El Magazín Cultural

Silleteros, 60 años de una tradición VIZTA con el alma

La anciana está sentada en medio de un jardín de flores. Al lado geranios, rosas, anturios, tulipanes. Se llama Pastora Inés Zapata. Su rostro está cuarteado. Su boca parece apretada. Su cabello totalmente blanco es sostenido por una diadema. Viste falda azul, camisa blanca y un chal granate. Sus uñas están esmaltadas de rojo. Esta humilde dama a sus ochentas transpira tanta dignidad.

Guillermo Zuluaga Ceballos
27 de julio de 2017 - 10:03 p. m.
Carátula del libro Silleteros. / Cortesía Guillermo Zuluaga Ceballos
Carátula del libro Silleteros. / Cortesía Guillermo Zuluaga Ceballos

El chico de 10 ó 12 va entre dos hombres, uno ya entrado en años y otro que recién llegó a la mayoría de edad. Camina por las calles céntricas de Medellín llevando sobre los hombros, y sostenida a su cabeza por un lazo de cabuya, una silleta de flores. Su camisa blanca se ve cuarteada y el pantalón caqui sucio en las rodillas. El niño de abundante cabellera negra  se ve cansado, pero avanza con pasos tan firmes, como tratando de emular a los dos hombres entre los que camina.

El  chico y la mujer entrada en años –fotografiados- hacen parte del libro “Desfile de Silleteros, 60 años”, editado por la Fundación Viztaz, con el que rinde homenaje a este grupo que durante décadas se ha consolidado como símbolo de identidad local y nacional.

Los silleteros, más que imagen de postal, son museos vivos de una tradición  continua y palpitante que hace parte de nuestra realidad. Personas -como dice la publicación- que tienen vocación agrícola y carácter campesino, familiares, entre ellos la mayoría, y a quienes los une un territorio y estrechos lazos genéticos.

Como se evidencia en esta antología de imágenes, detrás de cada silletero hay sudor, uñeros, desvelos, creatividad, experticia. Porque el silletero – si bien el mito lo vende como un personaje de un único día - finalmente es un campesino.

Se es silletero más allá de una semana de agosto. Se es silletero los 365 días del año. Porque  ser silletero es una vocación. Una postura frente a la vida. Una experiencia vital que resume una ética y una estética. Una mirada de una ciudad que está allá abajo.

Silleteros sin embargo que como se dijo no se quedaron anclados en el tiempo: tampoco son solo campesinos: ya los hay quienes estudian y viajan, y son profesores, conductores, abogados…se es silletero por herencia pero también por convicción.

Y para estos campesinos, a diferencia de tantos otros, hay una esencia y un fin inherente a sus vidas: las Flores. Y estas, han sido protagonistas  de la vida de Medellín. Flores, en especial las silvestres pascuas, pensamientos, alelíes, violetas que remiten a la añoranza por  un pasado rural y bucólico.

Flores y más flores

Hablar de flores y de silleteros es hablar –vaya obviedad- de las silletas, esa tradicional forma de  transportar ramos de flores; aunque también de llevar legumbres o de llevar leña y más atrás de llevar gente: La silleta ha evolucionado cómo ha evolucionado el oficio y el oficiante.

De eso se encarga este libro: resumir sesenta años de colores, olores, texturas hechos flores, hechos silletas, hechos gente; contar sobre esta tradición única en el mundo, razón por la cual son Patrimonio inmaterial de la Nación.

“El proyecto empezó hace 12 años en Viztaz –explica Óscar Botero, fotógrafo y Director de esta Fundación- , cuando vimos que los silleteros eran personajes importantes para la vida de Medellín, pero no había casi información sobre ellos.  Dice Botero que había algunos estudios académicos pero “escritos para académicos” por lo cual se dieron a la tarea de recoger información. Entonces, contactaron a Juan Luis Mejía, ex ministro de Cultura, al antropólogo Edgar Bolívar, y con la Corporación de Silleteros de entonces. Así, accedieron a imágenes y luego hicieron convocatoria para que les prestaran fotografías de desfiles. Con eso desarrollaron el libro de los 50 años. Ahora lo que hicieron fue recoger y actualizar esa información y las fotos.

“Este –aclara- es diferente de los otros porque más que libro es una recuperación de memoria de ciudad. Y es sobre los silleteros, los grandes embajadores antioqueños y colombianos”.

