Las conquistas de la lectura

El paso previo lo constituye la oralidad, que una vez se aprende a leer, la lectura se vuelve indispensable. La libertad se va perdiendo como causa de las imposiciones provenientes de las necesidades de la escuela y los requerimientos del entorno social.

Luis Germán Perdomo
24 de junio de 2018 - 07:16 p. m.

Como bien lo afirma Rutger Bregman en su libro Utopía para realistas, las escuelas y universidades se han convertido no más que en fábricas, “…lo que cuenta es lograr los objetivos”, dice. En consecuencia, hemos convertido a nuestros niños y jóvenes en frías estadísticas. En lo que atañe a la lectura, que es el punto de esta reflexión, mucho menos se ha podido evitar la tentación.

Las cifras al respecto son abundantes y concluyentes. Muchas instituciones gubernamentales y no gubernamentales han destinado tiempo y dinero para tratar de descubrir los hábitos de lectura entre los jóvenes durante un año, con el fin de desarrollar metodologías y programas con los cuales se puede promover su incremento. Ante lo catastrófico de las cifras, los colegios y las universidades entran en un debate sempiterno del que terminan extrayendo conclusiones vagas, las cuales se convierten después en objetivos a cumplir, que al final del año dan por alcanzados con resultados equívocos que no hacen más, en algunos casos, que soliviantarles la conciencia.

Quién puede afirmar acaso que a los jóvenes no les gusta que les narren una historia, un cuento, una película. El comienzo de todas las culturas se centró en el círculo en el que todos se reunían a escuchar. Luego, cuando apareció la escritura y después la imprenta, sigue siendo la oralidad la que permite que lo impreso llegue a todos los rincones, pues siempre hay alguien que le cuente a otro acerca de las emociones y las sensaciones que le produjo la lectura de tal o cual libro.

Carmen Elisa Acosta, en su estudio de la lectura, enfatiza que esta debe ser “…incuestionable e indispensable para todos los individuos”. Allí mismo, ella da algunas luces para alcanzar este umbral. Sin embargo, considero que el paso previo a la lectura lo constituye la oralidad, que una vez se aprende a leer, la lectura se vuelve indispensable.

Son las palabras el canal a través del cual los niños tienen el primer contacto con el mundo que les rodea, pero hay algo muy importante aquí que es necesario resaltar. Al tiempo que van aprendiendo a hablar comienzan a manipular el lenguaje, para con él delimitar sus dominios y establecer así una especie de sindéresis de la fantasía, el estado más puro de la imaginación. Allí no hay contradicciones. En estos dominios se habla en voz alta, se juega a voz en cuello y se les llama a las cosas por ese otro nombre que todas tienen que sólo es posible determinar cuando se tiene la certeza de que lo tienen.

Con el correr de los años, este espacio de libertad conquistado se va perdiendo como causa de las imposiciones provenientes de las necesidades de la escuela y los requerimientos formales del entorno social. Sin embargo, al mismo tiempo que todo esto se viene dando, algo fascinante se va entretejiendo en su interior, a lo que los especialistas les ha dado en llamarlo desarrollo de las competencias, cuando en verdad deberían llamarse hilos mágicos.

A través de ellos, como una concreción de la existencia, surge la imperiosa necesidad de aprehender de otras fuentes las claves para descifrar los secretos del sentido mismo de la vida. Es aquí cuando descubre que el acto de leer lo conducirá a recuperar, de una vez y para siempre, ese espacio de libertad perdida. Como bien lo afirma Carmen Elisa Acosta: “Es en este horizonte en el que la literatura cumple un papel preponderante”.

Entonces, diría, el problema no sólo está en cómo promover la lectura, en cómo desarrollar las competencias, en cómo aumentar los índices para mejorar la estadística y dar por cumplido los objetivos. Lo que trasciende en este asunto es descubrir cómo estas necesidades de libertad que subyacen en el deleite que se halla oculto en la lectura pueden ser satisfechas en el aula y en los entornos académicos, para que el acto de leer se convierta desde el asomo a las primeras letras hasta la edad adulta, en una conquista más que contribuya a dilucidar en cada individuo el sentido mismo de la vida.

Definitivamente, para que todo esto contraste con las estadísticas y la lectura se convierta en esa indispensabilidad proclamada, debe otorgársele la importancia debida a la oralidad y al deleite que ésta genera como fin primero a promover. Es en este espacio en donde aún siguen reverdeciendo las culturas.

 Escritor*

Por Luis Germán Perdomo

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