El Magazín Cultural
Publicidad

Trabajo duro, disciplina y empatía: pilares en la vida de Álvaro Millán

En la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos a Álvaro Millán. “Durante las vacaciones con mi hermano y Juan Guillermo Ángel, mi primo, en una quebradita de la finca de mi tío nos divertía hacer represas y canales. Como Jaime iba a estudiar ingeniería, me entusiasmó seguir ese camino”.

Isabel López Giraldo
10 de junio de 2020 - 10:34 p. m.
Álvaro Millán tiene una empresa dedicada a hacer trabajos de consultoría para temas de arquitectura e ingeniería
Álvaro Millán tiene una empresa dedicada a hacer trabajos de consultoría para temas de arquitectura e ingeniería
Foto: Archivo Particular

Ancestros-Abuelos paternos

Mi abuelo, Enrique Millán Salas, y mi abuela, Rebeca Rubio, constituyeron una familia base fundamental de las generaciones posteriores. La poca información que tengo de mi abuelo la he obtenido a través de mi primo Alfonso Gutiérrez Millán, pero por lo que le contaron a él. Dice que su temperamento era muy fuerte (como lo fue el de mi papá), que resultó herido en la Guerra de los Mil Días, y que, cuando lo llevaron al hospital, se voló con la ayuda de una monja.

Nunca conocí tías. Las tres murieron antes de que mi papá se casara. Recuerdo a mi tío Darío, el mayor de todos sus hermanos, que vivió en Bogotá y a quien vi un par de veces. Recuerdo también, de manera muy especial, a Indalecio, el más cercano de todos mis tíos, pues, cuando la época de la violencia, él vivía en el Líbano donde era síndico del colegio oficial del pueblo, porque él fue alguien muy educado. Mi papá lo invitó a Pereira y, una vez en la ciudad, montó un almacén a una cuadra del suyo que estaba ubicado en todo el marco de la Plaza de Bolívar, en un momento de la ciudad en que era muy pequeñita, tenía tranvía que pasaba frente al almacén y, ahí en la Plaza, se daba un intercambio, pues la línea se partía en dos, para que el que viniera dejara pasar al que iba; los carros se parqueaban alrededor, debajo de los árboles de mangos; las mercancías se transportaban en carretilla movidas por caballos.

La familia de mi primo Alfonso es muy numerosa, fueron doce o trece hijos, de los cuales él es el menor, muy contemporáneo nuestro y cercano. Alfonso, hijo de una tía que nunca conocí, quedó huérfano, entonces Indalecio lo adoptó, pero también a su hermana Rebeca, que comparte nombre con mi abuela.

Mi papá, Enrique Millán Rubio, nació en San Juan de Rio Seco, Cundinamarca. Cuando era muy niño la familia se instaló en el Líbano, Tolima. Fue el último hijo de mi abuela, nació dieciséis años después de su hermano inmediatamente mayor, pero quedó huérfano de mamá cuando tenía dos años, entonces fue criado por una de sus hermanas. A sus dieciséis años se fue, solo, del Líbano para Ibagué, estudió comercio y empezó a trabajar, en principio, con la Gobernación del Tolima. Fue emprendedor desde muy joven, fundó un buen número de empresas. Dentro de ellas hubo algunas muy importantes, como Colmotores, por ejemplo, que fundó con Germán Montoya, pues ellos fueron muy amigos. Con él también fundó Servimos, una especie de Ley. Con Alfredo Hoyos comenzaron las granjas avícolas en Pereira, Avilandia, ubicada a la salida de Cerritos y cerca a la entrada a El Tigre. Esta fue productiva hasta que una peste mató los pollos, aunque don Alfredo la siguió para convertirse en el origen de Frisby. También tuvo una fábrica, Confecciones Don Q, en la época en que empezó Camisas Don Félix, cuando ya habían sido fundadas Jarcano y Valher, y cerraron en la famosa crisis del sector de las confecciones. Asimismo, colaboró, en compañía de don Gonzalo Vallejo Restrepo, en la estructuración del Banco de Risaralda, proyecto que por la situación económica del país en dicho momento no fructificó.

Luego se dedicó a la política, pues de esta siempre le gustó que le permitía prestar servicio social y, contrario a los políticos de hoy que se enriquecen, mi papá hizo uso de sus recursos para ayudar a otros. Fue concejal de Pereira, luego estuvo en la Asamblea de Caldas, fue dos veces alcalde, representante a la Cámara, senador, y murió siendo gobernador de Risaralda, muy recién posesionado.

Resulta que mi papá nunca supo que tenía algún tema delicado de salud, sino que empezó a olvidar cosas y a perder el equilibrio. Un día cualquiera le dijo a mi mamá que se iba para Cali, pero sin contarle la situación. En la Cámara de Representantes mi papá tenía un amigo médico, neurocirujano, que lo examinó. Al día siguiente nos llamó para que viajáramos porque lo iban a operar. En la cirugía se vio que el sitio donde estaba ubicado el tumor hacía imposible cualquier intervención. Muy poco tiempo después murió.

Mi papá nos dejó grandes enseñanzas, una de ellas, su misión de servicio, que de muchas formas se manifestó. Por ejemplo, por cada uno de sus hijos que estudió en la universidad, él les dio universidad a dos personas más, tradición que le heredamos. También me enseñó a ser trabajador incansable, pues desde que estábamos en el colegio, y durante las vacaciones, nos llevó a trabajar al almacén. Nos enseñó a madrugar, porque toda mi vida me he levantado muy temprano. Decían que cuando él abría su almacén, de una vez abría la plaza(risas). Fue un hombre recto que, como mencioné, jamás sacó beneficio propio de su actividad política. Y nos inculcó el estudio como un pilar fundamental.

Si está interesado en leer otro capítulo de esta serie, ingrese acá: Adriana Marmorek: “El arte como la vida”.

Ancestros – Abuelos maternos

A mi abuelo, Antero Ángel Mejía, tampoco lo conocí pues murió antes de que mi mamá se casara. Fue abogado, de los primeros que hubo en Pereira. Mi abuela, Adelfa Ramírez de Ángel, fue una mujer maravillosa. Su casa quedaba en la carrera 7º #21-22, nomenclatura que ya no existe. Ella ocupó los altos de la casa y nosotros los bajos porque mi mamá fue su única hija mujer, la menor de ocho hijos.

De mi abuela recuerdo mucho su generosidad, la manera como ayudaba a los más necesitados. Había un día de la semana en que a su casa llegaban a desayunar los indigentes de la ciudad, y nunca faltó la Loca Débora, personaje de la vida local.

