El Magazín Cultural

Un ser libre en medio del (aparente) fracaso

El Huston real no es muy distinto de aquél sobre el que escribieron algunos que creyeron conocerlo íntimamente; que en esa diferencia radica el misterio de su creación y la paradoja del artista, su fracaso y su tragedia.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
31 de diciembre de 2017 - 09:55 p. m.
John Huston, una de las leyendas del cine norteamericano de todos los tiempos. / Cortesía
John Huston, una de las leyendas del cine norteamericano de todos los tiempos. / Cortesía

No hay mayor dolor que recordar el tiempo feliz en la desgracia.

Dante Alighieri

 

En un texto que escribió Norman Mailer, Genio y lujuria – Henry Miller, y que podría extrapolarse para hablar de la carrera fílmica de John Huston, se afirma: “No, el Henry Miller real, el Miller corpóreo que ciertos escritores conocieron íntimamente y sobre el que escribieron con tino, empezando por Anaïs Nin, no es un Henry Miller muy distinto de su obra. Más bien es el calco de un dibujo, copiado y ligeramente movido. Solo es ligeramente distinto de su obra. Pero en esa diferencia reside todo el misterio de su personalidad y las paradojas de un gran artista. Y la tragedia. El fracaso. Porque resulta imposible hablar de un gran artista sin referirnos al fracaso. Cuanto mayor es su importancia, mayor es su fracaso en alcanzar la idea que de sí mismo se ha forjado.” (1) Lo primero que se podría colegir y analizar de dicho texto es que, en efecto, el Huston real no es muy distinto de aquél sobre el que escribieron algunos que creyeron conocerlo íntimamente; que en esa diferencia radica el misterio de su creación y la paradoja del artista, su fracaso y su tragedia. Pese a todo esto, lo que no puede sostenerse respecto a él es que el fracaso y, más que eso, la filosofía del fracaso que muestra en su obra, sea el fracaso de su vida como hombre, humanista, director pues como artista integral que fue, siempre buscó la verdad como ética/estética.

Director de cine y actor estadounidense y una de las figuras más relevantes del séptimo arte, John Huston apareció en Nevada, Missouri, el 5/ago/1906. Hijo del famoso actor teatral y cinematográfico Walter Huston (a quien dirigió en El tesoro de Sierra Madre: Oscar a Mejor Actor secundario en 1947) y de la periodista Thea Gore. Dejó los estudios a los 14 años, ingresó en una academia militar y se unió al ejército revolucionario de Pancho Villa: como ya antes lo había hecho el genio de la ironía Ambrose Bierce, el siempre recordado autor del Diccionario del diablo, cuya historia vital dio origen al filme Gringo viejo (1989), del argentino Luis Puenzo. A su regreso a EE.UU, desempeñó las más diversas profesiones: boxeador, actor, editor, reportero, escritor de relatos y guionista, antes de dedicarse al cine como director. Su trabajo como actor de teatro y de cine lo lleva a trabajar, entre otros, con Roman Polanski, Otto Preminger, Orson Welles y William Wyler. Tras trabajar con éste último, aparte de Anatole Litvak, William Dieterle y Raoul Walsh (seudónimo de Fassbinder como guionista), los estudios Warner le ofrecen en 1941 la oportunidad de dirigir sus propios guiones, firma un contrato por siete años, pero sólo puede hacer cinco películas, entre ellas su opera prima El halcón maltés, El tesoro de la Sierra Madre y Cayo Largo, también titulado Huracán de pasiones, filme de gángsters con el cara de palo Humphrey Bogart, en el papel del veterano de guerra Frank McCloud, el único capaz de desafiar al hostil Johnny Rocco/Howard Brown: no obstante, la realidad pos bélica decepciona tanto al ex oficial del ejército que pierde las ganas de seguir luchando.

