El Magazín Cultural
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Sobre Gómez Jattin, la poesía y otros demonios

Carlos Polo
27 de mayo de 2020 - 07:42 p. m.
Raúl Gómez Jattin nació el 31 de mayo en 1945.Haroldo Rodriguez Osorio.
Raúl Gómez Jattin nació el 31 de mayo en 1945.Haroldo Rodriguez Osorio.
Foto: Corte

Si el bardo cartagenero Luis Carlos el ‘Tuerto’ López fue considerado como la columna vertebral donde se sostiene la poética del Caribe colombiano, de Raúl Gómez Jattin, Cartagena (1945-1997), se podría decir que fue los pulmones.

Siguiendo con la metáfora que implica la anatomía del cuerpo humano, Jattin, el poeta, el teatrero, el genio y el loco, como una dicotomía del roble que fue su propio cuerpo, fue una bocanada de aire fresco para la poesía de nuestro terruño comarcal y para la poesía colombiana en general. Raúl fue una especie de suspiro profundo, una bocanada de humo y de borrachera que llegó para instalarse en la memoria colectiva de un pueblo agobiado ya por los azares de una realidad aplastante, -conflicto armado, desequilibrio social y tantas otras injusticias inmediatas- y tragedias personales que es de donde el poeta se amamantó adentrando a sus lectores en una maraña entrañable, particular y personalísima, en donde no solo caminó su locura, sino que retrató con calidez el paisaje vital y sonoro del Sinú.

El poeta nombró su infancia, su juventud, su ascenso a la fama y su libre caída a los infiernos, en la mendicidad y la calle, de una forma limpia y prístina, honesta y brutal, que no tuvo límites. Tanto así que su trasgresión aún hoy, para los más puristas, Raúl sigue siendo no más que un poeta vulgar. Mito y hombre se embarcaron en un gigantesco barco ebrio para trasegar en los mares de lo incierto, como aquel que nombra su adorado Rimbaud. Raúl fue desentrañando la maraña de su poesía vitalista y directa, entre hospitales de caridad, clínicas psiquiátricas, calles y esquinas desoladas, entre abandono y soledad. Un barco timoneado por la locura y la marginalidad de una criatura que se fue ensanchando con los años, hasta alcanzar dimensiones mitológicas.

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Raúl en términos generales no fue un poeta en el sentido más ingenuo de la palabra, para sus contemporáneos en su mayoría poetas herméticos y anquilosados fue un ‘coco’, un escándalo ambulante que aminoraba a cualquiera con su voz de trueno y su mirada perdida en la búsqueda de sus Hijos del tiempo. Su poesía es una especie de crónica fragmentada de su propia autobiográfica, retazos, girones del alma que fue dejando impregnados en su Cereté, su Cartagena, su Bogotá y en cada uno de los espacios en donde habitó y sobrevivió en guerra constante contra la autodestrucción, el aniquilamiento, esencia pura de su ser convertida en combustible tanto para su voz poética como para los ánimos del loco.

Raúl bramido de toro y corazón de mango del Sinú, espina y pétalos de rosa, ortiga y alstroemerias, caribeño hasta los tuétanos como un poema largo y reposado que retoza una siesta en una hamaca para nada disputada por un cuadrúpedo. Tal como lo consigna el mismo poeta en uno de sus textos más trasgresores. Te quiero burrita porque no hablas/ ni te quejas/ ni pides plata/ ni lloras/ ni me quitas un lugar en la hamaca…

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Un poema criticado hasta el cansancio, descalificado por académicos y puristas de toda índole, pero representativo desde el sentido de su objetivo principal, ese que se manifiesta desde los mismos rasgos de la obra poética del sinuano, la inclusión de la identidad caribe desde lo más arraigado en la cultura popular de la provincia, desde sus mitos y costumbres, sin dejar de lado nada, así significara escarnio y escándalo. Eso lo tenía claro el poeta y a lo mejor amparado en las licencias que le procuró la locura, fue que se pudo burlar de todo y de todos.

