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La normalización cínica de la violencia de género en Colombia

La Red Colombiana de Mujeres Científicas no desea pasar por alto el hecho difundido el pasado 25 de mayo en redes sociales, en donde el periodista Fabio Zuleta y el indígena que se hace llamar Roberto, mantienen una entrevista absolutamente repudiable que claramente es una apología a la trata de mujeres. Consideramos que las palabras pronunciadas constituyen un atentado a la dignidad femenina, y en este caso especialmente a la comunidad de las mujeres Wuyúu.

Myriam Jiménez Quenguan
04 de junio de 2020 - 10:20 p. m.

En ninguna medida se puede frivolizar, banalizar ni tolerar la violencia de género. No es un chiste que se irrespete el cuerpo de la mujer o que se la conciba como un objeto negociable para usar. Señores ningún cuerpo de mujer es mercancía. Señores no somos sus esclavas. contexto colombiano, la violencia contra la mujer pulula libremente, violencia física, violencia psicológica, violencia capitalista, violencia excluyente, violencia verbal y de todo tipo que deja en evidencia el enorme atraso y falocentrismo de nuestra cultura.

Es lamentable que los medios de comunicación sean utilizados para perpetuar e intentar normalizar estas prácticas misóginas. Seguramente este video pasará como otros tantos y se le quitará la gravedad y no es de extrañar que incluso algún colectivo masculino reivindique su imaginario de virilidad festejando al señor Zuleta y al lamentable indígena Roberto, personaje aparentemente ingenuo que sin duda no está a la altura de la etnia que aparentemente representa, que quizás sea una víctima de la transculturación, que busca que se inviertan los valores ancestrales para instalar prácticas de horror y de vergüenza.

El señor Zuleta debería ser sometido a un proceso disciplinario por su agresión al género femenino y por fomentar la violencia basada en género. Pero como eso es improbable que suceda, sugerimos que al señor Zuleta le dé una beca para que estudie la riqueza de nuestras comunidades indígenas y se dé el regalo de aprender un poco más sobre los asuntos de género, así quizá comprenda que su risita y perverso deseo revelan su enorme debilidad. Porque sus palabras no son sólo una gran ofensa a nuestra cultura ancestral femenina y a todas las mujeres de Colombia y del mundo, sino que son tristemente el reflejo de un machismo atávico y prepotente, que concibe el poder masculino ligado a la posesión sexual femenina, y en esa dialéctica de amo y esclava, se cree con derecho de perpetuar el sometimiento y la esclavitud de la mujer.

Bien dicen que la ignorancia es atrevida y en este caso, demasiado obscena. Las “chinitas” Wayúu que el señor Zuleta desea, son las de 20 añitos, “selladitas” (vírgenes), “sin pelo” (sin vello púbico), y que “no se muevan”; las otras las de 30, las de 40, son muy viejas y “desfundadas”. En esa enfermiza lujuria masculina que por lo que afirma Zuleta comparte con otros personajes afines, que también sueñan con “comprar a una mujer indígena·, también está otro tipo de violencia, la exigencia de un canon de belleza impuesto a las mujeres que deben ser jóvenes, sumisas y buenas cocineras; el señor Zuleta la desea “quietica”, acéfala, como si fuera una muñeca que no piensa ni siente, una máquina. Consideramos urgente que se produzca un cambio educativo cualitativo, un cambio que permita un absoluto respeto a la vida e integridad de las mujeres, un cambio en perspectiva de género. Porque estas formas abominables de permisividad de la violencia masculina, son un atentado a la vida y a la dignidad de las mujeres.

Señores Zuleta y Roberto, las mujeres somos seres humanos con derechos, cada diferencia nos hace más hermosas y únicas. Nuestras mujeres Wayúu son más civilizadas que ustedes. Porque la civilización concebida dentro del colonialismo cultural genital de algunos hombres, desconoce que ellas representan una tradición pacífica, humilde y trabajadora. Pero los llamados “civilizados” se creen con la autoridad inmoral de ofenderlas y de mofarse de ellas y de todas. ¡¡¡Basta ya!!! Porque somos Wayúu, Guajiras, Ingas, Koguí, Pijaos, Embera, Witoto, Pastos, Ticuna, Makú, …. Somos todas las indígenas y mujeres de la tierra, y a nosotras, independientemente de nuestra edad, raza o credo se nos debe respetar siempre.

Los Wayúu como sucede en este país con nuestras riquezas humanas, han padecido el olvido y todo tipo de violencias. Cuando en su geografía aparece el llamado hombre civilizado es por un interés económico, territorial, sexual, las intervenciones en su territorio los han convertido en una especie de desplazados. Las políticas y prácticas coloniales les controlaron la pesca y a pesar de estas adversidades, los Wayúu supieron levantarse, les quitaron la tierra agraria, las áreas para cazar, el agua, el carbón… Y fueron resilientes, para subsistir introdujeron otras especies e hicieron de la artesanía la mejor forma de contar sus historias. Su sabiduría ha sabido acoplarse a los tiempos, su pueblo es un ejemplo de autonomía, de adaptación y de pacifismo frente a la barbarie del mundo y al permanente olvido de su valía.

Señor Zuleta esa grandeza de este pueblo viene de sus mujeres, ellas han resistido por años, son sabedoras que sonríen, imagínese lo que piensan de personas como usted. Las Wayúu van más allá de las leyes patriarcales, son capaces de una felicidad excepcional, son artistas que tejen vida, el silencio y el desierto son su refugio y su defensa frente a un país que no las reconoce como merecen. En sus vestidos cuentan la belleza de sus geografías olvidadas y sus sueños, son como la madre tierra, fuertes y dueñas de su propio derecho, porque ellas son las verdaderas guardianas de una tradición que hace parte del orgullo de Colombia. En su tradición oral, existen pensadoras, profesionales, abogadas y escritoras como Estercilia Simanca Pushaina, sus palabras que tejen mundo, porque las mujeres dan la vida y la vida es sagrada y se respeta, su tejido es su escritura, es su cuerpo que se integra a la naturaleza y a los divino. “Se sentó debajo de la enramada y empezó el tejido que la doncella desconocida le había enseñado. Liwa sonreía al ver como al combinar los hilos iban surgiendo figuras perfectas, que sorprendían a las viejas Yotchón y Jierrantá” (Simanca, 2003)

¡No más burlas a las mujeres indígenas ni a ninguna mujer¡ Ya es hora de cambiar el relato de la violencia de género por el relato de la verdad, de la inclusión, de la autenticidad, de la belleza y de la resistencia femenina frente a la opresión constante. Es necesaria una ethnoeducación que cuente al mundo la asombrosa autonomía de la mujer Wayúu, porque lejos de lo que dicen Zuleta y Roberto, ellas tienen el poder de decidir sobre sus vidas, su tradicional “encierro” es una preparación de la niña a la mujer, es el cumplimiento de un ciclo sagrado, que se ha visto alterado por el desconocimiento de su cultura y la instrumentalización mercantilista de sus cuerpos. Para los Wayúu la palabra es un don y un poder que armoniza su mundo. Cuánto tenemos que aprender de su uso, en un tiempo donde abunda el abuso de las palabras, la violencia de género y la mentira, propios de la cultura dominante.

*Vicepresidenta de la Red Colombiana de Mujeres Científicas

Por Myriam Jiménez Quenguan

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