El Magazín Cultural

Volviendo a empezar (Cuentos de sábado en la tarde)

Les presentamos un cuento escrito por Sofía Acero, estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, integrante del semillero de creación "CrossmediaLab".

Sofía Acero – CrossmediaLab de la Tadeo
11 de abril de 2020 - 10:44 p. m.
Cortesía
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Hola, buenos días, hoy te voy a contar cosas que no puedes olvidar. En primer lugar, todos los días nos levantamos a las seis de la mañana para alcanzar a desayunar juntos antes de que nuestros hijos deban irse a estudiar y yo a trabajar, sin embargo, por estos días tengo una rutina más flexible, ya que todos aprovecharon las vacaciones para pasar una temporada con mi suegra en un pueblo que está a unas tres horas de aquí, así que por poco tiempo puedo darme el lujo de dormir aunque sea una hora más, aun así sigue siendo un martirio levantarme, no sé en qué momento pensé que trabajar como auxiliar contable en una empresa que, prácticamente me explota, iba a ser toda una aventura, pero es lo que hay. Después de realizar todas las cosas propias de la mañana que, seguramente no olvidarás hacer, me dirijo a la calle disponiéndose a caminar la hora que me separa de mi lugar de trabajo. Odio los carros, los buses, las motos, así que lo único que me queda son mis pies.

Después de una jornada laboral, de la cual no hay mucho para contar, vuelvo a la soledad de mi casa, extraño mucho a mi esposa y a mis hijos, es sorprendente cómo puedes llegar a sentir que una parte de tu ser se aferra sin consideración ni dudas a ellos, a su bienestar y felicidad; como una casa, una estructura hecha de vigas y cemento, puede llegar a transformarse en un hogar gracias al ruido, a las risas, a los momentos llenos de arcoíris y tormentas, y de pronto sentirse solo como una casa, pero en fin, pronto volveré a tenerlos cerca, ya falta poco, poco, poco.

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Con el fin de matar el tiempo, tomo el libro que se encuentra en el centro de la mesa y me dispongo a leer. Las páginas abandonan mis dedos una tras otra y me maravilló con la historia que se reconstruye en mi cabeza, sin embargo, un sonido espantoso y molesto interrumpe mi momento de quietud: el frenazo de un carro me hace olvidar de todo alrededor, me resuenan los oídos, un pitido constante me obliga a intentar sofocarlo con mis manos, lo veo todo borroso, tengo ganas de vomitar, siento que me asfixio, la cabeza me da vueltas, y cuando lo veo todo negro, caigo al suelo; no sé cuánto tiempo duré tirado en el piso después de recuperar la conciencia y ponerme en posición fetal meciéndome de adelante hacia atrás intentando apagarlo todo, intentando olvidar ese sonido, no caer de nuevo en esa oscuridad. Hasta que todo se detiene con el golpe de alguien tocando a la puerta, por fin vuelvo a reaccionar, y respirando hondo, intentando aparentar que todo está bien, abro la puerta.

Es mi madre, otra vez, no sé por qué se ha vuelto rutina para ella venir a verme si hace tiempo que me fui de la casa, la saludo con un abrazo y la hago pasar, el olor de su perfume me reconforta y me ayuda a respirar de nuevo.

-¿Cómo te encuentras, hijo? ¿Estás bien? - Todo esto lo dice en un susurro, como si le diera miedo romperme de algún modo. No entiendo a qué viene esa mirada de lástima, y aunque me encanta tener a mi madre cerca, no comprendo su insistencia en venir aquí todos los días, como si algo estuviera mal conmigo.

-Todo va a estar bien, vamos a salir de esta, la vida continúa y tú podrás volver a ser normal y feliz - Me dice al despedirse y cierra la puerta.

Tras pensar unos minutos en esas extrañas palabras de mi madre, vuelvo a sumirme en un silencio ensordecedor, decido dirigirme a mi oficina, que no es nada del otro mundo, un escritorio lleno de informes pendientes por concretar, mi portátil, unos esferos y mis infaltables papeles de colores, quienes le dan vida al lugar porque en realidad dominan la mayoría de la habitación, es que tengo muy mala memoria, así que de esta forma logro que nada se me olvide, esa pared llena de colores y rayones es, prácticamente mi vida, aquí puedes venir en caso de que necesites saber algo de mí.

Al final, el hambre no da espera y decido prepararme pasta con pollo, el plato favorito de mi esposa, aunque no termina quedándome tan delicioso como a ella, me siento a comer viendo fijamente el plato. De repente, de mi ojos empieza a salir agua a mares, no sé por qué estoy llorando, puede que, ciertamente extrañe a mi familia demasiado, no puedo parar de llorar, siento una presión en el pecho, me duele la cabeza, como si algo se estuviese abriendo paso a través de ella y yo no puedo dejar de llorar, necesito que el hueco de mi pecho se cierre, que el dolor profundo de mi ser desaparezca, y al final, entre lágrimas y sollozos, me termino mi cena, y agotado por todos los sentimientos experimentados hoy, me dirijo a descansar.

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No tardo en dormirme y en sumergirme en mis sueños.

Me dirigía a recoger a mi esposa y a mis hijos al pueblo que estaba exactamente a tres horas y cuarenta minutos de nuestra casa, estaba muy emocionado por verlos, tanto, que llegué antes de lo esperado. El recibimiento tan caluroso de mi familia solo causó que se me hinchara más el corazón de felicidad, veía a los niños más grandes y a mi esposa más bella, no podía esperar más para estar todos nuevamente en casa, así que, dejando en el fondo de mi cabeza aquella vocecita que me decía que necesitaba descansar, al menos por esa noche, montamos todo el equipaje al carro y partimos de regreso a casa. 

Las luces de aquel camión en contravía cegaron mi visión. Hice todo lo posible para maniobrar el volante y evitar el inminente accidente, pero no fue posible, rodamos cuatro metros por un barranco. Negro y después blanco, eso es lo que recuerdo, según los médicos, había pasado seis meses después de aquella fatídica noche, estuve en coma durante todo ese tiempo, y al abrir los ojos, la cara llorosa de mi madre me recibió, me abrazó tan fuerte que me hizo daño, aun así, la dejé, yo también necesitaba aquel abrazo. A pesar de esto, me estaba impacientando por ver a mi familia, solo pasaron unos minutos antes de que no pudiese evitar preguntar por ellos, y el llanto incontrolable de mi madre no me dio buen augurio. No podía estar pasando, ellos deben haber sobrevivido como yo lo hice. Pero la palabra muertos no abandonaba mi mente, no podía ser, no podía ser, no podía ser.

Al otro día, mi madre entró a la habitación y yo me encontraba emocionado por ir a recoger a mi familia, mi madre exclamó un sollozo que no entendía, y mientras yo desayunaba apresurado preguntándole dónde estaban las llaves del carro para irme cuanto antes, ella retrocedió con cara de pánico y fue en busca del doctor.

-Esa es la forma en la que su cerebro está intentando asimilar todo lo que pasó, para él aún es el día antes del accidente, no sé por cuánto tiempo más este así - Esas palabras no tenían sentido para mí.

Abro mis ojos, siento cómo el sudor recorre mi cuerpo y las lágrimas empapan mi cara, aun así no le presto mucha atención, solo prendo mi grabadora y digo las palabras que siempre repito para no irme del presente, de mi realidad, para evitar lugares oscuros y mantenerme un poco cuerdo: Hola, buenos días, hoy te voy a contar cosas que no puedes olvidar.

Por Sofía Acero – CrossmediaLab de la Tadeo

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