Raúl, tal como lo estableció el finado cronista mexicano Carlos Monsiváis, en el prólogo del libro Amanecer en el Valle del Sinú, Antología poética, Gómez Jattin, era carne y palabra en uno solo, lo que quiere decir que no había distancia entre el hablante lirico de sus poemas y el Raúl de carne hueso que muchos se peleaban para ver y escuchar en sus recitales y que otros evitaban como a un apestado en sus peores momentos de locura.

“Caótico y demente en el vivir, equilibrado y lúcido en su poesía. Fue clásico y trasgresor al mismo tiempo. Renunció a la simulación, bajó a los infiernos, narró en verso la crónica de sus tormentos” (p.14) consignó en el libro Arde Raúl, el escritor, columnista y gestor cultural Heriberto Forillo.

El verso de Raúl tenía impregnado un carácter anecdótico, libre de rimas y de corsés rimbombantes, Gómez Jattin y sus versos se hacen grandes por la honestidad salvaje de su cuerpo verbal. Por esa construcción lingüística personal que obedeció a sus propios códigos, pero no se apartó del vuelo del esteta, de la búsqueda de la belleza, así fuera en medio de la oscuridad de la locura o de las marginalidad y la misma soledad que le impuso su orientación sexual o su vida licenciosa atada al hedonismo, al goce del cuerpo y la dependencia de las drogas recreativas.

Del libro Retratos (1986)

El que no entendió nunca

Fuiste un testigo indolente

ni comprendiste ni ayudaste a la víctima

fuiste un cómplice de la perfidia y la ignorancia

Tácitamente aceptaste que aquel hombre no valía la pena

Cuando lo llevaban al matadero estabas cerca de él y solo miradas de rencor le prodigaste

Cuando te preguntaron si aquel que aparecía en sus poemas eras tú lo negaste airado

¿Hoy que vives entre cosas cotidianas te olvidas de aquella época ilustre cuando tuviste a tus pies la poesía?

Es este el Raúl autobiográfico, el de los poemas como fotos instantáneas que le roban un instante a la muerte, eternizándolo en palabras. A lo mejor este es un poema lacónico y simple en donde con el uso de un lenguaje que se podría llamar referencial, Raúl no renuncia a la pretensión del esteta que habita dentro de él y el texto se eleva incluso por encima del lenguaje estandarizado, pese a su falta de rimbombancia y florituras. En este poema pesan mucho más el fondo, su sentido desgarrador y conmovedor que la misma forma. Es el reclamo airado al amigo que lo niega, tal como Pedro negó a Jesús tres veces. Te olvidas/ de aquella época ilustre/ cuando tuviste a tus pies la poesía… El poema conmueve, induce a calzarte los zapatos del poeta y a sentir el dolor de la indignación, de la traición y de la soledad. Cuando lo llevaban al matadero estabas cerca de él y solo miradas de rencor le prodigaste… La imagen alude al vicioso, al loco arrastrado al hospital psiquiátrico en contra de su voluntad, bajo la mirada indiferente de sus seres queridos. Una soledad que se explaya en el poema y que no se nombra tácitamente, pero que se siente y golpea al lector escapando de la página.

“En Cereté cerraban las puertas y las ventanas cuando veían pasar al poeta Raúl Gómez Jattin. En aquel entonces un ser genial como Raúl, no solo era incomprendido por sus contemporáneos y por la sociedad colombiana, sino por su propia familia. Casi todos, al final, sin saber qué hacer y cómo sobrellevar su enfermedad mental, decidieron huir de él”, dice el poeta y periodista cultural, Gustavo Tatis en el suplemento dominical del periódico El Universal.

Tatis quien lo conoció en vida como muchos poetas y colegas de la localía, cierra la idea con estas palabras, “años después de su muerte, las puertas y las ventanas de Cereté, se abren al espíritu y la obra poética de Raúl. Es el poeta más famoso de Cereté y de todo su departamento, y uno de los mejores de la historia literaria de Colombia”. Raúl fue una dualidad, una ambivalencia perpetua, así como le cantó a su pueblo y los exaltó entre sus delirios verbales a todos, a amigos, hermanos, padres, abuela, también su diferencia, su manera diversa de ver y sentir el mundo, muchas veces puso en aprietos a todos y a todo.

“Toda la locura de un ser maravilloso como Raúl, hoy es una escueta anécdota ante el tamaño infinito de su bella y eterna poesía”, sostiene Tatis en su crónica.

