El Magazín Cultural

Yesid Reyes, sobre los sucesos en el Palacio de Justicia: "Me dijeron que dejara las cosas quietas"

Presentamos en Historias de vida al exministro de Justicia, Yesid Reyes, hijo del magistrado Alfonso Reyes Echandía, muerto en los sucesos del Palacio de Justicia de noviembre de 1985.

Isabel López Giraldo
14 de noviembre de 2018 - 04:32 p. m.
Yesid Reyes, quien asegura que recibió amenazas contra su vida luego de la muerte de su padre en los sucesos del Palacio de Justicia de noviembre del 85.  / Cortesía
Yesid Reyes, quien asegura que recibió amenazas contra su vida luego de la muerte de su padre en los sucesos del Palacio de Justicia de noviembre del 85. / Cortesía

– ¿Cuál es su origen?

Quisiera comenzar contándole que a mis abuelos paternos no los conocí porque cuando nací ellos ya habían muerto, por lo tanto, de la familia de mi padre, sólo tengo el recuerdo de mis tíos. Por el contrario, con la familia de mi madre sí tuve siempre una relación cercana, que incluyó a mi abuelo, mis tíos y mis primos.

– Hábleme de su abuelo paterno.

Mi abuelo paterno fue juez de rentas en Chaparral, pero no era abogado, pues aquí en Colombia hasta la década del 60, incluso del 70, se contaba con muy pocos abogados titulados, como ocurría también con muchos periodistas y contadores. Personas que supieran del tema podían ejercer, e incluso ser jueces. Un primo de mi padre, Darío Echandía Olaya, fue abogado también. Así que probablemente la tradición familiar influyó en mi decisión de estudiar derecho.

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– ¿Qué recuerdos tiene de su padre, Alfonso Reyes Echandía?

Mi padre dedicó toda su vida a la universidad, lo que hizo siempre fue estudiar e investigar; leía mucho; escribía libros, artículos para revistas; dictaba conferencias; enseñó toda la vida en pregrado y en posgrado; para citarle dos de los sitios en los que transcurrió su vida académica, le menciono la Escuela General Santander, que es la que capacita a los oficiales de la policía que van ascendiendo de rango, y la Universidad Externado de Colombia, a la que dedicó el mayor tiempo como docente y a la que entregó gran parte de su existencia.

El tiempo de mi padre solía transcurrir en la universidad dictando clase y realizando labores propias de su condición de director del Departamento de Derecho Penal. Fundó una revista especializada en ese tema, la segunda más antigua del país en su área, se inventó e institucionalizó unos congresos anuales de derecho penal a los que siempre traía invitados internacionales, personas que eran la vanguardia del derecho penal en el mundo; ahora es mucho más fácil organizar esa clase de seminarios y muchas universidades lo hacen, pero en los años 70 traer a una persona de Europa era muy complicado y sin embargo, los penalistas más famosos de la época vinieron. Cuando no estaba dictando clase, solía estar en la casa, leyendo y escribiendo.

Mi padre tuvo algunos pocos períodos en los que no estuvo totalmente dedicado a la docencia, que era su actividad principal; el primero de ellos, cuando fue magistrado de la Sala Penal del Tribunal de Bogotá, cargo en el que estuvo poco tiempo porque fue designado viceministro de justicia cuando el titular de esa cartera era Jaime Castro y, varios años después, fue designado magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia; en el año 1985, siendo presidente de esa corporación, murió durante la llamada toma del palacio de justicia.

