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Thoreau, lo “esencial” y la movilidad del espíritu

Apuntes sobre los días en la inmensidad de un territorio verde, electrizante y magnético.

Ana Sofía Buriticá Vásquez /@sofienelmar
12 de diciembre de 2020 - 06:00 p. m.
"Ahora que hablamos de volver a lo esencial sería interesante olvidar las latitudes, entregarse al núcleo volcánico del silencio, contemplar la grandeza que se eleva en el horizonte, regresar a la serenidad del poniente, a la fuerza instintiva de la libertad estremecedora", escribe Ana Sofía Buriticá Vásquez.
"Ahora que hablamos de volver a lo esencial sería interesante olvidar las latitudes, entregarse al núcleo volcánico del silencio, contemplar la grandeza que se eleva en el horizonte, regresar a la serenidad del poniente, a la fuerza instintiva de la libertad estremecedora", escribe Ana Sofía Buriticá Vásquez.
Foto: @Vhugorestrepo /Víctor Hugo Restrepo

Llevarse a Thoreau en la memoria, habitarlo como un animal indomable que piensa irremediablemente en la belleza salvaje de las montañas, recuperar el oficio de caminar y pensar, de pensar y adentrarse en el eco desbordante de las aves, de descubrir con asombro el color incomprensible de las flores, la luz que revela la silueta de los montes, dialogar con la sombra de los árboles, escuchar sin vanidad las inquietudes del espíritu, movilizar la vida, recorrerla , amar su finitud, su delicada soledad y su inexplicable existencia.

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Avanzar, afilar la mirada, traer del íntimo placer del recuerdo las palabras del filósofo: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida...para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido”. Detenerse en ellas, descifrar el olor de la tierra seca, de la tierra húmeda, de la tierra polvorienta, de la tierra fértil y sagrada, conectar el mundo interior con el ritmo y crecimiento de las plantas, intuir la precisión de las pisadas y lo efímero de las huellas, ser un minúsculo fragmento de células en la vastedad del tiempo, aprender del cooperativismo silencioso de los ecosistemas, ser conscientes de la rotación del planeta, estimular la creatividad observando los caminos de estrellas en el cielo, olvidar las coordenadas y las imposiciones sociales que hieren, desbordarse a solas, replantear la necesidad de los objetos, dimensionar el peso de la acumulación, despojarse del atiborramiento, compartir el alimento, escuchar el lenguaje secreto del viento en el susurro de las hojas, perder el temor a quebrantar la líneas torcidas de un destino creado, volver a usar las manos para cosechar, para construir, para escribir algo que no se parece al sufrimiento y que congrega una antigüedad extraña, anular la eternidad, lo inamovible, lo establecido. Retar el cuerpo, poner en duda la estabilidad de los calendarios, preguntarse una y otra vez: ¿porqué se necesitaron más de veinte años para dejar de alimentar el ridículo hechizo del caos?

Despertar maravillada por tener un cuerpo, una primera e íntima casa, un recipiente para la sensibilidad, una herramienta para recorrer la inmensidad de un territorio verde, electrizante y magnético que si se nombra desaparece. Ir desaprendiendo la materialidad y exaltar la carga poética de las formas que se ocultan en el espesor de la niebla, jugar a imaginar criaturas legendarias en los bosques, buscar la magia de la protección en las plantas, abrazar su sabiduría, su poder de sanación, su capacidad para disminuir el dolor en los otros. Retomar la viveza, desprenderse de la inhóspita turbulencia de una sociedad caduca e injusta, convertir en realidad la lentitud, descubrir la extraordinaria virtud de la tranquilidad, desintegrar el miedo y anular las afirmaciones pretenciosas ancladas a mi generación.

Ahora que hablamos de volver a lo esencial, sería interesante olvidar las latitudes, entregarse al núcleo volcánico del silencio, contemplar la grandeza que se eleva en el horizonte, regresar a la serenidad del poniente, a la fuerza instintiva de la libertad estremecedora y al equilibrio majestuoso de las gotas de agua.

Por Ana Sofía Buriticá Vásquez /@sofienelmar

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