A través de mi abuela llegó el primer libro a mis manos cuando tenía seis años. Resulta que en la parte de atrás de la Iglesia Catedral, casi llegando a la 21(calle 21), había un almacencito. Era una librería con énfasis en teología, y allí adquirió la colección Clásicos Juveniles, edición española. Entonces, el primer libro que recibí fue La Ilíada, recuerdo también La Odisea, Vidas Paralelas y otros. En la medida en que íbamos leyendo mi abuela nos iba regalando, porque también fue así con mi hermano Jaime.

Mi abuela fue el centro de toda la familia. Por la ubicación de su casa, que estaba asentada sobre la carrera séptima, cada vez que había un desfile o una conmemoración como la Semana Santa, coincidíamos todos en sus balcones: tíos, primos y demás miembros de la familia. Vivía con su hermana Ana, Aniqui, porque mi otra tía-abuela, María, vivía en Manizales. Cuando nos mudamos mi abuela siempre siguió muy pendiente de nosotros.

La recuerdo mayor, muy sencilla y tradicional, católica, conservadora (contrario al resto de la familia), cultivó las costumbres familiares que nos permitieron celebrar los días de la madre, las navidades y las fechas especiales. Cuidó de mí con devoción cuando se consideraba la rinitis una enfermedad. Cada vez que yo estornudaba decían que tenía gripa y me mandaban a la cama. Mi abuela se iba para la casa de mi mamá a acompañarme, me contaba historias y me leía cuentos, esto por días enteros.

Entonces fue mi abuela quien me introdujo al mundo de la lectura, de los libros, de la literatura. Con su forma tan cariñosa y caritativa, hizo que la quisiera muchísimo. Sufrió un derrame que le repitió cuando yo estudiaba en Bogotá, entonces vine a visitarla y le dije:

— Abuelita, así como saliste del primero, de éste también lo harás.

— No, mijo. Mi diosito ya me quiere allá arriba, yo hice mucho ya.

Padres

Mi mamá había sido la única mujer dentro de una familia numerosa. En las familias de esa época, los que tenían la oportunidad de estudiar eran los hijos menores, porque los mayores tenían que salir a trabajar para aportar a la casa. Como no había colegios en Pereira, la mandaron a estudiar a Cartago y por algo que nunca pude discernir muy fácil mi mamá se quedó temporalmente ciega. Tuvo que devolverse y no pudo seguir estudiando.

En ese momento la medicina era tan básica que no supieron de qué se trataba, pero mi abuela, que era una persona muy devota, se encomendó a Santa Lucía, a quien le sacaron los ojos antes de que la asesinaran, lo que la hizo mártir. Mi mamá recuperó parte de su visión y cuando tuvo una hija la llamó Lucía.

Ella, muy inteligente, para escribir o para leer, además de los anteojos que le recetaron, tuvo que utilizar una lupa grandísima. Sin embargo, nos ayudaba con las tareas cuando estábamos en primaria, pero siempre apoyada en su lupa. Por el hecho de haber perdido totalmente la visión, aunque después la recuperara, pero sólo de manera parcial, generó distancia social. La gente en la calle tenía la impresión de que era una persona muy antipática porque cuando salía no saludaba a nadie, pero era que no veía, no reconocía a las personas. Eso también la hizo muy introvertida, quizás por eso yo lo soy también, como lo fueron sus hermanos a excepción de los dos menores, Jaime y Guillermo, que se integraron más al mundo y fueron los más alegres de la familia.

Por no tener la capacidad de ver, mi mamá quería mucho lo que tenía cerca. Pienso que de ella proviene mi temperamento, mi mamá es la explicación de porqué soy así.

Mi mamá tenía unos primos en Ibagué, de apellidos Villegas Ramírez, donde pasaba sus vacaciones. Estando allá conoció a mi papá que, como agente viajero, la visitó repetidas veces en Pereira. Ya casados mi papá trabajó con Guillermo Gaviria Ángel, primo de mi mamá, en la agencia de Coltejer. Porque mi papá fue un hombre muy sociable, buen relacionista público, aspectos de la personalidad que le ayudaron en sus negocios y que claramente yo no heredé pues, como mencioné, soy muy tímido, realmente tímido.

Hermanos

Somos cuatro hijos, Lucía, Jaime, Álvaro y Diego, menor a mí cuatro años. Lucía, la mayor, es abogada de la Universidad Libre y en este momento jubilada. Siendo la única mujer, siempre fue tratada con mucho cariño y exclusividad, tanto por mi papá como por nosotros sus hermanos.

Jaime, ingeniero civil de la Universidad Nacional Escuela de Minas de Medellín, con un doctorado en recursos hidráulicos de Colorado State University, con quien fundé en el año 1972 la firma Ingestudios que posteriormente cambió de nombre a Ingeniería y Estudios Ltda, y de allí se derivó una tercera firma que se llamó Mejía y Millán, más tarde se transformó en Mejía, Millán y Perry, de la que hicieron parte José Manuel Mejía y Guillermo Perry.

Diego, ingeniero administrador de la Universidad Nacional de Medellín, Escuela de Minas, con un MBA de Stanford, con quien creé una firma constructora que se llamó Invercor, con la que desarrollamos varios proyectos importantes de vivienda en Pereira.

Infancia

Pedí entrar a estudiar cuando mi hermano Jaime comenzó en La Salle. Un poco más adelante me matricularon en el kínder de la escuela El Divino Principito que había montado cerca de la casa una maestra jubilada. Allí impartía educación personalizada de matemáticas, historia sagrada, Catecismo Astete, con el que enseñaron la religión por siglos, pero también enseñaba a leer y a escribir.

Después de ese año y, cuando Jaime ya cursaba tercero de primaria en La Salle, fueron a matricularme en su colegio. Resulta que en ese tiempo había que llevar el pupitre y por alguna razón el mío se demoró, entonces me pusieron, temporalmente, con mi hermano. Pasados dos meses llegó mi mamá con el pupitre, pidió que me pasaran a primero, y los hermanos lasallistas le dijeron: “para qué lo vas a devolver de curso si él va muy bien aquí”. Entonces me quedé toda la vida estudiando con mi hermano, me hice amigo de sus amigos, todos de su edad, lo que tiene ventajas como el compartir con quienes han vivido un poco más, porque comunican más, pero también desventajas, porque deja uno de desarrollarse con sus contemporáneos.

Mi hermano que durante su vida ha disfrutado muchísimo las humanidades, también ha sido un lector increíble hasta quedar casi ciego. Resulta que mi papá tenía establecida una hora para acostarse, no era negociable, entonces Jaime se metía bajo las cobijas con una linterna y un libro para seguir leyendo. En bachillerato tuvimos un profesor de literatura excelente, pero quien dirigió mis lecturas fue mi hermano Jaime. Él estuvo delante de mí en todas las clases, excepto el año en que lo superé (risas).

A mi hermano y a mí nos fue siempre muy bien en matemáticas, pero éramos malísimos en manualidades como escritura, dibujo y música, porque, además, somos completamente sordos.

