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Sobre la libertad y el debate abierto en Colombia

Hace unos días, la revista estadounidense Harper’s Magazine publicó una carta que abogaba por el sano debate y su importancia en una democracia. La firmaron varios intelectuales como Margaret Atwood yNoam Chomsky. Varios pensadores colombianos también la habrían firmado: los planteamientos de este texto también aplican para el caso colombiano.

Laura Camila Arévalo Domínguez
20 de julio de 2020 - 01:25 a. m.
Sobre la libertad y el debate abierto en Colombia
Sobre la libertad y el debate abierto en Colombia
Foto: Ilustración: Tania Bernal

“El libre intercambio de información e ideas, el alma de una sociedad liberal, se está volviendo cada vez más restringido. Si bien hemos llegado a esperar esto en la derecha radical, la censura también se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: una intolerancia de puntos de vista opuestos y una moda para la vergüenza pública y el ostracismo”. Este fragmento, que forma parte de «Una carta sobre justicia y debate abierto», se publicó el pasado 7 de julio en Harper’s Magazine, una revista mensual estadounidense que trata temas políticos, financieros, artísticos y literarios. La firmaron Margaret Atwood, Noam Chomsky, Gloria Steinem, J. K. Rowling, Louis Begley, entre muchos otros intelectuales que estuvieron de acuerdo con que, en Estados Unidos, el debate se está quedando sin garantías.

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En la carta también escribieron sobre “represalias rápidas y severas en respuesta a las transgresiones percibidas del habla y el pensamiento”, y se refieren a una vigilancia casi que obsesiva del otro. Hablan de una atención constante al pensamiento ajeno y la manifestación del mismo. Dicen que entre más toleremos el “iliberalismo” (democracia parcial en la que se nos dice que tenemos derechos, pero solo en el papel), seremos cada vez más frágiles ante las restricciones. Que “rechazan cualquier elección falsa entre justicia y libertad. No puede existir la una sin la otra”, y culminan con una frase sobre “la necesidad de preservar la posibilidad de tener desacuerdos de buena fe sin consecuencias”. Después hay firmas.

La carta, que después de su publicación comenzó a viralizarse en redes sociales, fue compartida por varios escritores, artistas y periodistas colombianos. ¿Esas preocupaciones podrían ubicarse aquí? ¿Los colombianos tenemos garantías para la discusión? ¿Es posible estar públicamente en desacuerdo con algunas ideologías? ¿Ya sobrepasamos la idea de país binario? Al parecer, no. En Colombia, según varios de los que estuvieron de acuerdo con dicha carta y fueron tenidos en cuenta para este análisis, se le está comenzando a temer al debate. Además de que la violencia disfrazada de argumentos ha calado en la intención por rebatir, hay un agravante: el país se está quedando sin espacios para complejizar, discutir y analizar los desacuerdos.

El cierre de recintos artísticos, revistas y secciones culturales es otra herida mortal para la democracia colombiana.

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Twitter, la red social en la que ahora estas discusiones se dan con más frecuencia, se convirtió en una alternativa para el debate público. Hay un ejemplo reciente: el reportaje publicado por la revista feminista Volcánicas, en el que se expusieron testimonios que denunciaban por acoso y abuso sexual al director de cine Ciro Guerra. Después de la publicación del texto las reacciones en Twitter no dieron espera. Varios trinos, manifestando apoyo o rechazo a lo que allí se denunciaba, se multiplicaron en segundos. Carolina Sanín, escritora y docente colombiana, también habló. Hizo varios comentarios que, en resumen, llamaron a la “pausa”. Se opuso a los linchamientos. Algunas respuestas (todas disponibles en su cuenta de Twitter @SaninPazC) que discutieron su punto fueron respondidas por Sanín. Las otras, la gran mayoría de reacciones, quedaron como un ruido que, aunque fue ignorado por ella, hizo un terrible estruendo. La carga de violencia en las respuestas que la tildaron de “traidora” o la mandaron a callar fue latente.

