El Magazín Cultural

Episodios rolos (II)

La alocución “perro” o “perrito” para referirse a un amigo (nunca a una amiga) nació en Kennedy Central, más específicamente en los parques y canchas que dan respiro a los habitantes de los conjuntos multifamiliares de la Super 7.

G Jaramillo Rojas
05 de agosto de 2020 - 06:32 p. m.
Un sábado soleado de la década del 90, el equipo obrero “Los perros” ganó el torneo de la Super 7.
Un sábado soleado de la década del 90, el equipo obrero “Los perros” ganó el torneo de la Super 7.
Foto: Archivo Particular

Para el año 1993 la palabra “perro” se usaba solo para referirse a un hombre mujeriego, pero nadie en Bogotá la utilizaba para saludar la fidelidad de las buenas amistades. Pues bien, fue un sábado soleado, de esos que sonrosan las mejillas altiplánicas de quienes exponen indiscriminadamente su rostro a las exhalaciones del astro, cuando el equipo de microfútbol llamado “Los perros” liderado por un veterinario, defensor y rescatista de caninos callejeros muy reconocido de la zona, de nombre Juan Diego Bonilla, se disponía a disputar la final del que, durante muchos años, llegara a ser el torneo más prestigioso del deporte obrero capitalino: la copa de la Super 7.

“Los perros” se enfrentaban al combo llamado “Los maestros del gol” proveniente de Corabastos. Se dice que aquel sábado, en las inmediaciones del barrio, se respiraba un ambiente de júbilo, puesto que el partido era la consecuencia de una competencia que había durado siete meses en los cuales, cada fin de semana, se enfrentaron un total de cuarenta y dos equipos provenientes de todos los rincones de la ciudad. La finalísima era entonces un espacio de encuentro y regocijo que permitía a los aficionados la ingesta de cerveza y aguardiente, así como también el tráfico y degustación de comidas varias tradicionales como la pelanga, la lechona, gallinas y pollos sancochados, chunchullos, morcillas, chorizos y bofes fritos, mazorca asada, huevos cocinados, papas chorreadas, etc.

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A las cuatro de la tarde empezó el cotejo. Más o menos unas quinientas personas bordeaban la minúscula cancha de cemento. Juan Diego llamaba a los jugadores de su equipo diciéndoles a cada uno por separado “mi perro”. “Mi perro, triangule”. “Mi perro, tóquela”. “Mi perro, el arquero juega”. “Mi perro, hágame famoso”. “Mi perro, gásteme la suela”. “Mi perro, puntazo y gol”. “Mi perro, pilas, concentrado”. “Mi perro, a los dijes”. “Mi perro no pelea una herencia”. “Mi perro no marca un cuaderno”. De esta manera, “mi perro” empezó a popularizarse entre los asistentes y ya para el entretiempo la gente lo usaba entre sí con soltura. El torneo lo ganó el equipo de “Los perros” con un marcador reñidísimo de ocho a siete y, cuando recibieron la anhelada copa, Juan Diego buscó entre la multitud a su mujer, Maritza Sánchez, para que le facilitara a su primogénito.

El animador del evento le pasó el micrófono para que diera sus agradecimientos y Juan Diego dijo: “en general agradezco a mis perros del equipo y quiero dedicarle este triunfo a mi padre, el perro mayor, que ya no nos acompaña, a mi mujer y a mi perrito (refiriéndose a su hijo) para que ojalá siga estos pasos del deporte”. La celebración por el título se extendió hasta la madrugada del día siguiente con epicentro en el reputado parque de La Amistad. Desde entonces los devotos del microfútbol incluyeron en su argot “mi perro” como una forma de confianza y camaradería, con la sorpresa de que el mote, al cabo de un par de años, se les saldría de las manos y empezaría a competir seriamente con el de “parcero”.

Juan Diego Bonilla es humilde y no se atribuye a sí mismo el célebre sobrenombre bogotano: “Yo solo amo a los perros, son mis mejores amigos” expresa, mientras se prepara para una campaña gratuita de esterilización en su veterinaria ubicada en el barrio de Marsella. Años después, se dice que, para otro torneo de la Super 7, surgió el equipo “Los peces”. Aunque la existencia de este equipo no pudo ser verificada, no estaría de más ubicar el ascendente de “mi pez” a este equipo que, según cuentan los historiadores locales, en cuatro participaciones nunca pudo pasar de la primera ronda, parece ser que porque la verdadera especialidad del equipo era la de nadar en cerveza.

Por G Jaramillo Rojas

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