Huston realizó tres documentales para el ejército durante la II Guerra Mundial, por los que obtuvo la Legión de Honor y fue ascendido a comandante. Su colaboración con Bogart, quien había protagonizado El halcón maltés, dio como resultado otros clásicos, entre los que están El tesoro de Sierra Madre (1947), basado en la novela homónima de Bruno Traven (1890-1969), seudónimo de Traven Croves Torvan, escritor de origen escandinavo, nacido en Chicago, Illinois, que fue estibador en Nueva Orleáns y en 1923 embarcó hacia México, donde se nacionalizó en 1951; Cayo Largo (1948), sobre la obra dramática de Maxwell Anderson ya citada; La reina de África (1951), con base en la novela de C. S. Forester, por el que Bogart consiguió el Oscar al mejor actor. También destacó por sus adaptaciones de otros célebres escritores gringos, como Stephen Crane (Alma de valiente, 1951), sobre La roja insignia del valor, novela pacifista en torno a la Guerra de Secesión; Arthur Miller (The Misfits, 1961), Vidas rebeldes o Los inadaptados, obra escrita por el dramaturgo para su mujer, Marilyn Monroe, de cuyo sex-appeal, Bazin dijo: “He escrito que después de la guerra el erotismo cinematográfico se desplazó del muslo al seno. Marilyn Monroe lo ha hecho descender entre los dos”; Tennessee Williams (La noche de la iguana, 1964), Flannery O'Connor (Sangre sabia, 1979), y del inglés Malcolm Lowry (Bajo el volcán, 1984), sobre quien, a propósito, mayor huella en su vida/obra dejó fue, según el mexicano Hernán Lara Zavala, el escritor gringo Conrad Aiken, su preceptor y tutor de juventud, con su novela Blue Voyage: dicha relación devino en terrible aplicación de la dialéctica del amo y del esclavo, de Hegel (2). Claro, sin olvidar otra influencia capital, el Ulysses, de Joyce, también sobre la novela Under the Vulcano: la versión fílmica, por su parte, es una obra de introspección psicológica con la que ni siquiera pudo el talento del inglés Losey y cuyo Cónsul de Quauhnahuac, Geoffrey Firmin, fue encarnado de forma indeleble por Albert Finney (hoy, no se sabe si ya con 80 años o a tiro de cumplirlos), un alcohólico que al final, frente al Popocatépetl, en la mísera cantina El Farolito, luego de ser asesinado es arrojado por un barranco y tras él tiran un perro muerto.  

Otros títulos de su filmografía como realizador son: La jungla de asfalto (1950), un clásico del cine negro a su vez adaptación de una novela policiaca del escritor W. R. Burnett; Moulin Rouge (1952), biopic del deforme Toulouse-Lautrec; Moby Dick (1956), síntesis en imágenes basada en la novela metafísica de Melville, protagonizada por Gregory Peck, quien interpreta al capitán Ahab; Freud, pasión secreta (1962), una de las más agudas y audaces síntesis sobre el psicoanálisis clásico a partir del caso de histeria de una mujer, filme por el cual Universal demandó a Clift (Freud) por sus constantes ausencias: el asunto, al resolverse fuera de los juzgados, tomó un cariz tan comercial como el de una consulta y el éxito de taquilla, resultado del escándalo, favoreció a ambas partes; El hombre que pudo reinar (1975), viejo proyecto sobre la novela de Kipling que debían haber protagonizado Clark Gable y Humphrey Bogart y no Sean Connery y Michael Caine, como en efecto fue, un viaje iniciático por la cordillera del Himalaya para tratar de conquistar un pequeño reino; y Sólo el cielo lo sabe, Mr. Allison (1957), basado en la novela homónima de Charles Shaw, una mirada maniquea a la relación “imposible” entre un infante de marina y una joven novicia. Sus últimas películas fueron El honor de los Prizzi (1985), comedia negra sobre los manejos de la mafia china en NY: Oscar a Mejor Actriz de reparto para su hija Anjelica y para él Globo de Oro a Mejor Director; y Los muertos (1987), basada en el relato The Dead, de Joyce, adaptado para la pantalla por su hijo Tony, y protagonizado por la citada Anjelica. Nadie sabe lo que le cocinaba al espectador pues no terminó Mr. North

