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Lo bueno, lo malo y lo feo de la nueva evaluación a colegios

La aparición del nuevo índice de calidad educativa fue bien recibida por los educadores, pero la idea tiene vacíos que deberían llenarse.

Alejandro Ome*
06 de abril de 2015 - 02:00 a. m.
El 25 de marzo pasado los colegios de Colombia celebraron el primer Día de la Excelencia Educativa. Ministerio de Educación
El 25 de marzo pasado los colegios de Colombia celebraron el primer Día de la Excelencia Educativa. Ministerio de Educación

La aparición del nuevo Índice Sintético de Calidad Educativa (ISCE), así como de un nuevo sistema de incentivos para los colegios, presentados por el Ministerio de Educación el pasado 25 de marzo, durante su jornada del día E, promoverá, sin duda, cantidad de reflexiones en los colegios del país. Según lo propuesto, las instituciones que de un año otro logren mejorar sus indicadores de ese índice de calidad (que mide el progreso, eficiencia, desempeño y ambiente escolar) recibirán incentivos económicos que se podrán distribuir entre docentes y los otros empleados.

Con este panorama, vale la pena examinar los pros y los contras de esta propuesta oficial, presentada como uno de los primeros pasos para convertir a Colombia en el país más educado de América en 2025.

Partamos de que el ISCE está compuesto por cuatro factores: el que recibe una ponderación mayor es el porcentaje de estudiantes que salen del nivel más bajo en las pruebas Saber (Insuficiente) de un año a otro. El segundo componente, también basado en los resultados de las pruebas Saber, depende del puntaje promedio del colegio en relación con el promedio nacional. El tercer componente es la tasa de promoción promedio del colegio y el cuarto componente se refiere al ambiente escolar, derivado de un cuestionario aplicado en los colegios paralelo a las pruebas Saber.

Lo bueno

Hay que celebrar que se esté priorizando la evaluación de la calidad de la educación básica. Después del frenesí generado alrededor de las 10.000 becas para educación superior, es muy positivo que la atención vuelva a centrarse en cómo ayudar a todos los niños y jóvenes del país. Como cualquier índice, puede parecer arbitrario y a cada quien se le puede antojar meterle uno u otro componente adicional, o aumentar la ponderación de alguna de las variables incluidas, pero hay varios aspectos positivos que vale la pena resaltar. Primero, el índice no premia el nivel en el que están los colegios, sino cómo avanzan en el tiempo. Esto es fundamental, porque sería muy difícil para un colegio rural, que atiende una población aislada, competir con un colegio en Bogotá que sirve a hogares de ingresos medios. Otro aspecto positivo es que intenta balancear resultados en pruebas Saber con otros factores, como la tasa de promoción. Esto es importante, porque si el esquema sólo se basara en pruebas Saber, podrían crearse incentivos para que colegios promovieran la deserción de los alumnos menos aventajados, lo que es claramente inconveniente.

Lo malo

El principal problema de la propuesta es la falta de coordinación con otros instrumentos que existen para mejorar la calidad de la educación. Por ejemplo, ¿cómo se relaciona esta evaluación con la evaluación de desempeño, que deben hacer los rectores a sus docentes (del nuevo estatuto) cada año?, ¿cómo se relaciona con la evaluación de competencias que se va a usar ahora para ascender a los docentes? Está muy bien evaluar a los docentes, pero algo de confusión y frustración debe generar estar siendo evaluado por múltiples métricas sin una clara relación.

La falta de coordinación es evidente si se tiene en cuenta que ya existe un sistema de incentivos muy parecido al que se está lanzando ahora, estipulado en el Decreto 1055 de 2011. Esta norma establece incentivos económicos para rectores que logren ciertos resultados sobre pruebas Saber y tasas de deserción escolar. ¿Se evaluaron los efectos de esto antes de lanzar este nuevo esquema?, ¿por qué el nuevo esquema es mejor?

Tampoco es muy claro que haya un plan para evaluar los efectos de esta nueva política. Se supone que gracias a estos nuevos incentivos los colegios observarán mejores resultados, pero no es posible saber con certeza que este será el efecto si no se diseña con antelación una evaluación adecuada. Idealmente, se debería exponer a un grupo de colegios a los incentivos y a otro grupo no, para al cabo de un tiempo poder comparar los resultados.

Al parecer, el esquema primero se implementará en colegios con jornada única y luego en los demás colegios. Esto hará muy difícil evaluar tanto los efectos de la jornada única como del nuevo sistema de evaluación, pues no va a ser posible atribuir impacto a cada una de estas políticas por separado.

Finalmente, el programa no ataca el que puede ser el problema más serio del sistema educativo en Colombia: la baja tasa de cobertura, en particular en el sector rural. En 2013, uno de cada dos colombianos en edad de estar en algún grado de secundaria estaba por fuera del sistema educativo en el sector rural, y para el nivel de educación media, tres de cada cuatro estaban por fuera del sistema educativo, también en el sector rural. Las cifras en áreas urbanas son mejores, pero la cobertura está lejos de llegar al 100%. El ISCE no incorporó este problema. Aunque cada vez que un colegio pierde un estudiante sí hay un efecto al caer la tasa de promoción, una vez salen del sistema la baja cobertura no vuelve a tener efectos sobre el índice.

No es claro cómo un colegio pueda atraer niños y jóvenes que ya han dejado el sistema educativo (es posible que aumentar cobertura sea una tarea más para secretarios de educación u otras autoridades), pero lo que sí es claro es que Colombia no podrá ser “la más educada” si fracciones tan altas de niños y jóvenes se están quedando por fuera del colegio.

Lo feo

No está bien hablar de calidad de la educación y lanzar nuevos índices cuando se van a cumplir tres años y no se ha terminado de resolver el proceso de contratación docente. Este problema es lo primero que se debería resolver si el Gobierno quiere tomar medidas para mejorar la calidad de la educación. Aplazar el lanzamiento del ISCE hasta que esa situación se normalizara, o al menos presentar estrategias para superar el lío, hubieran sido gestos valiosos con los futuros maestros.

En suma, el lanzamiento del nuevo sistema de evaluación con incentivos tiene un balance positivo. A pesar de las limitaciones señaladas, se le está dando un alto perfil a la calidad de la evaluación, haciendo un esfuerzo por incorporar los diferentes desafíos que enfrenta cada colegio. Ahora lo importante es que se institucionalice este sistema. Que no vaya a llegar otro gobierno en pocos años a incorporar otro esquema.

*Economista

Por Alejandro Ome*

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