Así es la vida a bordo de un submarino

La vida del submarinista es intensa y dura. Navega durante períodos de hasta un mes sin ver la luz natural, aislado del mundo y casi siempre en un medio peligroso, bajo la superficie, a la vez que prepara y realiza misiones de inteligencia, operaciones especiales o ataque.

Agencia EFE
18 de diciembre de 2019 - 05:33 p. m.
El submarino Mistral, uno de los tres sumergibles en activo de la Armada española. / Creative Commons / Wikipedia
El submarino Mistral, uno de los tres sumergibles en activo de la Armada española. / Creative Commons / Wikipedia

La alerta suena dos veces. Manos atentas accionan machos, ruedas y timones. El oficial de guardia baja de la vela tras asegurar el cierre de la escotilla y el submarino comienza la inmersión. “Todo cerrado, todo arriado. Abiertas ventilaciones. Rumbo: tres, uno, cuatro”, informa el suboficial que coordina la maniobra.  El submarino se sitúa inicialmente a 23 metros bajo la superficie, pero el descenso es imperceptible, salvo por el indicador de profundidad. Después llegará a cota 100, aunque el barco está construido para aguantar con seguridad hasta los 400 metros de profundidad.

La vida del submarinista es intensa y dura. Navega durante períodos de hasta un mes sin ver la luz natural, aislado del mundo y casi siempre en un medio peligroso, bajo la superficie, a la vez que prepara y realiza misiones de inteligencia, operaciones especiales o ataque.

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"Esto es una forma de vida. No todos lo pueden aguantar", resume Ignacio López, segundo comandante del "Mistral", uno de los tres sumergibles en activo de la Armada española, y en el que Efe navegó durante unos días con motivo de las recientes maniobras navales de la OTAN "Dynamic Mariner 19", en aguas del Golfo de Cádiz (sur de España).

La vida en "el tubo" nunca se detiene y constituye un pequeño universo ajeno al resto del mundo. La tripulación, toda voluntaria, vive centrada en sus tareas y en pasar lo mejor que puede los ratos libres.

Aislados del mundo

Lo más duro, coinciden todos, es el aislamiento del mundo exterior y, sobre todo, de las familias. Al contrario que en los buques de superficie, no hay internet, no hay noticias, no hay teléfono. Pueden llegar a perder la noción del tiempo.

Navegan en torno a 120 días al año, la mayoría sumergidos, con misiones de hasta casi un mes sin apenas ver el sol. El único contacto con el exterior -cuando las operaciones lo permiten-, es una comunicación diaria conjunta de correos electrónicos a los que se unen (o de los que se dividen) los mensajes individuales, que luego se distribuyen. No existe la intimidad.

La incertidumbre o las novedades sobre enfermedades, problemas familiares, incluso fallecimientos, son lo que más puede afectar a un tripulante. "El factor psicológico es muy importante", recalca el capitán enfermero Ismael Berrocal. Por eso, para ser submarinista hay que pasar un severo examen psicológico previo.

Como ejemplo de la desconexión, un veterano recuerda que en mayo de 2018 salieron de navegación con un Gobierno conservador en España y para cuando retornaron en junio había un Ejecutivo socialista.

Hay turnos de guardia en la cámara central, la sala de comunicaciones y el control de máquinas las 24 horas del día. En momentos en superficie, también en el exterior, en la vela, aunque el buque navega sumergido siempre que puede para asegurar su principal cualidad: permanecer oculto.

La gran familia submarina

La vida normal en el submarino comienza a las 7.00, con el primer turno de desayuno. Para entonces, el cabo primera Pablo Grandal, jefe de cocina, y sus tres asistentes llevan ya despiertos un buen rato preparando el primer refrigerio.

La cocina casera de Grandal es muy apreciada y clave para mantener el buen ánimo. Este marino gallego dice que simplemente le pone cariño, ingredientes naturales y muchas frutas y verduras frescas para compensar la falta de luz natural. 

