El Magazín Cultural

Silvia, la oveja negra de los Galvis

Hoy 20 de septiembre se cumple una década de la muerte de Silvia Galvis Ramírez, lectora apasionada, periodista combativa y crítica mordaz. En este texto, un recorrido por su vida y por los valores periodísticos que representa y que siguen muy vigentes.

Farouk Caballero / especial para El Espectador
20 de septiembre de 2019 - 03:08 a. m.
Silvia Galvis en su oficina de  Vanguardia Liberal, el diario de la familia, con Esther Guilio. / Archivo particular de Alberto Donadio
Silvia Galvis en su oficina de Vanguardia Liberal, el diario de la familia, con Esther Guilio. / Archivo particular de Alberto Donadio

Merece la pena rastrear y traer al presente las enseñanzas de su trabajo para estos tiempos de crisis dentro de la profesión. Volver a Silvia Galvis es volver al camino de la esperanza democrática desde las trincheras de la investigación del oficio más bello del mundo, como lo denominó el único nobel-periodista-escritor que parió esta tierra, Gabo.

La ascendencia batalladora por las ideas liberales le llegó a Silvia por vena paterna. Su padre, Alejandro Galvis Galvis, fundó el periódico La Vanguardia Liberal el 1 de septiembre de 1919. La línea editorial del medio santandereano estaba ligada a defender las ideas que empuñó Rafael Uribe Uribe en la Guerra de los mil días. El padre se casó con Alicia Ramírez y de esa unión nacieron cuatro hermanos: Hortensia, Alejandro, Silvia y Virgilio.

En 1945 nació Silvia en Bucaramanga. Su infancia estuvo rodeada de debates y violencia en esa mitad del siglo XX. La pólvora la alcanzó en su infancia, pero no la de La Violencia, sino la de una luz de bengala que le quemó el cuerpo. Desde muy pequeña forjó un carácter que era cerrero, cuando debía sobreponerse a las adversidades, y dulce en el trato con la gente. Estuvo en cama y su padre la acompañaba a diario para alimentarla o leerle algún libro. Justamente la lectura le abrió la mente y hasta su padre se sorprendería con la erudición sencilla de la hija, ese rasgo de sabiduría que radica en explicar con humor y sencillez los temas trascendentales de política, historia y religión.

A Silvia la matricularon en el colegio La Presentación de Bucaramanga y desde ahí empezó su revolución de pensamiento contra los dogmas. El primero que criticó fue el de las monjas de su colegio. Ellas, como la misma Silvia lo recordó, no permitían que los muchachos se bañaran en la misma piscina de las alumnas, porque su “sabiduría” conventual proclamaba que los espermatozoides nadaban y, entonces, las podían embarazar. Eso no le gustó nada a Silvia, cuya crítica férrea se transformó en la gestación de una oveja negra que, en palabras de su amigo Enrique Ogliastri, siempre fue “muy acertadamente contraria al machismo y al autoritarismo”.

Ante los bombazos, periodismo

Silvia se casó muy joven, como era la usanza de aquella década de los sesenta. De esa unión nacieron sus dos hijos: Sebastián y Alexandra. Con 30 años y siendo ya madre, tomó una decisión que no fue bien vista por “la gente de bien”: ingresó a la universidad. En aquellas décadas, esa posibilidad era negada para casi todas las mujeres condenadas al matrimonio, pero una oveja negra no se iba a doblegar; por eso ella misma dejó constancia de su perfil académico: “se graduó en Ciencia Política en la Universidad de los Andes, pero muy pronto se descarrió hacia el periodismo, la literatura y la historia; como es fanática de la duda, no pertenece a ningún partido político ni asociación religiosa y no puede usar uniforme por prescripción médica”.

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Dudar es una de las máximas del periodismo, pero Silvia cultivó muchas más; como, por ejemplo, aprovechar su posición de privilegio económico para criticar justamente a la élite del país, como lo hizo con el expresidente López Michelsen. A una de sus íntimas amigas, le escribió un párrafo contundente sobre esos movimientos políticos que jamás se han sentado en la misma mesa de la ética y la responsabilidad social que ella sí profesó.

Así veía Silvia la política: “los políticos y los partidos políticos son todos iguales, y si no lo son al principio al final terminan siéndolo […] Nunca se te olvide eso, razón por la cual aquí se desprestigian tan rápidamente, comenzando por el MRL de López Michelsen, principal opositor del Frente Nacional que terminó cuando López le aceptó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores a Lleras Restrepo, su más enconado enemigo. Y de ahí, empieza a hacer el inventario de rebeldes con causa, pero con hambre de poder”.

Las críticas de este tipo obligaron al padre a pedirle disculpas al mismo López Michelsen y ese episodio lo recogió el citado Ogliastri: “Muchos años más tarde Silvia me contaría que su papá había llamado a López Michelsen para excusarse como amigo por la fuerte crítica que le había hecho Silvia en su columna. ‘No se preocupe, Alejandro’, le respondió López, ‘todas las familias tienen una oveja negra’”.

Las bombas críticas de Silvia se forjaron justamente en un contexto violento que acompañó todo el siglo XX colombiano. Apenas a sus siete años, el 10 de enero de 1953, el periódico familiar sufrió un ataque con tres bombas. El país era una caldera y la mordaza contra la libertad de expresión se expandió como la antesala del golpe militar de Rojas Pinilla. No obstante, La Vanguardia Liberal publicó un mensaje de batalla periodística: “¡AQUÍ ESTAMOS!”. Con ese titular circularon dos días después del atentado.

