Brasil: ¿elecciones directas ya?

La impresión que se tiene es que usurpar el Estado siempre fue una práctica recurrente, por medio de un acuerdo tácito establecido entre las élites políticas y económicas que han gobernado durante los últimos 30 años.

Beatriz Miranda Cortes*
02 de junio de 2017 - 03:00 a. m.
Manifestaciones en Brasil pidiendo elecciones directas se toman varias ciudades.  / AFP
Manifestaciones en Brasil pidiendo elecciones directas se toman varias ciudades. / AFP
Foto: AFP - YASUYOSHI CHIBA

 

Las últimas semanas en Brasil han estado marcadas por nuevos sobresaltos políticos, que dejan clara la estrecha relación entre los grandes empresarios nacionales, los partidos políticos tradicionales y sus históricos representantes, en un esquema de corrupción institucionalizado bajo un proceso de alta sofisticación funcional.

Uno de los titulares de la revista Época de junio de 2015 decía: “Marcelo amenaza con derrumbar la República”. Se refería a Marcelo Odebrecht, presidente de la constructora más grande de América Latina.

Y 459 días después del inicio de la operación Lava Jato emergía el poder económico y político de la empresa, consolidado a lo largo de tres generaciones. A medida que avanza el proceso, se verifica que Odebrecht tenía voz y veto en el país, gracias a su complejo esquema de sobornos. En las últimas décadas, su marca se había extendido a varios países, por medio de un constante lobby gubernamental.

La República en Brasil no se está cayendo por la prisión de Marcelo Odebrecht. Sin embargo, sus declaraciones fríamente calculadas, las de su papá y las de ejecutivos de la constructora han destapado la más profunda corrupción desde adentro.

La impresión que se tiene es que usurpar el Estado siempre fue una práctica recurrente, por medio de un acuerdo tácito establecido entre las élites políticas y económicas que manejaron en los últimos 30 años el país, que se ubica entre las 10 mayores economías del mundo, pero que paradójica y no casuísticamente se posiciona como uno de los más desiguales del globo.

Después de casi un año del impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, acusada de crimen de responsabilidad (realizar créditos puentes y maniobras fiscales), su sucesor, Michel Temer, pareciera tener días inciertos en el Palacio de Planalto, a pesar de aferrarse al poder con la certeza de que este puesto conspirado y legalmente conquistado siempre fue suyo.

Una de sus seguridades es la amplia y poderosa alianza con centenas de denunciados que desde la salida de la presidenta han buscado aprobar leyes de amnistía para sí mismos. También han tratado de encontrar atajos para detener de forma sigilosa la operación Lava Jato.

En los últimos años, intermediarios de operaciones ilícitas y denuncias de delatores a cambio de rebajar penas han sido una constante.

Con lo que nadie contaba era con que el empresario Joesley Batista cambiara el libreto del post impeachment, que sería cumplido rigurosamente hasta las elecciones de 2018, cuando supuestamente los partidos tradicionales volverían al mando del país para restaurar la legalidad, la ética, el crecimiento, y darían un giro a la inserción internacional del país.

No obstante, el ocaso conspiró contra la sólida alianza de los partidos tradicionales, con las denuncias de Batista y, sobre todo, su conversación con el presidente Temer, en la cual se delatan pagos rutinarios a cambio del silencio de Eduardo Cunha, expresidente de la Cámara de Diputados que, a pesar de estar vinculado a innumerables investigaciones en la operación Lava Jato, fue protagonista en el juicio de la expresidenta Dilma Rousseff.

Este hecho derrumba de una forma contundente el discurso de la antigua oposición de moralizar el país y salvar la República. Como si fuera poco, el excandidato presidencial Aécio Neves, el más fuerte opositor de la expresidenta Rousseff en las últimas elecciones, fue mencionado de forma explícita en las delaciones del mencionado empresario, lo que conllevó al alejamiento temporal de sus actividades como senador y a la detención de su hermana, Andrea Neves.

Acto seguido, algunos ministros renunciaron, la base aliada amenazó con una desbandada y la popularidad del actual presidente se desplomó. En un discurso de poco más de cuatro minutos, Temer reiteró que no renunciará. Pero la crisis se hace cada vez más evidente y la mayoría de los brasileños acompañan los hechos con grandes expectativas.

Los brasileños vuelven a salir a las calles. Algunos piden la renuncia de Michel Temer, otros la prisión de Lula, pero ahora incorporan otra consigna: “Elecciones directas ya”.

Con todo, pareciera ser que los presidentes de la Cámara y del Senado, aliados del actual Gobierno y también mencionados en la operación Lava Jato, no están dispuestos a aceptar los pedidos de impeachment contra Temer.

Si ocurriera, la Carta Magna prevé la realización de elecciones indirectas. Según la Constitución, el presidente elegido por voto indirecto se quedaría hasta 2018, cuando se realizarían nuevas elecciones directas.

Quien acompañó el juicio de Dilma Rousseff empieza a darse cuenta de cómo podría ser una elección indirecta en el país, sobre todo si se considera el perfil del actual Congreso.

El momento puede ser de desencanto, sin embargo, cuando las leyes empiezan a ser aplicadas a todos, la luz puede aparecer en el fin del túnel.

El 6 de junio, en el Supremo Tribunal Electoral, la fórmula Dilma-Temer va a ser juzgada y probablemente impugnada por abuso de poder político y económico y por haber recibido fondos indebidos en la campaña presidencial de 2014. Esta sería la salida más honrosa para el Gobierno.

Si esto no se da, Brasil prolongará su crisis doméstica. Temer tiene más baja popularidad que Rousseff en sus peores momentos y no ha encontrado el camino hacia la recuperación económica ni la generación de empleo y tiende a perder su base aliada.

Mientras tanto, el pueblo empieza a organizarse bajo la consigna de “Directas ya”. Eso recuerda los años 80, cuando tras 21 años de dictadura militar, la gente tomó las calles con la esperanza de retomar el camino democrático. Lo mismo que pide ahora.

¿Quién, cómo y cuándo?

Una condición sine qua non sería no estar involucrado en esquemas de corrupción y estar dispuesto a llevar la operación Lava Jato hasta las últimas consecuencias. Al mirar hacia los lados y hacia a atrás, lo que se ve son líderes y mitos caídos y una democracia herida.

Lo que resta es vislumbrar el futuro con la esperanza de que a la vuelta de la esquina, nacido de las movilizaciones sociales, comprometido con la verdadera democracia y con la desafiante realidad del país, aparezca un proyecto distinto de Brasil.

Hay que creer que nuevos días vendrán, que la voz de las calles no parará a pesar de la represión y que la democracia brasileña volverá a estar a la altura del papel de Brasil en el mundo.

* Profesora Universidad Externado de Colombia.

Por Beatriz Miranda Cortes*

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