Hoy es el cumpleaños de Francisco Barrios, oficial jefe de electricidad, y el desayuno viene acompañado de un bizcocho horneado por su esposa y embarcado antes de zarpar. Esta semana hay al menos el cumpleaños de otro oficial y el del hijo pequeño de una suboficial. Todos lo vivirán bajo el agua.

El ambiente es muy familiar. Los submarinistas no solo son compañeros muy próximos, sino que también conocen a sus familias respectivas, muchas veces sus problemas y vivencias. La disciplina militar es más relajada para compensar la estrechez de espacio y el continuo roce físico en un ambiente de poca luz.

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Sólo el comandante tiene un camarote propio, además muy diminuto. Los demás duermen en literas, muy pegadas entre sí. En el dormitorio de oficiales, la litera más incómoda es conocida como "el sarcófago". Una rápida ojeada basta para saber por qué.

"No todo el mundo puede ser submarinista", insiste el comandante, el capitán de corbeta Jorge Garrido. La fortaleza mental y la preparación técnica son vitales para responder a situaciones de emergencia bajo el agua. 

La familiaridad viene también marcada por la inevitable cercanía física. Más de 60 personas en un espacio de apenas 100 metros cuadrados requieren respeto y aprecio. "Permiso" es la palabra más repetida a bordo, para pedir paso por pasillos o lugares estrechos.

Solo hoy dos retretes y una ducha, que se usa cada tres días para ahorrar agua, salvo el personal de cocina, que la disfruta a diario.

Agua enemiga

Cuando el buque va en inmersión -siempre que puede- la atmósfera se carga a pesar del uso de sosa cáustica para bajar los niveles de CO2. Salvo cuando se hace una carga de baterías con los motores diésel, lo que requiere la entrada de aire del exterior, sea en superficie o en inmersión a baja profundidad con el esnórquel.

Durante la inmersión, en la cámara de mando, el centro neurálgico del barco, el comandante está atento al periscopio mientras recibe información de un equipo de oficiales y especialistas que atienden y coordinan sónar e hidrófonos, mesa trazadora, seguridad de sistemas, timones...

Al bajar o cambiar de cota, se comprueba minuciosamente la estanqueidad: La entrada de agua es el peor enemigo del submarino en inmersión.

Mientras, dos tripulantes escuchan atentos a los hidrófonos y el sónar para determinar cuántos buques de superficie o submarinos hay alrededor: posición, velocidad y rumbo, y así evitar colisiones. "Todo lo que hacemos es real, aquí no hay segundas oportunidades", explica Barrios.

También es frecuente escuchar el estridente chillido de delfines e incluso el profundo de ballenas, explica el suboficial sonarista Mario Gil.

¡Humo en la cámara de mando!

La cena en la cámara de oficiales está a punto de terminar cuando se escucha una voz de alerta: "¡Humo en la cámara de mando!". La voz se repite por megafonía instantes después.

El comandante y el personal técnico salen rápidamente hacia la central. Barrios llega gritando "¡todos a popa!", y todo el personal no esencial acude a la zona de seguridad de popa, junto a los motores. Se cierra el mamparo de seguridad; estamos aislados del resto del barco.

El calor es tremendo. Huele a diésel y a aceite lubricante. Rostros de tensión. Orden de numerarse: "31 personas" se comunica por el micro. No hay humo en popa y no hace falta colocarse las máscaras conectadas a las tomas de aire.

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Finalmente, solo es un problema eléctrico menor. Los equipos de intervención no han tenido que recurrir al material de emergencia.

El veterano "Mistral", con casi 35 años y decenas de miles de millas marinas a cuestas, va mostrando achaques pero aguanta el rigor del servicio. "Es un viejo guerrero", explica el segundo comandante con una sonrisa. El incidente ayuda a mantener alto el nivel de atención de toda la tripulación.

