzó diciéndole a la reina, Estoy dudando, señora, Qué, mi señor, El regalo que le hicimos al primo maximiliano, cuando su boda, hace cuatro años, siempre me ha parecido indigno de su linaje y méritos, y ahora que lo tenemos aquí tan cerca, en valladolid, como regente de españa, a un tiro de piedra por así decir, me gustaría ofrecerle algo más valioso, algo que llamara la atención, a vos qué os parece, señora, Una custodia estaría bien, señor, he observado que, tal vez por la virtud conjunta de su valor material con su significado espiritual, una custodia es siempre bien recibida por el obsequiado, Nuestra iglesia no apreciaría tal liberalidad, todavía tendrá presente en su infalible memoria las confesas simpatías del primo Maximiliano por la reforma de los protestantes luteranos, luteranos o calvinistas, nunca lo supe seguro, Vade retro, satanás, que en tal no había pensado, exclamó la reina, santiguándose, mañana tendré que confesarme a primera hora, Por qué mañana en particular, señora, si es vuestro hábito confesaros todos los días, preguntó el rey, Por la nefanda idea que el enemigo me ha puesto en las cuerdas de la voz, mirad que todavía siento la garganta quemada como si por ella hubiera rozado el vaho del infierno. Habituado a las exageraciones sensoriales de la reina, el rey se encogió de hombros y regresó a la espinosa tarea de descubrir un regalo capaz de satisfacer al archiduque maximiliano de austria. La reina bisbiseaba una oración, comenzaba ya otra, cuando de repente se interrumpió y casi gritó, Tenemos a salomón, Qué, preguntó el rey, perplejo, sin entender la intempestiva invocación al rey de judea,


Sí, señor, salomón, el elefante, Y para qué quiero aquí al elefante, preguntó el rey algo enojado, Para el regalo, señor, para el regalo de bodas, respondió la reina, poniéndose de pie, eufórica, excitadísima, No es regalo de bodas, Da lo mismo. El rey aseveró lentamente con la cabeza tres veces seguidas, hizo una pausa y aseveró otras tres veces, al final de las cuales admitió, Me parece una idea interesante, Es más que interesante, es una buena idea, es una idea excelente, insistió la reina con un gesto de impaciencia, casi de insubordinación, que no fue capaz de reprimir, Hace más de dos años que ese animal llegó de la india, y desde entonces no ha hecho otra cosa que no sea comer y dormir, el abrevadero siempre lleno de agua, forraje a montones, es como si estuviéramos sustentando a una bestia que no tiene ni oficio ni beneficio, ni esperanza de provecho, El pobre animal no tiene la culpa, aquí no hay trabajo que sirva para él, a no ser que lo mande a los muelles del tajo para transportar tablas, pero el pobre sufriría, porque su especialidad profesional son los troncos, que se ajustan mejor a la trompa por la curvatura, Entonces que se vaya a viena, Y cómo iría, preguntó el rey, Ah, eso no es cosa nuestra, si el primo maximiliano se convierte en su dueño, que él lo resuelva, suponiendo que todavía siga en valladolid, No tengo noticias de lo contrario, Claro que hasta valladolid salomón tendrá que ir a pata, que buenas andaderas tiene, Y a viena también, no habrá otro remedio, Un tirón, dijo la reina, Un tirón, asintió el rey gravemente, y añadió, Mañana le escribiré al primo maximiliano, si él acepta habrá que concretar fechas y realizar algunos trámites, por ejemplo, cuándo pretende marcharse a viena, cuántos días necesitará salomón para llegar de lisboa a valladolid, de ahí en adelante ya no será cosa nuestra, nos lavamos las manos, Sí, nos lavamos las manos, dijo la reina, pero, en su fuero interno, que es donde se dilucidan las contradicciones del ser, sintió un súbito dolor por dejar que se fuera salomón solo para tan distantes tierras y tan extrañas gentes.

Al día siguiente, por la mañana temprano, el rey mandó llamar al secretario pedro de alcáçova carneiro y le dictó una carta que no le salió bien a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, y que tuvo que ser confiada por entero a la habilidad retórica y al experimentado conocimiento de la pragmática y de las fórmulas epistolares usadas entre soberanos que adornaban al competente funcionario, el cual en la mejor de las escuelas posibles había aprendido, la de su propio padre, antonio carneiro, de quien, por muerte, heredó el cargo. La carta quedó perfecta tanto de letra como de razones, no omitiéndose siquiera la posibilidad teórica, diplomáticamente expresada, de que el regalo pudiera no ser del agrado del archiduque, que tendría, aun así, todas las dificultades del mundo en responder con una negativa, pues el rey de Portugal afirmaba, en un párrafo estratégico de la carta, que en todo su reino no poseía nada más valioso que el elefante salomón, ya fuera por el sentimiento unitario de la creación divina que relaciona y emparienta a las especies unas con otras, hasta hay quien dice que el hombre fue hecho con las sobras del elefante, ya fuera por los valores simbólico, intrínseco y mundano del animal.


Una década después del Nobel

Esta novela de época , que fue publicada en España a principios de año y que estará en librerías a partir de mañana primero de diciembre,  la escribe José Saramago diez años después de haber recibido el Premio Nobel en 1998.

El viaje del elefante, dedicado a su esposa Pilar, traductora, fue escrito con mucho esfuerzo debido a una grave convalecencia que interrumpió su trabajo durante algunos meses. Al respecto, el escritor dijo en entrevista a El País de España: “No me hablen de la muerte porque ya la conozco”.

El libro está puntuado de acuerdo con las reglas del escritor portugués: los diálogos se intercalan en la narración, un todo que el lector tendrá que organizar de acuerdo con su propia respiración.

En esta historia, que combina hechos históricos con ficticios, se relatan apartes de la vida del rey Carlos III y de su esposa Catalina, así como del periplo que inicia el elefante Salomón cuando deciden darlo como regalo a su primo Maximiliano de Austria.

Por El Espectador

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