Cuando estábamos en primero de bachillerato, en Manizales conformaron coros de todos los colegios de Caldas. En la selección de la Salle, el maestro Grajales nos hizo pruebas en las que pasaron todos excepto tres: Jaime, otro joven y yo. No sólo no nos llevaron al coro, sino que nos dejaron castigados haciendo planas. Porque yo desafino el coro en el que me pongan, aunque, por supuesto, me gusta oír música. Recuerdo que alguna vez le dijimos a mi papá que queríamos tomar clases de guitarra, pero él también era consciente de nuestra sordera.

Por pilatunas propias de la edad, con un grupo de amigos me vi involucrado en un llamado de atención que implicaba el retiro del colegio, pero Jaime se presentó para decir: “si a mi hermano lo echan, yo me salgo del colegio”, a él se sumaron otros y finalmente nos dejaron.

Pero esa no fue la única vez. Estando en primaria, cuando el país se movilizaba para derrocar a Rojas Pinilla y, como los curas lo respaldaban, nos echaron por política. Yo no sé qué hizo mi papá, pero nos volvieron a recibir.

En sexto bachillerato me dieron el premio al mejor deportista, no porque lo fuera, sino porque había participado en más cosas. Ya en la Universidad de los Andes, junto con Giordano Guiretti (italiano, compañero de curso y campeón intercolegiado de atletismo), pedimos participar en unas competencias nacionales, a lo que recibimos una respuesta positiva pero condicionada, porque la universidad sólo llevaría a uno de los dos. Entonces nos dedicamos a entrenar en las pistas atléticas de la Universidad Nacional donde vimos que éramos muy parejos, entonces competimos todo el sábado, sin parar, sin descanso. El lunes yo no podía moverme, me costó muchísimo subir las escaleras obligadas para llegar a clase, todo me dolía; de repente vi que Giordano venía, entonces me senté y esperé para no quedar en evidencia, y pude verlo gatear pues él tampoco fue capaz de subirlas. Esa semana teníamos una prueba para ver qué tiempo marcábamos, pero no nos presentamos (risas).

Vida universitaria

Como mi papá siempre quiso que yo fuera médico para que ayudara a la gente, durante mi bachillerato hice énfasis en biología, pues ya estaba claro mi futuro, pero al mismo tiempo en matemáticas, porque me gustaban. Recuerdo que seis meses antes de terminar hubo un accidente al frente de la casa que me obligó a ver a un herido. Esta situación me traumatizó y descarté medicina. También me gustaba la arquitectura, pero, como soy mal dibujante, no era opción para mí.

Durante las vacaciones con mi hermano y Juan Guillermo Ángel, mi primo, en una quebradita de la finca de mi tío nos divertía hacer represas y canales. Como Jaime iba a estudiar ingeniería, me entusiasmó seguir ese camino.

Nos presentamos a los Andes y en la Escuela de Minas, y pasamos en las dos universidades. En los Andes había que matricularse para aplicar y los dos lo hicimos, y a mí me llamó poderosamente la atención el hecho de que la carrera tomara tan solo cinco años y los dos últimos se hicieran en los Estados Unidos, además porque en la Escuela de Minas la carrera tomaba seis años. Jaime, en cambio, siempre prefirió la Escuela de Minas, al igual que mi mamá que quería que estudiáramos en Medellín, pues allá vivía una prima hermana suya (realmente eran casi hermanas). Sin embargo, la posibilidad de tener la experiencia internacional me llevó a decidirme por Bogotá.

Llegué a un apartamento, en Park Way, el que compartían Oscar Marulanda, estudiante de ingeniería, César Mejía, estudiante de odontología de la Javeriana, y Francisco Gutiérrez, quien ya terminaba medicina. Y desde allí me iba caminando hasta los Andes. Después de un mes me mudé a un cuarto en una pensión en Teusaquillo. Pasado un año me llamaron otros coterráneos, Guillermo Vallejo y William Jaramillo, para que compartiéramos y conformáramos un núcleo más cercano de gente de Pereira y de Cali. Un año más tarde nos pasamos a media cuadra de la Javeriana, en la 41 entre 7º y 9º, también con Guillermo Alfonso González. Ahí estuvimos hasta que nos echaron. Sí, porque nos echaron.

Resulta que en unas vacaciones vinimos a Pereira sin Quique Marín (qpd). Él tenía unos amigos costeños del Externado, donde estudiaba Derecho, e hizo una fiesta con ellos. Los vecinos se quejaron y las quejas fueron suficientes para sacarnos.

No fue fácil encajar. Los bogotanos nos decían: “ustedes, los de provincia”. Y no éramos tantos realmente. Esa relación no fue nada fácil porque si bien les gustaba estudiar conmigo y me invitaban a sus casas donde trabajábamos en los proyectos, cuando tenían un plan se despedían y se iban. Nunca me incluyeron.

Si bien mi decisión de universidad estuvo motivada por la experiencia que tendría en el exterior, durante el segundo año de carrera el rector nos llamó para darnos una “buena noticia”, la de que ya no íbamos a terminar en los Estados Unidos sino en Bogotá. Lo positivo que debo rescatar de esto es que los cursos que nos dictaron de inglés fueron muy buenos y útiles, pues yo no tenía el idioma porque en el colegio no pasábamos del verbo to be or to have.

Desde el primer semestre recibimos clase de química, pero como el libro guía era en inglés y para el día siguiente debía haber estudiado veintidós páginas me tocó estudiar hasta las dos de la mañana con un diccionario en la mano, esforzándome por entender y por completar el material. El sistema de estudio en los Andes consistía en que pasaban a un estudiante a que explicara la teoría, luego a otro para que resolviera los problemas y el profesor atendía las dudas. La clase no era magistral. No fueron pocas las veces en que sentí que no iba a lograrlo.

Resulta que durante la primera semana me vi obligado a montar en bus, que pasaba a reventar de gente, entonces decidí salir antes de la hora acostumbrada. Así llegaba muy de mañana a la universidad. A Ronald Moore, compañero de clases, su papá, que era médico y trabajaba en el San Juan de Dios, de camino al trabajo lo arrimaba a la universidad, también muy temprano. Entonces, así como mi papá abría la Plaza de Bolívar, yo abría la Universidad de los Andes, seguido por Ronald que con tan buen inglés solucionó todas mis inquietudes. Gracias a ese hecho gané la materia, de otra forma, no sé cómo hubiera podido lograrlo. Reconozco que no recuerdo absolutamente nada de química.

Para colmo, el profesor de dibujo no explicaba la materia y, si bien algunos estudiantes sabían cómo hacer los trabajos, varios no teníamos la menor idea. El libro base también estaba en inglés. Eso le facilitó el trabajo a los bilingües, pero a mí me dio doblemente duro por no tener la habilidad para dibujar y por no tener el idioma. Las planchas las calificaban por el contenido y por el aseo, y como a mí me tocaba borrar mucho, entonces me iba muy mal. Pero en el examen final no tenían en cuenta el aseo, entonces logré pasar la materia.