Seguridad en un medio hostil

Los accidentes con submarinos no son frecuentes pero cuando ocurren pueden ser muy trágicos, como el más reciente del "ARA San Juan" argentino (2017) o el "Kursk" ruso (2000), en los que hubo 44 y 112 fallecidos, respectivamente.

Un caso muy poco conocido en España fue el del C-4, un submarino que se perdió en 1946 durante unas maniobras cerca de Mallorca. El barco emergió de forma inesperada justo frente a la proa de un destructor, que lo abordó y casi lo partió en dos, por lo que se fue al fondo con sus 44 tripulantes.

El jefe de máquinas del C-4 era el abuelo del comandante Garrido.

El segundo comandante confiesa que ha tenido engañada a su madre durante siete años, ya que cuando le dijo por primera vez que quería pasar a submarinos ella se echó a llorar. Hace poco que se ha atrevido a contarle la verdad y enseñarle el lugar en el que trabaja orgulloso. "Ha sido una pequeña mentira de siete años", recuerda sonriendo.

A pesar de los riesgos y de la alta exigencia del puesto, el comandante Garrido "no cambiaría por nada del mundo" el mando de un submarino.

Melancolía pura

El año próximo está prevista la botadura el primer submarino de la nueva clase S-80, que dispondrá de una tecnología de propulsión de última generación.

Algunos de los tripulantes del Mistral ya saben que formarán parte de la primera dotación del nuevo sumergible, como el sonarista Gil, y no ocultan su emoción.

Mientras, entre las distintas guardias, pasan el rato charlando, leyendo, viendo películas o con juegos de mesa. Son muy comunes las bromas. Poder reír es el mejor antídoto contra el peor enemigo, que es la "melancolía pura", apunta un oficial. "El día que no te ríes es que algo falla", recalca Barrios.

Vigilar esa melancolía y tratar problemas físicos es la tarea del capitán enfermero Berrocal, que se ocupa sobre todo de catarros y otitis (los cambios de presión pueden ser muy duros en el sistema auditivo), aunque también de infecciones respiratorias y algún traumatismo.

En casos más graves, muy poco frecuentes, se puede organizar una evacuación por helicóptero. Antes de cada navegación se realiza un chequeo exhaustivo previo de dentadura y oídos.

Un intruso

En las maniobras de esta travesía participan 32 buques de superficie y dos submarinos de diez países de la OTAN, acompañados de 18 aviones y helicópteros de patrulla marítima.

En varios de los ejercicios, el "Mistral" logra burlar la vigilancia y realizar disparos ficticios de torpedos contra los objetivos principales y secundarios. Los disparos se marcan con diversos medios, como con el lanzamiento de una bengala verde en la noche.

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Cerca del final de un ejercicio llega un mensaje urgente: "Alerta de intruso". El otro submarino que participa en las maniobras ha detectado un posible intruso sumergido. La experiencia indica que podría ser desde un gran cetáceo hasta un posible submarino espía, algo nada extraño en ejercicios navales.

Por precaución, el ejercicio se suspende temporalmente durante ese noche mientras se investiga a fondo con los sónares de detección de submarinos. A la mañana siguiente todo está despejado y las maniobras pueden continuar.

Durmiendo con torpedos

La mayor zona para dormir está en proa, en la cámara de torpedos, donde puede haber hasta más de 30 literas. Las más bajas están casi en el suelo y están pegadas a los tubos que guardan los torpedos, cargados de explosivo, y que son muy prácticos como estantería para colocar objetos personales.

Dormir no es fácil para los novicios: el agua que golpea contra el casco se oye perfectamente y, en las maniobras, los pitidos del sónar se repiten con un eco fuerte y constante. En superficie y con mala mar, la proa se agita.

Desde la central llegan con claridad las órdenes: “Rumbo Cero Seis Cinco”. En las literas de proa, los submarinistas veteranos están hechos a todo y duermen a pierna suelta. 

Por Agencia EFE

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