El árbol frondoso que contiene la sabia intrínseca de su poesía, no es más que ese microcosmos que lo rodeó, sus amigos, sus mascotas, las paredes de su casa y todo cuanto su corazón de mango de azúcar logró codificar y tatuar en su centro.

Raúl se fue desconchando a sí mismo como cuando se descascara una naranja o se pela una cebolla, fue dejando a un lado ropajes y vestiduras, se fue adentrando en su alma, y al mismo tiempo que cantaba sobre sí mismo y su condición humana, lo hacía también sobre sus antepasados y los hombres de su tiempo y sobre todos los sinuanos.

Del libro Retratos (1986)

Sara Ortega de Petro

Tallada en una carne alada oscura y firme

llegó mi hermana Sara desde lejos del mundo

a mis años de asma y juegos de escondidas

a encenderme con su atávica África iluminándole la piel

y alborotando recia la mansedumbre del patio solariego

Llegó con unos inmensos zapatos de charol fucsia

y un traje de colores deslumbrantes

que acentuaban su delgadez de cobre

Esa mujer con la hermosura de una reina de Dahomey

Y la delicadeza que perfiló mi madre con dulzura

Esa Sara Ortega de Petro la que hoy es mi comadre

tres veces

la que cuando muero de Soledad o de locura acude a verme con un tazón de sopa y todo su cariño

Aún hoy tengo tanto de ella en mí como de las mariposas la lluvia y los primerizos mameyes del invierno

Ahí está el poema documental que caracterizó a Raúl, el poema fotografía que atrapa la esencia de lo cotidiano a golpe de versos nostálgicos impregnados de una belleza salvaje, fresca y natural. El poema Sara Ortega de Petro, es un daguerrotipo exquisito de su hermana de crianza, a la que dibuja con un fino trazo enunciando sus virtudes, exaltando su lealtad. Sara no lo ha abandonado, sobre todo cuando más la necesitó, que es justo en ese momento cuando el poeta siente que el dolor de la locura y la soledad se lo está tragando y lo está llevando a la muerte. Es Sara su hermana, su amiga, su comadre, la que pese a la condición mental y física de Raúl acude a verlo con un tazón de sopa, con el cariño intacto. Raúl rememora ese pequeño acto de bondad, en medio de una bella descripción, en donde el poeta una vez más nombra con exquisito tino la naturaleza, su patio solariego, las mariposas, la lluvia y esos primerizos mameyes del invierno que evocan su Cereté del alma y el carácter del Sinú y la tranquila parsimonia de esa zona del Caribe colombiano. Sara, el hablante lirico y el entorno son uno solo porque Raúl los funde en esas dos líneas finales del poema.

En ese poema está el Raúl que todos conocemos, esa ‘criatura peligrosa’ herida por la locura, el gigante salvaje perseguido por fantasmas de humo; el célebre marihuano que hoy se disputan los jóvenes; el hombre convertido en culto; el poeta que evitó a toda costa la grandilocuencia innecesaria y a golpe de versos sencillos, de versos inmersos en la cultura popular, bañados de pueblo raso, se hizo un espacio entre los grandes y hoy comparte podio junto a Silva, Barba Jacob, Aurelio Arturo o el Tuerto López, pero ninguno de los anteriores goza igual de la popularidad del loco de Cereté, del abogado malogrado, de ese viajero impenitente del Sinú con corazón de mango; del teatrero que soñó despierto e hizo de su vida una función sin telón.

“Diría que la fortaleza de Raúl Gómez Jattin como personalidad, es su propia debilidad. Él tiene la conciencia del vicio, de las trasgresiones sociales; y es ‘maldito’ porque ha renunciado a la simulación, una ruptura imperdonable para las buenas conciencias de la sociedad que solo después de muerto empieza a reconocer su grandeza” (p. 24) este fragmento fue extraído del libro Arde Raúl de Heriberto Fiorillo y es el finado escritor y periodista, Oscar Collazos el encargado de ponerle el cascabel al gato.