Ocurrió que quienes calificaban las planchas eran los monitores y no los profesores. Resulta que, ejerciendo como ingeniero en Pereira, hacía la interventoría del Plan Maestro de Acueducto y Alcantarillado en el que una firma de Bogotá se ganó la construcción de un colector. Esta envió al ingeniero residente. Cuando me visitó para preguntar sobre el proyecto, sin reconocerme, preguntó:

— Hay un ítem que se llama concretos a la vista, ¿éstos cómo tienen que ser?

— Le voy a contar una anécdota para que se ría. Cuando yo estaba en la universidad tuve un profesor que me calificó con 2 en todas mis planchas, aduciendo un tema de aseo. Entonces, estas tienen que quedar impecables(risas).

Cuando estudiábamos laboratorio de materiales íbamos a los laboratorios de la Javeriana, más adelante llegaron los equipos a los Andes. El “Chief” Amaya, profesor de esa materia, me llamó para invitarme a que fuera su monitor para el próximo curso. Acepté encantado y le pregunté:

— ¿Qué tengo qué hacer?

— Ahí están los equipos, móntelos y dé las clases.

Así fue como armé el primer laboratorio de la universidad. Cuando vimos geotecnia e ingeniería de suelos, Carlos Angulo Galvis, gran profesor y persona, que luego fue rector de la universidad, me invitó también a ser su monitor. Fue por él que me especialicé en geotecnia, la materia que más me gustó siempre. Como monitor y posteriormente como profesor, nunca fui cuchilla, exigente sí, que es distinto.

Docente universitario

Porque luego, ya en la Universidad Tecnológica de Pereira, fui profesor de cátedra por dos años y ocurrió igual: a los estudiantes los hacía trabajar mucho, pero el que respondía pasaba la materia.

Me gusta la docencia y siempre dije que cuando llegara a los cincuenta me iba a dedicar a ella, pasé por ahí hace rato y no lo he logrado. Solo enseño en la oficina a la gente que trabaja conmigo.

Recuerdo una anécdota muy curiosa que viví en una época en que los estudiantes no se graduaban tan jóvenes del colegio como ocurre ahora. El primer día de clases como profesor, y a mis veintiún años, me vestí de saco y corbata, me fui para la universidad y me paré frente a los alumnos en el salón de clases marcado con el número 201, un salón enorme y muy conocido por todos. Entonces les dije:

— Señores, por favor, siéntense que vamos a empezar la clase.

— ¡Sentáte voz que ya viene el profesor! Me dijeron (risas).

Fue un muy buen grupo, excelentes estudiantes que han ocupado las gerencias de los ingenios de Risaralda y del Valle, entre otras altas posiciones. Fueron muy pocas las alumnas mujeres, pues no escogían mi clase por exigente y como éramos dos profesores tenían la otra opción.

Llevaba dos semanas y, como ocurría en los Andes, yo les daba problemas para que resolvieran en la casa. Luego los pasaba al tablero. Un día, cuando comenzó la clase, les pregunté si tenían alguna duda. Alguien del fondo dijo: “sí, profesor, queremos que nos resuelva tal problema”. Comencé a resolverlo y estaba complicado, se terminó la hora y me dijeron: “no, profesor, bien pueda siga”. Continué hasta lograrlo, todos tomaron nota y salieron del salón, a excepción de uno que me dijo: “profesor, le voy a decir la verdad. Le pusimos ese ejercicio porque hasta ahora no lo había resuelto nadie”. La ventaja es que ese problema tenía que ver con lo que yo había trabajado, entonces para mí no fue tan difícil y con eso me gané su respeto.

A los dos años, cuando enseñé mecánica de fluidos, como hay parte de las matemáticas que uno no vuelve a utilizar, o por lo menos casi nunca lo hace, se me habían olvidado las integrales dobles. En algún momento tuve que dar una clase sobre ese tema, que no tuve tiempo de preparar. Cuando llegamos a esa parte, les dije:

— ¿Alguien de ustedes quiere pasar al tablero a resolver el ejercicio?

Pasó un muchacho que me dijo:

— ¿Quiere que lo hagamos por tal método?

— No, escoja usted el método que quiera (risas).

El tema se me complicó al momento de calificar los exámenes, pues no había monitores que lo hicieran y eran grupos muy numerosos, hasta de cuarenta alumnos. Llegó también un momento en que en todo el territorio nacional los alumnos se sublevaron. A raíz de eso dejé de dar clase.

Recuerdo que al comienzo de semestre les presentaba el programa completo. Los parciales estaban claramente indicados, no eran ni el día antes ni el siguiente. A la clase de dinámica asistían veintidós de treinta alumnos y por el desorden administrativo no contábamos con las listas de estudiantes. Cuando llegó la fecha del primer parcial entraron los que iban a clase, pero afuera comenzó una manifestación. Salí y les dije:

— Señores, por favor, hagan su manifestación en otro lado porque los muchachos están presentando un parcial.

— Profesor, es que nosotros también somos alumnos suyos.

— Ah, ¿sí? Mucho gusto.

— Y no vamos a entrar porque no nos sentimos preparados.

— Eso lo entiendo con claridad, porque no los he visto en clase ni el primer día.

El caso es que hicieron salir a todos del examen. Entonces fui a la decanatura y expuse que no seguiría dando ese curso, no en esas condiciones. Los de la otra materia se enteraron y lo presentaron todos. Los manifestantes citaron a una reunión en el famoso salón 201, al enterarme, me presenté, discutieron y me dijeron:

— Profesor, nosotros estamos acostumbrados a que aquí se hace nuestra voluntad.

— Pues conmigo no es de esa manera.

Se demoraron casi el mes en encontrar un profesor que les dijo:

— Les voy a dar el curso con tres condiciones que tienen que aceptar.

— Bueno, profesor. Y ¿cuáles son las condiciones?

— La primera es que aquí se hace lo que yo diga; la segunda, se sigue haciendo lo que yo diga; y la tercera, se termina haciendo lo que yo diga.

Y terminaron el curso con él. Yo me retiré, me prometí que a mis cincuenta volvía, lo que no ocurrió, pero fue una muy buena época. Considero valioso el contacto permanente con la gente joven, es algo realmente importante.

Maestría

Una vez graduado como ingeniero, trabajé en Valorización de Pereira. Los profesionales en la ciudad éramos muy poquitos y este trabajo era la mejor manera de retribuir lo recibido, además, porque las opciones laborales eran muy escasas.