Gracias a este proyecto, la Fundación recuperó unas 50 mil fotos, entre las que se ven silleteros descalzos recorriendo la ciudad y vendiendo flores y comida y se ven tantas otras, de coloridas silletas cuando estos “personajes típicos” –como llamaban a los silleteros- se hicieron “artistas y exponentes” e iban por las calles de asfalto hirviente en el desfile que se institucionalizó por Acuerdo en 1985.

“Hay algo además que hace interesante este libro y es que informa de manera amena todo sobre las modalidades de silletas  y la forma cómo viven los silleteros, sus casas, quiénes las conforman y por qué son Patrimonio Cultural de la Nación”.

Fiestas Carnavales y Ferias

Algo más llama la atención, no se queda en la mera recuperación de imágenes sino que las acompañan de textos que ubican esta celebración en el espacio y en el tiempo. Para ello, Juan Luis Mejía, ex ministro y rector de EAFIT, hace un recuento de esta fiesta de color y tradición en Medellín, y la muestra como parte de la vida de la ciudad, desde mucho antes de que fuera ciudad. Según, Mejía, la fiesta de las Flores tendrían antecedentes a mediados del siglo XVII con las Fiestas de la Virgen de la Candelaria, ordenadas por la Corona.

Para el siglo XIX las fiestas iban del 20 de julio al 7 de agosto, ya no con tinte religioso sino más patriótico y “a veces se prolongaba hasta el 11 de agosto, Día de Independencia de Antioquia”.

A finales del XIX éstas devienen en Carnaval -con cierta influencia extranjera y con los clubes sociales como epicentro. Estos rituales festivos tuvieron su fin a mediados de la década de los veinte del siglo pasado.

También, este experto, hace un recorrido por las celebraciones donde las flores son protagonistas: En 1905 la SMP organiza la primera Exposición de Flores, Frutas y Hortalizas. En 1939 se hizo una Exposición Nacional de Flores. Ya en mayo de 1957  inicia la Feria de las Flores, y en 1958 pasa al mes de agosto, con ocasión del Día Independencia de Antioquia.

Antes del desfile

También deja claro este libro otro asunto: el oficio del Silletero está ligado a la vida cultural de esta ciudad más de lo que se imagina. En esta nueva edición, Sonia Pineda también ayuda a comprender que los arrieros y cargueros –una suerte de silleteros- eran contribuían al abasto de los nacientes poblados y quizá también eran fuente de comunicación. El silletero era un campesino más que bajaba desde las montañas cercanas a la Villa a traer  flores, comida y leña.

Esta antropóloga marca a 1957 como el año de tránsito en el cual los silleteros pasaron de ser personajes típicos  a “expositores y artistas” representativos de la identidad local y nacional, y señala a 1960, como un hito interesante para el arraigo del amor de los medellinenses por las flores como quiera que el 19 de julio, se celebrara “el día de la Flor”.

Destaca Pineda en el libro que el Desfile ha sentido la vibración política del país y ha gozado siempre   de importantes patrocinios del sector privado, y cuenta la historia de los recorridos que –vaya si no- también hablan de una evolución y apropiación por la ciudad: arrancaba en el parque de Bolívar; luego desde el TPTU; luego en la calle Colombia; enseguida en la Avenida del Rio; y recientemente Avenida San Juan.

Y entonces, todo ello explica que lo que inicialmente se hizo con 40 silleteros, hoy cuenta con 500 invitados; también que en 1985 se  institucionalizara por Acuerdo Municipal; y que en 2015 se declarara a la Cultura Silletera como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación.

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El hombre va de camisa blanca y “tapapinche”. Lleva carriel al hombro y un sombrero de caña rubia que medio agarra con la mano derecha. Es joven y apenas un leve tizne de bigote se dibuja en su rostro ovalado. El joven va con su espalda un poco doblada; su silleta se ladea un poco hacia la izquierda. En la frente se le dibujan unas gotas de sudor. A su derecha, un hombre desatiende su cámara fotográfica y ayuda a enderezar la silleta de en la que sobresalen unos ramos de cartucho, pino, unos claveles morados y unas dalias. Tiene una bolsa de agua que enseguida le entregará al hombre, para aliviarle la sed el resto del camino.

Es la última imagen de este colorido y valioso libro. Y quizá sea una forma de resumir y profetizar este encuentro de la ciudad en torno a una silleta: unos campesinos que aunque sientan el peso, sienten el peso de una tradición y unos ciudadanos dispuestos a ayudar para que estos sigan su paso en medio de esta ciudad y de esta gente que se sienten orgullosos de su presencia palpitante.

Por Guillermo Zuluaga Ceballos

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