Del libro Retratos (1986)

Veneno de serpiente cascabel

Gallo de ónix y oros y marfiles rutilantes

quédate en tu ramaje con tus putas mujeres

Hazte el perdido el robado hazte el loco

Anoche le oí a mi padre llegó tu hora

mañana afílame la tijera para motilar

al talisayo me ofrecieron una pelea para él

en Valledupar Levántate temprano

y atrápalo a la hora del alimento dijo mi padre

talisayo campeón en tres encuentros difíciles

he rogado y llorado que te dejen para siempre

como padre gallo pero a mi viejo ya le dieron

el dinero y me compró un juego de dominó para engañarme

Pero ya estás cantándole a la oscuridad

para que se vaya te contestaron tus vecinos

Y mi padre está sonando sus chancletas en el baño

es imposible evitar que te manden otra vez a la guerra

porque si mañana te espanto padre de todas maneras

hará prenderte por José Manuel el Indio así que

prepárate a jugarle sucio a tu contendor

pues le robé al Indio un veneno de serpiente cascabel

para untarlo en las espuelas de carey

En medio del tumulto y la música de acordeones

me haré el pendejo ante los jueces que siempre

me han creído niño inocente y te untaré

el maranguango letal es infalible como el mismo diablo

Voy a apostar toda mi alcancía a nuestra victoria

con lo ganado construiré un disfraz de carnaval

y lo adornaré con tus mejores plumas

Veneno de serpiente Cascabel es uno de esos poemas en donde el hablante lirico es el Raúl niño, el pequeño de Cereté apegado a su gallo de pelea, a su talisayo, a esa ave de la casa a la que rememora engalanándola, ataviándola con la palabra exquisita. El talisayo ya no es un gallo cualquiera, en la voz del poeta es de ónix y oros y marfiles rutilantes y a la vez es un semental al que manda a quedarse con sus putas mujeres. No solo lo nombra en el recuerdo, sino que lo reviste de humanidad y lo manda hacerse el perdido / el robado/ el loco… En este poema Raúl es dos voces en una, es dos hablantes liricos al tiempo, porque es el niño que sufrió cuando a su gallo preferido lo envían de nuevo a la ‘guerra’ y a la vez es el poeta que sublima el recuerdo y lo viste de dorados ropajes con la palabra escogida, elevada. Lenguaje que mezcla con sabio tino usando símbolos coloquiales y referentes del lenguaje estándar. El poema es una especie de breve crónica de un hecho preciso que se marcó en el corazón del niño y afloró en la lengua del poeta maduro. Anoche le oí a mi padre llegó tu hora/ mañana afílame la tijera para motilar al talisayo/ me ofrecieron una pelea para él en Valledupar/ Levántate temprano y atrápalo a la hora del alimento dijo mi padre. En este fragmento Gómez Jattin es un narrador lacónico y conciso que nos expone la situación con palabras precisas, nos introduce en el nudo de la historia que va soltando con la misma técnica ahorrativa de narrador despreocupado por los fulgores y la pirotecnia, pero sí muy atento a la expresión de la emoción, del sentimiento que es en este Raúl, desespero y temor por su animal y a la vez es malicia y picardía. Prepárate a jugarle sucio a tu contendor/ pues le robé al Indio un veneno de serpiente cascabel para untarlo en las espuelas de carey/ En medio del tumulto y la música de acordeones /me haré el pendejo ante los jueces que siempre me han creído niño inocente y te untaré el maranguango letal/ es infalible como el mismo diablo /Voy a apostar toda mi alcancía a nuestra victoria… Este es el Raúl que se vale de su entorno inmediato para contarnos una historia, su historia personal, que también es la de su pueblo y la de los pueblos del Sinú y del Caribe ¿A cuántos niños de la Ronda del Sinú no les tocó sufrir su propio talisayo? Cuantos de nosotros no sufrimos con la llegada de diciembre, sinónimo de patíbulo y de sentencia de muerte para muchos de los animales de corral con los que ya habíamos estrechado un vínculo. Raúl culmina el poema con un sarcasmo, casi que con una risotada. Con lo ganado construiré un disfraz de carnaval y lo adornaré con tus mejores plumas.

