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¿Malos estudiantes o malos programas universitarios?

Entre 2001 y 2011 se crearon en Colombia 2.676 nuevos programas de educación superior y sus egresados obtienen menores salarios que aquellos que se inscribieron en programas tradicionales. ¿Quién tiene la culpa de la mala calidad?

Pablo Correa
19 de mayo de 2016 - 04:38 a. m.
La calidad de los estudiantes que ingresan al sistema de educación superior decayó al menos diez puntos durante la fase de expansión de la cobertura, entre 2001 y 2011. / Archivo
La calidad de los estudiantes que ingresan al sistema de educación superior decayó al menos diez puntos durante la fase de expansión de la cobertura, entre 2001 y 2011. / Archivo

Hace unos meses, Adriana Camacho, investigadora de la Universidad de los Andes; Julián Messina, investigador del Banco Interamericano, y Juan Pablo Uribe, estudiante de doctorado de la Universidad de Brown, decidieron unir esfuerzos para tratar de entender hasta qué punto la rápida expansión de la educación superior en Colombia, que pasó del 5 % de cobertura en 2001 a casi el 30 % en 2011, había lesionado la calidad educativa.

Lo fácil hasta ahora había sido buscar chivos expiatorios. En el caso de la mala educación superior, los dedos acusadores siempre han apuntado hacia las “universidades de garaje”. Sin embargo, estos tres investigadores, luego de escarbar en una montaña de datos del sistema educativo, tienen otra versión sobre lo ocurrido en la última década. “La riqueza de los datos en Colombia es muy buena” comentó Adriana Camacho, “lo que nos permitió intentar responder muchas de estas preguntas”, complementó.

Un primer hallazgo del trabajo de los tres investigadores fue que a diferencia de otros países como Brasil y México, en los que surgieron más de 300 nuevas universidades entre 2005 y 2010, en Colombia, como en Chile, esa expansión se dio a través de nuevos programas en instituciones ya establecidas. En 2001 en el país se ofrecían 3.600 programas académicos. Para 2011 ya eran 6.276. El 65 % de ellos nacieron en instituciones existentes. Es decir, que hasta ahí la responsabilidad no se puede atribuir exclusivamente a las “nuevas” universidades de garaje, sino a buena parte del sistema educativo existente.

Al comparar los salarios de los egresados de estos nuevos programas con los de una mayor tradición, se hizo evidente que los primeros ganan menos que los segundos al salir a competir al mercado laboral. Esa diferencia puede ser hasta del 15 % en el salario.

De acuerdo con los investigadores, las explicaciones para este fenómeno pueden ser varias. Por un lado, los programas nuevos atraen a estudiantes con menor preparación y puntajes en las pruebas Saber 11. También es posible que los nuevos programas se hayan creado en áreas de conocimiento que requieren menos inversión y a su vez generan menos retorno económico. Por ejemplo, áreas como diseño, contabilidad y veterinaria surgen con más facilidad que ingenierías o medicina. También es posible que los empleadores contraten con más frecuencia y en mejores condiciones a los egresados de programas con tradición.

“El resultado en términos de salarios de los egresados de la educación superior es responsabilidad compartida de las universidades y sus estudiantes”, dice Camacho. Al respecto, el análisis de las bases de datos en las que se combinó información demográfica, resultados de las Pruebas Saber 11 y Pruebas Saber Pro, con datos del mercado laboral, arrojó que la calidad de los estudiantes que ingresan al sistema de educación superior ha caído durante esta fase de expansión de la cobertura. Y también, que son esos nuevos programas en los que con mayor frecuencia aterrizan los estudiantes con puntajes más bajos.

“Los nuevos programas reciben estudiantes de menor calidad y estos programas fueron creados en mayor medida en instituciones de menor calidad”, apuntaron los investigadores. Un completo círculo vicioso. Pero esto no quiere decir que las buenas universidades puedan escabullirse de la responsabilidad. Un 30 % de los nuevos programas nacieron en instituciones con certificación de alta calidad otorgada por el Ministerio de Educación, mientras que un 45 % de los programas existentes pertenecen a instituciones de alta calidad.

Un dato que llamó la atención de los investigadores es que los estudiantes que se matriculan en esos nuevos programas son, por algunas razones, distintos a los que suelen ir directo a programas tradicionales. El estudio demostró que son jóvenes de un menor estrato socioeconómico, sus padres tienen menor nivel educativo y sus puntajes al salir del colegio eran menores. Lo paradójico es que estos estudiantes de programas nuevos pagan un precio de matrícula similar a otros estudiantes, sin saber que están recibiendo un resultado de menor calidad y además, que están condicionando su futuro laboral pues recibirán un menor salario.

Para la investigadora Camacho, este trabajo demuestra que es difícil transformar en el nivel superior a los estudiantes que están entrando con menor calidad. “Creo que cuando se encuentran este tipo de cosas se deben repensar mejor las inversiones en educación y cómo se está formando a los estudiantes desde el principio. Es difícil arreglar las cosas cuando alguien lleva 13 años de educación de mala calidad. Hay que poner mejores bases en primera infancia, primaria y secundaria”, concluyó Camacho.

 

Por Pablo Correa

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