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El hombre que hablaba de Marlon Brando: Una novela de película

El escritor cartagenero John Jairo Junieles publicó su nueva novela: “El hombre que hablaba de Marlon Brando” (Planeta), una historia que nos sumerge en el cine, la música y la memoria.

Elena Chafyrtth
09 de julio de 2020 - 02:00 a. m.
John Jairo Junieles fue periodista de El Universal y corresponsal del diario La República.
John Jairo Junieles fue periodista de El Universal y corresponsal del diario La República.
Foto: Guillaume Amat

Cuando empezamos a ver una película y nos parece interesante, emprendemos una nueva aventura y nos concentramos en la vida de cada personaje, en comprender el porqué de sus acciones y palabras. Sin embargo, en la mayoría de ocasiones solo vemos lo que nos muestran los actores en el momento en que el director dice “¡luces, cámara acción!”. Pero, ¿Qué pasa con las historias que se tejieron mientras las cámaras estaban apagadas? ¿Qué sensaciones experimentaron los actores detrás de cada escena? ¿Cuántos amores y desamores se vivieron durante la filmación de la película?

“Cuando estas en un bote, bailas, aunque te pisen, aunque te empujen, aunque tengas que cambiar de pareja, aunque tengas que bailar solo, lo cual te hace bailar con más libertad y a pesar de todo eso sigues bailando, aunque sepas que el bote se hundirá algún día: eso es la vida.” Fragmento del libro El hombre que hablaba de Marlon Brando /Guillaume Amat.

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En su más reciente novela, “El hombre que hablaba de Marlon Brando”, el escritor cartagenero John Jairo Junieles nos cuenta los momentos memorables que surgieron detrás de cámaras, habla de algunos de los personajes que participaron o fueron testigos del rodaje de la película Quemada. El pasado vuelve como una oleada fuerte a un presente que sigue inconcluso, los misterios se convierten en certezas que conducen a los personajes a encontrar un nuevo camino: el camino de la verdad. Esta novela narra, a manera de película, los acontecimientos que paralizaron a una ciudad que se esperaba todo menos ser invadida por algunos de los más renombrados actores, guionistas y directores de aquellos tiempos.

En 1968 llegaron a la ciudad de Cartagena alrededor de seiscientos extranjeros, entre actores y técnicos; todo un equipo que corría de un lado a otro planeando cada segundo de lo que sería el rodaje de Quemada, dirigida por Gillo Pontecorvo y protagonizada por el actor y ganador de dos premios Oscar, Marlon Brando, quien interpretó a “William Walker” y usó cientos de vestuarios soportando el sol enardecido que desde siempre persiguió a la Ciudad Heroica.

Aunque algunos periodistas nacionales e internacionales escribieron en sus columnas varios homenajes acerca de la primera película que se filmó en Cartagena, sus artículos fueron dedicados a la vida de los actores y las curiosidades de cada escena, pero detrás de cámaras, detrás del rodaje existieron hombres y mujeres sin su fama, pero que fueron los protagonistas de su propia vida: tenían una historia que contar. Cientos de extras y ayudantes que durante el rodaje de cada escena lloraron, se enamoraron, recorrieron la playa acompañados de la brisa y vieron en el mar y las tardes cartageneras el paraíso.

Junieles le cuenta al lector la vida de esos hombres que se convirtieron en la sombra de Marlon Brando durante los meses de grabación. Cuando Brando terminaba de grabar las escenas, agotado, huía con sus amigos inseparables de rodaje: Alsino Bitar, quien hizo de extra principal; Evaristo Márquez, quien se ganaba la vida como vaquero sembrador de maíz, pero por petición de Pontecorvo fue escogido para interpretar a José Dolores, y Giusepppe Tomassi, asistente personal de Brando, un hombre que dejó Italia para arriesgarse a una nueva aventura, sin saber que luego, y pasados cuarenta años, volvería a Cartagena, aquel lugar donde conoció a su primer amor.

Cansado de las discusiones con Pontecorvo, en varios momentos Brando quiso tomar un avión y olvidarse para siempre de la película, pero sus tres amigos lo perseguían y lo convencían de volver. Buscando distraerlo, lo llevaban a visitar lugares llenos de música para que se contagiara de los sonidos de la ciudad. Brando se apoderó desde el primer momento de los tambores y del sabor. En una noche de tragos y alegría, le hizo jurar a su amigo Tomassi por la memoria de su abuelo Partisano que volverían a Cartagena, que allí esperarían la muerte, bailarían en medio de ritmos africanos, caminarían la playa y observarían la oscilación de las olas, moviéndose y desplazándose de un lugar a otro.

