Bashar al-Ásad, el problema más grande de Putin en Siria

Después de casi dos años y medio de la intervención militar para apoyar al presidente sirio, Rusia está atascada con Siria, sin ser capaz de encontrar una solución.

Neil Macfarquhar - The New York Times
10 de marzo de 2018 - 10:00 p. m.
Vladimir Putin (izq) y Basher al-Asad (der). / AFP
Vladimir Putin (izq) y Basher al-Asad (der). / AFP
Foto: AFP - MIKHAIL KLIMENTYEV

Después de reunirse con el presidente de Siria Bashar Asad a finales del año pasado, un enviado sénior del Kremlin describió los beneficios de su visita mientras Moscú guiaba el conflicto sirio hacia un acuerdo político enfocado, particularmente, en reconstruir el país arrasado por la guerra.

Sin embargo, Asad hizo a un lado a los rusos, pues no ve la necesidad de una solución política cuando el gobierno sirio está tan cerca de la victoria, según dijo un diplomático árabe que recibió información sobre la reunión.

Después de casi dos años y medio de la intervención militar para apoyar a Asad, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, está atascado con Siria, sin ser capaz de encontrar una solución, a pesar de haber declarado “misión cumplida” al menos tres veces. A pesar de que la intervención militar de Putin estableció al Kremlin como un actor importante en el Medio Oriente por primera vez en décadas, liberar a Rusia de Siria ha resultado ser más difícil de lo que previó.

El problema es que Moscú ha atado fuertemente su fortuna a la de Asad, con muy poco espacio para maniobrar.

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Putin no puede retirarse ni obligar un cambio político real en Siria sin arriesgarse a que el gobierno de Asad colapse, lo que pondría en riesgo tanto los esfuerzos de disminuir la influencia de Estados Unidos en la región como el propio prestigio de Putin. Asad, consciente de esta ventaja, se resiste a los intentos de Rusia de negociar con la oposición siria.

En ese desafortunado equilibrio, la guerra continúa provocando consecuencias impensables para Moscú. Como el actor externo más poderoso, Rusia recibe cada vez más reproches por la desgracia que ha caído sobre los civiles sirios.

El martes, investigadores de las Naciones Unidas publicaron un informe que por primera vez vincula a la fuerza aérea rusa con posibles crímenes de guerra, pues un avión de combate militar llevó a cabo una serie de ataques en noviembre sobre el pueblo de Al Atarib, al oeste de Alepo, que mató al menos a 84 personas e hirió a más de 150.

En toda Siria, la mezcla inestable de fuerzas —que incluye a mercenarios rusos, cuya suerte está causando dolores de cabeza en casa— amenaza con aumentar la violencia y empeorar la intervención rusa. Al mismo tiempo, la naciente competencia con Irán sobre los contratos de reconstrucción pone en riesgo su alianza.

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En Moscú, los expertos en Medio Oriente y los analistas militares hicieron hincapié en que las divisiones dentro del gobierno ruso, en particular dentro del Ministerio de Defensa, contribuyen a la brecha entre Rusia y Siria.

Una facción más pacifista quiere resguardar el mejorado prestigio militar y retirarse, pues consideran la derrota del año pasado del grupo militar del Estado Islámico como una oportunidad desperdiciada para salir del conflicto. A la facción más ofensiva le parece que hay ventajas para Rusia si Siria sigue siendo una herida abierta.

A nivel operativo, los oficiales se rotan cada tres meses, para ganar experiencia en el campo de batalla, ascensos y aumentos salariales. El conflicto también ha sido una oportunidad para mostrar las armas rusas, su producto de exportación más importante después del petróleo.

Rusia también batalla para contener los conflictos con Irán y Turquía.

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Como estrategia, Moscú y Teherán están de acuerdo en cuanto a preservar el actual gobierno de Siria. También mantienen una relación militar simbiótica; Rusia domina los cielos mientras Irán despliega en el campo a cerca de 60.000 soldados que conforman la columna vertebral de las fuerzas terrestres del régimen.

Sin embargo, ha habido grietas conforme la era de la reconstrucción se asoma en algún punto del horizonte. Los sectores importantes de la economía necesitan reconstrucción, en particular, la explotación de petróleo y gas, de fosfatos, plantas de energía, un puerto nuevo y una tercera compañía telefónica.

Irán pensó que había asegurado proyectos importantes con una serie de memorándums firmados a principios de 2017. Sin embargo, no se convirtieron en contratos firmados, dijo Jihad Yazigi, el editor de The Syria Report con sede en Beirut.

Dmitry Rogozin, primer ministro interino de Rusia, recuperó algunos durante una visita en diciembre, según un alto diplomático árabe, quien accedió a hacer declaraciones de forma anónima, siguiendo con el protocolo diplomático. En público, Rogozin anunció que Rusia había ganado control exclusivo del sector petrolero, que había estado previamente en manos de empresas occidentales.

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Las quejas por parte de ambos países sugieren que las cosas aún siguen fluctuando.

El fantasma de Afganistán —que se convirtió en un atolladero militar para la Unión Soviética en la década de 1980 y contribuyó a agilizar su caída— pende sobre Siria. Aún así, el nivel de compromiso ruso es mucho menor en términos de dinero y pérdidas humanas, menos visible en casa y hasta ahora no es un problema que preocupe a los ciudadanos rusos de a pie.

A fin de cuentas, dicen los analistas, el Kremlin tendrá que negociar con Washington, cuyas fuerzas de coalición controlan casi un tercio del país, lo que incluye la mayoría de la riqueza petrolera. Muchos expertos creen que algún tipo de diálogo entre Rusia y Estados Unidos que enganche al resto de los participantes externos es la única manera de terminar con el conflicto.

Al seguir participando en el conflicto, Rusia espera que con el tiempo pueda sacar adelante algún acuerdo de paz con Washington que ayude a afianzar la importante función del Kremlin en Medio Oriente.

Sin embargo, la espera conlleva el riesgo de que Rusia pueda involucrarse aún más en el conflicto a causa de alguna chispa inesperada junto con cualquiera de las muchas tensiones en el campo de batalla: en el norte, entre Turquía y sus viejos enemigos kurdos; al este de Siria, entre las tropas del gobierno sirio apoyadas por mercenarios rusos y las fuerzas de los aliados estadounidenses; y a lo largo de la frontera con Israel, con Líbano y Siria cerca de los Altos del Golán, un lugar reciente de confrontaciones entre Irán e Israel.

“Quizá el gobierno ruso pensó que cuando destruyó al Dáesh la guerra terminaría, que pararía la violencia y ofrecería los medios para llegar a una solución política”, dijo Boris V. Dolgov, un experto en Medio Oriente y miembro de la Academia de Ciencias. “La realidad no funciona así”.

(Sophia Kishkovsky colaboró con el reportaje desde Moscú, Thomas Erdbrink desde Teherán, Irán, y Hwaida Saad desde Beirut).

Por Neil Macfarquhar - The New York Times

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