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Opinión

Vuelta a lo presencial, vuelta a lo humano

Edna Rocío Rivera*
18 de noviembre de 2020 - 05:01 p. m.

Algunos no han recibido positivamente el cambio de modalidad y se muestran reticentes al mismo, bien porque encuentran las nuevas estrategias formativas improvisadas, o porque consideran que la presencialidad es irremplazable.

En la Universidad Central la ocupación no supera el 35 % de su capacidad para evitar aglomeraciones, son muchos los estudiantes que se están beneficiando de la reapertura gradual, que, podrá ser  definitiva durante 2021.
En la Universidad Central la ocupación no supera el 35 % de su capacidad para evitar aglomeraciones, son muchos los estudiantes que se están beneficiando de la reapertura gradual, que, podrá ser definitiva durante 2021.
Foto: Cortesía

La aparición insospechada de una crisis sanitaria como la que el mundo ha enfrentado en los últimos meses hizo necesario que sociedades e instituciones reaccionaran de la manera más oportuna posible a los abruptos cambios que trajo consigo y que activaran estrategias de adaptación a las nuevas circunstancias impuestas por la pandemia.

Los sistemas educativos, particularmente, tuvieron que asumir el desafío de dar continuidad a su labor formativa de manera remota, de modo que fue necesario hacer un alto en el camino y empezar a trabajar con la mayor celeridad, valiéndonos de mediaciones tecnológicas y de recursos educativos abiertos y propios. Gracias a estos esfuerzos y al aprovechamiento de materiales innovativos, colegios y universidades no han cerrado sus puertas (no, al menos, en un sentido funcional).

Para muchos, este ha sido un signo incontestable de que es hora de que las instituciones educativas den un salto de la presencialidad a la educación remota y virtual, de que la formación abandone sus esquemas acostumbrados y se arroje a explorar nuevas modalidades de aprendizaje. Hemos visto y oído en titulares de prensa, noticieros, videos y pódcasts que pese a que la pandemia nos tomó desprevenidos, las ventajas de estas nuevas estrategias de enseñanza no son nada despreciables. Unos destacan la disposición de recursos ilimitados y multimediales de aprendizaje en aulas virtuales, dado que enriquecen el proceso de enseñanza; otros encuentran muy provechosa la promoción de la comunicación y la interacción continua por medios virtuales entre docentes y estudiantes. Hay quienes ven beneficios adicionales a los puramente académicos, como el mejor aprovechamiento del tiempo y la reducción de gastos en costos de transporte. Resulta claro que sin estas herramientas e innovaciones pedagógicas hubiera sido imposible dar continuidad a los procesos de formación de miles de personas. No obstante lo dicho, soy algo escéptica respecto a la idea de que debamos hacer un tránsito inmediato y radical a la educación mediada por tecnologías.

Como se indica en el informe “COVID-19 y educación superior: de los efectos inmediatos al día después”, elaborado por el Instituto Internacional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC), el cese temporal de las actividades presenciales de las IES ha enfrentado a los estudiantes a una situación nueva y los ha dejado “sin una idea clara de cuánto tiempo vaya a durar con impactos inmediatos sobre su vida cotidiana y la continuidad de sus aprendizajes”. Ocurre lo mismo con el profesorado, que se encuentra a la expectativa tanto en términos de su estabilidad laboral, como en relación con nuevas exigencias que puedan surgir para desarrollar su actividad docente en una modalidad remota o virtual. Por estas razones, estudiantes y profesores han tenido que hacer grandes esfuerzos por adaptarse a esta nueva situación, y el proceso, como es natural, aún presenta varias dificultades.

Algunos no han recibido positivamente el cambio de modalidad y se muestran reticentes al mismo, bien porque encuentran las nuevas estrategias formativas improvisadas, o bien porque consideran que la presencialidad es irremplazable y se han matriculado con una gran expectativa de asistir a clases y vivir la experiencia de estudiar fuera de casa. A ello se suman otras condiciones problemáticas, como la falta de autonomía y compromiso del estudiantado, las enormes brechas digitales que impiden que todos tengan acceso a las herramientas formativas remotas, la incipiente preparación de los docentes en materia de enseñanza virtual, entre otras.