Según Sanín, quien aclaró que con sus trinos no quiso defender a Ciro Guerra o dudar de los testimonios publicados por Volcánicas, se le condenó porque “la gente no quiere entender que el intelectual es el que critica todo. El artista también. En este caso, por ejemplo, no digo que el sometimiento al sistema judicial sea el único medio de buscar justicia, ni el mejor. Lo que propongo es que, si la opinión pública va a ser un ente justiciero, tiene que hacerse cargo de unas responsabilidades”.

Más allá de la posición de Sanín, que no es la que se pretende analizar en este texto, está la oposición a sus puntos de vista que, en repetidas ocasiones, no quisieron rebatir sus argumentos, sino silenciarla. “Por un lado están las represiones que puede ejercer un Estado. Las represiones autoritarias que ejercen quienes detentan la autoridad, el poder y las armas para defender ese poder. Supuestamente nosotros, los ciudadanos, estamos defendiendo nuestra libertad contra esos autoritarismos. Lo curioso es que el cuarto poder, los medios, en lugar de estar volviéndose un agente que contrarreste ese poder para defender las libertades de los ciudadanos y contar sus historias, también se convierten en agentes represores. Aunque no tengan el monopolio de la fuerza (Twitter, los medios o los tabloides), parecen no ser conscientes de que tienen la fuerza del agravio popular, que no es el encarcelamiento ni el cobro de una multa ni la pena de muerte, sino la cancelación».

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¿Usted qué opina de lo que dice en la carta? Si se hubiese escrito en Colombia, ¿la habría firmado?

La habría firmado. Sí hay, en este momento, un ansia por dividir el mundo entre buenos y malos. También por dar la facilidad o comodidad de pensar en paquetes de pensamientos, que son realmente paquetes de opiniones o de posiciones. Lo que eso crea es un imperio de la doxa, de la opinión, y excluye toda episteme. Excluye el saber y el deseo de saber. Es decir, simplifica, y entonces el enemigo es la complejidad. Complejizar es ser adversario.

***

Vanessa Rosales, escritora y columnista de este diario, sí estuvo de acuerdo con la publicación del reportaje de Volcánicas, pero adhiere a uno de los puntos expuestos en la carta de Harper’s Magazin: “La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas”.

Rosales, además, dice que parte del problema está en personificar el debate. En endosar la discusión en unas figuras que tienen un lugar concreto de enunciación. Sobre las respuestas de Sanín y las reacciones a sus publicaciones a raíz del reportaje de Volcánicas, dijo: “Comprendo, en esencia, la invitación de Carolina Sanín, pero hay casos y coyunturas en las que el ejercicio va más allá de esa complejización intelectual: el acoso se vive en la piel. No es una experiencia abstracta. Debemos tener en cuenta que la justicia está rota y no les cree a las mujeres. Se recurren a estos fogonazos imperfectos porque son una respuesta a esa misoginia estructural que tenemos en la ley, pero no puedo atacar para rebatir. Se necesita su mirada, y está bien discrepar con ella. Es interesante y necesario que eso pase: permite el cuestionamiento intelectual”.

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Sobre la personificación del debate que menciona Rosales, podemos usar el mismo ejemplo: días después de que se publicara el reportaje de Volcánicas, Cristina Gallego publicó un texto en el que aclaraba su postura con respecto a las acusaciones contra su exmarido y socio Ciro Guerra. Minutos después los nombres Carolina Sanín y Cristina Gallego se convirtieron en tendencia. Esto dejó, en gran medida, el núcleo del debate a un lado. Ocurrió algo similar: se condenó la publicación de Gallego. Hubo violencia. Se le dijo “indulgente, conveniente y feminista selectiva”, por mencionar solo algunos comentarios, que no fueron los más agresivos.

