El Magazín Cultural

Tupamaras entre tinieblas

El colectivo House of Tupamaras presentó su performance “Manifiesto del remiendo” en Espacio Odeón, como parte de las actividades del 45 Salón Nacional de Artistas. Así fue su recorrido por cuerpos, sentidos y barreras, a ritmo de literatura.

Daniel Grajales Tabares
18 de octubre de 2019 - 12:30 a. m.
Laika Tamara, Jona Tamara, Cobra Tamara, Lady Hunter, Honey Vergony, Pv$$y Diva, Nashly Tamara y Baretamara son las integrantes del colectivo House of Tupamaras, encargado del performance “Manifiesto del remiendo”. / Mariana struve
Laika Tamara, Jona Tamara, Cobra Tamara, Lady Hunter, Honey Vergony, Pv$$y Diva, Nashly Tamara y Baretamara son las integrantes del colectivo House of Tupamaras, encargado del performance “Manifiesto del remiendo”. / Mariana struve

En el Centro de Bogotá no llueve, pero hace frío, el clima registra 9° C.

Una jaula de cemento, un sótano, es el 2 de octubre de 2019. Adentro, dos niveles de escalas abajo: gris asfalto en las paredes y sombras creadas por el resplandor de escasas ventanas, componen visualmente una especie de tinieblas, ambientadas con menos brisa y más calidez que en la calle.

El escándalo de las vibrantes voces de los 160 asistentes apenas se mezcla con el gemir lento que emiten las tuberías color naranja que brotan del techo. El eco de un cuarto de estructura irregular, casi cuadrado casi rectángulo, va disminuyendo con cada ingreso. Son las 7:35 p.m., un minuto para comenzar, cinco más de los inicialmente fijados como hora de arranque.

De repente la manada, el diverso grupo llamado público, apretado y sudoroso, está confinado en los bajos del Espacio Odeón, en tumulto y sin asiento. Entrada tipo procesión a un lugar casi vacío, habitado por un torna-mesas y dos delgadas torres metálicas que sostienen bafles y luces. También hay una pantalla de unos 4X4 metros, fijada a la pared del costado derecho, que inicialmente no refleja nada. El proyector se enciende de repente, el sonido vibra, anuncia el titulado “Manifiesto del remiendo”, y el público se estremece. De silenciosos a asombrados, los cuerpos presentes están a la expectativa, con la ansiedad a viva piel, por el comenzar de una performance sin indicaciones previas. La regla es que no hay reglas. Nadie saldrá lastimado, o por lo menos no físicamente.

Puede leer: “Paisajes del tiempo”: La poética-semántica de la imagen

Es una obra de arte en vivo. Es una creación efímera, que así sea repetida nunca volverá a ser igual, cada minuto del tiempo real escribe su historia. Es un show dedicado al voguing, una danza que ha hecho eco en la comunidad Lgbtiq, desde que los jóvenes gays afroamericanos de los ochenta en Nueva York decidieron imitar los posados encuadres de las modelos de revista, como evocando el “Strike a pose (posa)”, que entona Madonna al iniciar su canción Vogue. Posar perdiendo el género y dando vida al cuerpo, feminizando el cuerpo masculino, si se quiere.

Rastreras, las “chicas” locales que sobresalen en el voguing, las jóvenes artistas de House of Tupamaras, aparecen donde nadie cree verlas emerger: en el suelo y en cuatro patas, rasguñando sus medias de maya con la dureza de un concreto inconcreto, rudo, frío. La lencería de encaje se amolda perfectamente a sus atléticos y delgados cuerpos. Sus irregulares trusas apenas hacen juego con sus arneses improvisados, una mezcla entre la estética nocturna de mujer erotizada y el aspecto rudo de chico urbano, callejero, resume un atuendo de bases negras alumbrado por apliques reflectantes, de los que emiten brillo ante la ausencia de luces.

