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¿Cómo sería el día después del Brexit?

En caso de ganar la salida de la Unión Europea se produciría una caída de la libra de entre el 7 y el 10% y una depreciación del euro de entre el 3 y el 5%.

Mohamed A. El-Erian-Bloomberg
20 de junio de 2016 - 04:50 p. m.
La votación del Brexit se dará el próximo 24 de junio. /Bloomberg.
La votación del Brexit se dará el próximo 24 de junio. /Bloomberg.

He aquí un resumen de cómo será la jornada del 24 de junio, si el bando a favor de un Brexit gana el referéndum que se celebrará el día anterior para decidir si el Reino Unido debe seguir siendo parte de la Unión Europea:

La inestabilidad predomina en los mercados de divisas, con una caída de la libra de entre el 7 y el 10% y una depreciación del euro de entre el 3 y el 5%. Las bolsas también se encuentran sumidas en una crisis considerable ya que los inversores intentan contabilizar ciertas incertidumbres institucionales y su consiguiente efecto en el crecimiento económico.

El primer ministro del Reino Unido, David Cameron, ha anunciado su dimisión, dejando al Partido Conservador sumido en un caos mientras decide cómo unirse tras un líder después de un debate que fraccionó al grupo en los meses previos al referéndum. En Escocia, vuelve a surgir el impulso por la independencia. Los irlandeses se preguntan qué ocurrirá con la libre transferencia de productos y personas entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte.

El resto de Europa está conmocionado y preocupado por un posible efecto dominó. Mientras tanto, los que respaldaron la salida del Reino Unido de la Unión Europea intentan asegurarse de que su victoria no se convierta en derrota, especialmente si algunos miembros del Parlamento buscan formas de procedimiento para intentar bloquear el resultado del referéndum.

Y como la naturaleza humana es como es, los medios de comunicación se lanzan a buscar responsables por la salida del Reino Unido de la UE.

El primer acusado será el electorado británico. En lugar de votar de acuerdo con consideraciones racionales y sosegadas sobre el tema, demasiados votantes se vieron impulsados por un único motivo, y uno de índole muy emocional: la inmigración.

El electorado se muestra mayoritariamente indiferente a esta acusación. Después de todo, fue el Partido Conservador -y en particular Cameron- quienes decidieron antes de las elecciones generales que un referéndum era una buena idea. Los líderes políticos del país sin duda sabían lo que hacían y habían tenido en cuenta el bienestar del Reino Unido.

La respuesta de Cameron es que la promesa de un referéndum sobre el Brexit fue necesaria. El Gobierno se vio acorralado por el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), un movimiento antieuropeo y anti-establishment que estaba corroyendo la base del partido conservador. Las opciones para los tories eran o bien perder las elecciones generales o bien prometer un referéndum durante la siguiente legislatura.

No obstante, UKIP está exultante con el resultado. El líder del partido, Nigel Farage, y sus socios están seguros de que los contratiempos a corto plazo son un pequeño precio que hay que pagar por las posibilidades que se abren para el Reino Unido ahora que se ha liberado del yugo de la Unión Europea. Desde su punto de vista, la participación del Reino Unido en la Unión Europea fue un error desde el primer día porque el proyecto europeo en sí es defectuoso.

Los arquitectos de una Europa unida dicen que su visión de una “unión aún más estrecha” -en la esfera económica, financiera, social y política- nunca estuvo en duda. Y puesto que el Reino Unido ve a la Unión Europea solo como una gran zona de libre comercio, esta visión habría evolucionado a lo largo de varias décadas de beneficios mutuos.

Pero este optimismo ha sido rechazado por los partidos contrarios al régimen establecido de países que tradicionalmente representaron un ancla para Europa. Estos grupos de extrema derecha --que incluyen al Frente Nacional de Francia, el AfD en Alemania y el Partido Popular de Dinamarca- hablan de un sistema económico que no ha cumplido lo prometido. ¿Cómo puede explicarse de otro modo la debilidad del crecimiento, la alarmante tasa de desempleo en ciertos países, el drama financiero recurrente en Grecia y la incapacidad para hacer frente a la crisis de los refugiados?

Al igual que en una novela de Agatha Christie, parece que hay varios sospechosos y, en este caso, varios culpables. Pero hay un solo factor que acapara la mayor carga de responsabilidad por la debacle: la persistente incapacidad de los países avanzados de generar un crecimiento alto e incluyente. Y cuanto más se permita que existan estas diferencias, mayor será el daño.

Las economías avanzadas complejas no funcionan bien en los periodos de un bajo crecimiento frustrante, especialmente cuando los pocos beneficios obtenidos van a parar a un sector de la población que en su mayor parte ya tiene bastante riqueza, como ha sido el caso recientemente. En estas circunstancias, la lista de acontecimientos improbables e impensables no se limita únicamente al nacimiento de partidos anti-establishment, la fragmentación de los grupos establecidos, la implementación de tipos de interés nominales negativos, el aislamiento económico, unos bancos centrales cada vez más ineficaces -por no decir contraproducentes- y el riesgo de una generación perdida de jóvenes sin empleo y no aptos para el empleo.

Sin embargo, la solución del crecimiento bajo y no incluyente en el mundo avanzado no es un misterio. Muchos economistas ya están de acuerdo en qué es lo que se necesita y por qué. Lamentablemente, lo que falta en forma sistemática es voluntad política y capacidad para aplicar estas medidas.

Puede que el trauma del Brexit sea un “momento Sputnik” que consiga unir a unos líderes conmocionados tras una visión común de alto crecimiento compartido e incluyente y obligarlos a llegar a un acuerdo sobre las medidas necesarias para evitar las recesiones y la inestabilidad financiera.

El entendimiento de que solo una conmoción económica y financiera -dolorosa y costosa- podría generar la respuesta política apropiada por parte de las administraciones de ambos lados del Atlántico es una prueba más de la disfuncionalidad política que durante demasiado tiempo ha depositado una parte demasiado grande de la elaboración de políticas en los hombros de unos bancos centrales cada vez más desbordados y exhaustos.Y si el Reino Unido vota a favor de quedarse en la Unión Europea, el resultado no debería tranquilizarnos: sí, eso supondría la eliminación del riesgo de una convulsión económica y financiera inmediata pero, lamentablemente, no servirá en absoluto para superar los defectos de crecimiento subyacentes del sistema, que sin lugar a duda provocarán aún más agitación en el futuro.

Por Mohamed A. El-Erian-Bloomberg

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