La nueva generación que cultiva el campo colombiano

El modelo Escuela Nueva implementado en Caldas, que ofrece hasta la educación terciaria, forma a los jóvenes para que sean emprendedores y se queden en su región.

María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn
05 de febrero de 2017 - 01:30 a. m.
Anlly Rodríguez, de 18 años, es dueña de más de 4.000 árboles de café. Vive con su hermano y sus padres, que la alientan a seguir con la educación que ellos no pudieron tener. / Foto: María Alejandra Medina C.
Anlly Rodríguez, de 18 años, es dueña de más de 4.000 árboles de café. Vive con su hermano y sus padres, que la alientan a seguir con la educación que ellos no pudieron tener. / Foto: María Alejandra Medina C.

Juliana Trejos tiene 15 años, pero habla con la propiedad de una mujer adulta, educada y empresaria, que no se deja intimidar por un escenario. Se expresa con elocuencia, no duda nada entre palabra y palabra, mientras cuenta que por voto popular logró ser la gobernadora de su colegio, que le ayuda a su abuelo con el cultivo de café y que al mismo tiempo está haciendo estudios técnicos en operación de servicios turísticos. Juliana es de piel morena y pelo negro, largo y muy liso. Forma parte de la comunidad Las Estancias, del resguardo indígena Nuestra Señora de la Candelaria, de Riosucio, Caldas. Agradece haber nacido en el campo y allí quiere vivir toda su vida.

En diciembre estuvo en Bogotá y participó del Congreso Nacional de Cafeteros. La Federación de los productores la invitó para hablar sobre el modelo educativo que se implementa en donde ella cursa undécimo grado, el mismo que ha sido resaltado por el Banco Interamericano de Desarrollo, por la comisión de expertos de la Misión para la Transformación del Campo, que ha servido de inspiración para un país como Vietnam y sobre el cual ahora están puestos los ojos, con miras a la educación en el llamado posconflicto. “En Caldas, el que no estudia es porque no quiere”, dice Trejos.

Más extraordinario que la charla de Juliana es encontrar en el departamento decenas de jóvenes como ella, que no tienen siquiera la edad para pedir un crédito en un banco, pero que contabilizan sus cultivos y animales en miles de árboles de café o plátano, en centenas de aves. Narran cómo han logrado financiar sus fiestas de 15 años o las motos y camiones con los que se desplazan entre vereda y vereda. También describen cómo han conformado asociaciones para facilitar la transformación de sus productos, porque una de las características de la metodología educativa denominada Escuela Nueva es la insistencia en el trabajo en equipo.

Según Elsa Inés Ramírez, coordinadora del Área de Educación del Comité de Cafeteros de Caldas, Escuela Nueva es un bien público que desde hace 34 años su departamento ha sabido aprovechar. Hoy atiende el 100% de la educación rural, cerca de 55.000 niños y jóvenes, en 960 sedes educativas, incluidas las de Manizales. Para Ramírez, la clave de la fortaleza del sistema está en la alianza público privada que sostiene el modelo. Es una APP compuesta por 16 actores y liderada por el Comité de Cafeteros. Involucra a la Gobernación, municipios, la electrificadora del departamento (Chec) y a Isagén. “Técnica o financieramente todos aportamos recursos”, dice la coordinadora.

Escuela Nueva se implementa a nivel nacional y ha sido un recurso para llevar la educación primaria a zonas rurales dispersas, con uno o dos maestros que dictan los contenidos de primero a quinto. Se basa en un currículo –lenguaje, matemáticas, ciencias naturales, entre otras– y guías de aprendizaje, dirigidas a maestros y alumnos, enmarcadas en una metodología para fortalecer la participación en la comunidad, la democracia, el liderazgo y la gobernanza. Sin embargo, lo que el Ministerio de Educación reconoce es que el departamento de Caldas le ha dado un valor agregado.

Allí, el modelo ha sido adaptado para que los niños aprendan contenidos pertinentes para su contexto. Desarrollaron, por ejemplo, el programa Escuela y Café, para adquirir conocimientos relacionados con la caficultura, fundamental para el departamento. La idea es ayudarles a estructurar un agronegocio propio, pero también un proyecto de vida y fortalecer su arraigo en la región.

Un gran impulso son los recursos económicos que les entregan la alianza y los colegios, préstamos o fondos no reembolsables, que pueden ir desde algunos cientos de miles de pesos hasta varios millones, que se invierten en los proyectos agropecuarios que tiene cada estudiante en su casa, supervisados por un profesor. Jan Carlos Sánchez, por ejemplo, empezó con $166.000 y 15 pollos. En séptimo grado, se dio cuenta de que las gallinas ponedoras son más rentables. Con $8 millones hizo la infraestructura y comenzó con 300 animales. Hoy tiene 1.600.

La educación es gratuita. Los padres sólo deben devolver parte de la inversión que la alianza público privada hace en sus hijos en caso de que deserten o pierdan el año. La cifra de deserción que tiene el Comité de Cafeteros es de 5,6 %. Esa tasa a nivel nacional en los colegios oficiales es cercana a 3,26 %. Pero si hay algo de lo que se sienten orgullosos es del bajo nivel de deserción en los niveles técnico y tecnológico en comparación con los números del resto del país. Mientras que a las carreras técnicas y tecnológicas renuncia entre el 56 y el 52 %, respectivamente, de la educación superior con metodología Escuela Nueva sólo deserta el 4,68 %.

Esa oferta se llama Universidad en el Campo –en Manizales se llama “Universidad en tu Colegio”– y fue el último gran paso que dio Escuela Nueva en Caldas, en 2007. En los ochenta, la apuesta fue llevar la primaria al área rural, y en los noventa, el bachillerato. “Le arrebatamos una gran población a la guerra, porque cuando los muchachos en el año 89 y 90 terminaban el grado quinto, eran entrenados para entrar a la guerrilla”, cuenta Carmen Monroy, rectora de la institución educativa Hojas Anchas.

En el nuevo milenio eso dejó de ser suficiente y a la alianza se sumaron universidades como la Católica, la de Manizales y la de Caldas. En décimo y undécimo los jóvenes estudian los sábados y a veces lo domingos, orientados por un profesor universitario que los visita en su municipio para que, cuando se gradúen, salgan también con un título técnico.

Según explica Dora Myriam Ríos, de la Universidad de Manizales, que ofrece programas en producción y desarrollo pecuario, si el joven cumple con el bachillerato, las pruebas Saber y la segunda lengua, puede seguir con el nivel tecnológico, algo que llaman una especie de grado 12, que se cursa de lunes a viernes, también en su municipio. “Nunca los sacamos de su contexto, la idea es que el chico no tenga que desplazarse a la ciudad”, explica Ríos. Eso tiene una excepción: si el estudiante quiere seguir con la carrera profesional, puede hacerlo en Manizales, empezando desde cero, pero con la posibilidad de homologar créditos.

En Caldas le achacan a Escuela Nueva que los resultados del departamento en la pruebas Pisa sobresalgan por encima de los del resto del país. “Pienso que el modelo ha sido más aprovechado a nivel internacional. Colombia ha sido exportador de este modelo, se ha llevado a países de Centroamérica y el último trabajo se hizo en Vietnam”, cuenta Elsa Inés Ramírez. Agrega que en el país “las regiones no le dan mantenimiento al modelo y por eso no ha sobrevivido más allá del nombre en muchas escuelas rurales”.

Sin ponerse de acuerdo, varios de los niños que conocí dijeron: “Es que sin campo no hay ciudad”. Pese a las falencias en las vías y la infraestructura, de la urbe estos jóvenes no envidian prácticamente nada. En sus veredas, separadas por montañas y quebradas, tienen acceso a internet y telefonía. “¿Para qué me voy a ir a una ciudad, con mi diploma, a quedarme esperando un trabajo, mientras que en mi finca puedo ser la dueña, quien administre mi proyecto y generar empleo?”, es la pregunta retórica que me hace Luisa Fernanda Segura, una productora de café especial, egresada de la Universidad en el Campo, del municipio de Anserma.

El promedio de edad de los caficultores de la región ronda los 60 años, una generación que tiene más o menos 3 o 4 grados de escolaridad. A nivel nacional, el 12 % de los habitantes del área rural dispersa no sabe leer. “Yo anhelaba tener el estudio que ella tiene. Me hubiera gustado estudiar harto, pero en mi niñez no había la oportunidad que hay ahora. Entonces le digo a ella que aproveche”, dice Ángel María Rodríguez, padre de Anlly Rodríguez, de 18 años, dueña de más de 4.000 árboles de café.

Hace diez años, en el 64,2 % de los hogares había niños menores de 15 años, pero, de acuerdo con el Censo Nacional Agropecuario de 2014, en la actualidad apenas el 50 % de los hogares los tienen. Además, en el 39,5 % de los hogares hay uno o más adultos mayores, mientras que hace diez años era el 30 %. Hay un posconflicto al parecer a la vuelta de la esquina, pero también una carrera contra el tiempo y el envejecimiento del campo. En el medio están alumnos como los de la Escuela Nueva, quienes se ven a sí mismos como la nueva generación de la caficultura, pero empoderados, con muchas más herramientas –cognoscitivas y también ciudadanas– para hacer de ésta una actividad no sólo rentable y de mayor calidad, sino un proyecto de vida.

Por María Alejandra Medina C. / @alejandra_mdn

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