Reza entonces, con su voz masculina y su apariencia queer, una de las primeras criaturas del colectivo: “Soy imbécil. Me he colocado a menudo en ese estado de absurdo imposible para tratar de hacer nacer en mí el pensamiento. El absurdo me caminaba sobre los pies. Creo en aerolitos mentales en cosmogonías mentales”.

—No seas tonto. A los tontos nadie los respeta, tonto- se interpela a sí mismo, para continuar.

“No somos cántaros vacíos que hay que llenar de saber, somos más bien cántaros llenos que habría que vaciar un poco, para que vayamos reemplazando tantas vanas certezas por algunas preguntas provechosas”.

No para, sigue gritando: “La identidad es un robo. Mi peor infierno era sentirme mujer en este cuerpo atlético, con este rostro de bigote negro, más grande que el de un charro mexicano. Pero mi séptimo círculo en el infierno de fuego fue haberme enamorado tiernamente de Pedro, que odiaba a los maricas”.

Con esas reflexiones, letras y pensamientos, da comienzo al Manifiesto del remiendo, una proclama que nació de literaturas aparentemente opuestas, un libreto que guió una noche de sensualidad en la que el arte tomó los ocho cuerpos de las Tupamaras, aunque ya hace meses las había poseído para enfrentar el reto de llegar a la plataforma bienal que exhibe el arte nacional, el 45 Salón Nacional de Artistas. Y es que con con su concepto curatorial “el revés de la trama”, en un año en el que estableció la capital como sede para proponer una mirada a la tras-escena, la bienal colombiana precisó que ellas, en colectivo y con una fuerza que para algún espectador fue “demasiado agresiva, con una carga muy oscura”, eran propicias dulcineas, sucias y oscuras, idóneas para ver lo que hay allá, atrás.

De la oscuridad a la androginia

En lo coreográfico, el colectivo, integrado por Laika Tamara, Jona Tamara, Cobra Tamara, Lady Hunter, Honey Vergony, Pv$$y Diva, Nashly Tamara y Baretamara; exploró la idea de lo escultórico, haciendo en parejas uniones corporales siempre relacionadas con los órganos genitales. No había hombres o mujeres en los roles de su coreografía, que dejó a un lado la particular manera en que han bailado antes (paso tras paso, figura tras figura), para hacer aireados números que iban desplazando por el espacio. Unas cargaban a otras. Unas sobre otras. Unas hacia un lado y las otras hacia el otro. Movían al público: iban empujándolo para que se abriera un círculo a su alrededor  si deseaba verlas, ya fuese para lograr la idea callejera de espectáculo, -como cuando la gente se amontona para ver quién baila o a quién están atropellando-, o para ver a esos especímenes en lucha, como en una pelea de rabiosos pitbulls. Algunas dijeron sentirse poderosas, lo que evocaban ejerciendo contacto con cuerpos de quienes les cumplieron la cita, era tal su energía que solo con rosar a los asistentes los tocaban, los movían, los llenaban de su carga emocional.

“Quisimos explorar el cuerpo desde lo pesado, lo duro y lo sumiso. Pensarnos el cuerpo como un animal, como un bicho que se arrastra. Tomamos elementos de caída y recuperación, de la danza posmoderna. Propusimos estructuras, el cuerpo como objeto, con una corporeidad que va construyendo distintas poses”, detalló Jonatan Daniel Sandoval Figueroa, Jona Tamara.

Fue, entonces, una exploración desde el cuerpo guiada por una música tenue y en momentos explosiva, mezclada en vivo por el dj Invalid Usser, que servía como fondo a la unión de textos que hablaban de diversidad sexual, de lucha y de disidencia. Así, en vez de crear desde sus relatividades, las Tupamaras crearon desde ideas políticas alrededor de la diferencia, provenientes de libros. Con ello, la coreografía se hizo lejos de la música, lejos de los ritmos variados que siempre mueven las caderas del grupo, la guía fueron las letras de los autores: Susana Thénon, Alejandra Pizarnik, William Ospina, Liz Rosenfeld, Genesis & Lady Jane, Pedro Lemebel, Alfonso Bonilla Naar, Derek Jarman, Reinaldo Arenas, Darío Jaramillo, Alonso Sánchez Baute, Susy Shock, Maru Leone, Tennessee Williams, Severo Sarduy, Chantal Maillard, Fernando Molano, Giuseppe Caputo, Benji Hart, Néstor Perlongher, Yvonne Rainer, Dani D’Emilia y Daniel B. Chávez, Carlos Mario Garcés Toro, Loverlazers; así como de la autoría del grupo.

