La inversión que se hace para timar a las canas es perdida. El juglar vallenato Pacho Rada cantó La muerte y la vejez, un tema musical que derrama verdades que pueden ser incómodas y punzantes para muchos. Rada no utilizó eufemismos:
Hay dos cosas muy seguras
Son la muerte y la vejez
Por la plata no te alegres
Tienes que comprender
Que nunca la plata puede
Con la muerte y la vejez
Las arrugas son como vericuetos que forja el tiempo para pasearse una y otra vez; y cada paso que este da despierta achaques, dolores y desvaríos, pero va nutriendo a la experiencia y al silencio. Porque a veces se necesita al silencio para rebobinar, recrear escenas vitales y recordar amores.
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Tal vez para muchos estar viejo no sirve, y saber que se están acumulando un sinfín de vericuetos les resulta vergonzoso, incluso, asumen que revelar la edad es un oprobio tremendo. Miedo les da exponerla.
Estar viejo no se resume nada más en andar por los caminos apaciguadamente o en entablar una relación íntima con el sofá, la mecedora o el taburete todo el día. Estar viejo es luchar en cada despertar para aceptar y descifrar los nuevos laberintos que van fraguando las arrugas en la piel y en los recuerdos; es añorar los ayeres y tomar café, porque el café es como el alma del día a día para muchos, el combustible del andar, el sabor indeleble a las palabras que lleva y trae la vida.
La nostalgia celebra con la cafeína, y de esa fiesta nace esa expresión que suele ir acompañadas de carcajadas: aquel tiempo fue mejor.
Y si hablamos del cabello, ay, del cabello: el poeta Edward G. Bulwer-Lytton tenía razón cuando le reveló al mundo su frase cuerda y genial: “No es por el gris del cabello que uno conoce la edad del corazón”.
Y por los vericuetos el tiempo no se detiene, ¿quién lo ataja? Nadie. Él es cerrero.
La vejez no es para cobardes.