En el momento en que decidí adelantar una maestría, consideré Holanda con una beca de la universidad para estudiar hidráulica y con el compromiso de volver a montar el laboratorio de los Andes. Como los holandeses le han tenido que robar tierra al mar para construir sus ciudades, manejan muy bien este tema, son expertos. Cuando ya estaba en ese proceso recibí el aviso de que me habían dado la beca a la cual también había aplicado, la Fullbright para geotecnia, y renuncié a la de Holanda. Entonces, Germán Lleras, ya fallecido y quien fuera una gran persona, de los pocos amigos bogotanos que tuve, viajó a Holanda y a su regreso montó el laboratorio.

Antes de viajar a los Estados Unidos ya me había comprometido con mi novia, viajé, regresé el veinte de diciembre y el primero de enero ya estábamos casados y viviendo en Ames, Iowa.

Su esposa

A mi señora, Beatriz Amelia, hija de Octavio Mejía y Alicia Gutiérrez, la conocí desde que éramos muy chiquitos, cursaba yo quinto y ella cuarto de bachillerato, y nos ennoviamos cuando entré a la universidad. Beatriz Amelia se fue para Medellín a adelantar sus estudios de pregrado, pues, por costumbres de la época, ella no debía estar en la misma ciudad que su novio.

Beatriz estudió filosofía y letras, y me enseñó a querer cosas muy específicas de las humanidades que en ese momento yo no conocía lo suficiente, me inició en el estudio de historia del arte desde primer año de universidad, después, por mi cuenta, tomé el ciclo completo.

Cualquier día, subiendo las escaleras de los Andes, me encontré a mi prima escritora, Alba Lucía Ángel Marulanda, que hablaba con alguien. Me llamó y me dijo:

— Álvaro, quiero presentarte a Marta Traba, una persona muy interesante y crítica de arte excepcional. Marta va a empezar unos cursos que tú deberías tomar.

Tomé los ciclos y me encantaron. Con ellos logré los únicos cincos en toda mi carrera, algo casi imposible en la Universidad de los Andes en ese tiempo. Ya con mi señora he disfrutado muchísimo, a través de viajes, de la pintura, la escultura, las exposiciones en museos, también de la música.

Cuando éramos novios nos veíamos en vacaciones. Como monitor me ganaba ciento cincuenta pesos mensuales, exactamente lo que valía un pasaje de ida y regreso en Aerocóndor a Medellín, y en esos viajes me gasté la plata. Me quedaba en el apartamento de mi hermano y visitaba a Beatriz que vivía en uno de los apartamentos de las residencias de las monjas de la Bolivariana, las que restringían las salidas. Como horario de entrada impusieron las siete de la noche, momento en que debía despedirme. Como la plata sólo me alcanzaba para el pasaje, a la hora del almuerzo Beatriz se iba a su residencia y yo donde mi hermano. Esta fue una época muy bonita, realmente lo fue.

En los Estados Unidos, ya casados, Beatriz se matriculó en cursos de filosofía y de historia del arte, los temas que a ella le gustan. Claro que al comienzo le dio muy duro porque llegamos en pleno invierno, quizás el primero de enero. Al día siguiente salimos a comprar abrigos, pues lo que uno lleva de Colombia no sirve. Recuerdo con mucha consideración que se me puso a llorar en una esquina del frío tan insoportable.

Cuando me anunciaron que contaba con la beca, también me dijeron que debía decidir si me iba para Iowa State University o Rensselaer Polytechnici Institute, y no tenía referencia de ninguna de las dos instituciones. Le pedí consejo al mono Ángel Carlos Arturo Ángel, que me dijo: “depende, si se va a ir casado, váyase para Iowa pues en Nueva York esa plata no le alcanza para vivir, pasaría hambre”. Después supe que Rensselaer era uno de los mejores institutos de geotecnia que hay en los Estados Unidos, pero no me arrepiento porque en Iowa el jefe del departamento de geotecnia, el doctor Handy, era una persona que había llegado a la geotecnia a través de la geología. Su enfoque me ha servido muchísimo en la vida. El profesor Handy es autor de uno de los libros de mecánica de suelos más utilizados en los Estados Unidos, libro que ya va en la novena edición.

Una vez en la universidad me presenté en la oficina de estudiantes extranjeros con la hoja de vida de Beatriz Amelia para decirles: “necesito una beca para mi señora”. Se la concedieron por sus méritos, entonces pudo tomar los cursos que tanto le han gustado siempre.

Esta fue una etapa muy linda que disfrutamos en pareja. Vivimos en un Estado muy conservador, xenófobo, donde los extranjeros no teníamos buen recibo y los únicos africanos conformaban el equipo de fútbol y basquetbol; era tierra de granjeros que cultivan maíz, pero que contribuyen mucho a la universidad, llevan muy buenos espectáculos culturales y nosotros como estudiantes pagábamos tan sólo un dólar para verlos. Asistimos a eventos magníficos como la Orquesta Filarmónica de Boston, a ballets chinos y coreanos, entre muchos otros, y también a conciertos de música popular como los de Tom Jones.

Cuando terminé la maestría me ofrecieron que me quedara a hacer el doctorado, pero en ese momento mi señora estaba en embarazo de Juan Alejandro y quería tenerlo en Colombia. Además, extrañaba mucho a la familia.

Doctorado

Una vez en el país comencé a buscar trabajo en Integral y en Estudios Técnicos, pero en ese momento la oferta no era buena. Decidí instalarme en Pereira y comencé a trabajar con el municipio.

Diez años más tarde adelanté el doctorado, cuando ya había logrado suficiente experiencia de trabajo, entonces sabía con precisión qué era lo que quería hacer.

Viajé a la Florida con mi familia, pues ya teníamos a nuestros dos hijos, Juan Alejandro de seis años y Enrique de tres. Parte del propósito fue que aprendieran el idioma y no sufrieran como yo cuando entré a la universidad. Me acompañaron por nueve meses, tiempo que duró la licencia de Beatriz Amelia. Curiosamente Enrique se iba a quedar conmigo, pero no lo hizo porque como le dijo a la mamá: “no, ma, yo mejor me voy para Colombia porque mi papá cocina muy maluco” (risas).

Mis dos hijos, Juan Alejandro, el mayor, es abogado de la Universidad Libre, con una especialización en derecho administrativo. Actualmente trabaja conmigo apoyándome en todo lo referente al tema jurídico. Y Enrique es administrador de empresas de la Universidad Católica, con un MBA de Nova University en los Estados Unidos. Actualmente es asesor comercial de la Embajada de Colombia en ese país, como parte del Ministerio de Comercio Exterior.

Esta fue una experiencia muy difícil, pues nunca cerré mi oficina en Pereira y el trabajo lo enviaban por “entrega inmediata”. Este se demoraba una semana en llegar, pues no se contaba con internet, ni siquiera había fax. Esta situación hizo que me atrasara tanto en el estudio como en el trabajo.

