El Magazín Cultural

Un hijo es un poema

En un hospital de maternidad se escuchan tres voces. Cada una nos cuenta su forma de vivir lo que pasa en su vientre: la que siempre quiso ser madre, la que no puede y la que nunca lo deseó. Tres voces, pero podrían ser mil. Es un poema, pero podría ser un testimonio.

JULIANA MUÑOZ TORO
21 de junio de 2019 - 01:07 a. m.
Sylvia Platt, autora de "Tres mujeres", y quien se quitó la vida el 11 de febrero de 1963.  / Cortesía
Sylvia Platt, autora de "Tres mujeres", y quien se quitó la vida el 11 de febrero de 1963. / Cortesía

La poeta estadounidense Sylvia Plath presentó por primera vez "Tres mujeres" como una obra teatral para radio. La leyó en voz alta en la BBC un año antes de su muerte y aseguró que desde entonces sus letras serían concebidas para ser leídas a viva voz. Como un niño que llora. Como un poema se concibe.

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En este escrito (recomiendo la edición bilingüe e ilustrada de Nórdica Libros) la maternidad también puede ser leída como creatividad. Dar a luz es como ver nacer una canción o un libro. Perder un embarazo supondría entonces estar ante un proyecto que nunca nadie va a conocer: “El rostro del no nacido que amó su perfección, / el rostro del muerto que solo podía ser perfecto / en su simple paz, solo así ser sagrado”.

Plath habla de “mujeres montañosas”, como si las amplias barrigas fuesen los cerros que solo el último rayo de la tarde alcanza, e intenta traducir su experiencia de sorpresa, amor y de inevitable dolor. No se trata de los hombres que las miran, que las examinan. Ni siquiera del esposo, aunque también haya concebido él un hijo. Es una inmersión desde el cuerpo femenino para buscar otras maneras de habitarlo: “He intentado no pensar demasiado. He intentado ser natural. He intentado ser ciega en el amor, como las otras mujeres (…)”.

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La que es madre a su pesar sufre del espanto de lo que es bello (“mi hija no tiene dientes (…) emite sonidos tan siniestros que no pueden ser buenos”); la que ha perdido más de un embarazo busca respuestas (“Vi la muerte en los árboles desnudos, la pérdida. / No podía creerlo. ¿Es tan difícil / para el espíritu concebir un rostro, una boca?”); y la que se realiza en la maternidad mira a su hijo, también cansada y por veces triste, para concluir que “nunca había visto nada tan leve (…) su respiración, suave como una polilla”.

Hay un enigma en pensar a la propia escritora en su papel de madre. La mañana en la que se quitó la vida, Plath dejó bien sellada la habitación de sus dos hijos: Frieda, de casi tres años, y Nicholas, de un año. Puso cinta, toallas y ropa para que no respiraran también el monóxido de carbono con el que ella terminó envenenándose. Un último acto de amor maternal. Muchos años después, Nicholas también se suicidó. Se dedicaba al estudio del salmón real.

Por JULIANA MUÑOZ TORO

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