Esta es la imagen del carné que acreditó al artista Eduardo Ramírez Villamizar (Pamplona, 1923) como miembro de la Asociación Deportiva de la Universidad de París, uno de los registros que dan cuenta de su estadía en la Ciudad Luz entre 1950 y 1952. El maestro de la abstracción geométrica había logrado a sus veintisiete años el sueño de viajar a París. “La peregrinación a París era algo que todo artista deseaba. En ese momento todas las vanguardias estaban en ese lugar y la ciudad se presentaba como un paraíso en donde se podía vivir y triunfar”, cita el historiador y curador Nicolás Bonilla, quien se ha encargado de catalogar e investigar el archivo privado de Ramírez. Para Bonilla, este tipo de documentos resultan reveladores de las travesías del artista y sobre todo permiten acercarse a una intimidad oculta donde papeles mínimos, escritos fragmentados, bocetos de sus creaciones, nos dicen cosas de la vida misma y constituyen la verdad del ser humano que está detrás de uno de los corpus de obra que revolcaron las ideas y las formas del arte.
“¡Picasso tiene a todo el mundo enloquecido y yo estoy en París! Estar en París significaba estar donde está Picasso… Alguna gente me decía te voy a presentar a Picasso. Y yo lejos de sentir placer me aterrorizaba y pensaba: pero ¿qué le puedo decir yo cuando lo vea? ¿Qué le puedo yo decir a Picasso? (…) En París muere mi expresionismo, en aquel mundo hecho de equilibrio y sensatez no había tal vez mucho lugar para las agresividades expresionistas… y mis figuras se aplanaron, perdieron volumen, llegó así una gran simplificación”, se lee en algunas de sus reflexiones escritas a mano.