El Magazín Cultural

"Vencer o morir": el fútbol fascista de Italia 34

La selección italiana de fútbol de la década de 1930 tenía la obligación de representar los ideales de fuerza y vigor promovidos por Benito Mussolini y el fascismo.

Andrés Osorio Guillott
22 de abril de 2019 - 12:08 p. m.
Uno de los afiches publicitarios del Mundial de Italia 1934. / Archivo particular
Uno de los afiches publicitarios del Mundial de Italia 1934. / Archivo particular

Como una bola de nieve que crece y crece a medida que avanza por el risco, así mismo fue creciendo el fanatismo por el fútbol a lo largo del Siglo XX. Su capacidad de reunir a las masas y de formarlos con una mentalidad de victoria y unión, hizo que varios dirigentes políticos se aprovecharan de estas facultades para promover sus ideales y levantar la bandera y el discurso que defendían por el bien de sus naciones.  Benito Mussolini, reconocido líder fascista de Europa, específicamente de Italia, tenía en as bajo la manga para fortalecer los valores nacionales en la década de 1930, época en la cual se fortalecieron las ideologías nacionalistas y de ultra derecha en Italia y Alemania con Mussolini y Hitler, respectivamente. Ese as bajo la manga del dictador italiano fue la realización del mundial de fútbol en 1934.

Luego del primer mundial de la historia, realizado en Uruguay en 1930, el turno sería para un país europeo, pues el acuerdo era que la sede se alternaría entre América y Europa. Con un total de 16 países participantes (3 americanos, 12 europeos y un africano), se daría inicio a una nueva edición del campeonato y a una gran estrategia política por parte del fascismo italiano. Así, aprovechando el auge del fútbol y los nuevos aires de la política en el viejo continente, el entonces Primer Ministro Benito Mussolini se encargó de tomar las riendas del evento deportivo y utilizarlo (de manera eficaz) para fortalecer su partido a través de la propaganda y de la fortaleza que debía inspirar la selección italiana, no solo por ser la anfitriona sino por ser el símbolo de la unidad nacional.

“Los carteles del campeonato mostraban un Hércules que hacía el saludo fascista con una pelota a sus pies. El mundial de 34 en Roma fue, para Il Duce, una gran operación de propaganda. Mussolini asistió a todos los partidos desde el palco de honor, el mentón alzado hacia las tribunas repletas de camisas negras, y los once jugadores del equipo italiano le dedicaron sus victorias con la palma extendida.” Así hablaría de este acontecimiento el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su texto El fútbol a sol y sombra (2014).

Y es que el fútbol se acomodaba perfectamente a la idea de enaltecer los valores de fuerza, unidad, juventud y victoria que promovían los fascistas en Italia. Por ello, Mussolini no solo se encargó de fomentar el coraje y la templanza en el seleccionado nacional, también se encargó de incluir en la escuadra a varios jugadores jóvenes y forajidos de otros países para construir un equipo integro y digno de representar el poderío y la identidad del gobierno de Il Duce.

Árbitros comprados y grandes sumas de dinero y lujos fueron ofrecidos a los jugadores nacionalizados para lograr que Italia se quedara con la distinción de ser la mejor escuadra y así corresponder con la propaganda política del Primer Ministro y, en general, con la imagen del gobierno que cada día preponderaba más su fuerza y su ideal de engrandecer a toda la nación y valorizar la raza.

Si bien este fue uno de los eventos deportivos con mayor tinte político en la historia, hay que decir que el mundial de 1938 realizado en Francia (Se incumple el pacto de alternar el mundial con el continente americano) también tuvo una gran influencia por parte de las corrientes ideológicas que acechaban el viejo continente y que estaban ya inmersas en la Segunda Guerra Mundial. Tras los Juegos Olímpicos de 1936, donde Hitler también haría uso de esta gran concentración de personas para hacer propaganda a su partido y así seguir promoviendo los valores del nacionalsocialismo, la sociedad francesa repudiaría los saludos fascistas en el mundial, sin embargo, esto no impediría la participación de Italia que seguía, de alguna manera, bajo las ordenes de Mussolini y, así mismo, la participación de Alemania que había reunido fuerzas con los jugadores austriacos.