Mucha de la poética de Gómez Jattin se sustenta en la niñez, en la edad mágica, en esos años maravillosos de descubrimiento y asombro, de inocencia corrompida, de prueba y error. Los años en los que un pequeño charco se nos antoja un mar y un montículo una montaña. La infancia de Raúl, no solo es aventura y descubrimiento, sino también es la felicidad de la compañía, de la aceptación de todos, del amor de los padres y de los amigos. Es el contraste con la marginalidad que vive luego el loco, el despreciado, el mendigante de un amargo pedazo de pan.

De El libro de la locura (libro póstumo año 2000)

Hay varios muchachos a su alrededor

Le brindan frutas y café

Uno de ellos tiene un periódico a colores

Una foto de él brilla en la portada

“¿Es usted verdad?” Dice una niña

mira la foto que tiene una amarga sonrisa

Hay quienes celebran su exilio

Toma el café mordisquea un mango

“Sí soy yo”

Quisiera lanzar un berrido de impotencia

Muy dentro oye estas palabras:

“pobre débil artista pobre artista pobre”

Con esa foto hemos ganado millones en ventas

Con ella te amargamos la vida

Este es otro Raúl, la criatura olvidada en la orilla de una acera, es el hombre que se inmoló ante el altar de la poesía, el que se jugó la vida y la perdió. El loco que se fabricó su propio exilio pese a que el éxito y la fama ya lo habían tocado. Es el minotauro herido de la amarga sonrisa, el poeta que habla de sí mismo como si estuviera ausente, en una tercera persona impersonal e impotente. El pobre artista que se sabe perdido, y solo le quedan palabras para recriminarse. El libro de la locura es un documento de dolor y soledad. Un duro testimonio de la calle, de la intemperie, el hambre y de una lucha interior entre el hombre consciente y los demonios de la locura que ya le vienen ganando la partida. Este es un Raúl lacónico que deposita toda su fuerza narrativa en el dolor de los acontecimientos que lo sobrepasan. Al hijo de Lola ya no le prodigan mimos ni tampoco aplausos, ya no es más esa especie de estrella de ‘rock’ que llena auditorios y al que muchos le pelean por su atención. Sabe que su locura le ha cosechado tanto fanáticos como enemigos, por eso la frase del poema. Hay quienes celebran mi exilio. Este es el Raúl de la última temporada en el infierno, el poeta cansado y desencantado, que ha hecho el largo periplo por tantas clínicas y hospital de caridad, que ha conocido el cadalso y el sabor de la madrugada fría en la soledad de las sombras. Es el Raúl publicado que muchos admiran y celebran y es el mismo al que otros le huyen como al olor del azufre y la podredumbre. El hombre que viste harapos y va descalzo por la vida pidiéndole con la mano levantada migas a la vida y a la poesía. Ya no es un personaje poético, hace tiempo que el juego le empezó a cobrar caro. Ya no funciona más el método consciente de la ruleta rusa, soltar el disparo de la locura entre las venas, dejar que entre y luego escribir un libro internado en el psiquiátrico para volver a la cordura con nuevos bríos. El panteísta que veía a Dios en todas partes y en cada átomo de la creación tiembla ahora cundo escucha esas voces internas que se hacen llamar brujos negros y blancos y hasta el mismo diablo. En este poema bebé un café, mordisquea un mango y en vez de alegría por su foto de portada de periódico, lo que expresa es un profundo desdén.

La poesía de Raúl es una novela fragmentaria y autobiográfica, contada a retazos en diferentes libros y enclave poética. Sus obras hoy permanecen vigentes y son leídas por todo tipo de críticos, poetas, artistas y conocedores, pero sobre todo entre los jóvenes y las nuevas generaciones, para estos últimos, Raúl se ha convertido en un paso obligado, en un referente importante del que todos hablan y del que beben un poco quizás por su lenguaje directo y sencillo o por el atractivo que le suma a su ya manoseada poesía, el halo del bardo maldito que murió entre la miseria y luchando contra la locura. Raúl es un roble ya mayor, de robusto tronco, que entre primavera y primavera riega las calles de la poesía colombiana con sus flores moradas.

Por Carlos Polo

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anna(45786)11 de marzo de 2021 - 09:17 p. m.
Señor Carlos, le agradezco enormemente por recordar al querido Jattin, no todo el mundo le apuesta al ser que tanto dio de que hablar y que, al menos a mi y otros cuantos, salvo. Gracias, nuevamente.
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