El Magazín Cultural

Si Dios no existiera (Ensayo)

Cada tanto hemos volcado nuestros finitos esfuerzos intelectuales para intentar comprender qué puede ser aquello que diseña, regula y hace inteligente y bueno todo este mundo humano tan errático, tan desordenado tonto y ruin.

John A. Isaza
19 de junio de 2019 - 08:27 p. m.
Voltaire, nacido el 21 de noviembre de 1694 en París, y fallecido el 30 de mayo de 1778, en la misma ciudad. "Cándido" y el "Diccionario Filosófico" fueron algunas de sus obras.  / Cortesía
Voltaire, nacido el 21 de noviembre de 1694 en París, y fallecido el 30 de mayo de 1778, en la misma ciudad. "Cándido" y el "Diccionario Filosófico" fueron algunas de sus obras. / Cortesía

Razonamientos y emociones han ido y venido al garete, y nada que podemos justificar lo injustificable: la necesidad de darle perpetuidad a nuestra especie, por ejemplo, y la necesidad (más cómica) de demostrar que lo humano no está condenado a la repetición, el sufrimiento y el tedio, que algo en él podrá escapar a esta triada funesta. El filósofo y teólogo alemán Gottfried Leibniz se sumó, en el siglo XVII, a la lista de los racionalistas optimistas que tienen a lo humano en alta estima. Propuso lo que se conoció después como optimismo metafísico, decía que Dios es la respuesta a la pregunta “¿por qué existe algo en lugar de nada?”: dado que el mundo existe aun pudiendo no existir, la causa del mundo debería ser algo cuya existencia fuera no contingente sino necesaria, y ese algo no puede ser cosa distinta que Dios, que es la única cosa que se nos ocurre pueda ser necesaria.

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Ahora, Dios, perfecto y necesario, no podría crear lo humano a su imagen y semejanza, no estrictamente hablando, pues de hacerlo tendría que haber creado dioses y no bestias. Dios hizo al mundo perfecto y a nosotros nos compartió parte de su perfección, y es por eso que no podemos entender del todo ni al mundo ni a Dios, porque para comprender lo perfecto hace falta un intelecto perfecto, y el nuestro no alcanza. Es por eso también, dice, que algunos se niegan a creer que este es el mejor de los mundos posibles, pero lo es, porque es el mundo que Dios creó, y Dios no podría crear lo imperfecto. Que este sea el mejor de los mundos posibles significa varias cosas: I) que Dios nos eligió para existir, y como Dios es Dios no podría haberse equivocado, así que el mundo no sólo le quedó bien, sino que es el mejor de los mundos que él pudo crear; II) que todo lo que está contenido en el mundo es a su vez la mejor cosa que Dios pudo crear, es decir: nuestra madre es la mejor madre que Dios podría habernos dado, y nuestro trabajo, y nuestro cuerpo, y nuestro país, y nuestra persona amada, y nuestro presidente Uribe son, todos, lo mejor de lo que podría haber sido. Yo sé que tiene cierta belleza la idea de que el aire que acaba de entrar a sus pulmones, querida lectora, y que usted exhala mientras lee esta frase, es el mejor aire posible, porque lo eligió Dios, pero usted y yo sabemos que hay algo que no termina de encajar. En ese argumento hay un ruidito, como de motosierra, que no cesa…  

Hace poco supe que la hija de una amiga había enfermado, y que como llevaba escasos dos años de vida su cuerpito no había alcanzado a desarrollar las defensas necesarias para enfrentarse a la enfermedad. La niña murió, y mi amiga, a juzgar por lo que he notado, parece creer que ese no fue el mejor destino posible para la niña y para ella, a juzgar por sus rictus de tristeza y rabia contra todo y nada, no alcanza a ver, la pobre, perfección en todo ello. Algo similar le pasó al filósofo y ensayista Francois Marie A. Le Jeune, mejor conocido como Voltaire. Parecía ver por doquier contraejemplos a la tesis de Leibniz, así que escribió un cuento filosófico para expresarlo y burlarse de la idea, lo llamó «Cándido, o el optimismo» [dicen que fue a causa de Leibniz que Voltaire inventó el término “optimismo”, y en «Cándido» hay una definición: el optimismo “es la rabia que nos lleva a decir que todo está bien cuando estamos mal”]. Son treinta capítulos cortos sobre los avatares de un hombre que sirve al barón de Thunder-ten-tronckh, en el reino de Westfalia.

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Ya desde el primer capítulo Voltaire pone al débil Cándido a sufrir: es separado de su amor, la bella Cunegunda, hija del barón y la baronesa, y se ve obligado a enfrentarse a guerras, hambrunas y humillaciones; aunque no fueron estas las que lo llevaron a dudar de las palabras de su maestro, el sabio filósofo Pangloss: “Todo esto [Pangloss se refiere a las tragedias que sufre Lisboa tras el icónico terremoto de 1755] es lo mejor posible. Pues si hay un volcán en Lisboa, no podría estar en otro lado, ya que es imposible que las cosas no estén donde están. Y así todo está necesariamente bien” (Ya sabemos en quién pensó Voltaire para este personaje). Decía que no fueron las desgracias de Cándido las que le llevaron a dudar de la perfección del mundo, sino las iniquidades que observaba en el paisaje cotidiano, la tiranía, el egoísmo, el sufrimiento. Cándido es un hombre atribulado: no entiende cómo es posible que en el mejor de los mundos que Dios podía crear haya sufrimiento y maldad, que sean planeados e inevitables, y que la única alternativa que tengamos ante la mezquindad de la vida y lo humano sea rabiar, y Cándido no puede encontrar una sola persona feliz en el mejor de los mundos posibles, además, él sabe que los asesinos, los estafadores y los deshonestos no pueden ser felices, que “el feliz no sale de sí”, y que este no puede ser el mejor de los mundos posibles si no hay en él felicidad.

No les diré qué pasa al final con Dios y el mal y el sufrimeinto y las angustias de Cándido, pero hay algo que quizá valga la pena tener presente: en esos avatares, ya en el desenlace de la historia, Cándido y un acompañante encuentran El Dorado, un reino lejos, muy lejos de Westfalia, y en el que todo va perfectamente y parece que el mismo mal se ha suprimido. Entonces Cándido debería aceptar que ante la evidencia de la perfección y la ausencia de maldad, El Dorado es el mejor de los mundos posibles, pero Cándido encuentra que aunque en El Dorado está todo, allí no está su amada Cunegunda. Así entendemos que para Voltaire un mundo no puede ser el mejor de los mundos posibles si en él no está la persona amada, que Dios no podría hacer un mundo feliz, sin amor. Y es quizá por eso que alguna vez dijo Voltaire: “Si Dios no existiera habría que inventarlo”. 

Por John A. Isaza

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