El periodista Félix de Bedout, trinó: “No entiendo los ataques a Cristina Gallego. ¿No es el suyo un testimonio válido? ¿Su escrito no contribuye al debate? Si estamos en una discusión pública importante y no en estrados judiciales, ¿solo sirve una versión? ¿No tiene derecho a hablar?”. Rosales concuerda con De Bedout: aunque no está de acuerdo con los argumentos que expone Gallego en su texto, condena los ataques que recibió. “A mí me dio dolor de cabeza cuando leí la carta de Cristina Gallego por muchos motivos que encuentro problemáticos en su defensa, pero es importante que pueda dar su testimonio y que podamos rebatirle. Que podamos interpelarle. La restricción del debate la promueve la intolerancia. No puede pasar que, por ejemplo, una persona exponga una postura y sus libros sean removidos de las librerías o sus películas dejen de ser vistas”.

Esta discusión, que se dio en Twitter, está sujeta a los miles de comentarios inmediatos de usuarios ávidos por opinar. Este afán, esta pulsión por ser parte del debate público y más coyuntural tiene varios riesgos y vacíos. No es lo mismo un análisis sobre un problema social en una red que limita los caracteres y permite publicar bajo el aval de la libertad de expresión, que un ensayo, una columna o un reportaje con una serie de fuentes que garantizan, de cierta forma, la multiplicidad de miradas. El riesgo está en, por ejemplo, equiparar un trino con una obra de teatro, un libro o una exposición artística que se refieran al mismo tema: todas estas versiones están cargadas de subjetividades, pero se diferencian por su tiempo de estudio, profundización y revisión. Se diferencian por su calidad.

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Camilo Jiménez Santofimio, periodista y exdirector de la revista Arcadia, dijo al respecto: “La violencia en el debate público es grave porque tiene el efecto de que actores valiosos empiezan a sentirse ajenos o intimidados por las formas y terminan prefiriendo no participar. A la vez, las redes sociales son apenas un espacio para debatir. Otro espacio son, por ejemplo, los medios culturales, que ofrecen condiciones distintas y dan resultados de otra calidad. Allá, al surgir de otra aproximación al pensamiento y pasar por procesos de edición, la discusión es distinta. Si siguen golpeando a los medios y quitándonos esos otros espacios nos van a dejar una discusión muy limitada, y un poco estúpida. Las redes sociales no están programadas para debates hondos y plurales, sino para debilitar el pensamiento y volverlo solipsista, torpe y hostil”.

Jiménez, quien fue despedido el pasado 17 de marzo de la revista Arcadia, también añadió: “La pérdida de espacios como el que fue Arcadia durante 15 años -y digo esto a sabiendas de que están a punto de relanzar la revista en versión adulterada- es lamentable: el tipo de debates que esa publicación y otras de su talante pueden ofrecer resultan de un gran esfuerzo intelectual, de escritura, investigación y edición, que nos permite ver lo mejor que puede producir un ser humano con talento y condiciones para pensar. Agredir esos espacios es cortarles las alas a nuestros intelectuales, tantas veces estigmatizados y subvalorados en este país; es dejar heridas, nuevamente, a la cultura y la democracia”.

Sobre la carta (escrita para el entorno estadounidense) y la democracia, Pedro Vaca, director ejecutivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia, opinó que las experiencias democráticas son diferentes, haciendo la comparación entre EE. UU. y Colombia y, al revisar nuestro caso, los problemas se visibilizan con facilidad: “En Colombia se usa la violencia y el discurso de la democracia al mismo tiempo. Nuestra ágora pública está construida con algunos cimientos democráticos (división de poderes, Constitución, gobierno y oposición), pero la violencia está en las calles, está en nuestra cotidianidad. Aquí hay una aspiración democrática en una sociedad violenta, y eso es fundamental para aterrizar las preocupaciones de esa carta en Colombia”.

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Al igual que Jiménez, Vaca considera que los colombianos tenemos muy pocos medios para jerarquizar los contenidos, por lo que le prepcupa que, cada vez más, se reduzcan los medios de comunicación: “No es lo mismo un trino que un titular de un periódico, y esto suena obvio, pero no lo es en los entornos digitales. No es clara esa línea que los separa”.

¿Por qué cree que es grave que en Colombia se cierre un medio de comunicación?