Fue un mes y medio buscando citas de poesía, literatura y crónica escrita por “maricones latinos o extranjeros”. Cada una aportó sus sugerencias y fue Alejandro Penagos, Cobra, quien hizo el “remiendo”, unió los elementos, convirtió en teni-tacón una zapatilla deportiva, como la imagen que usaron para promocionar la obra: un Nike blanco de “chulo” azul cielo que se volvió el tacón puntilla de las urbanas cenicientas.

Más allá del baile o la literatura, del vestuario y del candente debate, con momentos especiales como las chispas de una sierra eléctrica; el conjunto de Manifiesto del remiendo resultó coherente como parte de la curaduría Lenguajes de la injuria, de Luisa Ungar, en cuanto la curadora precisa que lo que ha querido hacer es explorar “límites entre el cuerpo y el lenguaje, cuestionando aquello que se define como ‘humano’, revisando manifestaciones en las que se desborda esta definición, trabajando nociones de animalidad en sus dimensiones metafóricas como aquello que ha sido descalificado de pertenecer al género humano en tanto no posee ciertas cualidades o escapa de ciertos lenguajes”. Se sumo además a esta obra el Instituto Caro y Cuervo, con su Maestría en Escritura Creativa y su programa Sonar Afuera.

Así, entre luchas por la mujer, por el diferente, por el homosexual, por el indefinido que quiere seguir siendo indefinido, con amenazas de infecciones sexuales al presidente y confesiones íntimas de diversos deseos sexuales, las House of Tupamaras recitaron líneas que ponían en presente un arte desbordado entre los límites de la noche que a ellas les han interesado. La experiencia no era solamente conectarse visualmente, no era precisamente una asistencia contemplativa la del público, estar ahí era escuchar atentamente la proclama, capturar las metáforas o las poéticas y reflexionar lo que estaban planteando. O simplemente huir, escapar, no escuchar más, no ver más, no seguir en esa oscura habitación.

“El/lla es/tá”, “P-androginia/ androginia positiva/ androginia poderosa/ androginia potente/ androginia política/ androginia perfecta/ androginia preciosa/ p-andrógine/ salvaje/ ser/ impío/ Elegido”, recitaban ya sudorosas, envueltas en el calor de la escena las artistas. E incansables seguían: “¡Para deshacerme de los grilletes/ De la experiencia/ De la verdadera libertad sexual/ Y del amor físico!/ Fin al género. Rompo el sexo. Hay más de uno de mí. Quizás cientos para elegir. Cambio la manera de percibir y cambio toda la memoria”.

Cumpliendo con su idea de una “guerrilla marica”, cuyo manifiesto es el baile, el colectivo definió su obra como “una revisión de sensibilidades, una construcción a partir de contraposiciones, un visitar de ideas. Es un manifiesto que evidencia formas indefinidas, texto, cuerpo e identidad como naturalezas mutables”.

Teniendo presente el tipo de decisión política que es la obra, insistieron en explorar el “mariconeo” y la “pluma”, ademanes y movimientos estigmatizados y excluidos en lugares públicos. Lo hicieron para generar sus llamados “espacios seguros de encuentro para el desarrollo libre del cuerpo y el género”, ya que les interesa desde el 2017 “la vida nocturna y la fiesta como lugares de construcción de conocimiento y reunión. Hacemos encuentros nocturnos entre la comunidad Lgtbiq y el contexto local, construimos pistas de baile seguras e inclusivas basadas en el respeto”.

Por Daniel Grajales Tabares

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar