Veinte años de Pisotón, un programa de desarrollo psicoafectivo y emocional

Apoyado por la Universidad del Norte, el programa en desarrollo psicoafectivo ha ayudado a más de cinco millones de niños a crecer con bases emocionales estables. Su aniversario será celebrado con el V Seminario Internacional de Desarrollo Piscoafectivo y Educación Emocional.

Daniella Sánchez Russo, Especial para El Espectador
27 de marzo de 2017 - 11:25 p. m.
Veinte años de Pisotón, un programa de desarrollo psicoafectivo y emocional

Desde el momento en que la psicóloga barranquillera, Ana Rita Russo, comenzó a trabajar su tesis doctoral en Psicología en la Universidad de Salamanca (España) en el año de 1980, tenía claro cuál era su propósito: hallar la manera de ayudar a la mayor cantidad de niños a crecer con bases emocionales estables, a pesar de que estuvieran formándose en medio de circunstancias difíciles. Decidió hacerlo, primero, por medio de la creación de relatos que proyectaran las vivencias de los niños en historias de animales con quienes ellos pudieran identificarse, y que se diferenciaran por sus características particulares. Escogió, por ejemplo, que el personaje principal de dichos relatos fuera un hipopótamo, por la manera en que los de su especie protegen a quienes son de su clan, y la ferocidad con que las madres llegan a defender a sus crías, a quienes cargan a espaldas cuando están en el río. A los relatos, con el pasar de los años, les fue sumando títeres que fueran soporte de las historias y juegos que hoy por hoy permiten que los niños trabajen en conjunto con sus padres, maestros o cuidadores. Desde el inicio, Ana Rita también se planteó que su tesis pudiera ser enseñada de manera masiva y replicada, de tal manera que el conocimiento sobre el desarrollo de los niños y la forma de contrarrestar los obstáculos que pudieran ir encontrando mientras crecían, fuera uno colectivo, como cree debe serlo la formación de las generaciones humanas.   

Ya en el país, con la experiencia del pasar de los años y con la premura de entregar herramientas de fortalecimiento a esos niños que crecían y crecieron en un estado agobiado por la guerra, su tesis doctoral fue convirtiéndose en lo que hoy es el Programa de Desarrollo Psicoafectivo y Desarrollo Emocional, mejor conocido como Pisotón, un programa que desde el principio fue abanderado por la Universidad del Norte, una institución que el próximo 28 de mayo celebrará los veinte años de nacimiento del programa con el V Seminario Internacional de Desarrollo Piscoafectivo y Educación Emocional, al que estará invitada la experta en trauma y resilencia en niños, Nira Kaplansky. Con este seminario se busca elogiar dos décadas de trabajo, en las que se han formado al menos veinte mil docentes de Colombia y demás países de América Latina, que a su vez han ayudado a más de cinco millones de niños a crecer con bases emocionales consolidadas, aunque estén en estado o no de vulnerabilidad. De hecho, a pesar de que el programa haya sido diseñado para ayudar a niños en cualquier circunstancia, ha probado ser decisivo para los pequeños que han tenido que experimentar de primera mano la guerra, o que han tenido que sobrevivir la pobreza, el maltrato intrafamiliar, el abuso, o los desplazamientos forzados. Por ejemplo, una de las 69 mil madres comunitarias que trabajan en conjunto con el ICBF, Maribeth García, contó, en entrevista con El Espectador, cómo por medio de Pisotón ayudó a salir adelante a dos niños venezolanos que fueron desplazados en conjunto con su familia desde Venezuela, después de que el presidente del vecino país, Nicolás Maduro, decretara en 2015 la deportación de cientos de colombianos que allí residían. “Se trató de dos niños que no entendían lo que significaba un desplazamiento forzado y que por ende se habían vuelto tímidos y agresivos. Eran difíciles de lidiar, por un momento tuve la idea de que no iba a poder ayudarlos a salir adelante. Sin embargo, al poco tiempo me di cuenta que Pisotón me había dado las herramientas para contrarrestar su problemática, a través de un relato llamado Donde quiera que voy el sol va conmigo, que trata sobre el desplazamiento. Así, los niños pudieron entender lo que les había sucedido, abrirse emocionalmente y empezar a mejorarse”. 