Durante toda su vida compaginó la dirección con el trabajo de actor. En este campo dejó algunas interpretaciones memorables en La Biblia (1966), también uno de sus memorables fracasos como director, El testaferro, Héroes del infierno y La tormenta, las tres de William Wyler y rodadas en 1928, 29 y 30, respectivamente, El cardenal (1963), de Otto Preminger, Chinatown (1974), de R. Polanski y El viento y el león (1975), de John Milius. En 1974 fue mejor actor de reparto por Chinatown, por su papel como Noach Cross, antiguo socio del ingeniero civil Hollis Mulwray del servicio de aguas y electricidad de la ciudad, de quien por sus actos se descubre un colosal chanchullo inmobiliario, un duro prontuario de secretos familiares, la infaltable cuota de avaricia gringa, como solo los Coen van a tratarla luego en Fargo o en El hombre que nunca estuvo ahí o Álex de la Iglesia en La comunidad; en 1980, obtuvo un premio Bafta honorífico por su vida dedicada al cine. En el libro del crítico inglés John Kobal sobre Las 100 mejores películas de la historia del cine figuran dos de John Huston: la ya citada El halcón maltés (1941), considerada por muchos obra maestra del cine y que le representó dos premios Oscar: mejor guión y mejor dirección, y por cuya historia, la de Sam Spade, Sadoul dice que Huston creó un nuevo género, “la película policial negra”; y La reina de África (1951), con Humphrey Bogart y Katharine Hepburn, la parodia bufa de Charlie y Rose, quienes piden a su verdugo alemán, el capitán de la cañonera a la que pretendían hundir, casarlos antes de ser ahorcados, lo que en otros términos da igual, jejeje (3). Bueno, entonces aún podía creerse en el matrimonio: hoy, es probable que entre casarse y ser ahorcado/a la persona prefiera la segunda opción. Para atenuar semejante efecto perverso, el filme, gringo al cabo, termina con un happy-end

Cabe decir que el tránsito de John Huston por la vida fue en gran parte un tránsito por el cine. Y aquí que me disculpen los impacientes, pero en la vida de un gran artista hay que detenerse con amor, como pensaba Schiller de las cosas que lo despiertan. Sé de antemano que en estos tiempos de frivolidad y de mal cinismo a pocos les importa el rigor, pero esos pocos son más importantes que la masa acrítica, irreflexiva y borreguil; no hablo de los cínicos griegos, aquellos seres conscientes de la vida, de su mundo, de la vida en el mundo: en suma, de su compromiso bioético, desvirtuado con el tiempo por los políticos, esos sí los peores cínicos. Huston se fue de este mundo en Middletown, Rhode Island, el 28/ago/1987, cuando aún estaba en plena actividad. Es decir, 81 años de ejercicio vital y artístico. Vida que fue más bien poca para quien, fuera del boxeo y la caza, no existía ningún otro oficio. 

Su gran éxito fue, paradójicamente, para quien es considerado por un sector de la crítica el artista del fracaso, su primera película: El halcón maltés, cuya novela es considerada a su vez pionera del género negro policiaco. En ella se narra cómo la misteriosa y timadora Brigid O’Shaugnessy (Mary Astor) contrata al detective privado Sam Spade (H. Bogart), alter ego de Dashiell Hammett (en la vida real, detective de la agencia de investigaciones Pinkerton), para que busque en San Francisco una estatuilla de oro macizo con joyas incrustadas, tributo de los caballeros templarios de Malta al emperador Carlos V en 1539. También van tras el botín el gánster Joel Cairo (Peter Lorre) y el nada recomendable Kasper Gutman (Sidney Greenstreet), quien en Casablanca, de Curtiz, hace el papel de Ferrari, el misterioso propietario de un café cercano al de Rick, epicentro del melodrama por excelencia del cine. Un paréntesis: lo que dice Andrés Caicedo en Ojo al cine, no es cierto (4): que “la primera película basada en una novela negra” sea Ossesione, adaptación de El cartero siempre llama dos veces, de James Cain, es decir, que sea anterior a El halcón maltés puesto que esta es de 1941 y la versión de Visconti data de 1942. Con esto no se quiere criticar al autor de ¡Que viva la música! sino señalar que el genio también yerra. 

El último de los 30 filmes de Huston fue, qué ironía, The Dead o Los muertos (1987), con base en el relato homónimo de Dublineses, del irlandés James Joyce, el gran artífice de la novela moderna y autor de Ulysses, cuya narración toma apenas un día, el 16/jun/1904, lo que de por sí habla de la proeza realizada por este escritor rebelde e iconoclasta y hasta escatológico, no gratuito, que en su momento derrumbó mitos literarios como el de Shakespeare, sin que esto implique estar desconociendo aquí el valor intrínseco de la obra del Cisne de Avon. Contra lo que indica el título, Los muertos es una obra plena, vibrante, vital y en la que los personajes imprimen un acento dramático, harto extraño y desconcertante, lo que lleva a convertir al público en hacedor de silencio. La puesta en escena es fiel al espíritu de Joyce, aunque difiere en el clima, uno amoroso de principio a fin, en el que el viejo Huston dejó sentado lo que siempre pensó sobre el papel del cineasta en la confección de su vida/arte: “El director es el centro de todo, tal como un director de orquesta. Si queremos seguir con esta imagen, allí están las partituras de las óperas, los cantantes, los técnicos, los ayudantes de escena y todo eso, pero siempre la responsabilidad es del director. Si éste es bueno, la representación será buena. El director de cine también tiene que dirigir la construcción de los sets, encontrar los lugares donde se ha de filmar la película, tiene que ver con los diseños; en fin, está inmerso en todo, desde el comienzo hasta el fin de la realización de una película. Debiera decir que no es por accidente que las películas son el medio ambiente donde se desenvuelven los directores.” (5) 

Así, aquéllos que todavía buscan la obra total o un cine de autor o una unidad temática en él, parecen no darse cuenta de que su obra total es el conjunto de su obra, aun con todas las imperfecciones que detenta o todos los fracasos que se le puedan adjudicar. Que si acaso nunca se hizo a un cine de autor fue siempre un autor de cine. Si la cita antes hecha no fuera suficientemente ilustrativa, bastaría mirar algunos de sus 30 filmes como director, incluyendo el documental Let There be Light, y 31 como actor, cuya calidad es ya otro problema: se habla de los discutibles como La Biblia, en el que solo sale bien librado gracias a su propia actuación; Annie, el musical más costoso de la historia con 59 millones de dólares de presupuesto, 97 recaudados, 52 efectivos gastados y uno de los menos logrados; y, entre otros, Fuga a la victoria, filme este que, aun con la presencia de Pelé, Moore, Ardiles, más parece un irremediable encuentro con la derrota. A quien aún no encuentra su unidad temática bastaría señalarle que esta se halla en su Weltanschauung, o concepción intelectual del universo, en su visión de la vida, la que podría resumirse como la filosofía del fracaso del triunfo. Algo más que un juego de palabras, equivalente a la validez del esfuerzo, así como a la inutilidad de realizarlo. Validez e inutilidad patentes especialmente en tres de sus mejores obras: El halcón maltés, en la que, ya se dijo, se persigue un preciado objeto artístico, en realidad un fetiche “hecho de la materia de que están hechos los sueños” (como en Ricardo III de Shakespeare), a la postre falso y por cuya posesión muchos mueren; El tesoro de la Sierra Madre, en la que, como se desprende del título, también se persigue un botín, esta vez no falso sino de oro puro, que termina escurriéndose, como espuma de jabón, entre los dedos de quienes pretenden apropiárselo, para retornar a la montaña, mientras dichos seres sucumben en medio de la humana pasión, (in)humana avaricia y estupidez; y Los inadaptados, en la que los protagonistas proyectan vida, atmósfera y circunstancias patéticamente similares a las que precedieron a la muerte de quienes los encarnaron: Clark Gable, Marilyn Monroe y Montgomery Clift. Para mostrar la realidad, bastaría un ejemplo de tal ficción: Gay (Clark Gable) le dice a Roslyn (Marilyn Monroe): “Amor, todos tenemos que irnos, con razón o sin ella, alguna vez. Morir es tan natural como vivir. El hombre que tiene miedo a morir, tiene miedo a vivir, que yo sepa. Así que no hay otra cosa que hacer que olvidarlo, eso es todo. Me parece.” (6)

En las tres películas citadas, el viejo de Nevada, el eterno luchador, demostró que eso de la Generación Perdida (a la que perteneció y de la cual fue su más valioso cineasta), fue tan sólo un mote frente a la guerra, al final ganada, contra las adversidades y los críticos. Críticos que olvidaron lo que alguna vez dijera sobre sus filmes predilectos: “Cuando uno está haciendo una película, esa es la más importante. Mirando hacia atrás, supongo que las más importantes son las que se destacan de mi realización, aunque no tengo ningún sentido personal de que hayan sido de mayor importancia mientras las estaba haciendo. Quiero decir que no han tenido para mí mayor importancia que otras películas, pero supongo que, en retrospectiva, las que el público eligió, como aquellas que podrían ser declaradas clásicas, serían: El tesoro de la Sierra Madre, La jungla de asfalto o Mientras la ciudad duerme [debut de la Monroe], La noche de la iguana, Reflejos en un ojo dorado y Sangre sabia o El profeta del diablo. Es difícil contestar a esa pregunta. Cuando se la hicieron a Otto Preminger él respondió que, respecto a sus películas, sentía lo que un padre siente hacia sus hijos: a menudo es aquél con labio leporino a quien más se ama. Uno no elige lo mejor necesariamente. Es como aquella pregunta que obliga a elegir cuál de aquéllos de su descendencia es el mejor… Creo que es una pregunta injusta. Es como si se me obligara a cuestionarme acerca de cuál es el mejor de los actores con los que he trabajado…” Críticos que aún se desgañitan por desentrañar fenómenos como los ya descritos, cuando lo único que cuenta es que un maestro sólo llega al triunfo, o a la ilusión del triunfo, de fracaso en fracaso. Como fue siempre la filosofía de un viejo que hacía cine y que se llamaba John Marcellus Huston, quien a los 81 años, en medio de charla, bebida, amor, lectura, escritura y sueños, seguía haciéndolo: o sea, hasta muy poco antes de que la damisela de la guadaña apareciera ante sus ojos. Quien dude puede remitirse a Los muertos, su filme postrero, en el que se mostró más vivo que nunca, como quien sabe que está muy próximo a la muerte. 

Quizás no sea nada casual que el texto El director de cine, de Simón Feldman (Gedisa, Bs. Aires, 1974), termine con una cita de John Huston referida a su obra La noche de la iguana y que se trae a colación como ejemplo de inserción imaginativa: “Le contaré algo acerca de Tennessee Williams en La noche de la iguana, en la que colaboró generosamente. Tony Veillen y yo teníamos escrita una escena muy buena, donde [Richard] Burton está solo en su habitación, con fiebre y borracho, y todo eso lo invade profundamente. La muchacha, Sue Lyon, llega y trata de seducirlo, y él hace todo lo que puede para sacársela de encima. Bien, le dimos la escena a Tennessee para ver qué pensaba. El único cambio que escribió fue algo que la transformó. Cuando la muchacha abre repentinamente la puerta, un vaso cae al suelo esparciendo pequeños trozos de vidrios rotos desparramados por la habitación. Cuando la escena es interpretada, ambos están descalzos. Burton camina sobre ellos sin sentir que sus pies se hieren. La muchacha ve esto y se acerca a él caminando descalza sin tocar los vidrios. Fue la diferencia entre una escena extraordinaria y una escena común.” (7) He ahí apenas un ejemplo de las formas utilizadas por los directores para enfrentar la realidad y llevarla al lenguaje cinematográfico. Salta a la vista, entonces, la multiplicidad de enfoques que sirven para captar la riqueza de posibilidades creativas y de talento personal para encararlas, como lo hizo Huston. Como lo han hecho Fassbinder, Tarkovski, Kurosawa, Polanski, Ethan y Joel Coen, Aki Kaurismakï, Emir Kusturica, Nacer Khemir.    