Esto me hace pensar, primero, en que debemos sacar partido de las lecciones que el uso no premeditado, si bien benéfico, de la tecnología nos deje pasada esta contingencia. ¿Qué debemos aprovechar? ¿Qué debemos descartar? ¿Cuáles son los principales obstáculos por superar? Por supuesto, desde ya se vislumbran los compromisos y desafíos que los colegios y las universidades, específicamente, deberán asumir si quieren volcarse a la educación a distancia o virtual. El informe citado, por ejemplo, anuncia la urgencia de fortalecer la digitalización, la hibridación y el aprendizaje ubicuo; diseñar medidas pedagógicas para evaluar formativamente, promover reflexión interna sobre la renovación del modelo de enseñanza y aprendizaje, y, sobre todo, centrar los esfuerzos en asegurar la continuidad formativa y garantizar la equidad, generando mecanismos de gobierno, monitoreo y apoyo eficientes.

Creo, sin embargo, que aún es demasiado apresurado afirmar que debemos dar un salto absoluto y abandonar el modelo de educación tradicional. Vi hace algunas semanas un video viral de Nuccio Ordine, un profesor de literatura italiana de la Universidad de Calabria, en el cual compartía el terror que le inspiraba la alabanza irreflexiva que ronda hoy por hoy alrededor de la enseñanza remota, ya que para él “el contacto con los alumnos en el aula es lo único que puede dar verdadero sentido a la enseñanza e incluso a la propia vida del docente”. Ordine apunta a algo que muchos estamos olvidando y que es un ingrediente indispensable en los procesos formativos: la importancia de no excluir el diálogo, la interacción y el reconocimiento del otro en la educación. Solo así se llega a conocer. Solo así el aprendizaje y la enseñanza son intercambios verdaderamente humanos.

Por ahora, solo la presencialidad parece garantizar que el aula de clases no sea solamente un espacio común, sino un espacio de comunidad, que es algo bien diferente. Más allá de los procesos informativos y formativos que tienen lugar en ella, el aula llega a ser para el estudiante un centro de experiencias, un escenario de reconocimiento, una zona de práctica, un puente comunicativo, un campo de siembra donde todo suma, cuenta y enriquece. ¿Por qué nos privaríamos y privaríamos a la juventud de esto?

La Universidad Central, institución en la que trabajo, entiende bien que, más allá de un encuentro anodino de un grupo de estudiantes y profesores, lo que se construye conjuntamente en la presencialidad es tan esencial para la experiencia formativa y humana de quienes asisten al aula que no admite sustitutos. Por eso, se preparó durante los últimos meses para recibir nuevamente a buena parte de la comunidad unicentralista a través de la incorporación de su modelo semipresencial y de alternancia para las asignaturas y espacios académicos con un carácter preeminentemente práctico, y en seguimiento de las recomendaciones de bioseguridad dictaminadas por las autoridades. Aunque, por el momento, la ocupación del claustro no supera el 35 % de su capacidad para evitar aglomeraciones, son muchos los estudiantes que se están beneficiando de esta reapertura gradual, que, esperamos, sea definitiva durante 2021.

Así las cosas, soy de la opinión de que la educación virtual y remota, pese a sus virtudes, no puede andar sola todavía. Debemos apostar, desde mi perspectiva, por la implementación de metodologías híbridas, que integren lo mejor de la presencialidad con el potencial de las nuevas tecnologías, a fin de apoyar la renovación y el mejoramiento continuo de las prácticas pedagógicas. De esta manera, podremos asegurar que la innovación no sea dejada de lado, y, al mismo tiempo, que la educación no pierda su norte, su sentido, su humanidad.

Por Edna Rocío Rivera*

 

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