Mi padre era un referente de dedicación, disciplina, y constancia. Siempre lo veía levantado desde muy temprano, leyendo, estudiando, escribiendo y como pasaba tanto tiempo en la casa, todos sus hijos nos criamos en ese ambiente. Aunque se podría decir que eso ayuda a que uno escoja una determinada orientación, profesional, también es verdad que de sus cuatro hijos el único que decidió estudiar derecho fui yo. Mi hermano mayor y el que me sigue se dedicaron a la ingeniería, mientras la menor escogió el área del trabajo social. Yo diría que desde pequeño tuve atracción por el derecho, me gustaba leer, escribir y argumentar; eran las actividades en las que mejor me iba en el colegio y eso pudo haber influido en mi determinación final de seguir la carrera de derecho; aunque seguramente algo debió de incidir el tener tan cerca a un estudioso de las ciencias jurídicas como mi padre.

 – Hábleme de su mamá. ¿Qué mirada le daba?

Mi madre fue una mujer de la época, dedicada a su esposo, a sus hijos, en ese momento no proliferaban las mujeres profesionales. Siempre estuvo muy pendiente de mi padre y de todos nosotros, no solo en la parte afectiva, sino en cosas más materiales, como ayudarnos con las tareas del colegio, o incluso hacer ropa para nosotros. Pese a su apariencia dulce y a sus finas maneras, fue una mujer de carácter. Desafortunadamente también, desde que estábamos muy pequeños, ha tenido períodos relativamente prolongados en los que su salud ha estado afectada.

 – Ahora, conociendo sus raíces, cuénteme de Usted.

Nunca me gustaron las ciencias exactas, las matemáticas no llamaron mi atención, ni la física, como tampoco la economía; eran áreas que me resultaban poco afines. Siempre fui un estudiante promedio que disfrutaba de la historia, el español, las humanidades. En mi colegio, El Claustro Moderno, que es de la familia Medellín y en esa época era regentado por el magistrado Carlos Medellín, quien murió con mi padre en la toma del Palacio de Justicia, se brindaba a los alumnos orientación profesional y, en los últimos años del bachillerato, se tomaban cursos de profundización en las áreas de preferencia de los alumnos; en mi caso, me inscribí en los seminarios que tenían que ver con redacción de textos, interpretación de lectura, poesía y literatura. Durante mis dos últimos años de colegio consideré varias opciones profesionales como la filosofía, y el periodismo, pero el derecho siempre estuvo en mi mente, así que una vez me gradué de bachiller opté por presentarme al Externado de Colombia para formarme como abogado.

Siempre quise ser un estudiante independiente de la influencia de mi padre pero no fue fácil, pues en la Universidad, él era una persona reconocida e importante; la situación era incómoda de cualquier forma, porque si tenía un mal resultado académico me criticaban porque esperaban más de un hijo de Alfonso Reyes; pero si tenía resultados sobresalientes también me criticaban porque asumían que no era producto de mi esfuerzo, sino de la influencia de mi padre. Fue una situación compleja para mí, que en su momento me costó manejar. El primer año estuve muy pendiente de obtener buenos resultados y logré una beca, pero después toda esta presión hizo que le bajara al ritmo sin dejar de ser buen estudiante y sin perder el entusiasmo; me propuse no ser un alumno visible en la universidad, para evitar las críticas que provenían de los dos extremos, lo que me permitió llevar una vida más tranquila y con menos presiones en esos años.

En el primer año vi Derecho Civil y me pareció una materia muy interesante, por lo que decidí que sería civilista; pero en segundo año, al encontrarme con Penal, me gustó mucho más que el primero y cambié mi vocación; desde entonces me dediqué de manera particular a estudiarlo y profundizar en él, no solo en pregrado sino posteriormente en estudios de posgrado. Un adecuado ejercicio de la profesión en el ámbito penal no debería implicar mayores riesgos que en cualquier otra área del derecho o que en alguna otra profesión. En mi caso particular, hubo determinada clase de clientes que nunca me interesaron, aunque en muchos casos ofrecían cuantiosos honorarios; en mis treinta años de litigio siempre escogí los casos por el interés que tuvieran desde el punto de vista teórico, y no por el monto de los honorarios que me ofrecieran. Uno mediáticamente muy complicado y que llamó mucho mi atención fue el de Valery Domínguez, quien por su condición de ex reina de belleza se convirtió en uno de los símbolos de Agro Ingreso Seguro, y tuvo que afrontar un proceso penal muy difícil, enfrentada a su antiguo novio y a la familia de éste. Otros clientes fueron personas conocidas en el país por sus posiciones en el ámbito de la empresa privada y en cargos públicos; varios de ellos fueron casos en los que su posición implicaba un problema adicional por el despliegue mediático que solían generar y que tornaba un poco más compleja la labor profesional del abogado.

– ¿En qué momento de su vida ocurre lo del Palacio de Justicia que termina con la vida de su padre?

Cuando muere mi padre yo ya estaba graduado y ejercía la profesión de abogado; sin embargo, era muy joven y la forma en que se produjo su fallecimiento me afectó profundamente. Por razones conectadas a los hechos del Palacio de Justicia recibí una amenaza contra mi vida, razón por la cual decidí salir del país durante unos años. Recibí varias llamadas en las que alguien me contaba hechos relacionados con la toma del Palacio y me anunciaba que posteriormente me enviarían pruebas de lo que me estaban narrando. Sin embargo, antes de que esas anunciadas pruebas llegaran, alguien me contactó, me dijo que “ellos” sabían que yo estaba recibiendo información relacionada con lo que pasó en el Palacio de Justicia, y que me sugerían dejar de averiguar por esos acontecimientos; me dijeron que se trataba de un hecho ya pasado, que lo dejara así y que no siguiera tratando de averiguar porque eso podría ser perjudicial para mi salud. Yo se lo comenté en su momento al que era el Director del DAS, y su respuesta fue que quien me había hecho la advertencia tenía razón; que mejor dejara las cosas quietas y no siguiera indagando sobre lo que había ocurrido en el Palacio de Justicia. Ante esa respuesta de quien estaba al frente del organismo que manejaba la inteligencia del país, decidí que lo más prudente era salir de Colombia, así que presenté mi nombre como candidato a una beca de investigación en Alemania y, al conseguirla, me fui durante varios años.

– ¿Es este un conflicto emocional sin resolver?

Este tema, por difícil que haya sido y pese a lo mucho que afectó mi vida en varios aspectos, lo tengo superado y por eso puedo afirmar que no es un conflicto que tenga sin resolver. Los cinco años que viví fuera del país me ayudaron a replantear muchas cosas en lo personal y en lo profesional, y me permitieron comenzar una nueva etapa de mi vida sin el referente y el apoyo que hasta entonces representaba mi padre. Fueron dos momentos de mi vida completamente distintos, pero en ninguno de ellos perdí la motivación por mi trabajo; mis años fuera de Colombia constituyeron un período de introspección en lo personal, pero en lo académico, muy dedicados a leer, a escribir, a debatir con otras personas dedicadas al derecho penal y a conocer cada vez más sobre la teoría del delito.

Estuve casi tres años en Alemania, con una beca de investigación de la Fundación Alexander von Humboldt, trabajando en el Seminario de Filosofía del Derecho de la Universidad de Bonn, en aquel entonces dirigido por el profesor Günther Jakobs. Estando allí, recibí una llamada de la Universidad Autónoma de Madrid, ofreciéndome la posibilidad de trabajar en ella como profesor invitado en el área de Derecho Penal; por esa razón, al terminar mi beca en Alemania, viajé a España y trabajé durante dos años en la Universidad Autónoma, donde pude conocer y compartir en lo personal y en lo profesional con un grupo de jóvenes penalistas que, años más tarde, llegarían a ocupar puestos preponderantes dentro de la élite del derecho penal. Transcurridos esos dos años en Madrid, mi situación económica no era buena y me resultaba cada vez más difícil sostenerme con mi familia, razón por la cual decidí regresar al país para retomar el ejercicio profesional.

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– ¿Cuándo decide regresar?

A finales de 1994. Cuando ya había tomado le decisión y tenía muy avanzados los planes de regreso, recibí dos ofertas que me hicieron dudar sobre mi futuro; la una provenía de la Universidad Autónoma de Madrid, que me proponía mejorar mi salario mediante una recategorización de mi cargo. La otra surgió durante un encuentro de profesores de derecho penal alemán al que me habían invitado en Suiza; allí, donde periódicamente se reúnen en un congreso profesores de derecho penal de Alemania, Austria y Suiza (y al que excepcionalmente invitan a profesores de otras nacionalidades), me encontré con un catedrático alemán (Wolfgang Frisch) quien me preguntó qué estaba haciendo; le comenté que después de dos años en la Universidad Autónoma de Madrid había decidido volver a Colombia y retomar el ejercicio de la profesión de abogado; después de escucharme me dijo que eso no era lo mío, que mi mundo era el académico, a lo cual le respondí que había tomado la decisión por razones económicas. Me dijo entonces que él acababa de ser nombrado director del departamento de Derecho Penal en la Universidad de Friburgo, que estaba conformando su equipo de colaboradores y me invitó a hacer parte del mismo. Era una oferta que no me esperaba, era la opción de quedarme allá definitivamente haciendo lo que más me gusta: investigar. Le pedí dos días para pensarlo, que era lo que duraba el congreso. Medité mucho sobre las posibilidades que en ese momento tenía, porque era consciente de que cualquiera de las tres opciones que escogiera marcaría un rumbo en mi vida que probablemente sería ya el definitivo. Al final, decliné las ofertas de la Universidad Autónoma de Madrid y del profesor Frisch para la Universidad de Friburgo, y regresé al país para combinar el ejercicio de la profesión con las actividades académicas. Esa es una decisión a la que siempre le he dado vueltas y cada vez que me acuerdo de ella, no puedo evitar preguntarme si hice lo correcto. Sin embargo, tengo claro que si esa oferta la hubiera recibido seis meses antes, cuando no tenía tan avanzados los planes de retornar a Colombia, probablemente me hubiera quedado en Alemania. Para mí fue muy halagador y no niego que me hubiera gustado quedarme de tiempo completo en el ámbito universitario, pues yo me veo más entre libros y estudiantes que en el ejercicio de la profesión de abogado.

– ¿A qué se dedica cuando llega al país?

Desde el punto de vista académico me vinculé inicialmente como profesor de la Universidad Santo Tomas y, posteriormente, a la Universidad de Los Andes; paralelamente, ejercí la profesión de abogado hasta mediados de 2014 cuando, al ser designado ministro de Justicia y del Derecho, decidí cerrar mi oficina de abogado para evitar cualquier posible conflicto de intereses o incompatibilidad. Inicialmente quise mantener la cátedra en la Universidad de Los Andes, pero pronto las exigencias del nuevo cargo me mostraron que era imposible y, muy a mi pesar, tuve que renunciar.

También fui columnista de El Espectador, gracias a una invitación que me hizo su director, Fidel Cano; recuerdo que cuando me preguntó si quería escribir una columna en el periódico, le dije que no estaba seguro de poder hacerlo, porque mi experiencia estaba en la redacción de artículos científicos que se caracterizan por ser más extensos que una columna y por estar escritos en términos técnicos. Fidel me insistió y me propuso que como el periódico solo aparecía en versión digital, probara hasta cuando se volviera a lanzar en edición escrita; y que si para entonces me sentía cómodo me quedara con la columna. Me ofreció escribir una columna cada ocho días, pero yo le sugerí que fuera cada quince días porque me preocupaba no tener material suficiente cada semana, dado que me proponía escribir sobre temas jurídicos, que es el ámbito de mi formación profesional. La experiencia fue para mí muy enriquecedora y se la agradezco a Fidel, quien sin conocerme confió en mí para esa tarea; las primeras columnas fueron muy difíciles porque los 3.200 caracteres de los que disponía se me agotaban cuando ni siquiera había terminado de plantear el tema sobre el que quería escribir. Poco a poco fui aprendiendo a transmitir en ese reducido espacio un mensaje puntual (mi opinión) sobre temas de interés general en el ámbito del derecho, de tal forma que continué con la columna cuando el periódico retornó a su versión impresa y solo la abandoné cuando fui designado ministro de Justicia y del Derecho, porque no me parecían actividades compatibles.

