El Magazín Cultural

Violenta violencia (El monstruo en el hueco IX)

Presentamos el capítulo número IX del libro "El monstruo en el hueco", escrito a modo de correspondencia por Ángel Blas Rodríguez y Alfonso Rubio.

Alfonso Rubio y Ángel Blas Rodríguez
31 de enero de 2020 - 04:43 p. m.
Imagen de algunos de los campesinos colombianos que se armaron en Colombia durante los años 50 y 60.  / Cortesía
Imagen de algunos de los campesinos colombianos que se armaron en Colombia durante los años 50 y 60. / Cortesía

Juego de palabras

 

Se resuelve bien poco

con la metralla y con la fuerza.

La hipótesis que todo sea

un juego de palabras,

un intercambio de sílabas,

es la más atendible.

No por nada al principio era el Verbo.

 

Eugenio Montale

 

Sí, mi querido, qué fantástica postal del Día de Difuntos. ¡Qué gran y festivo festín mexicano. No dudo, además, de tu excelente paladar! ¿Viste a los olvidados de Buñuel? ¿Te visitaron? Supongo que ellos, ahora remozados de un nuevo maquillaje, nunca se fueron, deben seguir ahí, frecuentando las calles de su puta ciudad. Vivo o muerto siempre se es, pero este, Blas, como bien sabes, no es espacio para celebraciones. Aquí en Colombia todos los días se recibe a la muerte, la muerte que nunca podría festejarse, la muerte delincuente y violenta. Se convive con ella –no hay un solo colombiano que de alguna manera, directa o indirectamente, no haya tenido relación con la parca-; no asusta, pero duele. Muchos años de muerte violenta que sí, agranda la carcajada, pero persiste y persiste hasta convertirse en pesadilla.

Si está interesado en leer el capítulo anterior de esta serie, ingrese acá: La sonrisa de la calaca (El monstruo en el hueco VIII)

Es precisamente el término Violencia con el que los colombianos y la historia designan esa especie de guerra civil, aquellos años de delitos atroces que produjeron ¿200, 300 mil muertos? entre mitad de los años 40 y mitad de los 60. Violencia fruto de la mentalidad antagónica entre liberales y conservadores que azuzados por los altos dirigentes políticos y gamonales locales pretendían no dejar ni la semilla de los compatriotas que pertenecían al partido político contrario. Diferentes violencias -acciones políticas y militares, terror provocado por mercenarios, persecuciones religiosas, venganzas locales, venganzas individuales, desalojo de poblaciones, extorsión o traspaso de la propiedad- con diferentes protagonistas: el pequeño propietario, el jornalero, el arrendatario, los grandes terratenientes o la pequeña burguesía de pueblos o ciudades.

Si está interesado en leer el capítulo anterior de esta serie, ingrese acá: Transportando Jaramillos y Restrepos (El monstruo en el hueco VII)

Escucha, traigamos aquí la crudeza de un vivo relato más de los tantos que todavía podemos encontrar en gentes que sufrieron la Violencia. Es la entrevista que mi querida exalumna y amiga Viviana Arce hace a la señora Ovilpia Gutiérrez, de 65 años de edad y residente en el Barrio El Jordán de la ciudad de Santiago de Cali, no tiene desperdicio:

Lo que te cuento es que en ese tiempo pues yo estaba muy pequeña,     porque tú sabes, yo nací en el 42 y lo que le escuchábamos a nuestros    padres y a nuestra gente de esa época, amigos y de la familia y todo eso era que en ese tiempo sí mataban mucho por política, que los liberales mandaban a matar a los conservadores y los conservadores igual a los liberales…

i está interesado en leer el capítulo anterior de esta serie, ingrese acá: Los tránsitos del arco iris (El monstruo en el hueco VI)

A nosotros nos mataron unos trabajadores un domingo. Ellos iban a pie   todos porque todos  eran muchachos que trabajaban cogiendo café,        rozando potrero y cortando caña y manteniéndose pues, ordeñando, toda esa clase de trabajos. Era gente pobre, era que en cada ciudad, por   ejemplo,por decir en Tuluá, Galicia, Ceilán, cuando habían cosechas de café ellos sabían y llegaban a los pueblos y allí bajaban los dueños de las fincas a   llevarlos. Entonces le preguntaban al dueño de la finca que si era liberal o conservador, entonces si los trabajadores eran liberales no se iban a        trabajar con los conservadores y así sucesivamente…

Y resulta que yo estaba muy pequeña, pero yo oía, qué te parece, que mataron los trabajadores de don Antonio Moreno, mataron los trabajadores de la Hacienda Santo Cristo. ¿Cómo así? y ¿cómo los mataron? No, pues los mataron a machete y les cortan la garganta, y les sacan la lengua por acá         por la garganta y a algunos les cortan los brazos y las piernas y se desangran así. Era la forma en que ellos  mataban…

Si está interesado en leer el capítulo V de El monstruo en el hueco, ingrese acá: La tribu de los paisas (El monstruo en el hueco V)

