Cuando las estatuas de los gobiernos caen

Durante las manifestaciones de hoy en Venezuela, miembros de la oposición quemaron una estatua del expresidente Hugo Chávez en el estado de Bolívar. Atacar estos símbolos, sin embargo, es una estrategia popular en países que atraviesan crisis internas.

Nicolás Marín Navas
23 de enero de 2019 - 07:33 p. m.
Foto de referencia.  / Pixabay
Foto de referencia. / Pixabay

Hugo Chávez comenzó a perseguir a los muertos en 2003, cuando emprendió una guerra sin cuartel contra cualquier estatua de Cristóbal Colón que estuviera erguida en Venezuela. Lo que nadie se imaginaba en ese momento es que luego de su muerte, en 2013, correría con la misma suerte que la del navegante español. El pueblo venezolano, sumido en una profunda crisis política, económica y social empezó a tumbar las estatuas y los monumentos que mandó a construir en su nombre, demostrando que ya no respetan los símbolos que alguna vez los representaron.

Durante la masiva e histórica manifestación de hoy en Venezuela contra el gobierno de Nicolás Maduro, en la que el presidente de la Asamblea Nacional (AN), Juan Guaidó, se juramentó como presidente interino del país y fue respaldado por Donald Trump, una nueva estatua del expresidente Chávez fue quemada en San Félix (estado de Bolívar) como protesta al gobierno, al cual la oposición califica de usurpadora, por presuntamente haber interferido en las elecciones presidenciales de 2018.

Algo similar ocurrió en mayo de 2017, cuando algunos ciudadanos, en medio de violentas protestas en la Villa del Rosario, estado de Zulia, desprendieron otra estatua del gestor de la Revolución Bolivariana de su pedestal, en tamaño real, y la lanzaron contra el suelo hasta hacerla pedazos. En los últimos años otras cuatro estatuas del exmandatario han sido atacadas, incluyendo la que en 2018 donó el gobierno ruso a Sabaneta de Barinas (Venezuela), donde nació Hugo Chávez.

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Atacar monumentos nacionales no es algo nuevo. De hecho, en épocas de crisis o inconformidades sociales, es usual que sean los primeros en sufrir ataques y ser tumbados. El político y abogado español Miguel Herrero de Miñón asegura que, “cuando las transiciones son traumáticas e implican el rechazo del régimen sustituido, frecuentemente exigen la remoción de sus símbolos. De ello dan cuenta los actuales depósitos de estatuas en algunos países de Europa Central y Oriental tras la caída del Comunismo”.  

También agrega: “Por el contrario, cuando la transición consiste en la pacífica superación del régimen anterior, por diferentes que sean los valores fundamentales de uno y otro, es históricamente absurdo y políticamente erróneo eliminar unos símbolos cuya permanencia y convivencia con los del nuevo régimen expresa, mejor que nada, el carácter pacífico y concorde de la transición”.

La guerra mundial contra las estatuas

En noviembre del año pasado, la ciudad de Los Ángeles vivió una situación parecida a la de Venezuela con los monumentos de Cristóbal Colón. Una de sus estatuas, ubicada en el centro de la ciudad, fue retirada porque, según la supervisora del condado Hilda Solís, “reescribe un capítulo manchado de la historia que da una visión romántica de la expansión de los imperios europeos y la explotación de los recursos naturales y los seres humanos. Empezamos un nuevo capítulo en nuestra historia en el que aprendemos de los errores del pasado para que no estemos condenados a repetirlos”.

El gesto, sin embargo, fue una decisión sin crisis social de por medio. El promotor de la idea fue el concejal Mitch O’ Farrell, descendiente de la tribu Wyandotte de Oklahoma, quien además logró cambiar el nombre a la fiesta del Día de Cristóbal Colón, celebrada el segundo día de octubre. Ahora, en la ciudad se celebra el “día de los pueblos indígenas, aborígenes y nativos”.

La arremetida de hoy contra la estatua de Hugo Chávez también recuerda a lo que ocurrió en Irak, en 2003, cuando los habitantes de Bagdad (Irak) amarraron una soga al cuello del monumento de Sadam Hussein en la plaza Paraíso y, junto con los ‘marines’ estadounidenses, derribaron uno de los símbolos más fuertes del régimen del mandatario irakí, saltando frenéticamente sobre la estatua y golpeándola con mazos.

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En otros casos la lucha social alrededor de las estatuas ha sido el racismo. En 2015 un estudiante de la Universidad de Cape Town (Sudáfrica) llenó un balde de excrementos y la vertió sobre la estatua de Cecil Rhodes, el magnate británico, político y defensor del suprematismo blanco. Según The Guardian, el joven señaló: "Aquí no hay una historia colectiva, ¿dónde están nuestros héroes y ancestros?".

Al conocerse la noticia, cientos de estudiantes salieron a protestar, atacando el monumento y dibujando grafitis sobre él. La manifestación quedó bautizada como “Rhodes debe caer”, cosa que terminó ocurriendo algunas semanas después de que empezara el movimiento.

Por otro lado está el caso de Ucrania, en donde la figura de Vladimir Lenin ha sido erradicada por ley. Los símbolos soviéticos han desaparecido del país. Su situación, si embargo, es curiosa, pues ahora no saben que poner en los pedestales vacíos. Los ucranianos buscan darle un nuevo sentido a esos baches ideológicos y encontrar así modelos de identidad nacional.

Volodymyr Viatrovych, director del Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional, aseguró que han sido removidas más de 1.300 estatuas de Lenin. "La cuestión de cómo llenar estos espacios seguirá siendo tema de discusión entre los ucranianos por algún tiempo. Nuestros puntos de vista de nuestra historia todavía se están formando", señaló el experto a The Washington Post.

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Según el medio, algunos consejeros del Gobierno aseguran que el país debe liberarse del vínculo que tienen con Rusia y desarrollar una nueva narrativa nacional con héroes propios. Por eso se ha intentado construir monumentos alusivos a poetas y símbolos históricos culturales del país.

 

 

Por Nicolás Marín Navas

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