El Magazín Cultural

Vivir la cuarentena con tres (Tintas en la crisis)

Estoy pasando los días de confinamiento con tres: él, ella y yo. Hemos estado juntos desde el principio de nuestra existencia y seguiremos siendo unidad hasta que alguno se hastíe y detenga su andar.

Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila
31 de marzo de 2020 - 02:42 p. m.
Archivo particular
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Día 6

Somos siameses, adheridos inseparablemente. A donde yo voy ellos van, y si no van, no hay manera de hacerlo por mi cuenta, no existe para nosotros tres la palabra autosuficiencia.

A pesar de estar toda la vida juntos, tomando decisiones en las que hemos naufragado o salido airosos, somos irónicamente enemigos y no encontramos el equilibrio, no hay punto medio que se encuentre sin una precedente controversia. Somos tres, pero componemos un solo ser.

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El primero de mis socios es un guerrero etéreo, al que difícilmente puedo describir, es un personaje fantasmal al que jamás he visto pero al que siento arder o morir.  Lo que puedo aseverar, es que es suficientemente fuerte para aguantar extensas cuarentenas sin sucumbir, y asimismo es tan frágil que una emoción negativa lo noquea.

Es romántico, crédulo, su ingenuidad de límites insospechados nos ha enfrentado a portentosos desafíos, pues siente todo, se emociona por un atardecer, cede ante las sonrisas de la gente y hasta el olor de un café lo enloquece. Además, es brutalmente confiado, ya nos hemos visto envueltos en madejas de desengaño por su exacerbada candidez.

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Tan desmedida es su pasión que se mantiene en desequilibrio y me jala con él. Aparentemente controla todo aquello que siento y que no puedo ver. Si él está en paz, este trío está dichoso, si está apachurrado nos vamos los tres a un profundo hoyo. Pero a pesar de parecer un tonto extralimitado es maravillosamente intuitivo, podrá ser un completo inútil en cuestiones de autocontrol, pero útil para hacerme sentir viva.

Él, mi primer compañero de vida y de cuarentena, es a quien llamo espíritu, una cosa ahí que existe y que se siente pero no se siente, y que algunos creen que es un ser exterior y otros creemos que es un ente interior.

La antítesis de este personaje es ella, aniquiladora de toda sensación, paradoja en la vive porque es la creadora de mi complejo universo interior. Es quien envía remembranzas para que el espíritu se desboque, la que permite los olores y sabores nostálgicos y sin más preámbulo es la que manda.

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Si quiero mover tan solo un párpado debo pedirle permiso, si quiero cocinar ella me recuerda la receta, decide lo que queremos comer, hacia donde mirar, como vestirnos, es la creadora de todo y con todo no me simpatiza porque siempre me confunde, es cizañera, ambigua y aunque se crea equilibrada está loca de remate.

Todo lo piensa, todo lo arma y desarma, es inteligente, culta, pero estúpidamente egocéntrica. Quiere saberlo todo, entenderlo, controlarlo y perfeccionarlo, íntima amiga del ego y oponente acérrima del espíritu. Ella, es la cabeza, la mente o biológicamente el imprescindible cerebro.

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Y en el medio, estoy yo, dependiendo de este par de zánganos en una relación simbiótica. A veces me siento una marioneta del cerebro y del espíritu. Pierdo el poder de controlarlos y perder ese poder significa que no tengo autocontrol.

En días de confinamiento ha sido difícil encontrar el equilibrio entre los tres. Por alguna razón que no comprendo bien, en días como estos mi espíritu está intenso, a tope, no se deja amainar. Cuando la mente va más allá del presente, cuando comienza a saturarse de información y a preguntarse "¿y qué carajos va a pasar?", el espíritu sale en mi defensa y es cuando tomo la decisión de levantarme de la cama y ocupar a la "la loca" para que deje de pensar.

Llevamos una semana de lucha constante. Divago, escucho a la mente por horas, le doy cuerda leyendo noticias, la animo a pensar en los peores escenarios posibles, vemos los números subir sin detenerse y la dejo dar vueltas y vueltas hasta que me duele la cabeza. Luego la detengo con voluntad, a veces necesito catalizadores para no hundirme con ella, por ejemplo, escuchar Stairway to Heaven y creer que puedo tocar mi guitarra imaginaria como Jimmy Page.  

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También intento meditar, comer un capricho, hacer ejercicio, escribir, ilustrar, saltar, lo que sea necesario para no dejarla pensar de más, pues su racionalidad me induce al miedo, el miedo apaga el espíritu y el espíritu apagado inhibe la fuerza para sobrellevar este cambio repentino de vida. 

Estoy agradecida de aquellos momentos en que somos una inmaculada y perfecta trinidad. Pocas veces ocurre este descomunal suceso, pero cuando las condiciones son apropiadas para tal efecto, todo es armónico, es el encuentro de la felicidad misma aunque dure un micro instante. ¿Y cuándo sucede? cuando logro pensar y sentir al mismo tiempo y en el tiempo presente, nunca atrás, nunca adelante, ahora. 

Ahora estamos en cuarentena decimos como trío heroico, así que dejemos que pase lo que tenga que pasar - ¿acaso lo podemos cambiar? - vivamos este instante único y esperemos que sea irrepetible, escupamos los miedos, aprovechemos el privilegio de tener tiempo para hacer lo que teníamos pendiente, agradezcamos que estamos bien y ayudemos a los que no a la distancia, al fin y al cabo es solo un instante de toda una vida, y nada, ni lo bueno ni lo malo, duran para siempre.

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Por Natalia Méndez Sarmiento / @cuentosdemochila

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