El Magazín Cultural

Silencio y odio: las armas de una guerrera

El pasado 7 de septiembre se estrenó la película "La sargento Matacho", la historia de la primera bandolera de Colombia. Aquí una reseña sobre la historia.

Luisa Rendón Muñoz / @luisarendonm
12 de septiembre de 2017 - 04:22 p. m.
Integrantes de un grupo armado en donde estuvo Matacho.  / Cortesía
Integrantes de un grupo armado en donde estuvo Matacho. / Cortesía

Colombia y su sangre derramada y toda su historia recuperándose de las guerras. Hombres, niños y mujeres luchando por una convicción que no era propia, era heredada.  Eran  los años cincuenta  y la muerte no se tomaba como designio del tiempo ni de Dios. Era una forma de manifestar la supremacía del hombre y con justificación o no, iba llegando para cualquier persona en el país.

Las balas y el sonido de la guerra se esparcían por todos los territorios, pero siempre sintiéndose con más eco en el campo. Las políticas para no seguir en esto se hacían para los citadinos ¿Y los campesinos? Seguían en el campo. Ponían el pecho, su familia, su vida. Este siempre ha sido el mejor escenario para enfrentar a los enemigos de la tranquilidad y la paz.

Así pasó todo el tiempo en aquellos años. Conservadores enfrentándose a unos supuestos liberales y liberales defendiéndose de unos supuestos conservadores. En eso se convirtió la batalla de cincuenta años que mantenía con temor a todo un país.

Era el tiempo en que el color final de la bandera de Colombia tomaba todo el poder de su significado y se le atribuía a un partido político. Eran los liberales quienes se vestían voluntaria e involuntariamente con este color, mostrando al país que no eran solo el reflejo de una lucha libertadora, sino que este también enseñaba en voz de protesta la cantidad de muertos que dejaba una lucha de clases, partidos y pensamientos. Más que una ideología se convirtió en aquel tiempo, en la oveja negra de la familia del Estado.  

Rosalba Velásquez de Ruiz, más conocida como Sargento Matacho, vivió esta historia. Utilizó el campo para su batalla, convirtiéndose en la bandolera más buscada de todo el país.Velásquez escuchó, vio y gritó para sus adentros la muerte de su esposo liberal. No podía dejarse ver, porque en aquel tiempo, si se llevaban a uno, preferían mejor llevarse a todos.  A partir de ahí, su venganza se centraría en quienes estuvieron a cargo de la muerte de su amado, y siendo culpables o no, ella demostraba que la guerra no hacía distinción de personas.

No fue heroína porque hizo lo mismo que sus enemigos. Invadió el territorio de sangre, miedo y pocas ganas de seguir en él, convirtiéndose en la primera bandolera en Colombia. Se le atribuían muertes de otros liberales,  conservadores y  federales del estado.

La historia de esta mujer, que a su vez representa la de muchas en el país, fue llevaba a la pantalla grande por el director William González. La dirección de este y la interpretación de Fabiana Medina como Sargento Matacho, dejan al descubierto las intenciones de aquella mujer que demostró la furia sin necesidad de dirigir una sola palabra y que utilizó la muerte  como su mejor arma y el silencio como el mejor de los escudos.

Matacho tuvo que ser incluida en diversos  grupos armados  de la época, porque sola, decían ellos, le llegaría la muerte más fácil. Además, todas esas muertes que estando sola provocó, solían ser atribuidas a los grupos armados y pocas veces se asumían que eran por parte de ella.

El escenario para la película fue el Valle del Cauca. El registro fotográfico en compañía de los actores buscan suscitar el recuerdo de lo que pasó en Colombia en los cincuenta.  Detrás de cada uno de los sucesos de la protagonista está la historia de miles de colombianos. No sólo fue una mujer que se refugió en las armas para buscar una venganza, está la historia de su esposo muerto que deja al descubierto un desacuerdo político que incurrió en mucha de la sangre derramada del país.

-“Ni mi mujer ni mis hijas pegan pal monte”.

-“Yo si cojo pal monte. Yo no voy a esperar el cuchillo como marrano capado, a mí no me va pasar como los Falla y los Villamarin. Yo prefiero coger para el monte antes que mi hija y mi mujer lo hagan”.

Sin crudeza. Sin espera. La muerte es la mejor protagonista de esta película. Cada vez que la vida se manifiesta en el vientre de Rosalba por alguno de los comandantes de los grupos armados, sitúa el amor en otro plano. Rosalba siempre prefirió defender su memoria que su corazón de madre, aunque esto implicara morir para defenderlos a ellos.

La película, en medio de la guerra y el silencio, también busca un espacio para los gritos y la paz. Todo el tiempo a la espera de una respuesta estatal. “Si algún día la cuestión de la paz llega, bajamos todos juntos, con la gente”, agrega uno de los personajes.

Pensar que la paz puede llegar por la muerte de una persona es contradictorio. No se podría imaginar que la muerte se desaparezca porque una persona también lo haga. Y aunque la película termine, como es de esperarse, con la muerte de Matacho, la guerra no terminó ahí.

“¡Amnistía, amnistía, amnistía!”, gritaban los grupos armados en la selva, para llegar a la sorpresa que esa misma amnistía era la que le daría de baja a ellos y a Matacho, que no se convirtió ni en heroína ni en mártir del estado, se convirtió en un número más de victorias para y por la paz. 

Por Luisa Rendón Muñoz / @luisarendonm

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