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Todos somos vigilados

Empieza la segunda edición de Ambulante Colombia, el festival itinerante de documentales. Este año el eje conductor es el concepto de vigilancia.

Sara Malagón Llano
25 de agosto de 2015 - 03:43 a. m.
Edward Snowden en el afiche de “Citizenfour”, el documental que le da hoy apertura a la gira de documentales.
Edward Snowden en el afiche de “Citizenfour”, el documental que le da hoy apertura a la gira de documentales.

“Laura. En este punto no puedo darte más que mi palabra. Soy un empleado gubernamental de alto rango en organismos de inteligencia. Espero entiendas el enorme riesgo que implica ponerme en contacto contigo (…). A partir de ahora debes saber que cada frontera que cruces, cada compra que hagas, cada número telefónico que marques, cada antena de telefonía con la que te cruces, cada amistad que mantengas, cada página que visites, cada asunto de tus correos electrónicos, cada paquete que envíes estará en manos de un sistema cuyo alcance es ilimitado, pero no así sus mecanismos de seguridad (…). Si se publica el material original lo más seguro es que yo me vea implicado de inmediato. Eso no debe disuadirte de publicar la información que te proveeré (…). Sólo te pido que te asegures de que esta información pueda llegar a los ciudadanos estadounidenses. Gracias y ten cuidado. Citizen Four”.

Citizen Four fue el alias utilizado por Edward Snowden para contactar secretamente, y mediante correos encriptados, a la periodista Laura Poitras. Los correos empezaron a llegar en enero de 2013. En ellos Snowden le reveló a Poitras información sobre las intervenciones electrónicas ilegales de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos y otras agencias de inteligencia. “Preguntas por qué te escogí”, escribe Citizen Four, “pero yo no lo hice. Fuiste tú”. ¿La razón? Poitras trabajaba en un filme sobre programas de monitoreo en Estados Unidos que fueron el resultado de los atentados del 11 de septiembre.

En los correos Citizen Four le aconsejó ponerse en contacto con Glenn Greenwald, un periodista de The Guardian, y compartir la historia. “Esto es demasiado para una sola persona”. En junio de 2013, junto con Greenwald y el reportero de inteligencia Ewen MacAskill, también de The Guardian, Poitras viajó a Hong Kong con su cámara para el primer encuentro. “Nuestro primer intento de cita será a las 10:00 a.m., hora local, el lunes. Nos encontraremos en el vestíbulo, afuera del restaurante del hotel Mira. Estaré jugando con un cubo de Rubik, para que me puedas identificar. Acércate y pregúntame si sé los horarios del restaurante. Yo te responderé diciendo que no estoy seguro y te sugeriré que vayas a la cafetería. Te ofreceré mostrarte dónde está, y en ese punto estaremos bien. Tú simplemente debes seguirme naturalmente”.

Con su cámara, en el cuarto de hotel de Snowden la directora hace las grabaciones que alimentaron su documental, y al mismo tiempo se convierte en una pieza más dentro de las revelaciones que Snowden hace a lo largo de una semana. Del absoluto anonimato, Poitras, Greenwald y sobre todo Snowden pasan a ser protagonistas y los principales informantes de un escándalo que reveló las técnicas ilegales de captación masiva de datos de la NSA, entre ellas las maniobras que incluyeron la interceptación de las comunicaciones de la canciller alemana, Ángela Merkel, y la presidenta brasileña, Dilma Rousseff. En medio del torbellino de información lo que hay es un ser humano atrapado en un hotel de Hong Kong. El documental muestra esa angustia desde cerca. Es imposible salir sin ser detectado. En menos de ocho días Snowden se convierte en un ciudadano de ningún lado y en la persona más buscada, acosada por los medios y por el gobierno de su país, al que seguramente nunca podrá volver sin ser detenido y encarcelado. La Ley de Espionaje de 1917 de Estados Unidos, una de las que se le acusa de haber infringido, no distingue entre un traidor a la patria que proporcione información confidencial a un enemigo en plena guerra y un ciudadano que revela información secreta por un bien común. Para ese entonces —aquellos días en que se ganó al gobierno estadounidense como enemigo— Snowden tenía 29 años.

“Por qué hice lo que hice, me preguntarán. Creo que todo esto se trata del poder de un Estado y de la capacidad de la gente de oponerse de una manera significativa a ese poder. Me acuerdo de cuando la red era un lugar libre y de verdad servía para comunicar a la gente. Ahora todos esperan ser vigilados y se abstienen de expresar ciertas opiniones o afiliarse a un movimiento político determinado por miedo a ser espiados. Y esto limita la libertad intelectual de la gente. Estoy dispuesto a arriesgarme a ir a prisión, pero no a censurar mis horizontes creativos e intelectuales”.

Este documental acerca el fenómeno, lo hace más tangible y entrañable, como siempre que un hecho mayor se cuenta desde un caso preciso. Y no sólo hace íntima y cercana la figura de Snowden, tan humano, tan vulnerable, tan injustamente perseguido: también funciona como una cachetada que tal vez despierte al espectador de la apatía contemporánea, de nuestra inmovilidad ante el hecho de que a través de Facebook, Twitter, Gmail, WhatsApp, los GPS de nuestros celulares, tarjetas de crédito, tarjetas de metro a nivel mundial y cualquier otra forma de comunicación virtual somos rastreados y espiados sin ningún impedimento, ni siquiera nuestra protesta o resistencia. Gloriosos los días en que Dios era el mayor de los miedos humanos.

Por Sara Malagón Llano

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