Yo estuve en ... la misión de sabios que planteó la reforma a la educación en Colombia

Clemente Forero, uno de los 43 expertos que hicieron parte de la Misión de Sabios del Bicentenario, cuenta cómo después de 25 años renació esta iniciativa por la educación y la ciencia en el país. Además revela el tras bambalinas de los nuevos acuerdos y asegura que la labor de la misión concluye cuando se entregue a cada municipio del país una copia de las recomendaciones.

Clemente Forero Pineda / Miembro de la Misión de Sabios
29 de diciembre de 2019 - 02:00 p. m.
Estos fueron los 43 expertos que conformaron la Misión de Sabios del Bicentenario.  / Cortesía
Estos fueron los 43 expertos que conformaron la Misión de Sabios del Bicentenario. / Cortesía

La Misión Internacional de Sabios que entregó su informe al presidente de la República el pasado 5 de diciembre ha sido contada hasta ahora desde sus recomendaciones. Se han mencionado sus propuestas para asegurar que todos los colombianos tengan agua potable, para que la educación con atención integral de niñas y niños de 0 a 5 años llegue a todo el país, para que Colombia se haga altamente productiva a partir de su diversidad biológica y cultural, para tener una Colombia equitativa a base de educación de calidad, salud y políticas inclusivas, y otras más.

Pero la “pequeña historia” de la Misión, la de los momentos vividos y las anécdotas, aún está por narrarse. Aunque corto, este puede ser el espacio para dar una puntada. Muchos se preguntarán cómo se gestó esta Misión, 25 años después de que la anterior publicara Colombia al filo de la oportunidad, un llamado a que la educación y la ciencia fueran la base del desarrollo del país.

En esta ocasión, todo comenzó el 24 de julio de 2018, cuando el entonces presidente electo visitó la Academia Colombiana de Ciencias, Accefyn. Los académicos, algunos miembros de la misión anterior y de otras organizaciones científicas le hicieron una serie de propuestas que habían surgido en un taller en Paipa. El presidente acogió dos: convocar una nueva misión y apoyar el proyecto de ministerio de ciencia, tecnología e innovación que cursaba en el Congreso.

La apuesta no era pequeña. Implicaba comprometerse con un gran proceso de reflexión y con un cambio institucional de peso. La Vicepresidencia, con el apoyo de Colciencias y del Ministerio de Educación, se puso a la tarea. Se definieron ocho focos, porque el número de científicos convocados era grande.

En los primeros días del año comenzaron las llamadas y los correos. A varios de nosotros nos llamaron inicialmente para que hiciéramos sugerencias o contactáramos a investigadores residentes en el exterior; eso hizo que nos sorprendiéramos cuando nos llamaron a integrarla. Las embajadas ayudaron a invitar a científicos connotados de sus países. Algunas cartas no llegaron o no se aceptaron, lo que provocó reclamos de las regiones. Todo se fue solucionando y decantando y finalmente fuimos 45.

Uno de los aciertos de la Misión fue que se nos convocara ad honorem: las horas dedicadas hubieran excedido cualquier suma realista, y eso además nos daba independencia. Como siempre lo recordábamos, nos habíamos incorporado a este espacio desde la sociedad civil, a ejercer una función de participación y diálogo con el Gobierno, con criterio de nación y no de defender intereses, organizaciones o disciplinas particulares. Diez universidades acreditadas por alta calidad aceptaron acompañar y cofinanciar la Misión.

El principal reto del grupo era su diversidad. Inicialmente, se nos coordinaba desde fuera. Pero rápidamente descubrimos que el proceso solo funcionaría si sus miembros asumíamos la misión y toda la responsabilidad. Se dio algo cercano a lo que los evolucionistas llaman un proceso de autoorganización, en el que todos contribuían e interactuaban. Los ocho equipos interactuaban en la asamblea de sus coordinadores. Por escogencia de los ocho, sobre mí recayó la responsabilidad de convocarlos y “coordinar a los coordinadores”: tarea compleja por la diversidad del grupo, pero llena de satisfacciones por la posibilidad de relacionarse en forma directa con personas brillantes, y sobre todo de gran calidad humana y dispuestas a hacerlo todo por el país.

Uno de los comisionados, residente en el exterior, se fue a recorrer la Colombia profunda para pensar la Misión, y llegó a Tadó, a San Basilio de Palenque y a San José del Guaviare; otros nos abrieron los ojos a experiencias exitosas y fallidas de sus países, y otros más aplicaban la duda metódica. Pero todos construían y se entregaban a la misión encomendada. Estuvimos con más de 10.000 personas en foros y encuentros, en varias decenas de municipios.

Por la calidad intelectual del grupo, era necesario que los coordinadores pensáramos siempre hacia adelante. Debíamos anticipar. Discutíamos con fuerza, pero con respeto. Lo cierto es que logramos convertir la diversidad en complementariedades y por ello, a la vez que mantuvimos disensos, fue posible recoger valiosos consensos. Acordamos mirar el país a largo plazo, y por lo tanto pensar en el país que vivirán las niñas y los niños de hoy; propusimos dejar la dependencia de los recursos agotables para fundamentar el desarrollo en la educación y el conocimiento; optamos por complementar siempre las acciones desde arriba (las del Estado central) con el concurso de las iniciativas “de abajo hacia arriba” de las comunidades de las regiones. Y propusimos una forma de hacer las cosas que poco se venía usando en Colombia: investigar y hacer política pública por misiones. .

Les entregamos nuestra propuesta al presidente y a la vicepresidenta. La expusimos a siete ministros y a un grupo destacado de empresarios y gremios. Los ministros se comprometieron y algunos empresarios ofrecieron su chequera. Los 45 comisionados quedamos expectantes.

En nuestras casas pensaban que el 5 de diciembre terminaríamos y nos volverían a ver, pero el descanso vendrá cuando el informe con nuestra propuesta de país esté impreso y llegue una copia a cada municipio de Colombia.

Por Clemente Forero Pineda / Miembro de la Misión de Sabios

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