Tuve la fortuna de contar con un muy buen profesor en geotecnia, el doctor Townsend. Cuando hice la tesis me dijo que podía adelantarla en Colombia, siempre que hiciera el correspondiente registro. Si bien se extendió el tiempo del doctorado, me permitió mantener la oficina. El profesor Townsend llegó a la Universidad de la Florida proveniente del Cuerpo de Ingenieros de los Estados Unidos, donde en sus laboratorios desarrolló muchísimas investigaciones que, junto con las hechas en la universidad, han sido publicadas en los mejores journals de geotecnia. Luego tuve la oportunidad de invitarlo a Colombia a presentar algunas conferencias en Medellín, Manizales y Pereira, y presentar con él dos conferencias en el Congreso Panamericano de Mecánica de Suelos que se celebró en Cartagena en el año 1987.

A partir de ese momento comencé a equilibrar las cargas haciendo un trimestre en la universidad y el siguiente desde Colombia. Claro, escribir la tesis mientras se trabaja es muy pesado, por un tiempo no progresé, pero luego me organicé. Desde las cuatro y hasta las siete de la mañana trabajaba en la tesis, luego atendía los temas de la oficina, después de las nueve de la noche ya no era sujeto, aún hoy, porque me duermo.

Ingeniería de suelos – Geología

He escrito para revistas especializadas, pero aún no comienzo a escribir mi libro. Considero que este debe aportar elementos nuevos. El tema lo tengo, me es claro, pues tiene que ver con las condiciones de la región que habito.

A raíz de ello, cada vez que voy a un simposio y presento mis argumentos se dan discusiones muy largas. La gente que ha estudiado la geotecnia en los libros tradicionales le toma tiempo entender el comportamiento de estos suelos.

Al elaborarse los borradores de la norma sismo resistente NSR-10, los suelos de la zona cafetera habían quedado dentro de la categoría E, la cual corresponde a los de más pobre comportamiento. Al hacer su revisión me comuniqué con quienes estaban a cargo de esta sección y a través de las investigaciones que habíamos realizado en nuestra zona se pudo reformar el sistema para tener en cuenta las propiedades de los suelos volcánicos que le permiten estar mejor calificados. De haber quedado la clasificación original, hubiese sido casi imposible continuar con la construcción de edificaciones altas en nuestra región.

La zona del Eje Cafetero tiene unos suelos muy particulares, de origen volcánico, que no habían sido reportados en la literatura hasta hace muy poco tiempo, cuando el profesor Wesley, de Nueva Zelanda, por fin lo hizo.

Resulta que los suelos son una meteorización de la roca, algunos son volcánicos, pues los volcanes al hacer erupción envían una ceniza que viaja en nubes para depositarse de acuerdo con su tamaño. Las más grandes lo hacen primero, las más pequeñas más lejos. Esas cenizas, por efectos del agua y del clima, se van descomponiendo y se van volviendo suelo.

En la glaciación se formaron morenas, rocas que atravesaban las colinas para formar unos lagos que, como es obvio, se congelaban. Cuando esta etapa terminó, al estos descongelarse, produjeron torrentes de agua, tierra y roca, algo parecido a la erupción del Nevado del Ruiz. En las excavaciones hemos encontrado, a diferentes profundidades, pedazos de madera fosilizada de esa época.

Esto me recuerda cuando mi papá tuvo una finca en Puerto Boyacá, donde se encuentran muchos xilópalos, madera fosilizada, y yo conservé varios en mi casa. Al mudarnos quedaron allí y no sé qué suerte correrían.

Como profesional he tenido referentes importantes en geotecnia, como el profesor Ralph B. Peck que dejó unos libros sobre cómo atacar el problema cuando se llega a un territorio que no se conoce. Lo primero que sugiere que uno debe hacer es observar, investigar qué se ha hecho en esa zona y cómo se ha comportado, antes de hacer ecuaciones. Luego se deben buscar modelos matemáticos para intervenirla.

Ciertas cosas de la mecánica de suelos tradicional no funcionan en los de origen volcánico, especialmente si uno aplica la teoría de consolidación que arroja unos valores muy altos y los asentamientos de las edificaciones locales son mucho más bajos.

Entonces, con la ayuda de un ingeniero mecánico de la tecnológica, construimos equipos de perforación y máquinas de laboratorio para comenzar a trabajar en geotecnia, investigar y explicar las razones de estas diferencias, investigaciones que se han prolongado hasta el día de hoy, cuando nos acercamos a una respuesta.

En ese momento lo que se hizo fue seguir calculando con el sistema tradicional y, como yo sabía que los cálculos eran menores, entonces, de acuerdo con lo real, aplicaba un factor al asentamiento para que fuera coincidente con la realidad.

Luego comencé a trabajar en geotecnia de carreteras. Atendimos un proyecto muy lindo como lo fue la apertura de la carretera al Chocó desde las Peñas del Olvido en el departamento de Risaralda, un sitio ubicado después de Santa Cecilia, Guarato, donde el río San Juan se estrecha de manera importante. El que se cae de ahí queda en el olvido, de ahí su nombre. Pasábamos por una pequeña trocha en la pared del talud, dormíamos en campamento y a las cuatro de la mañana salíamos a recorrer un trayecto de doce horas en la selva hasta llegar a nuestro destino final. El paisaje era muy bello, surcado por quebradas cristalinas y ríos sin contaminar, pero hoy en día da lástima pues la minería ilegal se ha constituido en un factor adverso al ambiente.

Hicimos una aplicación en nuestros suelos referida a las estructuras de contención, más o menos altas, con suelos reforzados con geotextil. Por lo que se conocía de suelos reforzados, se utilizaban materiales granulares, no suelos finos, pero haciendo experimentos en el laboratorio encontramos que era viable usarlos, como efectivamente lo hicimos. Esto desde el año 1991.

Como ejemplos de este tipo de muros podría mencionar la ampliación del Aeropuerto Matecaña en Pereira, de aproximadamente dos kilómetros y medio, el muro de tierra reforzada de la cabecera 08 de 26 metros de altura, el más alto de Latinoamérica, porque no tengo datos de si ha sido superado por otro. También participamos en otras estructuras de este tipo en los aeropuertos de Armenia y de Ipiales.

Utilizando la misma tecnología trabajamos en el muelle de las cementeras, conocido como el Muelle de Cemex, ubicado en Buenaventura. El mar le había robado al sitio un pedazo de tierra, una zona recuperable porque como estaba establecido hasta dónde se podía hacer, se recuperaron quinientos metros de largo por doscientos de ancho, con una estructura similar. Normalmente para este tipo de trabajos se utilizaban pilotajes y estructuras sobre pilotes. Esto nos permitió hacer una construcción 40% más económica y funcional.

Aunque hemos trabajado en diferentes zonas del país, en el tema de cimentaciones estamos centrados en el Eje Cafetero y Norte del Valle.