La vida de un gran artista es lo más parecido a la vida de un gran hombre. La vida de un gran hombre necesariamente tiene que parecerse a la vida de un gran artista, aunque a veces se dude. Al gran artista no se le tiene por qué desligar de su obra pues él sigue atado a ella a través de un extraño e invisible cordón umbilical. Tiene que parecerse a su obra. Si es muy distinto de ella, probablemente no sea su obra. Sin embargo, no puede negarse que en las diferencias entre la obra y el artista se perciben también hallazgos y fracasos entre lo que se propuso y resultó de ella: el resultado del arte no se compadece con su intención. Y no se puede hablar de un gran artista sin referirse al fracaso. Al cabo el arte es una creación imperfecta pues proviene de un ser imperfecto. No hay que olvidar tampoco que el arte es, primero, la confluencia de los demonios y de los abismos del hombre, y luego de su razón y de su lucidez, que el arte es en esencia emoción, no coherencia. De modo que las obras perfectas hay que dejárselas a los dioses, que en caso de existir tampoco las harían y prueba de ello, en el hipotético caso de que lo hubieran creado, es el hombre, el ser más imperfecto y sin embargo capaz de crear obras bellas e imperecederas. He ahí la paradoja del artista. Así, qué importa que entre mayor sea su importancia, mayor sea su fracaso en alcanzar la idea que de sí mismo se ha forjado. A la postre, sobre los sucesivos fracasos de la obra de un artista se van tallando los escasos diamantes que ni la más descarada o feroz crítica podrían destruir y los que no son resultado de las intenciones sino efectos de la obra. 

Si lo anterior no fuere suficiente para ilustrar el supuesto fracaso del artista, de quien nunca fracasa mientras sea leal a sus convicciones, así fracase en últimas al morir (la muerte es el mayor de los fracasos, el único inevitable), quizás las siguientes palabras del director ruso Andrei Tarkovski en su libro Esculpir en el tiempo sirvan para sembrar una idea inquietante sobre la apariencia del fracaso, sobre la inutilidad del arte, sobre la validez de realizarlo: “Un genio no se manifiesta en la perfección absoluta de una obra, sino en la fidelidad absoluta a sí mismo, en la consecuencia frente a su propio apasionamiento. El ansia apasionada de verdad, de conocimiento del mundo y de sí mismo concede un significado especial incluso a partes no especialmente buenas o incluso a las llamadas páginas ‘erradas’. […] Es más, no conozco una sola obra maestra libre de ciertas debilidades, de imperfecciones. El apasionamiento absolutamente personal, que es lo que hace a un genio, el estar poseído por una idea individual creadora condiciona no sólo su grandeza, sino también su fracaso. Pero aquello que no queda englobado orgánicamente en la visión del mundo, ¿se puede denominar ‘fracaso’? El genio no es libre. Thomas Mann escribió una vez, más o menos, esto: Libre es sólo lo impasible. Lo que tiene carácter no es libre, sino que está marcado por el propio sello, condicionado y preso…” (8) Una inquietante paradoja.

