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Dilemas de la protesta social

Arlene B. Tickner
16 de septiembre de 2020 - 05:01 a. m.

A lo largo y ancho del mapa mundial, el aumento en la extensión geográfica y la frecuencia de la protesta social ha sido palpable.

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Foto: Opinión

Desde las brechas agudas de riqueza entre los países y dentro de ellos, la pobreza, el racismo, la crisis de la democracia liberal, el rechazo de la brutalidad policial y la oposición al autoritarismo, por solo mencionar algunas fuentes de descontento colectivo, crecientes sectores de la ciudadanía han encontrado en la movilización, tanto planeada como espontánea, una forma necesaria de llamar la atención y forzar la discusión pública sobre problemas críticos. Si bien se trata de una tendencia que crecerá en el mundo pospandemia, como forma cotidiana de hacer política y de manifestar los agravios la protesta social también plantea dilemas de distinta índole.

Hace casi una década, en pleno fervor de la Primavera Árabe y movimientos como los Indignados y Occupy Wall Street, varios analistas observaban que las redes sociales estaban revolucionando las capacidades transformativas de la humanidad al poner fin al control de la información desde arriba y empoderar a las sociedades desde abajo. Aunque no hay duda de que estas han cambiado la naturaleza de la política, facilitando entre otras la casi inmediatez de la movilización popular, el optimismo con el cual se vaticinaban cambios profundos a partir de ella ha resultado prematuro.

Además de su carácter efímero y su efectividad, la protesta social se debate entre el uso o no de la violencia, los bloqueos, la destrucción material y el saqueo para satisfacer sus objetivos. Lastimosamente, el decir común de que la violencia no tiene cabida, arraigado en los ejemplos históricos de figuras como Martin Luther King o Gandhi, se contradice por el hecho de que su ejercicio es a veces la única manera en la que ciertos grupos marginales pueden expresarse en medio de las barreras estructurales existentes. Así, el uso de tácticas disruptivas, aunque jamás es ideal, se convierte en estrategia necesaria para captar la atención y elevar sus agendas entre los medios, los tomadores de decisión y la sociedad en general.

Sin embargo, la disrupción, en especial cuando es violenta, es un arma de doble filo. Por un lado, es muchas veces lo que motiva la cubertura mediática hambrienta de noticias. Pero, por el otro, aun cuando se da en respuesta a la brutalidad estatal —como ocurre regularmente—, dicha expresión de inconformidad viabiliza la construcción de representaciones estigmatizantes y criminalizantes por parte del Estado, a las que los medios dominantes suelen alinearse. Además de redundar en distinciones arbitrarias entre manifestantes “buenos” y “malos”, según se ha visto en lugares como EE. UU. y Colombia, el imperativo de restaurar el “orden” conlleva a la reducción de la protesta legítima a una cuestión de “infiltración” de la izquierda radical, sea Antifa o las disidencias y el Eln. Así, en lugar de mantener la atención pública sobre los problemas de justicia que originaron la movilización, el Estado, con la ayuda de los medios, tergiversa la conversación. Por más condenable que sea, se trata de una estrategia que “funciona”. Empero, también conlleva un dilema para los gobernantes y las instituciones estatales, ya que, tarde o temprano, la criminalización y consecuente represión de la protesta social termina socavando su legitimidad, si no la de la democracia en general.

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Enrique(3430)16 de septiembre de 2020 - 09:10 p. m.
Por experiencia vivida mientras nos refugiábamos de una protesta de estudiantes de universidad, pudimos observar como los agentes del Esmad lanzaban objetos hacia el grupo, que no estaba siendo beligerante, y ante la no reacción, vimos también como se cambiaban de ropa y se dirigían a engrosar la multitud que protestaba, todo esto ante nuestros reclamos al grupo de agentes sobre su accionar.
  • Enrique(3430)16 de septiembre de 2020 - 09:18 p. m.
    Desde entonces, aprendí que la protesta se criminaliza mediante acción planeada y organizada por las autoridades, que incitan y guían a los grupos de vándalos, muchas veces grupos de personas de la calle que han sido conducidas a los sitios, son las mismas autoridades para generar caos y justificar su accionar y poder en la confusión capturar a los líderes pacíficos de la protesta y castigarlos.
  • Enrique(3430)16 de septiembre de 2020 - 09:14 p. m.
    Como insistimos en reclamar (eramos al rededor de 20 espontáneos adultos mayores, entre hombres y mujeres), uno de los integrantes del grupo policial, se dirigió a nosotros y amablemente nos dijo que no continuáramos o tendríamos consecuencias y que ellos estaba acatando órdenes. Nos retiramos y pocos minutos después, desde el grupo de manifestantes empezaron a lanzar objetos y a estallar cosas.
Adrianus(87145)16 de septiembre de 2020 - 02:31 p. m.
Muy acertado su análisis señora Arlene. Las acciones de la semana pasada son el grito que se ha contenido por mucho tiempo. La indignación por el asesinato de una persona inerme en manos de quien se espera mesura y decencia, desencadena, aquí y en cualquier lugar del mundo (primer o tercer mundo) la ciudadana y de ahí su reacción. Ante esta atrocidad los medios salen a hacerle el juego al Estado.
Atenas(06773)16 de septiembre de 2020 - 12:05 p. m.
Se empoderó a un sector de la sociedad, de bajo bagaje mental, con las redes sociales y pasa lo q' describe, era inevitable y hasta necesario. Mas la violencia desatada, evidente/ atizada por malignos sujetos igual es innegable, pero también procede se le repela como sea menester y al precio q' sea, no puede ser q' minorías pretendan conducir a mayorías por el abismo, como en Venezuela.
Hernando(11399)16 de septiembre de 2020 - 11:42 a. m.
excelente análisis, y si bien aqui hay quienes comparan la revolución francesa con los ataques incendiarios a los CAI, pretendiendo que es el inicio del derrocamiento del poder por parte del pueblo, nada mas lejos de la realidad, al contrario las oligarquias colombianas se frotan las manos al tener el pretexto perfecto para deslegitimar la inconformidad popular y tender dudas sobre sus lideres
  • Usuario(51538)16 de septiembre de 2020 - 01:34 p. m.
    Es cierto, Hernando. Qué mejor pretexto para el régimen que deslegitimar las manifestaciones de inconformismo por cuenta de las actuaciones fuera de control de unos irracionales empoderados por la conducta de masas. Es menester de quienes convocan ese tipo de expresiones una labor pedagógica que los haga entender que el vandalismo solo le da herramientas al régimen para satanizar la protesta justa
Usuario(51538)16 de septiembre de 2020 - 11:34 a. m.
Pues ese cuento de que se trató de una acción concertada entre los terroristas urbanos de las disidencias de las Farc y del Eln, sólo se lo creen el barrigón ese que funge de subpresidente, el otro barrigón ministro de defensa y el grasiento Ceballos. Se trató entonces de una actuación enmarcada dentro del fenómeno de masas enardecidas, imprevisible y fuera de control. Lo que se viene es tenaz.
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