Hay suelos muy diferentes, por ejemplo, en la Costa Atlántica. En Barranquilla hay suelos expansivos que son muy complicados, es decir, cuando les entra agua se expanden y cuando hay mucho sol se contraen. En este juego se mueven y al hacerlo pueden agrietar las paredes de las edificaciones. Se conoce un caso donde todo un conjunto falló por esa razón. En Cúcuta también hay suelos expansivos, así como en el Norte del Valle: Zarzal, Tuluá, hasta muy cerca de Cartago. A raíz de una investigación que había iniciado en la Universidad de la Florida sobre suelos expansivos, aplicamos en varios proyectos en el Norte del Valle un sistema hasta entonces no conocido en Colombia para el tratamiento de estos suelos, consistente en mantener la humedad de equilibrio de estos mediante un sistema de drenes invertidos, contrario a lo que hasta entonces se utilizaba. Este sistema ha probado ser muy eficiente en sectores cuyo tratamiento realizamos hace más de veinte años.

Estos suelos expansivos no son tan comunes en la Cordillera Occidental, la más joven que tiene Colombia, la más antigua es la Oriental, seguida por la Central. Dependiendo de cómo se formen los suelos, tienen una composición mineralógica diferente, igual que su comportamiento.

Cuando me pregunta, como es frecuente, si los resultados de un estudio de suelos realizado, unos pocos años antes siguen siendo válidos, le comparto una experiencia. Cuando apenas comenzaba mi ejercicio profesional, me contrataron para hacer un estudio de suelos cerca de la Iglesia de la Catedral. Cuando íbamos a hacer las perforaciones se retractaron. Entonces conservé las muestras que se habían extraído, se cubrieron muy bien, se cubrieron con parafina, siguiendo los procedimientos para que no perdieran humedad, y se guardaron. En ese momento alcancé a ensayar la tercera parte de las muestras, doce años más tarde, me llamaron para hacer otro proyecto en ese mismo sitio. Como tenía la duda de lo que hubiera podido pasar con las muestras, se volvió a perforar y a extraer otras y las exploraciones se hicieron muy cerca a las primeras para comparar el comportamiento. El resultado fue que si las muestras se protegen bien el comportamiento es muy similar, nunca exactamente igual, pero sí confiable. Esto sería de esperar si tenemos en cuenta que los suelos más jóvenes en Colombia se empezaron a producir hace cinco o diez mil años y lógicamente un proceso que toma este tiempo difícilmente puede revertirse en unos pocos años.

Si se hacen cortes en la tierra, y dependiendo de las capas, como en la Cordillera Occidental en Risaralda que hay una capa de ceniza no tan grande como en Pereira, por retirada, y debajo hay unos suelos residuales. Suelo residual es la descomposición de la roca que se vuelve suelo. Los que hay en la zona son dispersivos, lo que no es muy común, pero que, ante un gradiente hidráulico, cuando hay flujo de agua dentro del suelo se empiezan a degradar, se van formando pequeños tubos y el agua se lo va llevando para formar una cavidad muy grande.

Alguna vez me llamó Jaime Marulanda cuando estaba en el Comité de Cafeteros de Risaralda y me dijo: “Álvaro, tengo un problema con una bodega en Belén de Umbría. Se está viniendo el talud de atrás”.

Normalmente el problema en los taludes se da por la saturación. Pero yo no podía ir sino hasta dentro de dos días y él necesitaba una solución inmediata. Le sugerí que hicieran drenes para sacarle el agua. Cuando fui, me encontré que a través de las perforaciones salía el suelo como si estuviera licuado, lo que me hizo ver que el problema no era de saturación sino de suelo dispersivo, algo de lo que apenas había leído.

Fue así como montamos en el laboratorio el equipo para eso, hicimos ensayos y, evidentemente, se confirmó. El procedimiento no era el que había recomendado. Lo que se debía hacer era, por el contrario, cambiarle porciones de sodio por calcio. La solución, en vez de sacarle agua, era inyectarla con cal.

Ocurre en estas zonas que cuando hacen movimientos de tierra muy grandes sacan toda la capa de suelos de ceniza, que son relativamente buenas, y quedan en los suelos residuales con mayor resistencia, siempre y cuando estén confinadas y sin gradiente hidráulico. Pero como en todo, debe conocerse el problema para poder atacarlo.

Algunos conceptos teóricos son complejos, por lo cual un buen número de profesionales de la geotecnia no los utilizan. Por ejemplo, para que un talud sea estable, el factor de seguridad que se calcule debe ser mayor o igual a 1.5, lo que significa que hay un 97% de probabilidad de que no falle. Sin embargo, todavía hay un 3% de que sí lo haga. Diseñar para que la probabilidad de éxito sea del 100% es casi imposible, no hay recursos con qué hacerlo. Hay ingenieros que lo entienden y quienes tienen una formación matemática, pero explicar este concepto, por ejemplo, a un abogado o a un juez es muy diferente.

Uno de los problemas más complicados de resolver en la rama de geotecnia es la estabilidad de taludes porque involucra volúmenes de material muy grandes y la exploración que se hace es muy pequeña. Por decir algo, un derrumbe grande puede ser de 20.000 o 30.000 metros cúbicos, cuando las muestras de suelo que se han extraído para su análisis no llegan a un décimo de metro cúbico, entonces, pensar que uno puede con tan poquita información hacer un diagnóstico preciso, es muy complicado.

Cuando ocurrió el sismo de 1999 en Armenia, en la carretera entre las dos ciudades hubo veintiocho derrumbes, no muy grandes, pero que dejaron unos tramos de la carretera descubiertos y que tenían vegetación. Tomé fotos de esos sectores con las que hice un mosaico y en una de ellas se puede observar cómo en un tramo de 120 metros de largo existen diez tipos diferentes de suelos. Cuando la gente me visita en mi oficina, tanto en la de Armenia como en la de Pereira, para pedirme una perforación para un estudio de suelos, le muestro el mosaico y le pregunto: ¿dónde hago la perforación para que sea representativo?

Hay que hacer un número mínimo de perforaciones necesarias, como lo indica la norma de sismo resistencia, que tiene unos mínimos que se deben ejecutar de acuerdo con el tamaño de las edificaciones y la altura, y aún así muchas veces uno se queda corto.

Por ejemplo, los suelos de Dosquebradas son muy variables. Dosquebradas es un levantamiento de la parte derecha de la falla río Otún que si uno lo menciona de esa manera la gente se asusta, pero el movimiento se dio hace muchísimos años y no ha vuelto a ocurrir. Se dice que una falla activa es la que se ha movido en los últimos cinco mil o diez mil años. Hubo un levantamiento que cuando ocurrió, las quebradas que bajaban empezaron a buscar el nivel que tenían originalmente y también a voltear. Esto hace que Dosquebradas esté lleno de materiales aluviales en zonas distintas a donde están las quebradas en este momento. Entonces, cuando uno perfora en un sitio, a los cinco metros puede tener un suelo completamente diferente.

