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La economía verde sí es un buen negocio

El costo de impedir el incremento de la temperatura mundial a 2°C sería el 1,5% de la producción mundial.

Martin Wolf
30 de noviembre de 2013 - 09:00 p. m.
Varsovia fue el anfitrión de una reunión decepcionante en torno al cambio climático, donde se habló de regulación estricta, pero no se concretó nada./ AFP
Varsovia fue el anfitrión de una reunión decepcionante en torno al cambio climático, donde se habló de regulación estricta, pero no se concretó nada./ AFP

La semana pasada le llegó el turno a Varsovia para ser el anfitrión de una reunión decepcionante en torno al cambio climático. Durante las últimas dos décadas muchas otras ciudades han tenido este placer. Esta vez, 195 países acordaron después de mucho trabajo hacer una “contribución” para combatir el cambio climático, en lugar de demostrar un “compromiso” más robusto.

Lo que resulta deprimente es que el mundo probablemente podría eliminar los riesgos de consecuencias catastróficas a un costo limitado si actúa con rapidez, con eficiencia y en conjunto. En su nuevo libro, El casino climático, William Nordhaus, de Yale, un gurú de los economistas climáticos, argumenta que el costo de impedir el incremento de la temperatura mundial a 2ºC sería el 1,5% de la producción mundial, siempre y cuando se tomen medidas. Esto es tan sólo la mitad del crecimiento económico mundial en un año. Sin embargo, la demora sería aún más costosa si los países responsables por la mitad de las emisiones no participan.

Es irracional jugar al casino climático sin tratar de eliminar los peores escenarios posibles, como las extinciones masivas de especies y el deshiele de los polos. Algunas personas están emocionadas por la posibilidad de la geoingeniería, pero esto es añadir otra apuesta adicional a la ruleta. Ciertamente es más sensato limitar las acumulaciones masivas de gases que generan el efecto invernadero, siempre y cuando pueda hacerse a costos que no sean paralizantes.

Las emisiones, entonces, son una consecuencia negativa mundial de la actividad económica. No sabemos el costo de estas externalidades, pero podemos estar seguros de que son más que cero. Las externalidades no se solucionan por sí solas. En la ausencia de derechos individuales y efectivos de propiedad, se requiere acción gubernamental, en este caso la acción de casi 200 gobiernos.

La solución más sencilla sería que cada país acuerde un precio. Cada país entonces pagaría un impuesto. El profesor Nordhaus sugiere que sea de US$25 por tonelada de carbono. Los ingresos se quedarían en el país. Las negociaciones serían tan sólo con respecto a este precio. Entre tanto, los países con altos ingresos se enfocarían en invertir en investigación y desarrollo de tecnologías nuevas y relevantes, y en asegurarse de que las mejores tecnologías estuvieran disponibles a un bajo costo para los países en desarrollo. ¿Por qué deberían hacer esto? La respuesta es: porque una atmósfera con bajo nivel de carbono es un bien público mundial.

A estas alturas es imposible ser optimista con respecto a que suceda algo así. Esto en parte es porque el acuerdo necesario debe ser a largo plazo y mundial. Esto, a su vez, genera difíciles preguntas con respecto a la equidad intrageneracional e intergeneracional. No obstante, la alta probabilidad del fracaso también se debe a los esfuerzos (exitosos) de los escépticos por ofuscar las aguas intelectuales y la entendible resistencia de los grupos de interés que se verían afectados. Algunas industrias, como las que producen energía y las que utilizan altos niveles de energía, se quejarían. Pero estas quejas deben ponerse en contexto. La pérdida de empleos en la poderosa industria de carbón de Estados Unidos podría ser de 40.000 en más de una década. Esto es poco en comparación a lo que le ha sucedido a Estados Unidos desde 2008.

 Más allá de eso, están las preocupaciones entendibles de personas normales que estarían mucho peor si no pudieran tratar la atmósfera como un desagüe sin fondo. También está claro que las fuentes de energía bajas en carbono aún son costosas y algunas tecnologías no se han probado a escalas relevantes. Además, un esfuerzo grande implica la aceleración en el ritmo de reducción del carbono. Esto no sucede de forma espontánea: requiere un empujón.

 La mezcla de precios más altos y el apoyo para la investigación fundamental deberían generar este empujón. Felizmente, las evidencias sugieren que, sea por ignorancia o por inercia, los hogares y las empresas actualmente no optimizan su uso de energía. La mezcla de precios más altos para el carbono y una regulación estricta podría incluso desencadenar efectos colaterales positivos: emisiones más bajas de carbono sin pérdidas de producción.

 Supongan que, a pesar de toda la lógica, resulte imposible llegar a un acuerdo mundial relevante. ¿Tendría sentido que un país o un grupo de países tomaran acciones decisivas por su cuenta? Si el objetivo es lidiar con el cambio climático, la respuesta es, rotundamente, no. A no ser que estos países sean Estados Unidos y China. En efecto, incluso si los países fuesen China y Estados Unidos, no sería suficiente, pues juntos representan poco más de dos quintas partes de las emisiones mundiales. No obstante, sería posible que un país demostrara una prueba conceptual: que es posible que las economías sigan creciendo con rapidez y reduzcan las emisiones de carbono. En el proceso, este país podría incluso, como argumentan algunos, ganar una importante ventaja en algunas industrias nuevas y relevantes.

 De todas formas, algunos países deben intentarlo. Si no, a medida que todos se echan atrás, los esfuerzos efectivos por llegar a un acuerdo fracasarán. Entonces terminaríamos haciendo una apuesta. Podríamos tener suerte, ¿qué dirá nuestra progenie en caso de que no la tengamos?

Por Martin Wolf

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