El Magazín Cultural
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SATÁN OS AMA, SONATAS

En este género, exclusivo de las letras, tienen un papel decisivo el sonido y los múltiples significados.

Anita de Hoyos
11 de noviembre de 2012 - 12:33 a. m.
SATÁN OS AMA, SONATAS

Juan David Giraldo es historiador, ceramista, ilustrador, diletante, editor de libros de lujo, libretista de televisión y madre de familia. Pero de todas sus ocupaciones queremos destacar la más inútil: buscador de palíndromos.

Un palíndromo es una frase que es idéntica si se lee de izquierda a derecha o si se lee de derecha a izquierda. “Era Valerie: iré, lavaré” es un ejemplo. “Severo revés”, otro. Y “Lameculos: eso luce mal”, un tercero.

La fascinación de Juan David Giraldo con las palabras al revés empezó cuando tenía 17 años y vivía en Bulgaria. Hasta esas lejanías llegó el escritor colombiano Carlos Perozzo. El joven aprovechó para hablar con el autor sobre su novela El sol de los venados, en la que había un personaje que se llamaba Satuple que a Juan David le gustaba.

—Sólo me vine a dar cuenta de que Satuple admitía otra lectura después de media hora de conversar con Perozzo. Me sentí un ridículo.

El progreso individual está cimentado en el resentimiento. Cuarenta años después de su oso, Juan David ha emparejado las cuentas con la publicación de dos libros de palíndromos y un tercero que tiene en el horno; sus juegos de palabras han inspirado exposiciones de arte, videos y obras de música experimental, y —last but not least— se ha convertido en una celebridad en Twitter. Dueño de un raro atributo que a falta de mejor nombre llamaremos modestia, Juan David no se las pica de nada y prefiere pasar de agache ante su enrevesado talento.

—Los palíndromos no son obra de nadie. Ellos sencillamente están ahí, esperando que uno los descubra. No soy su autor, sólo tengo el palito para detectarlos.

Ojalá el hatajo de necesitados de figuración que se dedican a las “altas letras” tuvieran esa capacidad para reconocer que la autoría es una trampa del ego. Pero como no es así, tendremos que resignarnos a seguir siendo víctimas de un culto de la personalidad que promociona a los escritores como orígenes del texto. Lo que es una pena, porque la verdad está más del lado de Juan David y de todos aquellos que han sentido que la fuente de las ocurrencias no es culta sino oculta y que un escritor es un niño que escarba en la arena con un palito. Gracias a este palito, Juan David ha encontrado miles de objetos verbales perdidos en la playa del lenguaje, algunos de ellos tan clásicos como “ají traga la lagartija” y otros tan dolorosamente reales como “Soacha, ah caos”.

—Es un juego de simetría, algo que aspira a tener coherencia con los límites que lo definen. Pero claro, los que más me gustan son los que tienen un sentido contundente. Un palíndromo discordante es débil.

Tan débil como una novela sin trama, que no trama. Para brillar, un palíndromo no sólo debe ser equivalente a su reverso, sino significar. Esta fue la apuesta que Juan David ganó al escribir un libro de 150 páginas que puede leerse al derecho y al revés con una sonrisa de asombro duplicada. Al enfrentar este texto de ida y vuelta no sólo se reafirma el original, sino que su sentido se multiplica. Uno y uno no son dos, sino once. El viaje de regreso por el reflejo invertido revela un objeto más poderoso y más completo, un texto donde el original se funde con su sombra permitiendo que el lenguaje saque las uñas y nos muestre su cara autosuficiente. “A citar cosa socrática / ¡A tu cicuta! / ¡No tal Platón!”, como se burla Juan David en uno de sus poemas.

Bromas filosóficas aparte, el viaje a contravía que nos propone el palíndromo es el reinado de Satán. No se impresionen, porque es la verdad y a la verdad no hay que tenerle miedo. La razón viaja hacia delante y el instinto hacia atrás, eso dice la cartografía de la sensatez occidental. Entonces, al regresar entramos en el territorio de Luzbel, el ángel que se atrevió a decir no. El discurso del Maligno está cifrado en el envés del lenguaje y por eso los duendes desaparecen al decir su nombre invertido y por eso el Diablo se espanta con un Padre Nuestro al revés y por eso la niña de El Exorcista lanzaba discursos enrevesados, después de vomitar muchas arvejas. No en vano los homosexuales —representantes de Satán, sin duda alguna— son conocidos como “invertidos”, y la autoridad reprime a los demonios que se atreven a llevarle la contraria, y los posesos que tumbaron las Torres Gemelas escribían al revés. Es que hasta los liberales lo saben: decir no y devolverse es políticamente incorrecto. Es mejor y más seguro decir sí y cerrar los ojos y seguir derecho hacia el abismo que llaman Cielo. Pero algunos no se resignan a esta tiranía del sentido único e insisten en buscarle tres pies al gato. A este combo de diablos cojuelos que levantan el tejado de las apariencias del lenguaje para revelar la farsa que duerme en las habitaciones de lo “real” pertenecen Juan David Giraldo y todos los patafísicos.

La leyenda afirma que los primeros palíndromos fueron hechos por Sótades de Marinea, más conocido como Sótades el Obsceno, un poeta que vivió en Alejandría tres siglos antes de Cristo. La misma leyenda cuenta que Tolomeo II, ofendido por los versos de Sótades, lo sentenció a ser arrojado al mar Egeo en un ataúd de plomo. Una “egeocución” terminante porque el crimen de Sótades había sido terrible: le había puesto un apodo a su monarca: Filadelfio. Y Filadelfio significa: “El que gusta de su hermana”. Este atrevimiento, esta espantosa calumnia, merecía el más cruel de los castigos. Por eso, cuando Tolomeo II finalmente se casó con su hermana, Sótades terminó en el fondo del mar. Pero desde su ataúd de plomo, a un kilómetro de profundidad, el poeta siguió cantando. Tolomeo II pasó a la historia como Filadelfio y su matrimonio incestuoso condenó a su dinastía a ser un palíndromo, porque la combinación de genes de Filadelfio y su hermana se leía como un texto en clave de ADN que al derecho y al revés era equivalente.

Más allá de la azarosa relación entre Sótades y Juan David Giraldo (quien también disfruta declamando obscenidades) la leyenda nos demuestra que el triunfo del poder sobre la palabra nunca es completo. De Leonardo a Duchamp, de Swift a Perec, de Rabelais a Cortázar, de Mozart a Bob Dylan, el combo de infantes ludópatas que se burla de los reyes tramposos sigue ahí, escarbando con su palito. En el principio estaba el juego, dice Beckett. Raro llorar y soñar años, dice Juan David.

Por Anita de Hoyos

 

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