Para aclarar su inquietud referida al comportamiento de los edificios en algunas zonas de Bogotá, después de los Cerros viene una parte que es el piedemonte y luego una laguna donde se encuentran capas de suelo de gran profundidad. El nivel freático es la profundidad en la cual aparece el agua al hacer una perforación y por haber sido una laguna era muy alto, pero se ha ido bajando por la extracción que han hecho de agua, como es el caso de los pozos para la floricultura y muchas otras actividades económicas. Al irle sacando el agua al subsuelo, el nivel freático va bajando; al bajar, las estructuras que están sobre el suelo se van asentando. En la zona del Lago los edificios están inclinados porque anteriormente para edificios no muy altos se usaban cimentaciones superficiales y a medida en que se ha ido bajando el nivel freático se han ido asentando. Si las cargas del edificio no son muy parejas, este fenómeno es más alto donde las cargas son más altas.

A pesar de ser una ciencia relativamente nueva, la geotecnia ha evolucionado en cuanto a los medios que permiten hacer con gran facilidad y rapidez lo que antes se hacía a mano, se pueden hacer modelaciones que permiten saber qué está pasando dentro del conjunto de la tierra y no en el área limitada.

Son modelaciones de elementos finitos y diminutos, a los que se le ponen propiedades, podrían tenerse miles y ver, ante la aplicación de una carga o de las distintas variables, cómo se comporta. Los principios siguen siendo los mismos, cambia la forma de hacer las evaluaciones, cambian las técnicas, porque de manera permanente se está innovando.

Hay un factor de ignorancia muy alto en la evaluación del estudio de suelos, por eso son tan importantes los análisis de sensibilidad que permiten acercarse a la realidad.

Otra causa en cuanto a la incertidumbre de los estudios de suelos, como sucede por ejemplo para evaluar el tema del metro subterráneo en Bogotá, es la cantidad de redes de infraestructura que hay enterradas y que nadie tiene idea dónde están. Ese es un problema que tienen todas las ciudades de Colombia, no hay un catastro claro y definido que muestre dónde están las redes de acueducto, de alcantarillado, las eléctricas, o las de gas, entonces, cada vez que se toca una calle, a pesar de que son ciudades jóvenes y no como las europeas, uno no sabe qué se va a encontrar. Teniendo en consideración este factor, sería más favorable el metro elevado, pero no así por la contaminación visual y auditiva ni por el manejo social que exige, como ejemplo es suficiente revisar las zonas de metro elevado de Nueva York.

Recuerdo que en épocas del gobierno de Virgilio Barco, cuando estudiaba el metro para la ciudad de Bogotá, en algún momento el ingeniero Aquiles Arrieta, quien era profesor de geotecnia de la Universidad de los Andes, llegó a proponerme para la dirección porque había un grupo de geotecnia muy grande en la capital y otro en Medellín, entonces pensaron en alguien que podía solucionar la discordia. Pero eso nunca prosperó. Me pareció un reto muy grande, muy importante, que no pasó de un ofrecimiento. Igual, tampoco se hizo nada durante ese gobierno.

La última ley sobre responsabilidades nos invita a pensar a los geotecnistas si vale la pena continuar en la profesión o no. Resulta que al hacer los estudios uno es tan responsable en la obra como el que la construye, cuando el estudio que uno hace es una porción ínfima de lo que vale la obra total, y nos endilgan la misma responsabilidad. Los suelos en Colombia son jóvenes, lo que los hace más inestables que los antiguos, entonces es difícil hacerse a una responsabilidad de algo que puede fallar por muchas razones que no se logran detectar con el estudio que normalmente se hace.

¿Entre más excava el suelo, más cosas descubre en usted?

Por ejemplo, los pedazos de madera fosilizada me hacen pensar en cómo llegamos al mundo, en cómo se formó y en cómo se transforma. Son elementos que me invitan a filosofar sobre la existencia.

Pensando en la huella sobre la tierra, ¿cuál es la que usted quiere dejar?

Yo qué voy a dejar una huella, quizás mis restos (risas). De pronto sí quiero avanzar en la huella que dejó mi papá, la de darle un impulso a otros para que se capaciten, entren al campo de la investigación tan limitado para tantos y que le tomen amor a la profesión. Porque lo que uno quiere es que quienes nos van a reemplazar sean mejores que nosotros, que nos superen, y esto es posible porque tienen mejores herramientas, aunque también más distractores.

¿Con qué frecuencia se derrumba?

Soy una persona que se derrumba ante las injusticias y, la mayor de todas en nuestro país es la desigualdad. De por sí soy una persona tranquila, lo que me ayuda en mi profesión.

Si la premisa es tener peso específico, ¿en qué es sólido?

En mis principios, tanto éticos como profesionales.

¿Qué le permea?

Los niños, toda la vida he tenido un cariño muy grande hacia los niños. De por sí, ahora que soy abuelo, ha sido algo extraordinario. Igual desde muy pequeño con mis primos menores, busqué enseñarles a construir algo.

¿De qué se sacude en la vida?

De los ataques profesionales, para que no me afecten y para que me revoten.

¿Qué le hace temblar?

Los terremotos(risas). Pensar que algo pueda afectar a la descendencia, que algo les pueda pasar y que no pueda colaborarles. Me hace temblar ese temor de no tener la disponibilidad de ayudar. Pero también el que llegue un día en que no pueda ser útil y me convierta en una carga para los demás.

¿Qué le petrifica?

Hay mucha gente que ante las cosas graves se vuelve una roca y ante lo sencillo se diluye y al contrario. Pertenezco al primer grupo. Lo más fuerte que me afecta es la enfermedad y la muerte de los seres queridos, porque así se muestre mucha fortaleza uno está vuelto miseria. Evito los entierros porque me quiebro emocionalmente con ellos.

¿Qué son la vida y la muerte?

La vida es creación, la muerte destrucción.

¿Cuál considera usted que es el sentido de la existencia?

El hecho de poder ser útil a los demás; poder dar amor y recibirlo, en cualquiera de sus manifestaciones.

¿A qué lugar pertenece?

Al de la gente que por alguna circunstancia tuvo la oportunidad de educarse y cumplir una meta. Con mi hermano Jaime, teníamos la meta de poder alcanzar dentro de la educación el grado más alto, que era el doctorado, y lo obtuvimos.

¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como una persona que siempre quiso colocar sus conocimientos a disposición de los demás, y que siempre quiso dar amor a su entorno cercano y ayudar a quien lo necesitó, aunque no se pueda ayudar a todos. Tristemente muchas personas lo recuerdan a uno no por lo que haya dado, sino por lo que no pudo dar.

¿Cuál debería ser su epitafio?

Por aquí pasó, nadie lo vio(risas).

Por Isabel López Giraldo

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar