El Magazín Cultural

“Tejiendo calle”: un homenaje a ellas

La exposición de la artista cartagenera Ruby Rumié está abierta al público desde el pasado mes de noviembre en NH Galería. 50 vendedoras ambulantes de Cartagena son las protagonistas.

Lucety Carreño Rojas
09 de enero de 2017 - 02:00 a. m.
Dominga Torres Teherán, quien dio inicio al proyecto “Tejiendo calle”, de Ruby Rumié. /Ruby Rumié
Dominga Torres Teherán, quien dio inicio al proyecto “Tejiendo calle”, de Ruby Rumié. /Ruby Rumié

Era mi primera vez en Cartagena, Colombia. Tenía una mezcla de emociones por estar ahí, por lo nuevo que estaba viendo y por la curiosidad de ver la exposición de Ruby Rumié. Caminé por la calles antiguas y recordé algunos pasajes de la novela de Fernando Araújo Vélez, Y por favor, miénteme. Una historia de poder y mentiras. De blancos y negros.

Mientras caminaba pensaba en la novela, la muralla, el calor y la historia. Pero, como en todo relato, no todo es color de rosa, no todo son las casas coloniales y los empedrados románticos.

Llegué a NH Galería y me encontré de frente con la otra parte de la historia, con nuestra memoria. Tejiendo calle es un paseo por la memoria, por la historia, un viaje que permite visibilizar a 50 mujeres afrocolombianas que durante muchos años han trabajado como vendedoras ambulantes en Cartagena.

Lo primero que vi de la exposición de la artista cartagenera fueron las 50 fotografías que estarán instaladas hasta que finalice enero en la pared de la galería. Impecables, todas siguen un patrón: mujeres mayores de 70 años, afrodescendientes, cabellos canosos, vestidas de blanco y con mirada profunda. La mayoría con rasgos fuertes. Bellas, con el sufrimiento y el paso de los años reflejados en sus rostros. En ese momento recordé la frase de El principito: “lo esencial es invisible a los ojos”.

Recorrí la sala y vi unas estampillas con la cara de algunas de estas mujeres: al lado se podía ver una especie de autobiografía. Leí: Celestina Cassiani Hernández: “Tengo 73 años y nací en San Basilio de Palenque. Me casé bichecita, 16 años, y duré con el mismo compañero hasta que enviudé recientemente. Tuve cinco hijos: tres hembras y dos varones. Toda mi vida he vendido frutas y con estas pude ayudar a mi marido en el hogar. Primero vendí en el barrio de Manga, después se me fueron los clientes para el barrio de Bocagrande, Laguito y Castillo, así que me pasé para allá. Desde las 5 de la mañana salía y luego de caminar por los barrios me quedaba en dos lugares, el edificio Conquistador y el hotel Hilton. Cuando inicié vendiendo me hacía hasta 60.000 pesos la semana. Ese dinero me alcanzaba hasta para comprarnos ropa y divertirnos. A mi compañero le gustaba mucho la fiesta… pero ahora que estoy sin él ya no salgo y la plata no alcanza para nada. Hoy no trabajo porque estoy corta de vista y tengo un dolor fuerte en una pierna”. Todas las historias de las mujeres allí plasmadas eran similares. Todas trabajaron o trabajan en los mismos lugares, pero no se conocían.

Rumié me contó que Tejiendo calle empezó cuando conoció a Dominga Torres Teherán, una vendedora de pescado: “Quería trabajar con mujeres mayores y la fortuna me puso en frente a Dominga, una mujer que por más de 45 años ha caminado las calles vendiendo pescado. Luego de nuestra conversación le propuse fotografiarla y me sorprendió su belleza natural”.

Este encuentro la motivó a contactar a otras mujeres con las que también tuvo la sensación de ver y descubrir algo. “Ver algo por primera vez, cuando siempre ha estado allí, es como correr un sutil velo entre lo visible y lo invisible. Este velo representa nuestros antiguos y constantes estereotipos que se mantienen, probablemente desde la Colonia, en un adormecimiento o ceguera que ignora muchas maravillosas realidades”.

Ese día, en la galería estaban Celestina y Dominga. Se veían un poco aturdidas por la gente que las observaba. Dominga hablaba poco; la mirada profunda que reflejaba en la fotografía era la misma. Celestina hablaba más, contaba su experiencia en el proyecto y su vida.

Seguí recorriendo la exposición y en un espacio pequeño se proyectaban imágenes. Había fotografías de una ceremonia en las que Rumié las reunió en una casa antigua. “La casa me recordaba a ellas: el espacio eran ellas y ellas eran el espacio”. “Creé un encuentro donde la porcelana toma un papel protagónico, no en la cabeza sino en los pies, y se les hace un lavado en una parte del cuerpo que usaron por más de 40 o 50 años”. Simbólico se puede definir el “lavatorio de reparación”. Por un momento les quitaron el peso y le dieron descanso a esa parte del cuerpo que les permitió trabajar, el mismo que recorrió una, dos y mil veces las calles de Cartagena. Después de la pedicure se les pintó en cada uña una letra que al juntarlas todas formaría y se podría leer el poema Solo verde-amarillo para flauta, llave de U, de Julio Herrera y Reissing:

Úrsula punza la boyuna yunta;

la lujuria perfuma con su fruta

la púbera frescura de la ruta

por donde ondula la venusa junta.

Recién la hirsuta barba rubia apunta

al dios Agricultura. La impoluta

uña fecunda del amor, debuta

cual una duda de nupcial pregunta.

Anuncian lluvias las adustas lunas,

Almizcladuras, uvas, aceitunas,

gulas de mar, fortunas de las musas;

Hay bilis en las rudas armaduras;

han madurado todas las verduras

y una burra hace hablar las cornamusas.

El poema lo eligió porque le recordaba a estas mujeres caminando por las calles de la ciudad y por la sensación que le producía su lenguaje abstracto.

Después observé en el centro de la exposición un corpus de cinco tomos en los que Rumié busca preservarlos como archivos históricos que den cuenta de un patrimonio intangible que llevan estas mujeres, sus conocimientos. Mujeres dignificadas y memoria para las nuevas generaciones. El corpus está compuesto por tres álbumes de fotografías, un libro de estampillas y los dos años de trabajo de Tejiendo calle. Dos años que dan cuenta del sincretismo, del trabajo de una artista en el que refleja su recorrido profesional. De fotografías que parecen retratos, en los que Rumié hace que la gente que mira su trabajo se cuestione y en los que deja ver su sentido social.

Rumié logró su objetivo. Vi lo esencial en ellas, vi cuerpos que cuentan historias, su belleza natural, su conocimiento, su grandeza. Fue un llamado a hacer memoria, a recordarlas, a no dejarlas en el olvido. Como decía Saramago: “Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”. Conocí Cartagena y las conocí a ellas. Tristezas y nostalgias. Pasiones y deseos.

Por Lucety Carreño Rojas

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