El Magazín Cultural

Un brindis por Joaquín Sabina

En homenaje a los 70 años que cumplió el poeta y cantautor español el pasado 12 de febrero, recordamos los días que vivió en Londres escapando de la dictadura, su amor por el Atlético de Madrid y algunas de sus noches bohemias e irreverentes.

Andrés Osorio Guillott
13 de febrero de 2019 - 11:07 p. m.
Joaquín Sabina publicó en 2002 un libro de poemas llamado "Ciento volando de catorce".  / EFE
Joaquín Sabina publicó en 2002 un libro de poemas llamado "Ciento volando de catorce". / EFE

“La poesía es experiencia y exilio: hermanos gemelos”, afirmó el escritor palestino Mahmud Darwish. Y de eso se hizo Sabina, de un exilio que lo condenó como poeta.

Se fue en 1970 a Londres para huir de la dictadura franquista. Sabía que en España no había posibilidad de pensar, de reflexionar, de manifestarse con el canto y la palabra a la represión. El retroceso cultural era pan de cada día y los sonetos de Pablo Neruda y César Vallejo le susurraron que el destino era aprehender que su patria es el mundo, que sus raíces no se perdían entre el asfalto pero que sí había que asumir el desarraigo como un sacrificio para poder seguir haciendo y dibujando testimonio.

En Inglaterra era un “ocupa”. Mientras agarraba ese pedazo de tela que servía como trapo y lo paseaba por la madera o el vidrio de las mesas y atendía a los londinenses que pedían sagradamente una cerveza al terminar la jornada laboral, en los parlantes de los radios y de los tornamesas se escuchaban las canciones de los Beatles, los Stones, Led Zeppelín y Bob Dylan. Oírlos también era un diapasón para sus versos y sus melodías. En especial a Dylan lo escuchaba desde años atrás en la intimidad de su casa en Granada, y aunque no entendía el significado de sus letras, sí sentía que en cada canción había una armonía entre la estética de la palabra y la excelsitud del sonido musical.

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Los arpegios que surgían como semillas y que traían en las oscilaciones de las cuerdas los olores de la primavera empezaron a escucharse en el metro londinense. La voz rasgada de Sabina era observada con el infortunio de no saber que ese hombre ajeno de Inglaterra y de sí mismo sería un poeta de los acordes y de la música.

Fueron seis años de resistir a aquello que no lo pertenecía pero que aun así lo determinó para concebir su obra. Ese exilio voluntario, propio de las almas capaces de despojarse de las imposiciones de la vida, dictó una sentencia que años más tarde se traduciría en versos como “Ni ángel con alas negras / ni profeta del vicio / ni héroe en las barricadas / ni okupa, ni esquirol / ni rey de los suburbios / ni flor del precipicio / ni cantante de orquesta / ni el Dylan español”.

A España regresó con una maleta llena de hojas, tachones y esperanzas de color negro. Volvía con las ganas de recuperar los abriles que le robaron y que no sabía con claridad quién había sido. El General Franco fallecía y con él se iba ese eterno anochecer que había dejado un letargo en las artes y un desasosiego implantado en las generaciones más recientes. El piano fue su aliado y Lucía su amante sempiterna.

Pasaron algunas lunas y Sabina tenía listo Inventario, su ópera prima. Las canciones se veían de color rojo, del color que se asoció a la izquierda y que cargaba con ese tinte luego de ver cómo se callaban las plumas y cómo muchos como él tuvieron que huir y asumir sus luchas desde el derecho a la libertad.

Su regreso a España también le dio la posibilidad de volver a entablar amistades con Joan Manuel Serrat y de recuperar su fervorosa pasión por el Atlético de Madrid. Con el primero se hizo amigo porque la música y la poesía así lo demandaban. Ninguno recuerda ese instante cumbre en que se conocieron para construir una de las duplas más emblemáticas de las artes en España. Sin embargo, ambos recuerdan con la claridad de los cielos de verano las ocasiones en que sin verse dialogaban a través de las canciones y de los versos declamados. Viajaron por América Latina para cantar sobre Esos locos bajitos y recorrer la Calle Melancolía. Bebieron en bares donde Sabina también iba en búsqueda de sostener alguna conversación sobre mariposas amarillas con García Márquez, escritor que también compartía con él las noches bohemias en Ciudad de México. Sabina y Serrat cantaban rancheras y boleros. Recorrieron la América Insurrecta de Neruda y entregaron Los heraldos negros de Vallejo en Perú. Inclusive, Sabina fue más lejos en el tiempo y el espacio para cantar tangos y milongas en Argentina, acompañado por Charly García, Andrés Calamaro y su Enemigo Íntimo, Fito Páez.

En el 2002, el cantante español publicó Ciento volando de catorce, su libro de poemas que recogía 40 años de atardeceres melancólicos, amores disparatados, memorias hastiadas y vivencias que se hicieron necesarias para escribir, sentir, pensar y añorar.

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Al año siguiente, el Atlético de Madrid cumplió 100 años de historia, coraje y corazón. Sabina, quien había aprendido de la vida gracias a la “manera de aguantar, de crecer, de sentir, de soñar” junto al “Aleti”, escribió el himno del centenario del club español llamado Motivos de un sentimiento.

Luego de 70 años Sabina ha logrado sacar 17 álbumes que se alternan entre el flamenco, el tango, la ranchera y la poesía. Sus versos cantados y sus rimas acompañadas por una guitarra, un sombrero y un cigarrillo son las secuelas de la vida bohemia que aún lo persigue para seguir definiendo la vida de un artista libre de establecimientos, arbitrariedades e ignominias.

"Brindo por las guitarras despeinadas,
por los adúlteros sin indulgencia,
por los pecados contra la prudencia,
por los escombros de la madrugada.

Brindo por los abuelos sin medallas
que no cuentan batallas a sus nietos,
por las abuelas que zurcen y callan,
por la acuarela, el thriller, el soneto.

Brindo por Medellín, por Guanajuato,
Isla Negra, Macondo, Guatemala,
Región, Santa María, Chiapas, Comala,
la rumba, el son, la cumbia, el vallenato.

Hoy brindo por los sabios despistados,
los parados, los santos inocentes,
los que luchan con uñas y con dientes
los que se rinden, los desconsolados.

Brindo por los yogures caducados,
por los pecados que cometería,
por la alegría del desesperado,
por los premiados con la lotería.

Brindo por los amores clandestinos,
por el sudor con uñas y con dientes,
por los fans de al pan pan y al vino vino,
por el tímido, el raro, el impotente.

Brindo por los pecados veniales,
por el orgullo de los vagabundos,
por la morfina de los moribundos,
por el idioma de los animales.

Brindo por la memoria sin olvido,
por la lluvia que empapa a los amantes,
por las alas del pájaro sin nido,
por los heridos, por los caminantes.

Brindo por el negrito sin patera
por la sangre torera de Morante
por el grito del blues de la frontera
por los mares del sur, por el Levante.

Brindo por los que brindan con cualquiera
que tenga un corazón noble y caliente,
por las fatigas de la buena gente,
por el swing que derrochan tus caderas".

Por Andrés Osorio Guillott

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