¿Cómo llegó a la Universidad de Los Andes?

Yo me había retirado de la Universidad Santo Tomás cuando, en alguno de sus cambios internos de administración, dejé de sentirme cómodo con la forma en que funcionaba la facultad de derecho. En ese momento mi intención fue la de dejar de dictar clase y dedicar ese tiempo a leer y escribir; sin embargo, dos años después, me encontré un día con Jaime Granados, quien me contó que estaba de director del departamento de derecho penal de Los Andes y me preguntó dónde estaba dictando clases; al manifestarle que no estaba vinculado a ninguna universidad en ese momento, me dijo que me invitaba a vincularme a Los Andes como profesor de derecho penal. Le agradecí la oferta y le dije que luego hablábamos sobre el tema, pensando que probablemente había sido más una cortesía de Jaime que una verdadera propuesta de vinculación. Pero a la semana siguiente me llamó y me dijo que el decano de Derecho, que entonces era Eduardo Cifuentes, quería hablar conmigo; en desarrollo de esa reunión el decano me preguntó si estaría interesado en dictar la clase de Derecho Penal en Los Andes, le manifesté que mi problema era que, debido al litigio, sólo podría garantizar mi asistencia puntual a clase en el horario de las siete de la mañana, que por entonces era el más temprano; generosamente el decano me dijo que me conseguiría ese horario y desde entonces me vinculé a Los Andes, universidad de la que tengo estupendos recuerdos de la calidez con la que me recibió su cuerpo directivo y, en especial, por el enorme interés que siempre vi en sus estudiantes hacia la adquisición de conocimientos y su propensión casi natural a debatir sobre ellos.

Siendo un hombre de academia, ¿por qué aceptó el ministerio de Justicia?

El ejercicio de la academia es crítico por naturaleza; se analizan problemas concretos, se evalúan las ventajas y desventajas de distintas visiones sobre los mismos y se formulan propuestas de solución. La visión desde la perspectiva del columnista de opinión es muy similar, aun cuando lo que se escribe no suele estar referido a problemas estrictamente científicos sino a debates coyunturales de la vida nacional. Por eso cuando recibí la oferta del Ministerio la tomé como una oportunidad de llevar a la práctica propuestas teóricas que yo había defendido a lo largo de mi vida académica. Me pareció, y me sigue pareciendo, que cuando se tiene la oportunidad de ayudar a la sociedad desde un cargo en el que se puede aplicar la experiencia que se tiene, hay que hacerlo; es una manera de devolverle al Estado y a la sociedad lo que de ellos se ha recibido como parte de nuestra formación.

– ¿Cómo fue su experiencia como ministro?