El genio de Huston nunca fue libre por poseer carácter, lo que le imprime a su obra una impronta de arte rebelde frente al statu quo. Prueba de ello son muchas de las películas, no incluidas en la muestra que sobre John Huston llevó a efecto el Cine-Club de la U. Central en feb/2007: por ejemplo, El tesoro de la Sierra Madre, verdadera obra maestra muy por encima, en mi concepto, de El halcón maltés; Moby Dick o la lucha inútil del hombre contra la naturaleza, en este caso del capitán Ahab (Gregory Peck), contra la ballena blanca, sobre la que aquél termina muerto por haber desafiado a su chi, a su dios personal, como diría Achebe en su novela Todo se desmorona, sabiendo ya lo que había pasado con su pierna, ahora de palo; y, por citar sólo tres ejemplos, Wise Blood, 1979, o Sangre sabia, también llamado El profeta del diablo, angustiante retrato de un predicador del Sur de los EE.UU, basado en una novela de la escritora Flannery O’Connor, quien combina en dicha obra el gótico sureño, la profecía y el evangelismo católico, lo mismo que la deformidad espiritual del ser humano y la huida de la redención; y a su vida, Huston le imprime una condición de ser libre aun en medio del aparente fracaso o de lo que para él sería la filosofía del fracaso del triunfo; que jamás fue el suyo pese al mal tino de tanto crítico que creyó haberlo conocido íntima y profundamente: el que olvida que nadie conoce a nadie, nunca lo suficiente. Tampoco a los artistas y menos a un rebelde, a un genio, a un genio rebelde.

En conclusión y por todo lo anterior, a Huston no hay otra cosa que hacer que recordarlo. Estoy seguro. Eso es todo. No erraba James Agee al decir: “No tengo ninguna duda de que Huston es el hombre de más talento del cine [estadounidense] con la sola excepción de Charles Chaplin”, según Caín en el ensayo sobre el boxeador/cineasta/cazador de su libro Arcadia todas las noches (9). No hay alegría comparable a la de poder compartir los filmes mayores de un cineasta que vivió en medio del (aparente) fracaso. Pues no hay fracaso en quien siempre fue (y sea) capaz de crear en libertad: y eso lo debió sentir el maestro John Huston, a pesar de los críticos. Con mayor razón cuando se sabe que su oficio, realista, siempre fue en búsqueda de la verdad y esta, aun en tiempos de la farsa llamada pos verdad, siempre será bella porque hace que la categoría ética se corresponda con la estética, sueño por realizar de todo creador. Así se trate de un ser atrapado en la paradoja de ser libre y a la vez estar condicionado y preso por su propia concepción del arte: la de un auténtico autor. 

 

Notas:

(1) Mailer, Norman. Genio y lujuria – Henry Miller. Grijalbo, Bs. Aires, 1979, p. 12.

(2) http://www.biblioteca.org.ar/libros/91083.pdf 

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=230097 

(3) Kobal, John. Las 100 mejores películas, Alianza Editorial, Madrid, 1991, 322 pp.: 110 y 213.

(4) Caicedo, Andrés. Ojo al cine. Norma, Bogotá, 1999, 541 pp.: 122.

(5) Muñoz Sarmiento, Luis Carlos. Recuerdo de un viejo que hacía cine, en Revista Kinetoscopio N° 17, Centro Colombo-Americano, Medellín, ene/feb/1993, pp. 60 a 63: 61.

(6) Cabrera Infante, G. Arcadia todas las noches, Seix Barral, Barcelona, 1980, 197 pp.: 157-158.

(7) Feldman, Simón. El director de cine, Gedisa, Barcelona, 1979, 191 pp.: 187-188. 

(8) Tarkovski, Andrei. Esculpir en el tiempo, Rialp, Madrid, 2005, 273 pp.: 76.

(9) Cabrera Infante, G. Obra citada, p. 127. Sobre Chaplin: https://www.elespectador.com/noticias/cultura/charles-chaplin-1977-2017-el-genio-que-solo-quiso-dar-placer-articulo-730382 

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE. Hoy, autor, traductor y coautor de ensayos para Rebelión.  E-mail: lucasmusar@yahoo.com

 

(Dedicado a mis hijos Santiago & Valentina, por quienes siempre he creado (y creído) en libertad). 

 

 

 

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*

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