El Magazín Cultural

Ventanas (Cuentos de sábado en la tarde)

Presentamos en nuestra sección Cuentos de sábado en la tarde, una selección de cuentos cortos de la periodista y escritora Isabel Salas.

Isabel Salas
18 de abril de 2020 - 08:43 p. m.
Cortesía
Cortesía

Penitencia 

Llegó hace 4 días. Parece que sus lágrimas son infinitas. Llora y se traga los mocos. Tiene el hábito sucio, maltrecho. Los cabellos finos y negros, desordenados. Se sentó en un rincón, con las piernas dobladas y una expresión de tristeza que no había notado antes en ninguna de las que han pasado por aquí. Cuando escucha los pasos vuelve a las oraciones. 

Cierra los ojos, junta las palmas de sus manos y las acerca a la boca. La vieja puerta de madera cruje al abrirse. Una de las monjas de ceño fruncido deja sobre la mesa, también de madera, un plato de comida y un vaso con jugo. Le da un vistazo a la chica, se da la bendición y sale del cuarto. 

Ella por su parte, sabe que pecó, sabe que lo merece. Sabe que le duelen tanto las entrañas como el alma. 

Si está interesado en leer más relatos de esta serie, ingrese acá: Casi pájaros (Cuentos de sábado en la tarde)

Asesino 

Ese muro es tan viejo como yo, pero él ya no se asusta, ni se asombra. Él los veía de lejos, nunca los tuvo tan cerca como que me tocó a mí. Los gritos apenas si le llegaban, mientras yo vibraba con ellos. Él no se salpicó de sangre. Tal vez un poco de tierra, cuando Antonio cavó y cavó en ese jardín donde nunca ha crecido nada. Él no necesita ser limpiado, en cambio yo… Nadie va a venir a limpiarme. Sólo lo hacía ella, y ahora, tengo sus gotas de sangre en un lado, y trozos de tierra de su sepulcro en el otro. Soy como una extensión de él. Sucio de sangre, sucio de tierra, sucio de culpa. 

Escondite 

Te van a ver. Te van a ver. Te digo que te van a ver. Este no es buen lugar. No tienes ojos en la espalda. No te muevas tanto. Así te van a descubrir. La voy a ver primero que tú. Deja de buscarla en este patio, sé que ya no está ahí. Cualquiera lo sabría. Debe estar cerca y te va a descubrir. Te iría mejor tras una puerta. 

Te lo dije, ahí está. Te va a asustar. Ni siquiera te habías dado cuenta. 

¿Con que de esto se trataba? De ti, no lo habría pensado, de ella… Tal vez. Tiene esa sonrisa, esa sonrisa. Bueno, suficiente, fuera de aquí ¿No había un mejor lugar que este? ¿En serio piensas hacer eso aquí? ¿Y el resto de gente? ¿Tu esposa, tus hijos? No me digas que no se van a percatar que ella está tardando demasiado. Que tú estás tardando demasiado. 

El vaho de tu boca sobre mí. Eso, muy bien, deja las huellas de tus manos. Sí, está bien, merezco un trapo sucio. 

Sí que lo merezco. 

Si desea leer más relatos de esta serie, ingrese acá: El ahijado (Cuentos de sábado en la tarde)

Familia 

Es pequeñito. Casi no lo puedo ver. Parece, eso sí, que es varón. Al fin sus oraciones resultaron. 

Enamorados 

La luz marca su figura. Los senos redondos, la piel blanca, blanquísima. La curva que forma su cintura y de la que se desprende su cadera. Él la besa justo allí. Desliza sus manos por las piernas. Se arrodilla frente a ella. Levanta la mirada apuntando a sus ojos, a sus senos, a su vientre. Mira su sexo. Lo besa. Ella tiembla un poco, sus piernas flaquean. Él la toma de las manos y la empuja suavemente hacía abajo. Ella se sienta en el filo de la cama. Sonríe. Abre sus piernas. Él acerca su boca. Acerca sus manos. Extiende su lengua. 

Extiende sus dedos. 

Ella me mira. Entrecierra los ojos, pero me mira. Me mira y sonríe. 

Encierro 

Lleva tres días con sus noches sin salir. Sí, las he contado. El último día que salió, lo hizo con el alba. Volvió temprano, tenía una sonrisa en la boca y la camisa pegada al cuerpo por el sudor. Trajo un par de rosas. Las puso en su silla y se fue directo a la cama. Tenía las manos sucias. Me miró un poco y luego fijó sus ojos al techo. 

Cuando está acostado todo se nota más: las arrugas que rompen su piel, la boca pálida por los años y sus parpados apagados. Se quedó dormido, con la boca entre abierta y los brazos extendidos. 

Lleva ya, tres días con sus noches sin salir.

Por Isabel Salas

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