Tomassi volvió a Cartagena a cumplir la promesa a la ciudad que lo marcó de por vida. Anhelaba volver a ver a su amigo Alsino Bitar y recorrer esos lugares que por cuarenta años no pudo olvidar, sentir ese calor que traen consigo las mañanas cartageneras y recorrer los escenarios que compartió con Brando. No obstante, tenía algo más en mente: rendirle un homenaje a la película en la que años atrás participó. Pero esta vez quería hacerlo de una manera diferente: que se contaran las vivencias de aquellos que habían estado detrás de cámaras y que por no ser reconocidos quedaron en el olvido. Quería resucitarlas, escuchar las anécdotas sin contar de aquellos que tenían que sumergirse en el baúl de los recuerdos reviviendo sentimientos que creyeron haber olvidado.

“Yo, Santiago Barón, que había venido a Berlín buscando poner tierra de por medio entre ese pasado y cualquier futuro que me aguardara, confirmaba lo que todos presentimos: que el olvido no existe, que los recuerdos juegan a las escondidas con nosotros y, como me acaba de ocurrir a mí, ante esa fotografía, que el pasado salta en los momentos más inesperados, haciéndose presente con la fuerza que la nostalgia le otorga”.

Santiago Barón se encontraba en el Instituto Cervantes cuando de pronto observó una foto de Marlon Brando, Evaristo Márquez, Alsino Bitar y Giuseppe Tomassi. Tan pronto la observó, su mente viajó tres años atrás y recordó cuando estos dos últimos se habían convertido en sus grandes amigos, y lo contrataron para que entrevistara a las personas que habían participado en la película, y luego de analizar cada uno de los testimonios sentarse a escribir la crónica. Eran anécdotas de personas del común que merecían ser contadas. Desde Berlín, Barón le cuenta al lector las situaciones trascendentales que vivió desde el momento en que aceptó escribir sobre la película, pues a partir de 1968 se habían tejido varias historias de los personajes. Todos ellas conducirían al mismo camino: encontrar el culpable de la muerte de la cantante Evangelina Saumeth.

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Recordar, soñar, retroceder, anhelar y volver a los lugares que a pesar de los años siguen presentes en cada uno de los protagonistas de esta novela. De esta manera, John Junieles nos presenta al personaje Fabricio Allende, un sacerdote que decide suicidarse al perder al amor de su vida. Debido a esto, su hermana María de los Ángeles Allende decide tomar venganza, y Mariela Escalante, una testigo que guardó un secreto durante más de cuarenta años. Son relatos que rodean la desaparición de la cantante Evangelina Saumeth y cómo Santiago Barón encuentra al culpable medio siglo después.

A pocos días de haber aceptado escribir la crónica, Bitar, Tomassi y Barón eran sospechosos de la muerte de Mariela Escalante, una vieja amiga de Alsino. Habían ido esa tarde a visitarla para preguntarle cosas sobre la película, pues ella había participado también como extra, y allí conoció a Feliciano, el amor de su vida. Esa misma noche Mariela había desaparecido. Días después encontraron su cuerpo sin vida. Santiago Barón supo que tenía una difícil tarea: ya no solo tendría que escribir una crónica, sino investigar dos crímenes, encontrar las partes que le faltaban al rompecabezas, renunciar al miedo y asumir la valentía.

Evangelina Escalante era una mujer que había alcanzado una reconocida carrera y cantaba en los lugares más elegantes de Cartagena. Algunas personas dijeron que había compartido tarima con un tal Johnny Moré, quien años más tarde fue conocido como el Joe Arroyo. Esta mujer había provocado el desequilibrio de los hombres al ver su belleza, el mismo desequilibrio que provocó en Tomassi.

En su novela, Junieles hace un recorrido por la vida de cada uno de los personajes. Nos habla de un pasado que puede volver en cualquier momento y hacernos latir el corazón con más fuerza, incluso después de cuarenta años. Junieles en su obra nos acerca al cine, recordando las anécdotas que hicieron del actor Marlon Brando un hombre difícil de olvidar. Pontecorvo solía decir: “Brando es el único actor capaz de reír con un ojo y llorar con el otro.”

En esta novela de 400 páginas, el escritor cartagenero nos habla de la memoria y su trascendencia en cada una de nuestras vidas. Cada personaje nos hace reflexionar sobre el pasado, sobre cómo nos esforzamos por tratar de eliminarlo, pero en ocasiones resulta imposible pues siempre volveremos a él por medio de algún recuerdo. En cada una de sus líneas, establece la importancia de contar la película de nuestras vidas, narrando nuestras propias emociones y sensaciones. La novela “El hombre que hablaba de Marlon Brando” relata las situaciones que se ven obligados a vivir los personajes, y cómo a pesar de las dificultades a las que se enfrentan, tienen un objetivo en común: luchar por contar el relato de su existir.

Por Elena Chafyrtth

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