Ese espíritu inquebrantable quedó plasmado en su editorial que, antes de ser luctuoso, fue combativo. Este texto debería repetirse en cada escuela de periodismo: “la libertad de prensa dejó de existir en Colombia, no por la acción de la censura oficial, sino por decisión de los criminales […] Los periodistas no somos soldados ni disponemos de brigadas para combatir en una guerra. La información, la crítica y la opinión son nuestras únicas armas […] Nos han destruido materialmente, pero nuestros principios están intactos […] el terrorismo, venga de donde viniere, y sea cual fuere su precio, jamás ha doblegado los ideales de paz y de concordia”.

Alberto Donadio, El Espectador y Los García Márquez

La firmeza de Silvia en el oficio era inversamente proporcional a su sensibilidad como ser humano. Eso fue lo que atrapó el corazón de un periodista que fue su alma gemela: Alberto Donadio.

Alberto, sentado en el restaurante Zaytún de Barranquilla, recuerda: “Silvia era una lectora demasiado dedicada. Dormía poco y su mente era muy inquieta, pero a la vez era muy dulce, tan dulce como la torta de chocolate que era su pecado gastronómico favorito. Además, era adicta al cine, devoraba películas de culto y de ahí nutría su narrativa. Creo que el cine, la pasión por el oficio, la lectura, la firmeza de criterio y la sensibilidad son puntos clave en la formación de Silvia como periodista”. Yo agrego que son fundamentales en la formación de cualquier periodista.

Además, en el texto homenaje Silvia, recuerdos y suspiros (2010), donde escribieron referentes como Gerardo Reyes, María Teresa Ronderos y Juan José Hoyos, Juan Pablo Ferro señaló que una de las críticas más sólidas y acertadas de Silvia, que se hizo incontrovertible, fue señalar como nefasta “esa relación de periodismo y poder, porque evidentemente eso masacraba la independencia”. Ya nadie duda al respecto, la realidad le dio toda la razón, porque como el mismo Ferro marcó: “todo lo que Silvia escribió era combativo y removía cimientos”. En esa frase, creo, debe estar el núcleo del periodismo que ahora llaman investigativo, como si hubiese otro.

En ese mismo texto, la voz de Ricardo Camacho destacó de Silvia unos rasgos que son condición imprescindible para desarrollar el periodismo. Camacho señaló que “La vitalidad y curiosidad de Silvia Galvis eran casi animales […] En un país en el que se trafica con los principios en mucha mayor escala que con las sustancias sicotrópicas, la honestidad personal e intelectual de Silvia es refrescante y ejemplar […] estaba profundamente afectada por la corrupción, el cinismo y la estupidez de quienes desde siempre han gobernado este país”. También remarcó “la solidez de su formación como investigadora, lo que le permitía, muchas veces en asocio con Alberto, su marido, darle piso probatorio, como dirían los abogados, a su indignación”.

Amigos de Silvia como el director de teatro Ricardo Camacho o Juan Pablo Ferro, pocas veces pueden hablar de ella sin mencionar a Alberto Donadío y, en consecuencia, en los temas de libros, política, periodismo, cine y literatura, Donadío nunca puede hablar sin mencionar a Silvia. Son, más allá de la distancia que impone el destino, una pareja perenne ligada al noble, arduo y difícil, pero necesario, oficio periodístico. Por eso, Silvia sostuvo que vivir con Alberto Donadio era una “resurrección cotidiana”.

(Puede complementar con: Quédese inerte, por Alberto Donadio)

Donadio acota que uno de los textos que más adoraba Silvia es el prólogo del libro biográfico Los García Márquez (1996). Ese trabajo fue peliagudo y Héctor Abad Faciolince lo calificó de la siguiente manera: “Si alguien quiere entender de dónde nacen las historias y cómo la vida se transforma en literatura, en gran literatura, los testimonios de este libro serán, desde ahora y para siempre, además de una lectura muy amena, un documento de consulta imprescindible”.

Silvia no quiso entrevistar al verdadero gran colombiano. Decidió rodearlo y reportear todos los detalles desde las voces familiares. Su trabajo fue tan espléndido, que el biógrafo de Gabo, Gerald Martín, tuvo que pedirle una carta donde lo exonerara de reclamos futuros, pues en la biografía Gabriel García Márquez: una vida (2008) del inglé, como jocosamente lo llamaba la familia de García Márquez, está citado el libro de Silvia más de cien veces.

En ese prólogo, se lee una verdadera cátedra de periodismo. Allí se establece que la confianza con las fuentes no se puede violar; ejemplo dio Silvia con Jaime García Márquez: “Antes de despedirnos nos pusimos de acuerdo sobre la regla de oro de estas entrevistas: él confiaba en mí y yo me comprometía a no publicar nada sin su previa aprobación. Y esta regla es de oro macizo por la muy sólida razón de que permite crear una atmósfera de confianza y de confidencia entre dos personas que jamás se han visto”.

A la par, Margot García Márquez cita palabras de Alfredo Cuqui García Márquez, quien sentencia con humor de origen: “Esta familia tiene Nobel, ingeniero, monja, periodista, comerciante, cónsul y bombero; pues también tenía que tener oveja negra y ese soy yo”. Y con esas palabras se puede establecer un paralelo con Silvia, pues su familia tuvo fundador de periódico, médico, economista y pianista, y debía tener también una oveja negra que hablara sin pelos en la lengua y que empuñara en su palabra la siempre necesaria profesión del periodismo contra-poder. Por eso, por su magistral labor, Silvia Galvis es eterna.

Por Farouk Caballero / especial para El Espectador

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