Yo tenía como 9 años ó 10 años, me acuerdo todavía de Titi, me acuerdo de ellos. Entonces, claro, a nosotros nos dio mucho susto y nos cogimos de la mano mi hermano Hebert, mi hermana Mery y mi persona y nos fuimos de la casa…

Ese día mataron 14 […], pero no mataban como a los jefes, sino que les mataban a los trabajadores. Uno ahora lo piensa, pobrecitos, por qué        mataban a los trabajadores, por qué no mataban a los jefes, a los dueños         de las fincas que eran los de la política […] Entonces ya se formó el caos, ya    la gente, mejor dicho ya los trabajadores no querían ir a trabajar ni a un lado ni a otro, ya comenzaron las fincas en la violencia a decaer y a         decaer…

Si está interesado en leer el capítulo anterior de esta serie, ingrese acá: Urbis paternus (El monstruo en el hueco IV)

Yo me acuerdo muy bien de él, que era muy amigo de ese cura, era una familia Quiceno, el viejo líder de ese pueblo liberal, que salía con toda su         gente y hacían esas matanzas tan horribles. Se llamaba Juan Quiceno y él salía con los hijos a caballo, por las veredas, y mataban a conservadores, mataban niños, mujeres, mataban todo lo que se encontraban, igual que los conservadores hacían. Mataban las mujeres embarazadas, era aterrador cómo mataban la gente. Entonces era como una cosa totalmente política, no robaban, no robaban nada. Las fincas quedaban solas y nadie iba por        nada, nadie se robaba nada, todo permanecía ahí…

Sí, esos tipos andaban más que todo en alpargatas, con una cosa que se llama mulera, que es una ruanita que llega aquí a los brazos, no tenía    mangas, le decían mulera en ese tiempo, y pantalones de dril, y pañuelos blancos en la cara, y sombrero. Ellos sí se cubrían el rostro, no se ponían como ahora que se ponen capucha y todo eso, sino un pañuelo grande en la cara. Y después se ponían el sombrero y andaban así y  el arma, pues uno les veía cuchillos, peinillas y ya. Después fue que aparecieron con escopetas. A algunos, en ese tiempo les decían que los pájaros conservadores, que los pájaros liberales, que la chusma liberal, que la chusma conservadora…

Si está interesado en leer la entrega enterior de esta serie, ingrese acá: Aburrae ciudad (El monstruo en el hueco III)

Tremendo, ¿no, Blas? La Violencia enlaza con las guerras civiles del siglo XIX y hasta hoy en día buena parte de los conflictos sociales, rurales o urbanos, se desenvuelven bajo su signo. Perdona que retome a Daniel Pécaut para que nos lo exponga mejor: “Los raptos, secuestros o asesinatos perpetrados en nombre o no de razones socio-políticas, alcanzan en ciertas ocasiones una terrible magnitud, una de las más elevadas del mundo. Colombia es, por añadidura, el único país de América Latina en que la guerrilla es un fenómeno ininterrumpido desde 1948”. Para explicar su obra, de la que ya te hablé –Orden y violencia…- Pécaut se pregunta: “¿Es coincidencia fortuita que la violencia adquiera tal notoriedad en un país andino donde la democracia civil restringida ha subsistido por encima de innumerables crisis?”. Su propósito es demostrar que no es así, sino que la violencia es consustancial a la práctica de una democracia que en lugar de considerar la homogeneidad de los ciudadanos, preserva sus diferencias naturales, visibles y potenciadas por las adhesiones colectivas y las redes privadas de dominio social y que, en lugar de aspirar a institucionalizar las relaciones de fuerza de la sociedad, hace de ellas el resorte de su continuidad. Es cierto que todavía hoy, y las noticias lo confirman, Colombia parece vivir en una democracia imperfecta que restringe la libertad de sus electores con los sistemas de dominio tradicional, el clientelismo clásico o moderno, la coerción física o el fraude.

Si desea leer el segundo capítulo de esta serie, ingrese acá: Medellín: La estrella más inquieta (El monstruo en el hueco II)

La muerte, la muerte de las calacas tristes en aquella época de la Violencia, no puedo encontrarla mejor descrita en ninguna otra crónica que en la del poema de Jaime Jaramillo titulado Las hijas del muerto. Jaime Jaramillo Escobar (X-504) nació en Pueblo Rico, Antioquia, en 1932, y esta es su manera directa, irónica, una parodia sarcástica donde ninguno de los partidos se libra de su crítica. Imaginemos a Jaime desnudo, pleno de sinceridad, desenvolviendo un interminable pergamino de crueles hechos anotados, y un rostro bigotudo a lo Freddy Mercury, decorado de humor negro y usando los coros griegos. No puedo machetear el poema, así que te lo transcribo completo:

Si está interesado en leer el primer capítulo de esta serie, ingrese acá: Galaxia Distrito Federal ¡Bienvenidos! (I)

 

Por Alfonso Rubio y Ángel Blas Rodríguez

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