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Comprar todo en internet, ¿la cura de la democracia?

Los NFT (tokens no fungibles) han comenzado a plantear una nueva forma al mundo digital que conocemos. ¿Qué son y para qué sirven?

Nicolás Marín
15 de abril de 2021 - 01:00 a. m.
Todo esto se logró gracias a los NFT (tokens no fungibles), es decir, un método de pago digital que podría redefinir la concepción que tenemos del arte digital y las reglas del mercado de contenido que solo existe en internet.
Todo esto se logró gracias a los NFT (tokens no fungibles), es decir, un método de pago digital que podría redefinir la concepción que tenemos del arte digital y las reglas del mercado de contenido que solo existe en internet.
Foto: Getty Images/iStockphoto - Vertigo3d

Es posible que hace unas semanas haya visto que Jack Dorsey, el fundador de Twitter, vendió su primer tuit en la plataforma por US$2,9 millones, un hecho inédito en cualquier red social. A esto se suma que el pasado 25 de marzo el periódico The New York Times vendiera la imagen de la columna titulada “¡Compre esta columna en blockchain!” por más de US$500 mil. Todo esto se logró gracias a los NFT (tokens no fungibles), es decir, un método de pago digital que podría redefinir la concepción que tenemos del arte digital y las reglas del mercado de contenido que solo existe en internet.

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El concepto no es sencillo por el simple hecho de que se está intercambiando algo que no es material. La economía nos permite aproximarnos a una definición a través del significado de la palabra fungibilidad, es decir, algo “capaz de sustituir o ser sustituido por otro artículo idéntico”. El portal The Verge asegura: “Por ejemplo, un bitcóin es fungible: cambia uno por otro bitcóin y tendrás exactamente lo mismo. Una carta de intercambio única, un NFT, no es fungible. Si la cambias por otra carta, tendrás algo completamente diferente”.

En pocas palabras, cualquier cosa en internet puede ser vendida con este método. Un gif, una obra de arte, un tuit, un video, cualquier cosa puede ser vendida con este método, que le otorga identidad, autenticidad y trazabilidad en teoría incontestables e inviolables, gracias a la tecnología conocida como blockchain, utilizada en criptomonedas como el bitcóin. Era justamente lo que le faltaba al arte digital hasta el punto de convertirlo en el nuevo objeto de deseo. El ejemplo perfecto es el del artista estadounidense Beeple, quien vendió un collage digital, un NFT, por US$69,3 millones y, según los datos de la página especializada DappRadar, más de US$10 millones cambian diariamente de mano para adquirir estos objetos de colección inmateriales.

Ahora bien, sus efectos en la cultura digital pueden ser más profundos de lo que creemos. De hecho, Jorge Carrión afirmó en una columna de The New York Times que actualmente, frente a la avalancha de contenidos gratuitos y masivos, las lógicas del mercado han empezado a encontrar la manera de suplir la necesidad del ser humano en sentirse único y especial: a través de los NFT.

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“Podría consolidar un nuevo tipo de coleccionismo que genera memoria y vínculo emocional con objetos culturales hechos de código y píxel. Lo mismo persiguen las nuevas experiencias irrepetibles en formato digital, como macrofestivales, conciertos o relaciones personales entre influenciadores y fans. Detrás hay dos necesidades humanas: la de poseer y la de sentirse singular. Era cuestión de tiempo que los ingenieros y los algoritmos encontraran el modo de satisfacerlas”, aseguró Carrión.

Los NFT también se han convertido en un medio de elección para los nuevos artistas de la performance. El domingo, Burnt Banksy, un grupo anónimo de “entusiastas de la tecnología y el arte”, vendió un NFT único consistente en una copia digital de un grabado de edición limitada de Banksy de 2006 llamado “Morons”. El grupo afirmó que había destruido el grabado original, valorado en decenas de miles de dólares, en una “ceremonia de quema de arte”, mostrada en Youtube y Twitter. La NFT de “Morons”, certificada por la cadena de bloques, era lo único que quedaba.

Hay dos grandes preocupaciones en este momento alrededor de este sistema. El primero tiene que ver con el medioambiente. The Verge explica: “Dado que las NFT utilizan la misma tecnología de cadena de bloques que algunas criptomonedas que consumen mucha energía, también acaban consumiendo mucha electricidad. Hay gente que está trabajando para mitigar este problema, pero hasta ahora la mayoría de las NFT siguen vinculadas a criptodivisas que generan muchas emisiones de gases de efecto invernadero. Ha habido algunos casos en los que los artistas han decidido no vender NFT o cancelar futuras entregas tras conocer los efectos que podrían tener en el cambio climático”.

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La segunda tiene que ver con la política dentro de este mundo. Porque si bien el tema empezó vendiendo animaciones de gatos y obras de arte, siempre está el riesgo de que se dé una extrapolación como la que ocurrió con las redes sociales. El mejor ejemplo de lo anterior es el asalto al Capitolio de Estados Unidos, el pasado 6 de enero, cuando miles de simpatizantes del expresidente Donald Trump irrumpieron en el complejo a raíz de una serie de tuits del exmandatario acusando un fraude en las elecciones generales de noviembre.Por ahora los gobiernos miran con perspicacia a los NFT, tanto así que hace unas semanas la fiscal general de Nueva York, Letitia James, reprendió al sector de las criptomonedas “por no haberse registrado en la Oficina de Protección del Inversor de la Fiscalía General y ha demandado a la aplicación de comercio de criptomonedas Coinseed por haber estafado supuestamente a los usuarios un millón de dólares en activos”, según explica Harvard Political View.

Según los medios, el sector tecnológico está viviendo un cambio importante, en donde la economía construida sobre anuncios y algoritmos ahora es una economía basada en la creación individual. Un artículo de The Atlantic explica el fenómeno antes del giro: “En lugar de las normas de procedimiento que guían una reunión municipal en la vida real, la conversación se rige por algoritmos diseñados para captar la atención, recoger datos y vender publicidad. Se amplifican las voces de los participantes más enfadados, emocionales y divisivos, y a menudo los más tramposos. Las voces razonables, racionales y matizadas son mucho más difíciles de escuchar; la radicalización se extiende rápidamente. Los estadounidenses se sienten impotentes porque lo son”.

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Harvard Political Review plantea ciertas preguntas y ve una oportunidad para preservar la democracia a partir de pensar un internet basado en la propiedad sobre lo que se crea: “¿Qué aspecto tiene el mundo cuando los individuos pueden comprar una participación en lo que otros crean? ¿Cómo sirve internet para facilitar una creación más reflexiva? ¿Y en qué medida esta relación remite a las “asociaciones” y a la “sociedad civil” que en su día anunció Alexis de Tocqueville, donde el tejido de nuestra democracia descansa en lo que creamos?”. Y agrega: “Es útil ponderar los aspectos positivos, concretamente cómo se aplica este modelo más allá del mundo digital. Ya sea para repensar cómo se financian las campañas electorales o cómo se elaboran las políticas, una propiedad que alinee mejor a los ‘accionistas’ y a las ‘partes interesadas’ puede ser una forma de volver a introducir una versión del siglo XXI de la ‘democracia práctica’”.

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