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Visiones desde una acera

Un poeta que edifica su poesía en el paso entre la adolescencia y la adultez. Tercera entrega de una serie sobre los poetas colombianos de fines del siglo XX.

Harold Alvarado Tenorio
16 de junio de 2013 - 09:00 p. m.
Fernando Molano Vargas, poeta nacido en Bogotá, falleció en 1998. / Archivo particular
Fernando Molano Vargas, poeta nacido en Bogotá, falleció en 1998. / Archivo particular

Que la muerte hace un trabajo prodigioso y a cada cual coloca en su sitio se comprueba con el destino de los tres libros de Fernando Molano Vargas (Bogotá, 1961 - 1998).

Un beso de Dick (1992) y Vista desde una acera (2012) son dos poemas narrativos donde Molano, como quería Quinto de Esmirna, usando su existencia y tragedia, rumia sobre lo erótico a medida que nos baña de la gracia con el esplendor de su prosodia bogotana y una sintaxis aprendida en los maestros que admiró. Las dos novelas tienen como protagonistas al propio Molano y a uno o varios de sus amores mientras atendía las escuelas públicas, los colegios de bachillerato y los años de universidad. Un breviario de los amores de un niño mientras entra en la adolescencia y que al cumplir la segunda década descubre cómo la muerte le pisa los talones y le concede la pena de haber conocido el amor y no poder prolongarlo.

A pesar de que Molano y algunos lectores han vinculado Un beso de Dick con el Oliver Twist de Dickens, el modelo de su lenguaje fue El guardián en el centeno de Jerome David Salinger, que en una suerte de monólogo narra las vicisitudes de Holden Caulfield con las drogas, el alcohol y la prostitución en Nueva York luego de ser notificado de su expulsión de la escuela preparatoria. Un rebelde, inadaptado e inmaduro de gran perspicacia que resume ese período de la existencia llamado adolescencia como el momento en que no se sabe qué se quiere. Como Salinger, también Molano reflexiona sobre la vida mientras piensa en qué es la poesía a partir de un texto de un autor cubano. Pero el laurel de Molano permanece como en Salinger en la pulsión sexual que condensa su prosa, ardiendo de pasión por todos los cuerpos que frecuenta en Nueva York y por el único cuerpo que en Bogotá desea Felipe (Fernando), un muchacho de dieciséis años que atiende las demandas de su carne y explora sus deseos en Un beso de Dick.

Al final de Vista desde una acera, Adrián y Fernando componen un ensayo para definir qué es la poesía, porque percibían que ella, como una divinidad, está en todas partes, en los poemas, las novelas, los cuentos, los dramas, las pinturas, las esculturas, los diseños arquitectónicos, las sonatas, las sinfonías, los enunciados matemáticos, en los pasajes de los libros de historia y la astronomía. La poesía era un magma inmenso que todo contaminaba porque aparecía allí donde el hombre había intervenido. Pero aun cuando sonase verdadero, la poesía servía para nada contrariando los otros objetos que fabricaba el hombre, un cepillo de dientes, una bomba atómica. Después de muchas vueltas concluyen que así como la simpatía, que es indefinible, la poesía es tan inefable como un armónico de notas que fascinan e impiden escuchar el resto de la melodía, o la imprecisa resistencia de los colores que se tocan en una línea, o la frase que al ser leída en voz alta nos apresa como una abeja sobre un pétalo o el aroma de las cosas viejas en los armarios del ayer y la luz y la oscuridad de una mirada que nos deja caer el dolor y la amargura porque la poesía no sólo es sino que está.

Con esos artificios ideológicos están compuestos los poemas de Todas mis cosas en tus bolsillos (1997), el libro que publicó unos meses antes de su muerte. Aquí el destilado incluye destellos de Silva o remotas paráfrasis de Kavafis. Shakespeare, Luis de León, Horacio, Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Whitman, Rilke, José Manuel Arango, Borges, Wilde, Wordsworth y Coleridge desfilan, más desnudos que vestidos, en ese puñado de textos que rinden tributo a la felicidad como único atributo del cuerpo deseado.

No hay que creer que Molano era un ingenuo y un inocente. Nada de eso. Que hubiese elegido la rotura de la adolescencia al entrar en la vida adulta para levantar las epifanías de su poesía no significa que no hubiese bebido todas las amarguras de la pobreza, separación y exclusiones de una sociedad miserable y abyecta como la Colombia de hoy.

www.arquitrave.com

Por Harold Alvarado Tenorio

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