En aquel mundial de Francia participaron 15 seleccionados nacionales (2 americanos y 13 europeos). Nuevamente Italia llegaría a la final donde se enfrentaría a la mejor generación de fútbol de Hungría. No solamente la presión de haber sido los campeones del mundial pasado hacía que el equipo italiano tuviera la obligación de ganar, también había que tener en cuenta que, una vez más, el gobierno daba la orden de mantener en alto la identidad de la nación con un fútbol fuerte, dinámico y avasallante.

A lo anterior, Galeano nos regaló esta breve descripción: “Para Mussolini, este triunfo era una cuestión de Estado. En la víspera, los jugadores italianos recibieron, desde Roma, un telegrama de tres palabras, firmado por el jefe del fascismo: Vencer o morir. No hubo necesidad de morir, porque Italia ganó 4-2. Al día siguiente, los vencedores vistieron uniforme militar en la ceremonia de celebración, que el Duce presidió […] El diario La Gazzeta dello Sport exaltó entonces <<la apoteosis del deporte fascista en esta victoria de la raza>>.”

Italia se convertiría en la primera selección bicampeona del mundo. De sus cuatro estrellas que adornan el escudo de la Azurra, dos fueron engendradas por el fascismo a ultranza que se aprovechaba de la unión entorno al fútbol para seguir cultivando su ideología compuesta por el nacionalismo y por la imposición de la fuerza ante aquello que fuera considerado inferior, ya sea por raza o por pensamiento. Así, las camisas negras y el poderío fascista sería el que en verdad levantaría de nuevo la copa y el reconocimiento de estar por encima de todos, pues el objetivo en aquel entonces no se centraba en el fútbol sino en mantener la supremacía y la identidad de una nación caracterizada por la fuerza y la unidad.

La anécdota acerca de esa final de 1934 no solo se daría a conocer por la estrecha relación que Mussolini le dio al fútbol con su mandato, también fue posible aprenderla gracias a las declaraciones del arquero de Hungría en aquel entonces, Anta Szabo, quien diría que: “Nunca en mi vida me sentí tan feliz por haber perdido. Con los cuatro goles que me hicieron, salvé la vida a once seres humanos.” De modo que la atmósfera de ese encuentro estuvo determinada en gran parte por ese lema que daría mucho de qué hablar en la historia del fútbol, pues lo radical del lema Vencer o morir habría de convertirse en un símbolo de lucha que, infortunadamente, con el paso de los años y de la pelota,  muchos hinchas lo tomaron en serio, a tal punto de seguir confirmando la teoría de aquellos que dicen que el fútbol es un deporte que invita a los valores fascistas por su cercanía a los comportamientos de uniformidad y de negación de la diferencia a través de una visión negativa del rival que es visto como enemigo y no como parte complementaria en el deporte.

Dados estos antecedentes, clubes como la Lazio de Roma, club del cual Mussolini se declaró hincha, han presentado episodios delicados de racismo y discriminación generados por los rastros que dejó el fascismo en el club y en el deporte en general. De modo que pensar en el fútbol como opio o mera distracción es un juicio que puede alejarse mucho de la historia y de las huellas que ha dejado esta disciplina como herramienta en lo social y en lo político, pues independientemente de su uso, ya sea por control de masas o por instrumento de consciencia, el fútbol se ha convertido en un elemento de gran influencia para las sociedades contemporáneas, pues a pesar de su vasta maquinaria, gracias a él muchas personas expuestas a la guerra y a la pobreza han podido enderezar su camino, a su vez que por medio de muchas instituciones y barras, se han promovido valores de tolerancia, respeto y solidaridad con los menos favorecidos, de tal manera que se puedan evitar algunas muestras (infortunadas) de grupos que aún ven el fútbol un espacio para la violencia y no un espacio para la recreación, de modo que no se trate de vencer o morir sino de evitar que la pelota se manche.

Por Andrés Osorio Guillott

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