Es grave porque no hay muchas plazas de calidad que pongan en el centro los hechos. Además de que la indignación es la heroína de las redes sociales.Creemos que todos estamos en Twitter, pero lo que pasa ahí no es nada retador. Son puras burbujas en las que la calidad del debate no está garantizada. Son complacientes con su ego. No es confiable la discusión ahí.

*

En la carta de “Harper’s Magazine” también hablan de censura a los artistas y de la limitación de sus libertades para opinar. De su derecho al error y a la elección de los temas de sus obras. También de las represalias a las que se exponen por profundizaciones que no estén respaldadas por los que detentan el poder.

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Fabio Rubiano, dramaturgo y director del Teatro Petra, dice que su teatro jamás ha sido censurado, pero que en Colombia generalizar es un error. “Una cosa es decir algo en Bogotá y otra es hacerlo en un municipio regido por fuerzas paraestatales. Además, en Colombia ni siquiera necesitas la censura. Con el presupuesto que hay para la cultura, no es necesario hacer nada másNosotros somos un grupo independiente de teatro que tiene respaldo, que está en la capital y que tiene la confianza de los bancos. Otro caso sería el de un municipio en el que haya paramilitares, guerrilleros, bandas criminales y mercenarios, y a alguien se le ocurra sacar una obra sobre lo nociva que es la minería”.

Respecto al debate y la necesidad del mismo, dijo que “evitar las confrontaciones es el infierno del aburrimiento”, y que el valor de los medios de comunicación en los que hay espacio para estas discusiones es altísimo. Por su parte, Andrés Ospina, escritor y columnista, habló de la ausencia del debate como la antesala al totalitarismo, una palabra que, para él, ya infunde terror.

Además, sobre la reducción de medios y recintos culturales, dijo que corríamos el riesgo de que la ignorancia se propague mediante la imposición de un solo discurso.

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Ospina, además de escribir libros y su columna de opinión en Publimetro, es muy activo en redes sociales. En más de una ocasión sus publicaciones han generado escozor, sensación que le han manifestado con argumentos, pero también con insultos. “Soy escritor y el oficio me obliga a ser cuádruplemente cuidadoso con cada cosa que digo. Un tiro mal lanzado arruina un pedazo de tu reputación. Muchos sabrán de ti porque fuiste aquel que dijo algo inoportunamente o que cayó en el infortunio de equivocarse. Ahora, uno entiende la estatura espiritual e intelectual de su interlocutor a partir de la manera como se expresa. Los argumentos son bienvenidos. Los insultos pueden ser silenciados, una característica muy útil de la plataforma Twitter, que te ahorrará muchos sufrimientos”.

Sobre los desacuerdos y las ideologías. Sobre las posturas y las subjetividades. Sobre las pulsiones. Sobre lo público y el derecho que todos tenemos a defenderlo y criticarlo. Sobre los comportamientos sociales. Sobre los errores propios y ajenos. Sobre el derecho a equivocarse. Sobre el arte. Sobre las diferentes formas de producirlo, expresarlo e interpretarlo, en teoría, hay derechos y libertad.

Lo que preocupa es que en Colombia esos derechos y esa libertad sigan siendo una teoría. Angustia que haya un riesgo tan alto de que la sana discusión se reduzca. De que se estrechen los caminos que reciban múltiples miradas. La carta de Harper’s hubiese sido firmada por la mayoría de las fuentes que se tuvieron en cuenta para este texto: sus planteamientos también aplican para el caso colombiano. Independientemente de la postura, cada vez más estamos presenciando que la intolerancia y la pulsión por silenciar se fortalecen.

Las garantías para el debate y los espacios para llevarlo a cabo son necesarios para la democracia anhelada. Para la que decimos proteger y en la que, en teoría, ya vivimos. La lucha entonces se encamina hacia aclarar el concepto de democracia. Hacia usarlo, entenderlo y aplicarlo. Hacia relacionarlo directamente con la libertad y el respeto por el pensamiento de los demás. Hacia la abolición total de la violencia. La lucha se enruta hacia poder seguir pensando en voz alta.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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