El Magazín Cultural

Todos los niños crecen, excepto uno

Desde su nacimiento en Kensington Gardens, hace más de ciento diez años, Peter Pan conserva el don de la juventud eterna y la capacidad de fascinación propia de la infancia.

Laura Villegas
20 de octubre de 2017 - 09:37 p. m.
Paul Hilton como Peter en "Peter Pan".
Paul Hilton como Peter en "Peter Pan".

Hasta hoy, sus adaptaciones al teatro, al cine y al ballet reúnen a espectadores deseosos de viajar a Nunca Jamás, donde se llega volando en dirección a la segunda estrella a la derecha, y después en línea recta hasta el amanecer.

A diferencia de otras puestas de Peter Pan, que intentan hacernos pasar de lo real a lo imaginario por medio de recursos realistas, ésta nos hace una invitación más arriesgada, más personal. Si pudiéramos decir que lo que se pone en escena es un juego de niños donde lo lúdico nos hace perder la noción del tiempo, donde nos enfocamos en un objeto o un sonido olvidando todo lo demás, permitiendo que lo sostenga el andamiaje débil de los sueños, entonces nos acercaríamos a una definición de la propuesta de Sally Cookson.

El enfoque de esta puesta del National Theatre es la diversión: es la invitación a un juego de niños. La torre escénica, los actores, los tramoyistas, los músicos y los marionetistas son parte de ese juego. En este Peter Pan, la imaginación se encarga de aprovechar las posibilidades de los objetos, haciendo que cada cosa figure otra y ayude a la narrativa: no importa que los actores no sean niños, que los tramoyistas y marionetistas invadan la escena, que los arneses con los que los personajes “vuelan” sean visibles y que el casting sea colorblind. El reto está en dejarse llevar. Se trata usar el lenguaje teatral para jugar con Peter Pan.

La actuación es brillante: en la tradición británica de las puestas de pantomime, este Peter Pan recurre a canciones, bailes, bromas que interpelan al público, acrobacias y personajes que cruzan de género (Si: en esta puesta el personaje de Campanita es un hombre y el Capitán Garfio es una mujer-madre que quiere que Peter madure y crezca). La banda está en la escena y acompaña a los actores con piezas que van desde el rock hasta el reggae. El uso del lenguaje es simple y ayuda a que niños y adultos se identifiquen con los personajes.

El espacio se convierte en un cuadro expresionista, que se recrea mil veces durante la puesta: de a ratos es un sinfín negro, en otros momentos, un muro de ladrillos, luego un barco pirata. Es urbano, vanguardista, rockero y aparentemente descomplicado, pero en el fondo se trata de una composición milimétricamente cuidada. Como en los sueños, el espacio fluctúa: se abre, cambia, pulsa, gira al ritmo de la actuación y de la música. Todo es un truco. Todo es un juego. Todo es burlón y desenfadado, y eso lo vuelve impecable. Nada necesita un disfraz porque eso está provisto por la mirada del espectador.

Desde el lugar de espectadores, padres e hijos tienen experiencias paralelas: los niños se sumergen en dos horas de fantaseo y de juego. Los padres, por su parte, vuelven a visitar una historia que conocen y que una vez disfrutaron, salpicada de guiños para ellos: en el humor, en el rock, el reggae y en la dinámica de la puesta. Y ahí es donde se materializa el hechizo. Peter Pan, después de todo, es desde su nacimiento una invitación a creer en la ma

Por Laura Villegas

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