El relato de García también sirve para ejemplificar la manera en que Pisotón ha logrado demostrar la importancia de consolidar comunidades de afecto. El programa se enseña a través de un diplomado que tiene ochenta horas de duración, y que es apoyado por instituciones gubernamentales, como el ICBF y las Alcaldías de Bogotá y Barranquilla, por fundaciones sin ánimo de lucro como la Julio Mario Santodomingo, y organismos internacionales como Mercy Corps. El diplomado es destinado a psicólogos, maestros de escuela, madres comunitarias que, luego, en la intimidad de sus barrios o colegios, implementan lo enseñado, dependiendo de las circunstancias específicas de su comunidad. “Cuando yo y otras madres comunitarias hicimos el diplomado a través del ICBF”, dice Maribeth García, quien tiene su hogar comunitario en el barrio José Antonio Galán de Barranquilla, “examinamos primero nuestras vivencias, incluso nuestra infancia, intentando sanar cada uno de los resquicios, para llegar de mejor forma a los niños. Después pasamos a aprender cómo se forma un ser humano, cómo se gesta, en qué condiciones: voluntaria o involuntariamente, con apoyo de familiares o sin apoyo; cómo, luego, un bebé crece y se desarrolla, cómo se forma a partir de las vivencias que a veces no son idóneas y que nosotros necesitamos intervenir, al menos en la parte emocional”. 

Otra maestra que se encuentra en Putumayo, Myriam Imbacuan, dijo en entrevista con este periódico que el programa, además de servir para conocer el proceso del desarrollo infantil, ha sido esencial para mantener las bases afectivas de los pequeños a quienes enseña, pequeños que viven en situaciones a veces precarias, y que, por encontrarse en zonas rurales y de difícil acceso, deben hacer al menos dos horas de camino para llegar a la escuela. “No es lo mismo que yo les cuente una historia cualquiera, a que les lea una con la que ellos sienten una conexión inmediata, porque devela y explica sus propias vivencias. Cuando hacemos la lectura de un cuento, los niños se afanan por tener en manos las cartillas, preguntan por el futuro de los personajes y después relatan la experiencia similar que ellos atraviesan o que han atravesado. Por esta proyección, los niños han podido manifestar sus inquietudes, sus deseos, miedos, emociones, problemáticas. Y se forma también, entre ellos, un espacio de escucha y cooperación”.  

Esta apertura emocional en los niños también fue resaltada por la secretaria de Integración Social, María Consuelo Araujo, que en su gestión apoyó la capacitación de aproximadamente 500 agentes educadores y psicólogos, capacitación que ya ha beneficiado a 2500 niños y niñas que están en la Ruta integral de atenciones del Distrito. “Lo más importante es que hemos propiciado la expresión de las emociones de los niños que atendemos”, dijo Araujo. La coordinadora de asistencia técnica de primera infancia del ICBF, Yohana Amaya, también se manifestó sobre la educación de maestros y psicólogos en el desarrollo del niño, indicando que “Pisotón ha contribuido a generar competencias en los agentes educativos que atienden a la primera infancia”. Y agregó: “Dichas cualificaciones permiten que el servicio que se presta se haga con calidad y sobre todo ayuda a dar herramientas para la resiliencia de quienes atiendes a los niños, como al interior de sus familias”. 

A pesar del acogimiento que ha tenido a nivel social, la directora del Programa, Ana Rita Russo, conociendo que existen interferencias del desarrollo sobre las que Pisotón no logra actuar tempranamente, por aspectos de sincronización (ciertas veces, cuando el programa se instituye en una comunidad, algún niño ya ha pasado por situaciones que pueden ser traumáticas) ha trabajado los últimos años en un programa adicional a Pisotón, enfocado en recuperar la salud emocional de los niños de más de cuatro años y que idealmente es empleado por psicólogos y agentes del Ministerio de Salud. Hasta ahora, este segundo programa ha probado ser decisivo. Por ejemplo, una de las psicólogas que ha sido entrenada en recuperación, Marisabel Sánchez, trató a una niña cuyo padre había sido asesinado en medio de la guerra en el departamento de Arauca, y que hasta entonces no había tenido un desarrollo normal en el habla. Según comenta Sánchez, la niña adicionalmente tenía el obstáculo de habitar en un barrio de invasión, en el que por motivos de seguridad se le dificultaba tanto a ella como a su madre salir y socializar. Su recuperación se enfocó en ayudarla a expresar sus sentimientos para que así pudiera abrirse a la posibilidad de salir adelante, aceptando lo que hasta entonces le había sucedido e intentando trazar un nuevo porvenir, al menos en lo que concernía a su salud emocional. “Hay que entender que los niños”, dice Ana Rita Russo, “tienen más futuro que pasado. Y que hay que ayudarlos a formarse, para que no repitan la historia a la que involuntariamente fueron sometidos. En medio de la oscuridad de la mente infantil hay un mundo exterior, que permitiría encender una luz en medio de la penumbra”.   
 

Por Daniella Sánchez Russo, Especial para El Espectador

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