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En qué falla la educación del Pacífico colombiano

En Tumaco, sólo uno de cada 10 jóvenes logra graduarse como bachiller. Un programa creado por Save the Children y el Consejo Noruego para Refugiados, enfocado en el aprovechamiento de los saberes ancestrales, quiere revertir esta cifra.

Estefanía Avella Bermúdez
28 de junio de 2014 - 02:11 a. m.
En Cauca y Nariño las comunidades étnicas representan 43% y 29% de la población, respectivamente. /Archivo
En Cauca y Nariño las comunidades étnicas representan 43% y 29% de la población, respectivamente. /Archivo

“En nuestra cultura el estudio no es lo más importante, con sólo leer y escribir está bien”, señala Clementina, una tumaqueña de 32 años que sólo hace dos años logró terminar sus estudios de bachillerato. Las dificultades económicas, no tener dinero con qué comer ni con qué transportarse a una escuela cercana a su vereda, la hicieron retirarse de las aulas en más de dos ocasiones. Clementina refleja la historia de la mayoría de quienes viven en la costa Pacífica colombiana, una de las regiones más estremecidas por la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades.

En esa zona del país, sólo uno de cada 10 niños logra terminar sus estudios de primaria y bachillerato, muchos no pueden tener acceso a una escuela y más del 5% de quienes ingresan deben retirarse antes de terminar el año escolar. Pero no es un problema que se remita sólo a la educación, señala Venanzio Mwangi Munyiri, un sacerdote africano que desde hace nueve años trabaja en Colombia con comunidades afrodescendientes. Está claro que los grandes vacíos en la escolaridad de la zona están ligadas a necesidades básicas insatisfechas en la población como la falta de seguridad alimentaria, las dificultades para tener una vivienda y la inseguridad de la región, que genera un complejo en la niñez y que se refleja en gran parte de los adultos.

Pero el problema no está sólo en que los niños, jóvenes y adultos tengan mayores posibilidades de acceso a la escuela, sino que es necesario cuestionar si los currículos escolares están respondiendo a las necesidades de la región.

Para el sacerdote africano, las escuelas del Pacífico deberían ser, más que aulas de clases que reciclan el conocimiento, un espacio etnoeducativo que promueva el intercambio de saberes y el aprovechamiento del conocimiento ancestral.

No es una idea nueva. De hecho, desde 1980 la etnoeducación tomo fuerza en San Basilio de Palenque en el departamento de Bolivar, y ahora se retoma en estos dos departamentos del sur occidente del país.

El proyecto Vive la Educación, con ayuda de la Cooperación Candiense y el Ministerio de Educación, ha logrado beneficiar a 120.000 niños de 21 municipios del Cauca y Nariño donde las comunidades étnicas representan 43% y 29% respectivamente.

En las escuelas de indígenas y afros, de la mano del proyecto Vive la Educación, se han introducido los saberes ancestrales como el valor por el territorio y la naturaleza, la historia de la población afro, la reserva lingüística y las tradiciones artísticas y literarias.

“Ahora algunos colegios cuentan con espacios en los que se pretende recuperar la tradición oral del litoral Pacífico con la oralitura, volver a incentivar el cultivo agrícola de las ancestrales azoteas en las que se siembran plantas medicinales, aromáticas y condimentarias, y reforzar las lenguas que tienen vestigios africanos y las de las comunidades indígenas como las de las familias lingüísticas embera y guambiano, entre algunas otras tradiciones”, señaló Elizabeth Castillo, profesora de la Universidad del Cauca y miembro del Centro de Memorias Étnicas.

Se trata de un proceso comunitario en el que los docentes se apoyan en los adultos para generar una actividad investigativa que fomente el aprendizaje de los niños y jóvenes, señala María Reinalda Pedraza, docente de biología en el corregimiento de El Charco, en Nariño, y coordinadora de la Mesa Departamental de Etnoeducación.

“El conocimiento no se logra en cuatro paredes, sino que está en el ambiente. Como docente de secundaria hago que mis alumnos aprendan de lo que los rodea. Enseño lo que tiene que ver con plantas medicinales, sus propiedades, cómo se deben sembrar y para qué enfermedades sirven; y me preocupo porque comprendan el cuerpo humano, pero siempre haciendo referencia al impacto que este tiene en el ambiente, a la contaminación que genera”.

El sacerdote Venanzio Mwangi reconoce la importancia de que este proyecto etnoeducativo esté beneficiando también a los adultos. “Este es un pueblo que ha vivido un contexto ajeno, que tiene en su memoria la esclavitud, que vive de manera agravada las condiciones de la violencia y del desplazamiento y que no ha podido tener acceso a la educación formal. La mayoría de los adultos no tuvieron la posibilidad de terminar los estudios que iniciaron”.

Así como Clementina, hay otros que han retomado sus estudios gracias a la flexibilidad de los horarios de las escuelas y porque ya no tienen que caminar horas para llegar a un maestro. “Es bonito pensar que en un futuro podré ser profesional”, dice.

 

me.avella@gmail.com

@EstefaniaAvella

Por Estefanía Avella Bermúdez

 

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