Buena. el presidente Santos comenzaba su segundo mandato y contaba con un buen equipo de gobierno. Recibí mucho apoyo de compañeros que llevaban más tiempo en el gabinete ministerial, lo que me permitió adaptarme con rapidez al cargo. Dentro del ministerio hice muy pocos cambios de personal, pero con la ayuda de la viceministra, Ana María Ramos, se reorganizaron varios grupos de trabajo con el propósito de priorizar algunos de los proyectos que queríamos desarrollar. El compromiso de los funcionarios del ministerio y el entusiasmo con el que trabajaron fueron decisivos para que muchos de esos proyectos culminaran de manera exitosa y otros quedaran en etapas de desarrollo muy avanzadas. Aun cuando siempre había tenido contacto con la judicatura a través del litigio, mi paso por el ministerio estuvo marcado por muchas tensiones con la Rama Judicial. Asonal Judicial hizo una huelga que duró cerca de cinco meses, y que terminó sin que el gobierno accediera a unos incrementos económicos que yo consideraba inviables, pero que constituían su reclamación principal. De otro lado, buena parte de los magistrados de las altas cortes se opusieron a la Reforma de Equilibrio de Poderes con la que, entre otras cosas, se proponía terminar con el Consejo Superior de la Judicatura para reemplazarlo por otro órgano de gobierno, y con la Comisión de Acusaciones para sustituirla por un Tribunal de Aforados.

Curiosamente, cuando llegué al cargo de ministro tenía más prevención hacia el Congreso, porque suele ser objeto de muchas críticas; mi experiencia en la interacción con los parlamentarios durante ese período, sin embargo, fue buena. Encontré un numeroso grupo de congresistas que se interesaban por los temas que el ministerio sometía a su consideración, que estudiaban los proyectos de ley, que debatían sobre ellos y que trabajaban más tiempo del que la gente suele imaginar. No niego que, como en cualquier actividad, hay quienes desatienden sus actividades, trabajan con menos interés, con poco ánimo o escasa dedicación; pero al lado de esa minoría, hay muchos congresistas que desarrollan una importante labor en beneficio de la sociedad. Mi paso por el ministerio me sirvió para tener ahora una mejor imagen del Congreso, que la que me había formado como simple ciudadano a lo largo de mi viva.

– Al final de su paso por el ministerio volvió a la academia.

Cierto; estando en el ministerio, en una ocasión en la que coincidí con el expresidente Belisario Betancur, me dijo usted es un hombre de academia prestado al gobierno. Y tenía razón.

– ¿Qué siguió después del ministerio?

Una vez me retiré del ministerio, el Externado de Colombia, por intermedio de su rector, Juan Carlos Henao, me ofreció vincularme a esa institución como director del Centro de investigación en Filosofía y Derecho; no dudé en aceptar la oferta, porque me abría la posibilidad de dedicarme a la vida académica, que siempre ha sido mi anhelo y, además, porque me permitía hacerlo en la universidad, donde tanto mi padre como yo nos formamos. Para poderme concentrar en esas nuevas actividades, tomé además la decisión de no litigar más, y limitar mi actividad de abogado a la eventual emisión de conceptos u opiniones profesionales.

Sin embargo, cuando se abrió la convocatoria para magistrados de la Jurisdicción Especial para la Paz, decidí presentarme, porque creo que desde ese cargo puedo aportar algo a la consolidación de la paz que tanto necesita nuestro país. Aunque fui elegido por el comité de selección, la ley Estatutaria de la JEP incluyó algunas inhabilidades para ser magistrado de esa Jurisdicción, una de las cuales me afecta directamente; pese a que la ley Estatutaria no está vigente mientras la Corte Constitucional no avale su exequibilidad -por eso podría decirse que en estricto sentido esas inhabilidades no rigen en la actualidad-, consideré que era preferible aplazar mi posesión como magistrado de la JEP hasta que la Corte Constitucional decida si esas inhabilidades son o no contrarias a nuestra Constitución Política.

– ¿Sus hijos siguieron sus pasos?

Mis hijos mayores tomaron un rumbo distinto al derecho y la menor, que aún está en el colegio, no parece inclinada hacia las ciencias jurídicas.

– ¿Qué tareas tiene pendientes en su camino de vida?

Desde hace mucho tiempo tengo planes de escribir sobre temas puntuales de la teoría del delito, como una forma de continuar desarrollando propuestas que he planteado en libros como el de la imputación objetiva y el del delito de tentativa, así como en artículos publicados en revistas especializadas.

 

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Por Isabel López Giraldo

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