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El poder de las cosas pequeñas, un año anormal visto desde los trabajadores

Historias de empleados anónimos, cuyo mayor mérito fue seguir adelante, todos los días, contra todo. Pequeñas acciones que han hecho que el mundo siga girando a pesar de que pareció detenerse en un presente aterrador.

Santiago La Rotta
06 de diciembre de 2020 - 02:00 a. m.
Neira Castro (izq.) y Rocío Rivas. / Gustavo Torrijos
Neira Castro (izq.) y Rocío Rivas. / Gustavo Torrijos
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

Rocío Rivas (38 años) se levanta a las 3:00 a.m. para unirse virtualmente a su grupo de oración durante un rosario. Cuarenta minutos después está de nuevo entre su cama para seguir durmiendo unas horas más, hasta las 6:30 a.m., cuando se levanta a hacer el almuerzo para su hijo y su hermano (13 y 14 años, respectivamente) antes de salir a trabajar como empleada doméstica.

Para la hora en la que Rivas acaba su oración, Neira Castro (40 años) está ya muy cerca de despertarse y salir de la cama para comenzar su rutina de la mañana. Sobre las 4:45 a.m. ya está montada en su bicicleta y pocos minutos después rueda por la avenida Suba, en Bogotá. A las 6:00 a.m. está recibiendo el turno que le deja su compañero en la vigilancia de un conjunto en el norte de la capital.

Mientras Castro pedalea en el frío de la mañana, Wálter Caicedo (47 años) maneja un camión pequeño con dirección a Corabastos, la central de abastos de la ciudad, para comprar los productos con los que surte su tienda de barrio, en el sector de Castilla. Espera salir a las 6:30 a.m. rumbo a su negocio para poder descargar rápido y abrir a las 8:00 a.m. También espera que la espinaca realmente esté fresca y no se pudra muy rápido: ha recibido quejas de los vecinos del local, sus clientes.

Para las 8:00 a.m., Rivas ya está entrando a su lugar de trabajo. En un día normal, en un año normal, esta mujer tendría copados todos los días de su semana, visitando diferentes casas en la ciudad. Pero 2020 tiene de todo menos de normal: en los meses más duros del año llegó a tener solo dos puestos, aunque solo uno requería seguir asistiendo, en el otro había pago, pero no debía ir (por temas de bioseguridad). “Está que se acaba la pipeta del gas”, piensa mientras pedalea de camino al trabajo.

Sobre esta misma hora, Castro observa desde el interior de la portería el lento desfile de residentes que entran y salen del conjunto, una larga letanía de personas en sudadera y con cara de sueño. Los tiempos cambian: el año pasado estaría viendo a todos salir con los afanes del horario de oficinas, ahora todos parecen ir al ritmo que los lleva el perro.

Por allá en los albores de la pandemia, cuando todo era aterradoramente nuevo, Castro cuenta que buena parte sus días eran mediados por el miedo: la interacción necesaria con el otro, así sea un poco de lejos, quizá se había convertido en el elemento más peligroso de un trabajo definido por términos como seguridad y vigilancia. “En ese momento dejé de ver noticieros, me daban dolor de cabeza”.

Miedo es una palabra que también invoca Caicedo al contar que, por la naturaleza de su negocio, no le tocó ver las compras de pánico de papel higiénico, pero sí de huevos. “Era raro. Esta es gente que lleva viviendo años en este lugar, comprando lo mismo, en los mismos sitios. Para quienes podían quedarse en la casa, pues nada cambiaba mucho, ¿no? Y uno igual los veía comprando de todo por montones. O se iban a ir lejos o es que nunca vivían en sus casas. Pero bueno, aquí había que tener las cosas buenas y frescas”.

En su peor día, Rivas llegó a pensar en devolverse a su Venezuela natal, de donde salió en 2018, con nueve años de experiencia como geógrafa, con la necesidad de buscar un futuro mejor para su hijo y su hermano; ese fue el mismo año en el que se nacionalizó como colombiana.

Para ella, ese día de finales de julio, fue el momento crítico de un tiempo que se presenta relativo ante todos: la pandemia pega por todo lado, pero con intensidades y en tiempos distintos; los factores diferenciales acá, como bien lo sabemos, son las líneas de fractura en las sociedades, las divisiones entre privilegios y privilegiados, entre ciudadanos y olvidados. En ese instante dudó de todo, pues “no había un peso y el gas se iba a acabar. ¿Cómo cocinamos entonces?”. Al final, entre todos, decidieron que no se irían, pues acá “las oportunidades de educación son mejores para los muchachos”.

La hija de Neira Castro también está estudiando, como se puede durante este año. “Ella dice que no es lo mismo, claro. Que prefiere lo presencial. Y arrancó así el primer semestre, pero le tocó terminarlo virtual. Quiso dejar de estudiar, pero la convencí de que siguiera”, cuenta Castro de su hija, de 18 años, quien estudia cosmetología y belleza integral. Para la hija la pandemia ha representado una clara alteración de la vida diaria. Para Castro también, aunque no tanto: “Uno en la bicicleta pues evade los buses y la gente, pero, claro, todo lo de bioseguridad sí es un cambio en el día a día. Y pues eso, el miedo con todo el mundo. Ya menos, aunque al principio me moría del susto. Pero tocaba seguir trabajando y hacer las cosas bien, con los protocolos y el cuidado”.

Rocío Rivas ya no encuentra el tiempo para levantarse a las 3:00 a.m. todos los días para orar: pasó de tener dos puestos de trabajo a cinco y está cerca de coronar el sexto. Lo dice con una voz y palabras dulces e incluso en la distancia del teléfono se siente una sonrisa: “La semana de trabajo completa”. Ora en las noches y en los domingos. El nivel del tanque del gas ya no le preocupa.

Mientras Wálter Caicedo revisa cómo van las espinacas que trajo de un nuevo proveedor, habla con orgullo de su tienda, de cómo los vecinos siguieron yendo, y cuando ya dejaron de comprar huevos para resistir al apocalipsis zombie él siente que el local se convirtió no solo en algo conveniente (cruzar la calle y comprar, llamar y pedir a domicilio), sino como en una especie de símbolo de seguridad: “Una señora me dijo un día como ‘ay, don Wálter, no vaya a cerrar nunca porque si no qué hacemos’. Todos en mi familia entendemos que es un riesgo atender gente, hacemos las cosas bien para que no pase nada. Pero también sabemos que no es solo un negocio, sino un servicio”.

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