El colegio que protege la reserva Van der Hammen

La institución Alfonso Jaramillo se encuentra en medio de uno de los espacios biodiversos más importantes de Bogotá. Por ello, la construcción de sus instalaciones y su plan pedagógico son ecológicamente sostenibles.

Juliana Jaimes Vargas / @julsjaimes
05 de noviembre de 2019 - 02:00 a. m.
El colegio Alfonso Jaramillo trasladó sus instalaciones desde hace un año a la reserva Van der Hammen.  / Mauricio Alvarado
El colegio Alfonso Jaramillo trasladó sus instalaciones desde hace un año a la reserva Van der Hammen. / Mauricio Alvarado

Para llegar al colegio Alfonso Jaramillo hay que recorrer un largo camino en la vereda Chorrillos, justo en la vía Suba-Cota. Esta zona, que con los años se convirtió en un punto estratégico para la construcción de instituciones educativas campestres, forma parte de uno de los espacios ambientales más importantes para la capital: la reserva Thomas van der Hammen. A medida que se avanza en el camino, las pequeñas parcelas de privados, los cultivos invernaderos y las pequeñas construcciones forman parte del paisaje bogotano que debería ser “protegido”.

En ese contexto, y con la presión encima de entender la importancia del entorno ambiental habitado, el colegio Alfonso Jaramillo llegó hace un año a la reserva Van der Hammen. Desde entonces la institución se propuso hacer las cosas de una forma diferente, y eso significó entender que su supervivencia dependía únicamente del compromiso con el medioambiente que habitaban.

La construcción ecológica

El colegio se encuentra en medio de una extensa zona verde y, a diferencia de las instituciones tradicionales, sus salones no son de concreto y ladrillo. La edificación desde el principio se pensó para evitar la excavación del suelo de la reserva. Por eso todos los espacios se construyeron en módulos, es decir, livianas estructuras que tienen como base de 15 a 40 centímetros de cemento. “La construcción se realizó a través de un estudio del suelo en el que, según la resistencia que nosotros observamos, se decidió hacer módulos de metal, aluminio y un material de aislamiento térmico y acústico”, señala Luis Esteban Cuervo, rector de la institución. Además, advierte que la elaboración de todos los cimientos son termorresistentes y cumplen con los requerimientos legales.

El uso del agua también se convirtió en un reto para el plantel. Por ello generaron un circuito en el que se puede extraer el agua del subsuelo y esta es procesada a través de un ciclo de purificación para poder ser luego consumida. El agua restante pasa por otro proceso químico y, aunque ya no puede beberse, es utilizada para los baños o la limpieza de algunas zonas.

El proceso de construcción del colegio dentro de la zona Van der Hammen empezó hace aproximadamente un año, pues fue reubicado de su sede original, en el norte de la ciudad, en la que llevaba 60 años. En el cambio pasó de tener 400 estudiantes a 90, y aunque el futuro de la institución podría parecer incierto, decidieron apostarle a una idea que implicaba mayores cambios: el compromiso con el medioambiente. “Esta es la mejor oportunidad para hacer un colegio que sea ecológicamente sostenible y que además tiene la fortuna de encontrarse dentro de la reserva Van der Hammen, un espacio en el que los estudiantes aprenden a conservar el medioambiente en un lugar que realmente lo necesita”.

La enseñanza del medioambiente

Después de pasar por los salones, casi al fondo del establecimiento se encuentra uno de los elementos más preciados para los estudiantes: la huerta. En el pequeño cultivo se pueden ver los frutos de tomate cherry, col de Bruselas, cebolla larga, apio y demás alimentos que abastecen la cocina del colegio y que se convirtieron en una actividad pedagógica para todos los cursos. “Esto no es un monocultivo. Es un sistema permacultural, que conserva el bosque y genera un espacio productivo con una combinación alelopática que permite la posibilidad de no utilizar pesticidas”, agrega Luis Cuervo.

Como es sabido, la reserva Van der Hammen es una parada estratégica para el avistamiento de aves. De más de 50 especies endémicas que viven en el territorio colombiano, 11 realizan sus recorridos en la sabana de Bogotá. Es por ello que el colegio también trabaja en “casas” o espacios propicios para que estas aves puedan hacer su parada periódica y la presencia de seres humanos en el territorio no afecte su camino.

Desde el Alfonso Jaramillo se puede ver el bosque Las Mercedes, un área de aproximadamente 12 hectáreas que fue declarado como santuario de flora y fauna de la sábana bogotana. El objetivo principal de este lugar, que podría considerarse como virgen, es generar una conectividad ambiental entre los cerros orientales, el río Bogotá y el humedal La Conejera, tres lugares claves para la reserva de agua de la ciudad.

Aunque, en un principio, la institución no decidió voluntariamente llegar hasta este espacio, tomó el cambio como un reto. Una apuesta ambiental que, aunque les ha costado una pérdida económica importante, se convirtió en una forma de reinventarse. “Nosotros realmente queremos hacer algo por la reserva. Tenemos un proyecto pedagógico enfocado en eso y contamos con la fortuna de conectarnos con el medioambiente. Ese es el fin de la ecología: el no aislar la naturaleza, sino aprender a convivir sosteniblemente dentro de ella”, concluye Cuervo.

Por Juliana Jaimes Vargas / @julsjaimes

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