El Magazín Cultural

Una guerra nómada

“Roza, tumba, quema”, de la escritora Claudia Hernández, habla de lo que se puede esperar después del fin de un conflicto armado. Este libro, entre ficción y realidad, se basa en la guerra civil de El Salvador y se detiene en las mujeres y los niños que la vivieron.

JULIANA MUÑOZ TORO
21 de abril de 2017 - 02:35 a. m.
Claudia Hernández ha escrito seis libros.  / Tomás Andréu
Claudia Hernández ha escrito seis libros. / Tomás Andréu

La niña espera a que la marea baje para regresar a su casa y llevar los tamales que la madre encargó. Se distrae con las conchas en la arena, con las olas mansas de la bahía. No lo sabe, pero este será el único instante de infancia. El resto será huida. Será miedo. En el camino hace una parada por la casa de la abuela para dejar un cántaro lleno de agua. Es nuestra Caperuza moderna. El lobo será la guerra.

La autora no nos dice un nombre ni tampoco señala el lugar. Así, el nombre puede ser el de todos nosotros, el de nuestras madres o nuestras hijas. El lugar puede ser El Salvador como también puede ser Colombia.

Los adultos le explican a la niña que vendrán tiempos peores. Habrá que esconderse en el monte, aguantar hambre. Desde pequeños hay que prepararlos para el enfrentamiento. Es como la explicación de un juego; el de las escondidas, por ejemplo. Sólo ganas si haces creer al enemigo que, más que escondido, no eres nada.

Los habitantes de este pueblo se cansaron de la falta de libertad, el abismo entre ricos y pobres, la concentración de la tierra en unos pocos… pareciera que el destino está escrito: “sin importar lo que ellos quisieran o hicieran, terminarían sembrando en los campos que cultivaban sus padres (...) Las muchachas hornearían pan, harían los oficios de la casa a diario”.

Por eso en El Salvador, hace casi tres décadas, las fuerzas insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional combatían con la Fuerza Armada. Si este lugar fuera Colombia, el escenario sería parecido, sólo que con otro ejército y otra guerrilla.

Roza, tumba, quema, el libro que la escritora salvadoreña Claudia Hernández lanza en la Feria Internacional del Libro de Bogotá con la editorial Laguna Libros, no podría llamarse novela porque está basado en recuerdos, en verdades, en el dolor de crecer y vivir en un país que fue llamado en algún momento el más violento del mundo. Tampoco es un reportaje porque esta niña es la invención que lleva a una realidad, que reúne a muchas mujeres: víctimas, combatientes, excombatientes e hijas de la violencia.

En la portada del libro la artista Powerpaola retrató un valle, el de aquí y el de allá. Montañas y parcelas son como un manto de retazos, esos fragmentos de voces que nos hablan del pasado para afrontar lo que viene. Aquí y allá.

Cuando el “juego” de las escondidas se materializa aparecen nuevas amenazas, como el abuso sexual. Vemos cómo una niña pasa de no entender siquiera la palabra “violación” a tener que verla en la frente de sus vecinas y hasta de las ancianas del pueblo. El malvado, más que tomar por la fuerza a una mujer, querrá humillarla. Para este lobo, la mejor presa es la que se resiste.

No es necesario tomar partido. Lo importante con esta lectura es que se abran caminos para entender lo que mueve a alguien a hacer algo que un pueblo completo rechaza: armarse. Puede ser que esta protagonista —a veces niña y a veces mujer, ya que la narración se mueve entre el pasado, el presente y el futuro— quiera sobrevivir, quiera estar al lado del padre —quien sí cree en la lucha—, que ame a un hombre… pero su gran razón es velar por sus hijas. Las de aquí, y también por la de allá, a la que se llevaron al extranjero en contra de su voluntad.

En la guerra civil de El Salvador, fueron muchos —perdonen la inexactitud, pero uno solo ya serían muchos— los niños que quedaron huérfanos y resultaron siendo adoptados, en algunos casos comprados, por familias en otros países. El camino hacia ese reencuentro hace parte del escenario que queda tras un conflicto, así como la reinserción del excombatiente o esa dificultad de construir país en un pueblo dividido por la guerra y la sangre que no se olvida.

Esta historia habla del futuro después de varios años de violencia, ese futuro que podríamos llamar “de paz”, pero que es mucho más complejo que eso. ¿Es posible vivir de nuevo como vecinos, familiares o ciudadanos? ¿Es posible dejar de hablar en voz baja, de juzgar al otro, de considerarlo un fruto que ya ha caído del árbol? En este relato, la gente no perdona, sino “supone que (los excombatientes) tienen en mente no cumplir los acuerdos de paz”. La mujer, antes niña, “no espera aplausos, pero no cree merecer que la examinen como a un animal y cuestionen todo lo que dice después de hacerla contar todo aquello que había callado en mucho tiempo”.

Roza, tumba, quema también es una forma de llamar a la agricultura nómada en la que se talan e incineran los árboles, ya frágiles, agotados, para que las cenizas vuelvan a fertilizar la tierra. Mientras tanto, los agricultores migrarán hasta que algún día vuelven a empezar por la primera parcela que quemaron. La metáfora puede ser leída de varias maneras. Por un lado está nuestra niña itinerante, de la casa al monte, del monte al hogar, del hogar a otro país. La niña que vuelve a empezar una y otra vez. Y también está la idea de la paz como un claro en la vegetación, un tiempo de cenizas, pero con la esperanza de que en esa tierra vuelva a nacer algo bueno. Que exista de nuevo ese lugar fértil a donde las nuevas generaciones puedan regresar.

Por JULIANA MUÑOZ TORO

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