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¿Hacia dónde va la construcción de vivienda en Colombia?

Es el momento de repensar las ciudades alrededor del barrio como el centro del mundo urbano: un modelo con mejores servicios y áreas verdes, en el que las distancias se reduzcan a 20 minutos a pie, entre otros elementos. También se trata de mirar más allá de las ciudades capitales y los grandes centros urbanos.

Santiago La Rotta
04 de agosto de 2020 - 03:00 a. m.
Imagen de referencia.
Imagen de referencia.
Foto: Getty Images

Mariela Quintana, 55 años, vive en Chapinero, Bogotá. En un apartamento de 55 metros cuadrados convive con su esposo, 58 años; su hijo, de 21, y su madre, de 85. Hace dos semanas tuvo una discusión con la administradora del edificio que habita cuando instaló en la terraza de su apartamento un mueble en el que logró acomodar un escritorio para poder trabajar durante el día y cerrarlo en la noche o en medio de uno de los clásicos aguaceros instantáneos de la ciudad.

“La discusión no tiene importancia, pues la administradora solo quería saber si iba a empotrar algo en la pared y eso está prohibido. Pero al final se me quedó algo de esa conversación. Me preguntó, extrañada, si pensaba trabajar todos los días desde ahí, con estos fríos y el viento del décimo piso. Y pues me tocó decirle que no tenía en dónde más”.

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A renglón seguido, Quintana casi se excusa aclarando que menos mal que ella tiene trabajo y que su esposo también; que no tienen niños pequeños, sino ya un joven que puede seguir cursando el final de sus estudios, y que su mamá, con sus años, está sana. Después de este pequeño recuento de cosas buenas en un tiempo notablemente malo, concluye: “Vivimos en el arriendo que podemos y porque antes nos quedaba cerca de las oficinas. Pero estos lugares no están hechos para ser habitados como en serio. Nos dimos cuenta cuando nos tocó encerrarnos y ahora uno de los dos trabaja prácticamente en el aire en ese pedacito de balcón, que ahora perdemos un poco por el mueble, pero pues menos mal teníamos ese espacio. Si no, imagínese”.

Entre tantas otras cosas, el tiempo del virus abre una serie de preguntas sobre la forma como construimos y planeamos las ciudades, el modelo de vivienda que hemos escogido en el país que bien podría llevar el conjunto cerrado en el escudo nacional.

La construcción es una actividad importante prácticamente desde donde se le mire. Pero, en el debate público, más aún durante la pandemia, su relevancia se ha circunscrito a la mano de obra que emplea y su peso en la reactivación económica de varios otros renglones de la producción.

Sí, el sector es una preocupación macroeconómica cuando a la vuelta de la esquina aguarda una recesión del 5,5 % (cuando no es que sea de más) para la economía nacional, que además registró para mayo una tasa de desempleo del 21,4 % para mayo (variación anual). La construcción agrupa más de 1,6 millones de empleos (DANE) y los proyectos que concentra pesan cerca del 10 % del PIB, según cálculos de Camacol.

Entonces, no se trata tanto de una discusión errada, pero sí algo sesgada, incompleta, si se quiere.

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Se habla mucho de cómo la pandemia es una invitación para repensar esto o aquello. En el caso de la vivienda, la cosa va un poco más allá, bordeando el terreno de la obligación incluso. Se trata de repensar el modelo de desarrollo de vivienda en el país, desde la concepción de los espacios hasta la forma como se urbaniza: manzanas y manzanas de conjuntos cerrados parecieran no ser la mejor idea para enfrentar una crisis como la actual (y, en general, ninguna).

La Sociedad Colombiana de Arquitectos (SCA) recientemente publicó un documento en el que hace propuestas y llamados para reenfocar la forma como se piensan las ciudades y las viviendas por caminos en los que haya mejores estándares de habitabilidad, que respondan a un mundo en el que las personas de verdad vivan en sus casas, en vez de ser turistas en ellas después de pasar por la jornada laboral, además de las dos horas diarias de desplazamiento para ir y venir de las oficinas (promedio para Bogotá, según la U. Nacional).

En el documento, que fue remitido al Ministerio de Vivienda, la SCA asegura que “la emergencia sanitaria ha puesto de relieve la necesidad, ya impostergable, de redireccionar las políticas ambientales, sociales y económicas que han distorsionado la construcción del hábitat en el territorio nacional”.

El análisis de la Asociación toca una serie de puntos y elementos, pero en el nivel más macro tiene tres miradas: las unidades de vivienda, las grandes ciudades y la vivienda rural o de ciudades intermedias. Estos tres niveles de análisis son atravesados por asuntos como la sostenibilidad ambiental, así como el papel del Estado en la gestión del panorama de la vivienda, por ejemplo.

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“La experiencia de trabajar, estudiar, recrearse o ejercitar el cuerpo y la mente en espacios estáticos por la imposibilidad de ser adaptados a la necesidad de ‘quedarse en casa’, demuestra que seguir insistiendo en reproducir como un sello mecánico el esquema pequeño burgués de tres habitaciones, sala-comedor, cocina y baño, con sistemas constructivos que impiden la más mínima flexibilidad demandada por situaciones adversas como la actual o, en general, por circunstancias cambiantes y sin ninguna posibilidad de relacionarse con el exterior mediante terrazas o balcones, nos lleva a concluir que no estamos dando una respuesta adecuada a la forma como hemos elaborado culturalmente y durante siglos la manera de vivir”, dice el documento que, de cierta forma, recuerda la historia de Quintana.

De acuerdo con cifras del Ministerio de Trabajo, unos tres millones de personas fueron enviadas por las empresas a trabajar desde la casa. Un estudio de la Federación Colombiana de Gestión Humana (Acrip) encontró que el 98 % de las 200 empresas consultadas implementaron trabajo remoto y 76,2 % aseguraron que la modalidad de trabajo desde el hogar se mantendrá cuando haya pasado la emergencia, así sea durante algunos días.

La búsqueda de mejores espacios, de viviendas que incorporen el trabajo como una actividad primordial desde el hogar, ya es una preocupación de los consumidores, a juzgar por los testimonios de constructores e inmobiliarias.

Pero la mejora de puertas para adentro, en la visión de la SCA, solo puede venir de la mano de un replanteamiento de lo que pasa allá afuera. “Recorrer grandes distancias a diario a través de un espacio público que se evidencia cada vez más precario para ir al ‘rebusque’, a trabajar, a abastecerse de bienes o a la demanda de servicios (…) implica en las actuales circunstancias un enorme riesgo para el que no estábamos preparados y para el que en situaciones de normalidad tampoco hemos tenido la voluntad de entender”.

En un análisis anterior para este diario, Diego Velandia Rayo, director del Observatorio de Vivienda de la U. de los Andes, escribió que “estrategias como el distanciamiento social y físico plantean importantes preguntas y retos a diferentes escalas. Y pareciera que en todos los espacios de discusión se llega a la misma conclusión: la necesidad de fortalecer el barrio como unidad básica de planeación. ¿Por qué? El modelo de ciudad compacta plantea que un ciudadano debería poder acceder a todos los servicios, equipamientos y demás usos o espacios para su desarrollo normal, en un recorrido a pie o en bicicleta que no tarde más de 20 minutos. Esto pasa en un buen barrio”.

Una de las propuestas concretas de la Sociedad asegura que es necesario “redefinir el patrón de ciudad e impulsar un nuevo modelo basado en la construcción de múltiples centralidades autónomas, con mezcla de usos que permitan acortar las grandes distancias para llegar al trabajo o para el abastecimiento de bienes y servicios (la ciudad de los 15 minutos)”.

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A la par que se hace necesario poner al barrio como el centro del universo urbano, también se requiere descentralizar el desarrollo inmobiliario y pensar más allá de los grandes centros urbanos, hacia las ciudades intermedias o el campo.

Y esta necesidad no solo emana de los rigores que impone la pandemia (como el distanciamiento social), sino también de la necesidad de comenzar a cerrar brechas de equidad con todos quienes no viven (o quieren vivir) en una capital.

Según las cifras más recientes del DANE, el déficit habitacional en Colombia se sitúa en 36,6 %, con lugares del universo rural que registran 100 % en este indicador, que especialmente se concentran lejos de las ciudades capitales o los grandes centros poblados.

Para la SCA es vital, entonces, “fomentar el interés hacia ciudades o poblaciones intermedias, desestimulando la atracción que ejercen las grandes urbes para evitar crecimientos desmesurados e inconvenientes”.

Un interés que ya se está despertando entre consumidores, según explicó en una entrevista pasada Francisco Paillé, director regional de la inmobiliaria RE/MAX Colombia, al asegurar que “se viene un movimiento hacia ciudades intermedias o poblaciones de menor tamaño, que traerá también sus beneficios económicos, pues ya no hay que pagar un gran arriendo por estar en una buena ubicación”.

Al final de esta historia es comprensible, y deseable, que se impulse la recuperación económica del sector vivienda, pero, a la vez, también se hace necesario repensar cómo seguiremos transitando por este camino: ¿se trata solo de sobrevivir o de vivir mejor?

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